jueves, 14 de abril de 2016

ESCÁNDALO

I. Concepto de escándalo
1. Concepto funcional
La evolución personal del individuo y el desarrollo cultural de los grupos están condicionados, de un lado, por impulsos endógenos, como las ideas creadoras y la dinámica que de ellas se deriva, y de otro lado, por impulsos exógenos, como el ejemplo y el e. Por tanto, el desarrollo de la -> existencia espiritual y de la --> cultura no es impedido solamente por propia incapacidad o claudicación, sino también por la omisión de ayudas en la educación, la formación, etc., y también por los escándalos dados. Así, pues, psicológica y sociológicamente el e. tiene una función ambivalente. La religión y la moralidad han de tomar conciencia de esto.
Hablamos de un e. cuando un individuo o un grupo de tal manera se ve afectado, herido y amenazado en sus actitudes personales y en sus convicciones, que surge un riesgo serio para su existencia, y, en consecuencia, él toma una posición defensiva, con una tensa excitación, contra esta perturbación del transcurso normal de la vida espiritual; esa posición defensiva puede provocar medidas protectoras o de represalia. En oposición al diálogo, el escándalo es, cuando se da conscientemente, un medio de desafío espiritual.
A diferencia del disgusto, que se produce por la frustración de ciertas tendencias integrantes y, con ello, por perturbaciones en la periferia de la vida, el e. se refiere siempre a la lesión de valores personales necesarios para la existencia, él amenaza el fundamento del esbozo unitario de un hombre o de una comunidad.
Además, el disgusto se refiere a valores que solamente tienen una importancia individual en el campo del provecho o del bienestar, mientras que el e. afecta a valores socialmente importantes, a valores espirituales esenciales para la sociedad, de manera que el e. lleva siempre de la esfera puramente psicológica a la sociológica. El fundamento de esto hay que buscarlo en que el hombre en su núcleo es tanto individual como social, y, consecuentemente, toda amenaza contra su existencia repercute siempre en la esfera social. De manera semejante, los grupos que se mantienen unidos en virtud de su vinculación común a determinados valores personales, son susceptibles de escándalos en la medida en que su existencia se ve amenazada por ataques a los valores unificantes.
A partir de esta determinación funcional del e. se puede distinguir entre e. verdaderos y e. falsos. Se dan los primeros cuando se responde en nombre del valor amenazado, p. ej., cuando a un e. religioso le sigue una respuesta religiosa. Por eso el auténtico e. podrá ser tanto mayor cuanto más intensamente haya sido aprehendido un alto valor (cf. el e. de jesús por las palabras de Pedro). Y se trata de un «falso» e. cuando la respuesta no se da puramente en nombre del valor amenazado, p. ej., cuando alguien recibe un escándalo estético por los valores religiosos. Y se da igualmente un falso e. en el caso de que, a causa de una aprehensión poco diferenciada de los valores, la claudicación moral, pero no religiosa, de un sacerdote produzca en alguien un complejo de e. moral-religioso o preferentemente religioso. Lo mismo cabe decir del resentimiento, pues aquí no late una toma de posición positiva con relación al valor sino que aquél se produce en forma meramente negativa, por una repulsa al valor.
2. El efecto de los escándalos
La distinción hecha es psicológica y sociológicamente importante para enfocar ciertas tomas de posición con relación a los valores que no están justificados por la naturaleza de la cosa. P. ej., en la formación de ídolos e -> ideologías se da una especial irritabilidad con relación a los escándalos, por la razón de que allí late una falta de capacidad espiritual y personal de decisión.
Por otro lado, esta irritabilidad depende de factores subjetivos e históricos que están sometidos a mutación. Efectivamente, sólo podemos escandalizarnos por la lesión de ciertos valores en cuanto ellos son operantes en la vida concreta. Pero como el significado de los valores espirituales en una determinada situación no sólo depende de su importancia objetiva, sino también de su necesidad de realizarse concretamente, la susceptibilidad con relación a los e. cambia al transformarse la situación espiritual y cultural.
