viernes, 5 de agosto de 2016

RELIGIÓN DE LOS FENICIOS

Los fenicios, en lo religioso, comenzaron por adorar piedras y árboles, a los que consideraban objetos divinos. Las piedras sagradas que llamaban Metilos, es decir, morada de Dios, eran comúnmente guijarros duros y negros con formas cónicas o de huevo, a veces aerolitos caídos del cielo. Los árboles sagrados eran unas veces árboles verdaderos, otras columnas de bronce adornadas, que terminaban en un cono.

Los fenicios en los altos lugares, es decir, en la cima de las montañas, erigían, también, altares hechos con una piedra grande y columnas de la misma materia. Todos los fenicios creían en un dios que llamaban Baal, es decir, el dueño, y en una diosa que llamaban Baalit, es decir, la señora, o Astarté.
Baal era. el sol bienhechor que iluminaba la Naturaleza y esparcía la vida, pero también podía ser sol ardiente que seca las plantas y da la muerte. Se le representaba, a veces, como figura humana, otras como un toro, o una figura humana y cabeza de toro. Se le creía caprichoso y sanguinario. Para satisfacerle se degollaban seres humanos, y creían que le era particularmente agradable el sacrificio de los hijos propios.


Baalit, o Astarté, era la luna, la reina de los cielos, la diosa del amor y de la primavera, que se representaba con figura de mujer con una media luna encima de la cabeza. Curiosamente, para nosotros, cada ciudad tenía su Baal y su Astarté, que los habitantes adoraban en calidad de señores y protectores.
El Baal de Tiro se llamaba Baal-Melkart, señor de la ciudad. Se le representaba como guerrero victorioso y gran navegante. Se referían sus expediciones a los países de occidente, y a las montañas de Marruecos que dominan el estrecho de Gibraltar las llamaban Columnas de Melkart.

Los griegos, que confundían a Melkart con su héroe Hércules, las llamaron Columnas de Hércules. Melkart tenía en Tiro un templo muy antiguo en el que se conservaba una gran esmeralda brillante que se adoraba como morada del dios. Hubo también templos de Melkart en casi todas las ciudades fundadas por los tirios.

El Baal de Cartago, llamado también Moloch, es decir, el rey, estaba representado por un coloso de bronce. Cuando la ciudad se. veía amenazada de un gran peligro, sacábase en consecuencia que el Baal estaba irritado y que o era necesario -un gran sacrificio para calmarle. Entonces los jefes de la ciudad y las gentes de las familias más ricas llevaban cada uno a su hijo primogénito al pie de la es-tatua. Se encendía una gran hoguera en la que los niños eran que-mados vivos al son de las flautas y de las trompetas y asistiendo los padres en traje de fiesta.
El Baal de Byblos, que se llamaba también Adonis, es decir, el Señor, tenía su templo en lo alto de la montaña que domina la ciu-dad y. también un santuario en Afaka, en el sitio donde el río Adonis sale de la montaña en el fondo de un circo de rocas. Dos veces al año, en primavera y en otoño, los adoradores del dios se reunían en este lugar.


Adonis era representado en figura de joven admirablemente hermoso. Decíase que estando de caza en el Líbano, fue muerto por un dios envidioso que tomó la forma de jabalí. Su mujer, Astarté, que le amaba tiernamente, le había buscado por la montaña y -le había encontrado lleno de sangre y, arrojándose a sus pies, había Horado sobre el cadáver. Pero el dios había resucitado pocos meses más tarde.


Todos los años, en el momento de los grandes calores, cuando el estío mata a la primavera, se celebraba en Byblos una gran fiesta fúnebre. En el templo se alzaba un catafalco coronado por un féretro. El dios Adonis era representado por una estatua de made-ra pintada, con una venda ensangrentada al costado. Se aparentaba buscar esta estatua durante algún tiempo, luego era encontrada y metida en el féretro. Al lado se ponía una estatua figurando un jabalí. Se lloraba al dios durante algunos días, se le ofrecían sacri-ficios, luego se enterraba la estatua y se ponían, en vasos llamados 'jardines de Adonis, ramas verdes que pronto se secaban al sol. Mientras tanto mujeres en tropel, unas desmelenadas, otras con la cabeza afeitada, corrían por las calles con los vestidos hechos jirones, golpeándose el pecho, lanzando gritos de dolor y arañándose la cara.

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