martes, 16 de agosto de 2016

Fascismo.

El término se aplica, en sentido amplio, a todos los regímenes y actitudes_ políticas semejantes a las del f. italiano, el primero de todos cronológicamente. En sentido estricto, se refiere sólo a éste, uso que, además, resulta preferible en vista de las diferencias que, en sus circunstancias concretas, matizan el régimen de Mussolini (v.), diferenciándolo de los que podrían considerarse más afines. La 11 Guerra mundial tuvo el carácter de lucha contra el f. en sentido amplio. Vencido en la contienda, no puede decirse que se haya extinguido. La vida del f. en sentido estricto concluye, en cambio, en 1945, si bien su prolongación de la posguerra sería, según algunos, el Movimiento Social Italiano.
     
      Antecedentes. El f. italiano es una clara secuela de la I Guerra mundial. De ella salieron grandemente debilitados tanto el Estado como la nación italianos. El coste humano fue de 460.000 muertos, más de 500.000 mutilados y más de 1.000.000 de heridos. Obligada a importarlo todo (carbón, petróleo, acero, caucho, etc.), Italia no poseía reservas para afrontar las dificultades de la posguerra. Al mismo tiempo, se cierran los lugares tradicionales de emigración y aparecen las masas de desmovilizados. El esfuerzo bélico italiano no tuvo compensaciones a la hora de la paz. Vencedora en una guerra en la que realmente ni el Estado ni la nación italianos habían participado con entusiasmo, hubo de sentirse insatisfecha. En este ambiente, B. Mussolini, un periodista afecto al socialismo, se hace eco de las pasiones nacionalistas en la Italia de 1919, en la que se inician los movimientos de masas. Comienza entonces su «aventura personal», una lucha dura para acceder al poder. El 29 en. 1919 dice de sí mismo que es «un cínico insensible a todo lo que no sea aventura, loca aventura». La clase obrera carece de dirigentes tanto como de programa, multiplicándose la inquietud y las huelgas sin ningún resultado concreto, de manera que no hacen sino aumentar el malestar. Aparece también la inflación y, con ella, el alza de precios que predispone psicológicamente a las grandes masas. El mismo Estado carece de las fuerzas suficientes para imponer el orden.
     
      El periodista Mussolini y los fascios recién formados, hacen saber su solidaridad ilimitada «con el pueblo de las provincias italianas que se subleva contra los acaparadores», a la vez que exaltan «los gestos concretos y audaces de la santa venganza popular»: «algunos acaparadores colgados de los faroles y algunos encubridores Aplastados bajo las patatas o el tocino que pretenden esconder, servirán de ejemplo», escribe Il Popolo d'Italia, inspirado por las ideas mussolinianas. Denuncia al partido socialista y a la confederación general de trabajadores, no preparados para dirigir el súbito movimiento de masas que surge en Italia. El caos crece rápidamente y Mussolini está dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad. El oportunismo que caracterizará al f. es el mismo que el de su fundador. A éste, que es un hombre instruido, autodidacta, sólo le interesa de sus vastas lecturas lo que proporciona fórmulas útiles para sus fines. Desconfía del pensamiento; la inteligencia debe subordinarse a la acción. Mezcla la voluntad de poder de Nietzsche, el «único» solipsista de M. Stirner, los «mitos» sorelianos, el pragmatismo y la intuición bergsoniana y hasta el reciente relativismo científico de Einstein, porque lo encuentra útil. Su único principio, si así se puede llamar, es que «el imperialismo constituye la ley eterna e inmutable de la vida», pues «la sangre es lo que mueve los ruedos sangrientos de la historia». En verdad, para llegar a esto, no se necesita una vasta cultura y, ciertamente, todos sus imitadores fueron bastante menos instruidos, más simples y elementales, imbuidos de tópicos.
     