De este modo, difícilmente puede preverse el efecto que en ciertas circunstancias producirá un ataque a valores que viven en forma latente o que están reprimidos. En general las personas y los grupos espiritualmente diferenciados son menos susceptibles para los e. que las gentes primitivas, pues disponen de más elásticas y eficaces medidas de defensa, con tal no quede afectada la raíz misma de la existencia. Precisamente la religión, como fuerza en el fondo conservadora por su relación a lo eterno, tiende a aislarse para defender la fe y, con ello, a una postura meramente reaccionaria. Hemos de advertir además que los e. surgidos dentro del propio mundo espiritual tienen un efecto más relajador, mientras que los procedentes de fuera provocan una consolidación de la propia posición, pues los primeros incitan a una elaboración espiritual y, en cambio, los segundos no pueden asimilarse fácilmente sin renunciar a sí mismo. Cuanto mayor --a autoridad tiene alguien, tanto más escándalo puede dar a causa de su potencia espiritual.
El efecto positivo o negativo de los impulsos que provocan e. sólo puede juzgarse rectamente ponderando en forma realista las circunstancias espirituales en su proceso de mutación y teniendo en cuenta las leyes psicológicas y sociológicas de tales e. El problema psicológico consiste aquí en la función del e. para una ordenación óptima de la orientación personal hacia dentro y hacia fuera. El efecto del e. es sociológicamente importante para la comunicación, o el aislamiento, o incluso la enemistad entre los grupos.
3. Distinciones
Metódicamente hay que distinguir en primer lugar entre el e. que alguien da (scandalum activum) y el e. que alguien recibe (scandalum passivum). Desde el punto de vista de la teología moral es importante el hecho de que el e. puede buscarse directa o indirectamente, y el de que el e. pasivo tiene su fundamento decisivo en la constitución subjetiva, o también en el ataque objetivo. El propósito directo de escandalizar se convierte en «e. diabólico», si con ello se pretende formalmente la corrupción del escandalizado y no se busca el pecado del otro en forma meramente material, como ocurre con frecuencia en la lujuria. Un comportamiento que ocasiona un e. no pretendido ni siquiera en forma indirecta, conduce al así llamado scandalum mere acceptum. Si el e. recibido se funda en lo unilateral de la dirección hacia fuera por parte del escandalizado, de modo que él, por su falta de solidez espiritual, no está en condiciones de asumir adecuadamente el impulso que le escandaliza en su propio desarrollo, entonces se habla de scandalum pusillorum. A diferencia de esto, en el scandalum pharisaicum hay en el escandalizado una unilateral dirección hacia dentro, la cual le impide que él acepte los impulsos necesarios para su desarrollo o su conservación.
II. El concepto de skandalon en la Escritura (El escándalo religioso)
En la Escritura el concepto de e. se usa en un sentido específicamente religioso. El escándalo es tanto un obstáculo para creer como una causa de confusión en la fe. En la terminología neotestamentaria skandalon es solamente un impulso para la caída, el cual puede ser eficaz o ineficaz; skandalipso significa la acción que causa la caída; y skandalipsomai se refiere a la caída que de hecho se ha producido.
1. Los sinópticos: el escándalo de Jesús
De acuerdo con el significado religioso del concepto, el e. es visto en un contexto escatológico. Así Mt 24, 10 habla de la gran confusión en la fe al llegar los tiempos finales; Mt 13, 41 describe cómo los seductores para el pecado y la caída, y todos los que cometen la maldad son condenados al horno de fuego. Mt 18, 7 (= Lc 17, 1) afirma por un lado la necesidad de los e. venideros (7b) y, por otro lado, profiere «ayes» sobre aquellos que participan pasiva (7a) y activamente (7b) en su aparición. Las palabras dirigidas a Pedro según Mt 16, 23 tratan de cómo se cumplen ya en el presente esos escándalos que han de venir. Pedro es aquí una especie de piedra de e. para Jesús mismo, y, en cambio, él es designado como la piedra sobre la que ha de fundarse la Iglesia. Su papel, a pesar de todas las diferencias, corresponde de manera sorprendente al de Jesús. Jesucristo, la piedra fundamental (cf. 1 Cor 3, 11, etc.), la piedra de salvación (Rom 9, 33b; 1 Pe 2, 6), se convierte para muchos en piedra de e. (Rom 9, 33a; 1 Pe 2, 8). Pedro, que debe ser la defensa de la comunidad contra los poderes del infierno, en el e. actúa como instrumento de Satán (cf. Mt 13, 41). El e. surge de la oposición entre Dios y el hombre, la cual aquí se expresa con toda su fuerza y sin ninguna clase de compromisos (Cf. Mt 7, 11; 15, 19; 12, 34): el que sólo piensa y quiere como hombre se pone en oposición con Dios y su voluntad.
El escándalo real consiste en el error acerca del mensaje del reino de Dios y, con ello, en apartarse del evangelio (Mt 13, 20ss par; Mc 4, 17 ). Jesús mismo se convierte así en el gran escándalo. Al lado de una fuerza que despierta la fe, su acción tiene también otra fuerza que lleva a errar en la fe. El error acerca de Jesús (Mt 26, 31.33; 11, 6 par; Le 7, 23; Mt 13, 57 par; Me 6, 3) puede así convertirse en antítesis de la fe en él (Me 14, 27; 14, 29; Mt 13, 57; Me 6, 3). Los fariseos mismos, no sólo sienten una indignación personal porque jesús los ataca (Mt 15, 8), sino que, además, reciben un grave escándalo religioso por la predicación de Cristo (Mt 15, 12). Su ceguera significa incredulidad y la caída en el abismo índice de perdición escatológica. El inesperado comportamiento mesiánico de Jesús (Mt 11, 6), su origen terreno (Mc 6, 3), su actitud frente a la tradición meramente humana (Mt 15, 3ss), la interpretación totalmente nueva del pensamiento de la purificación (Mt 15, 11), su posición libre frente a la ley (cf. Mc 2, 23ss; 3, lss, etc.), se convierten en motivo de e., de repulsa a él mismo y de alejamiento de él por la incredulidad.
Jesús sabe que su palabra y acción impulsan a la incredulidad, sin que esto pueda evitarse. Sin embargo, persigue denodadamente el fin de evitar la caída escatológica de la fe. Así, en las palabras sobre el e. dado a los pequeños (Me 9, 42 par) se trata de evitar el hecho de que los hombres se escandalicen. En el mismo contexto han de verse las frases sobre los miembros que son ocasión de e. (Mc 9, 43-48; Mt 18, 8s; 5, 29s).
2. Pablo: el escándalo de la cruz
También Pablo conoce un e. activo que es inevitable (Rom 9, 33; cf. 1 Pe 2, 6ss). Según él, Cristo, que llama a la fe, se convierte para el incrédulo en piedra de escándalo precisamente por el hecho de que él no cree; en cambio el creyente, por el hecho de creer experimenta a Cristo como honor (1 Pe 2, 7a) y justicia (Rom 9, 30). Un aspecto esencial de la fe es la superación del e. que implica la presencia de Dios en Cristo. Para Pablo el prototipo de la perdición por el e. del evangelio son los judíos. Esto aparece especialmente claro en 1 Cor 1, 23, texto según el cual la cruz es e. para los judíos y necedad para los paganos (lo cual es otra forma de e.). Gál 5, 11 pone en primer plano la negativa al mensaje de la gracia libre de ley.
De todos modos, el e. de la fe en ningún caso puede eliminarse o atenuarse manteniendo «a la vez» la cruz y la circuncisión. Y el e. tampoco puede suavizarse por una alta sabiduría de lenguaje (1 Cor 1, 17; 2, 4 ).
Por otro lado Pablo conoce también un e. pasivo que debe evitarse incondicionalmente, el cual se produce en las comunidades paulinas a consecuencia de las diferencias de fe (1 Cor 8, llss; 2, 4). Pablo, que de suyo comparte la actitud creyente de los fuertes, como pastor se coloca al lado de los débiles, imitando así a Jesús, que se preocupa de los «pequeños».
3. Juan: la superación del e. por el amor
Según san Juan el que no ama está ciego, y por esto se halla expuesto a los e. (1 Jn 2, 10). -> Fe y -> amor están aquí muy estrechamente ligados. Para el que ama no hay ningún obstáculo en el camino de la fe (Jn 6, 61). Los discursos de despedida de jesús narrados en Juan, lo mismo que los últimos discursos de su vida transmitidos en los sinópticos, tienen la finalidad de preservar contra la caída. Pero mientras que en los sinópticos ésta se presenta inevitable incluso para los discípulos, el jesús que habla en el evangelio de Juan despierta la esperanza de que ella podrá ser superada: «Os he dicho esto para que no os escandalicéis» (Jn 16, 1; cf. Jn 6, 63).
III. Tradición
1. En la patrística el contenido neotestamentario del concepto queda transformado y secularizado de tal manera, que en ella pasan a .ser decisivos dos aspectos de segundo rango.
a) el psicológico (cf. p. ej., Mt 13, 57; 15, 12; 17, 27). «Scandalum» es entendido cada vez más en el sentido de «offendiculum», y así pasa al lenguaje popular cristiano para significar una incitación a determinados sentimientos humanos, como el orgullo y la envidia, o un acto que provoca irritación e indignación.
b) el moral. Así p. ej., en el comentario del Ambrosiaster a 2 Cor 11, 29 el «desfallecer» equivale a ser incitado y seducido en el campo sexual. De esa manera el término recibe el sentido de e. moral, de ejemplo corruptor, de seducción y tentación, ya sea en la esfera individual ya en la -> pública. A este respecto constituye una forma peculiar el e. que se refiere a lo dogmático, al error religioso y a la herejía.