      Doctrina. Corresponde al espíritu de su fundador. El f. es un nacionalismo de vencidos. Expresa tanto una reacción ante el fracaso, como la desorientación de los ex combatientes, profundamente marcados por la guerra. Nacido en medio de la miseria de las masas de desempleados, en un movimiento de desesperanza contra el liberalismo: la salvación sólo puede venir de una nueva forma de socialismo en la que los ideales de la gloria nacional y del vigor del Estado iluminan la situación; se cita la frase evangélica «no sólo de pan vive el hombre», pero aquí el alimento espiritual es la exaltación de un pseudonacionalismo ridículo en su grandilocuencia, de las virtudes de la disciplina y del servicio a los nuevos amos que encarnan en el Estado los «ideales» de la nación. Mussolini, socialista instalado en el poder, aun antes de estarlo, condena la lucha de clases y con ello al socialismo para atraer a los sectores sociales más conmovidos por la situación: la pequeña burguesía, a la que ofrece orden, la burguesía terrateniente y financiera que puede seguir manteniendo con tranquilidad su posición de clase, y al Ejército; por otra parte, su nacionalismo idealista congrega a las juventudes, especialmente a los estudiantes; su socialismo de origen quiere atraer a las clases trabajadoras. El que encarna todo eso, encarna también la voluntad popular en el Estado. Este es, pues, una fuerza espiritual, capaz de restablecer el orden social, la única que puede establecer el verdadero socialismo, suprimiendo (violentamente) la oposición de clases, es decir, imponiendo a todos el deber de sumisión garantizado por la fuerza del Estado; sería erróneo pensar que el f. suprime las contradicciones. De este modo, las clases más poderosas fueron el firme sostén del régimen, sin perjuicio de que individuos o grupos aislados capaces de expresar una cierta disconformidad moral, fuesen también pacificados. El papa Pío XI se enfrentó al f. con la enc. Non abbiamo bisogno.
     
      a) Activismo. En realidad, salvo este núcleo de ideas elementales, que parecen más constantes, el f. carece de doctrina. Es un puro activismo que se inspira de manera declarada, aunque casi nunca lo dice, en la doctrina del derecho del más fuerte. La acción es lo importante. ' El f. no necesita dogmas, sino disciplina, según la norma «Mussolini ha sempre ragione». En 1924 escribe: «los fascistas tenemos el valor de rechazar todas las teorías políticas tradicionales; somos aristócratas y demócratas, revolucionarios y reaccionarios, proletarios y antiproletarios, pacifistas y antipacifistas. Nos basta con tener un punto de referencia: la Nación». Sólo hacia 1929 sintió Mussolini la necesidad de una doctrina, pero cuando se constituyó no resultó menos vaga e imprecisa. En el fondo, lo único permanente y estable es la eitigencia de un estilo de adhesión incondicional al sistema a través del acatamiento a la voluntad del Duce.
     
      b) Tribalismo. La aclamación constituye así el acto político por excelencia. En las reuniones multitudinarias, expresa y ratifica la adhesión o lealtad del pueblo (en realidad, de la masa) a su conductor. El principio de la identidad entre gobernantes y gobernados sustituye al principio de la representación del orden burgués. Aquél expresa, de manera más pura y auténtica, sentimentalmente, los anhelos y deseos «populares» (manipulados previamente, si es necesario, aunque, en general, sólo se exige la adhesión). La doctrina rebosa irracionalismo. La coherencia social depende de la voluntad del jefe o de los grupos dirigentes. Toda crítica está proscrita. La idea de unidad llevada al paroxismo, como el valor supremo, pone al orden fascista fuera de toda apariencia de racionalidad, instaurando un sistema fácil a la corrupción. Los males se purifican en los actos de comunicación con el jefe o sus representantes, en mitines, concentraciones, según rituales cuyo ideal es que culminen en una especie de apoteosis colectiva. La figura del jefe queda celada en el misterio; se le ve poco y siempre suficientemente ausente; sus apariciones tendrán, en lo posible, carácter de epifanías, procurando suscitar la ansiedad de que aparezca. Popper ha calificado al f. de tribalismo.
     