2. La escolástica: el escándalo como inmoralidad. Así se hizo posible que, en la moral sistemática de la escolástica y particularmente de Tomás, el e, fuera entendido como una acción externa que ofrece al prójimo ocasión de pecado y que se realiza sin razón justificante. Cuando una acción bajo ciertas circunstancias puede convertirse para alguien en ocasión de pecado, el amor manda omitir esa acción, si no existe una razón que la justifique moralmente. El pecado consiste en que se asume conscientemente el riesgo de la claudicación de otros, que no se produciría sin la propia acción. El e. indirecto puede permitirse si el acto que lo causa es justificable en virtud de un bien directamente apetecido, según las reglas que han de aplicarse en las acciones con doble efecto (TOMÁS DE AQUINO, ST II-II q. 43, 4 sent. 35). La casuística que generalmente se ofrece al tratar del e. producido, parte de la obligación grave de evitarlo y, para no caer en el extremo del inmovilismo, a base de diversas distinciones procura agudizar la mirada para las razones excusantes que justifican la acción.
A diferencia del e. activo, el e. pasivo es un pecado solamente contra la virtud violada por la propia acción, cuya malicia puede incluso estar atenuada por las circunstancias. Sólo en el e. farisaico toda la malicia está en el escandalizado.
3. Crítica. Este enfoque tradicional implica ante todo el grave inconveniente de que reduce el concepto neotestamentario de e., particularmente en su acuñación debida a Pablo.
Ahora bien, la fuerza interna del cristianismo tiene una de sus bases en que se conserve sin atenuaciones el e. de la cruz.
A esto se añade que la interpretación moral del e. no toma suficientemente en consideración las funciones psicológicas, sociológicas y morales del mismo. Según lo dicho antes, la función del e. no se limita a la incitación al pecado; por el contrario, él puede constituir un estímulo personal y cultural en individuos y grupos, y así significar incluso una ayuda para la salvación de otros. El e. lleva consigo esos efectos positivos en cuanto produce una apertura en el escandalizado, la cual permite una asimilación fructífera de impulsos que a primera vista parecían meramente negativos.
El olvido de este aspecto del e. en la ciencia moral conduce necesariamente a una unilateral ética de sentimiento, bajo un signo negativo y conservador. Con lo cual queda desplazada la mirada en orden a la tarea de contribuir a la realización del bien dentro de lo concretamente posible.
IV. Sobre la ética del escándalo
En consecuencia, una ética de responsabilidad que tome en consideración todo el significado del e. ha de partir de que éste en abstracto tiene un valor neutro. En concreto la cuestión si el e. es deseable o rechazable depende de su necesidad para la conservación justificada de la propia existencia espiritual y de su aportación al perfeccionamiento del otro o del grupo.
Para que el e. deseable y necesario no tenga un efecto negativo, el valor a cuyo servicio él quiere ponerse ha de aparecer en forma pura, para que así pueda ser aceptado más fácilmente en su valía sin ninguna actitud de repulsa. Además, valores que provoquen e. sólo han de difundirse en la medida en que puedan ser asimilados por el «escandalizado». Para esto se requiere en quien da e. que él quiera servir realmente a lo conocido como valioso y no se proponga simplemente imponer sus intereses personales, e igualmente que se esfuerce con amor por fomentar el bien del otro, renunciando incluso, si es necesario, a los propios derechos justificados, siempre que su uso no sea incondicionalmente necesario para conservar la dignidad personal.
Ha de procurarse en todo caso substituir el e. por el diálogo o, por lo menos, desarrollar la disputa inevitable según las reglas de la -> tolerancia, procediendo así a tono con la dignidad humana. Para lo cual se requiere que la disputa se produzca en forma adecuada a los valores que están en debate. Los e. religiosos han de abordarse en el campo de lo religioso, y los científicos en el terreno de lo científico, etc. Si se guardan estas reglas, no sólo se evitará una innecesaria y quizá deplorable extensión del conflicto, sino que se creará además un presupuesto para un resultado positivo de la disputa y quizá incluso para un enriquecimiento mutuo. Con ello la confrontación personal hallará una mediación, y la coexistencia y cooperación se harán más fáciles.