      c) Antiliberalismo. El f. se opone a la democracia igualitaria y al sufragio universal con todas sus implicaciones, como, p. ej., los partidos políticos. En realidad, en lo que es más consecuente es en sus negaciones. Niega todos los principios que con mejor o peor fortuna práctica constituyen la civilización europea y cristiana y que son el resultado de un largo proceso civilizador. Lo cual, desde luego, no le impide justificarse por su oposición al bolchevismo aprovechando que éste, ciertamente, ha manifestado sin disimulos su voluntad de destruir las bases tradicionales de la convivencia en el mundo occidental. De esta manera, el f. puede pretender apoyarse en la tradición, a la que en realidad destruye al falsificarla en la práctica; p. ej., se apoya en la historia para justificar su dogma de que los seres humanos son profundamente desiguales, para concluir que lo que les iguala es la comunión en el mito de la Nación («nuestro mito, dijo Mussolini en 1922, es la Nación, la grandeza de la Nación»). El orden fascista se construye según una rígida jerarquización conforme a principios elitistas. Hay una clase que «naturalmente» está destinada a regir los destinos de la Nación. El origen de sus miembros no importa ciertamente; lo esencial es su voluntad de «servicio», más que su capacidad. El Estado, cuyos escalafones controla la élite, es omnipotente: «Todo en el Estado, nada fuera del Estado».
     
      d) El corporativismo. Todo se politiza, incluso los delitos políticos pasan a ser más graves que los comunes. La seguridad del Estado es la directriz de la acción; luego, su engrandecimiento. El régimen policiaco es la consecuencia. Se suprime toda oposición. El Estado es el depositario de la verdad, que se proclama o recuerda de cuando en cuando por el Duce y sus corifeos. Se moviliza un gigantesco aparato de propaganda, se prepara a la juventud para el servicio del Estado. La unidad de todas las jurisdicciones en la persona del Conductor, expresando su superioridad «carismática», tiene su complemento en la unidad jerárquica del orden estatal; los sistemas de frenos y de controles del Estado liberal desaparecen. Todo se centraliza. Llaman a la organización de ese gigantesco nihilismo corporativismo (v.). La inspiración medieval es sólo aparente, pues no se trata de respetar los cuerpos intermedios o de promoverlos, sino de integrar todas las ramas de la producción en un sistema piramidal que permita el más fácil control, por parte de la élite, de todos los aspectos de la vida nacional. El corporativismo fascista deja claro que éste no es un artilugio del capitalismo para sobrevivir, sino que es también un movimiento anticapitalista. Otra cosa es que los capitalistas le apoyen para lograr una situación de monopolio y, mientras colaboren.
     
      e) Imperialismo. Por último ha de mencionarse el imperialismo internacional. La retórica fascista emparentó tranquilamente a los italianos del s. xx con los antiguos romanos, incitándoles a rehacer un Imperio. En 1935, la inaudita expedición contra Abisinia, que enfrentó a Italia con la Sociedad de Naciones, redondeó estas aspiraciones pero la empujó a una alianza con el militarismo fascista alemán y japonés que le llevarían a la guerra mundial y al desastre.
     
      V. t.: MUSSOLINI, BENITO; ITALIA V; GUERRA MUNDIAL, SEGUNDA; NACIONALSOCIALISMO; TOTALITARISMO.
      

      BIBL. : F. CAMBÓ, En torno al fascismo italiano, Barcelona 1925; íD, Las dictaduras, Madrid 1929; 1. TOUCHARD, Historia de las ideas políticas, Madrid 1961; G. H. SABINE, Historia de la teoría política, 2 ed. México 1963; R. PARIs, Los orígenes del fascismo, Barcelona 1969; A. TASCA, El nacimiento dei fascismo, Barcelona 1969; F. L. CARSTEN, La ascensión del fascismo, Barcelona 1971; Z. BARBU, Psicología de la democracia y de la dictadura, Buenos Aires 1962; W. EBENSTEIN, El totalitarismo, Buenos Aires 1965; E. NOLTE, El fascismo en su época, Barcelona 1967; P. GviCHONNET, Mussolini y el fascismo, Barcelona 1970; L. SALVATORELLI, G. MIRA, Storia d7talia nel periodo fascista, Turín 1956. Documentos pontificios: Pío XI, enc. Non abbiamo bisogno, 29 jun. 1931, AAS 23 (1931) 141 ss.; íD, enc. Mit brennender sorge, 14 mar. 1937, AAS 29 (1937) 145 ss.
      
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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