El que da el escándalo y el escandalizado, ya se trate de individuos ya de grupos, deben tener en cuenta que, según las leyes psicológicas, las provocaciones y reacciones demasiado fuertes en general producen lo contrario del efecto pretendido. Así, p. ej., las -> persecuciones cristianas fortalecen a una comunidad viva, y un e. demasiado grande dentro de la Iglesia conduce a la escisión (-->herejía, --> cisma). Cuanto mayor sea la autoridad de alguien, tanto más responsabilidad asume él al dar e. Por otro lado, también el débil debe esforzarse por no obrar nunca en forma meramente reaccionaria.
El intento de proclamar conscientemente a los cuatro vientos el e. recibido por situaciones que desde la propia perspectiva son abusivas, puede conducir al desagradable resultado de fomentar esas mismas situaciones, pues, desde el punto de vista de otros, quizá el e. producido sea considerado precisamente como prueba de valor positivo, así lo muestra, p. ej., el fracaso en la impugnación espectacular de determinadas películas malas. Sólo se pueden invocar determinados valores -sobre todo de orden público - en la medida en que ellos son actualmente vivos. De otro modo se trata, funcionalmente hablando, de un escándalo farisaico.
En qué medida bajo ciertas circunstancias los e. son deseables o no lo son, constituye por tanto una cuestión que no puede responderse a priori, sino que ha de resolverse en cada caso con prudencia, nivelando en los platos de la balanza la prudencia y la precaución, y tomando en consideración tanto el e. necesario e inevitable como el que ha de evitarse incondicionalmente.
En la respuesta a la pregunta de si los e. públicos han de castigarse con sanciones jurídicas, hay que partir igualmente del carácter ambivalente del e., enfocándolo de cara al -> bien común. Dentro de lo posible, es necesario que, por un lado, quede garantizada la libertad de disputa y, por otro lado, se impida la impugnación que haga imposible la necesaria y deseable comunicación. Por eso los responsables del orden deben reprimir las hostilidades que pongan seriamente en peligro la paz social, o sea, aquellas actitudes que, por recurrir a insultos, desprecios, calumnias, etc., tienden a suscitar violentas reacciones defensivas. Incluso desde una perspectiva neutral con relación a los valores, las convicciones y los sentimientos subjetivos deben protegerse públicamente en la medida en que eso es necesario para conservar la indispensable comunidad social. Por eso está justificada la prohibición legal de ofensas, insultos, calumnias, etc. - sobre todo en lo relativo a las convicciones religiosas -, mas no debe formularse y aplicarse con tanto rigor que se impida una fuerte, pero objetiva, disputa incluso acerca de juicios valorativos que parecen obvios.
La represión de e. públicos provocados por una fuerte crítica social o por obras convulsivas en la literatura y el arte, ha de realizarse con suma precaución, pues los excesos en la censura podrían poner en peligro valores sociales tan altos como la justicia y el arte. La persecución contra los e. provenientes de las extralimitaciones en la moda, los anuncios, etc., por la naturaleza de la cosa puede ir tranquilamente tan lejos como lo exija la moralidad pública, necesaria para la conservación del bien común, p. ej., para evitar la corrupción de la juventud y el crimen. Qué es lo objetivamente adecuado en una determinada situación, sólo puede decirse a posteriori, a base de una ponderación oportuna de los bienes.
En resumen podemos decir que la recta valoración del e. es un factor primordial para la configuración fructífera de las relaciones entre los hombres, la promoción del progreso cultural, la conservación de la paz social y la difusión responsable de lo conocido como un valor, especialmente para la difusión de la religión o de la misión.
BIBLIOGRAFIA: O. Schmitz, Vom Wesen des Árgernis (B 21925); G. Stáhlin, Skandalon. Untersuchungen zur Geschichte eines biblischen Begriffes (Gü 1930); W. ScUllgen, Soziologie und Ethik des Árgernis (D 1931); N. Jung, Scandale: DThC XIV XIV 1246-1254; A. Humbert, Essai d'une théologie da scandale dans les synoptiques: Bibl 35 (1954) 128; R. Bruch, Die Bevorzugung des kleineren Übels in moraltheologischer Beurteilung: ThGl 48 (1958) 241-257; Mdring II 452-469; G. Stdhlin, axccv8aaov, axavaaa(lw: ThW VII 338-358.
Waldemar Molinski

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