El rey babilonio Nabopolasar les había devuelto a los elamitas sus dioses
arrebatados por Asurbanipal, consiguiendo, a cambio, su apoyo en la recuperación
de las ciudades de Sumer, especialmente Uruk, de manos asirias. Aunque Elam no
era ya una potencia, seguía contando en el plano internacional. Varios reyes se
sucedieron en el trono de Susa, el que representaba a Elam a los ojos de los
babilonios -Ummanunu, Silhakinsusinak II y Teptihubaninsusinak-. Después se
produjo una escisión política en varios reinos independientes. Así surgieron los
reyezuelos de los pequeños países de Zamin -Massini, Bahuri-, Ayapir
-Shuturnahunte III-, Samati -Dabala, Ampiris, Unzikilik, Anishilha, Unsak-, Zari
-Apalaya-, Gisat -Hubanshutruk-. Mientras los pequeños estados elamitas frenaron
la expansión meda hacia Mesopotamia, los babilonios pudieron ocuparse de sus
intereses en Siria. Más tarde, la unión de medos y persas acabaría con estos
pequeños reinos, englobándolos y despejando el camino hacia Babilonia.
Durante el reinado de Nabucodonosor II, tenemos noticias de una guerra llevada a cabo contra Elam, sin que sepamos el motivo de la misma. Al parecer, el enfrentamiento se produjo en la orilla del río Tigris; sin embargo, el rey elamita tuvo miedo y regresó a su país. Finalmente, sabemos por el libro bíblico de Judit, de otra guerra contra Elam, esta vez aliado a Arfacsad, rey de los medos. La batalla tuvo lugar en la llanura de Arioc y supuso una gran victoria para el babilonio.
En 549 a.C., el mismo año que el rey babilonio Nabónido abandonaba su ciudad Babilonia y emprendía el camino del desierto, un joven persa llamado Ciro derrotaba a su pariente medo Astiages sin siquiera pelear. Los medos, llamados umanmanda por los mesopotámicos, quedaron englobados en el imperio persa desde ese momento. Los persas se extendieron hacia el oeste a costa de los elamitas, apoderándose de Anshan -la capital de Elam- a comienzos del siglo VII a.C., tal y como se conoce a través de la tradición persa, según la cual, ya desde la época de Teispes (675-640 a.C) Anshan estaba en su poder, pues se denominaban a sí mismos reyes de Anshan. Para vigilar su expansión, los elamitas establecieron una segunda capital en Hidalu, gobernada por un rey.
Con la llegada de Darío I algunos elamitas -Assina, Ummanish, Atamaita-, intentaron aprovechar la confusión producida por la guerra civil persa para sacudirse su dominio por medio de rebeliones efímeras, que fueron aplastadas rápidamente por el persa. Todas estas insurrecciones están relatadas en la famosa inscripción de Behistún, excavada en la roca para mayor gloria de Darío I, que la redactó en tres idiomas: persa, acadio y elamita. Con estos rebeldes decidimos acabar la historia política de Elam, si bien su cultura y su idioma aún perduraron. El elamita fue la lengua oficial del imperio persa y en ella se registraban los documentos de archivo. Desaparece del mundo escrito con los aqueménidas, pero seguirá hablándose por lo menos hasta el siglo X d.C., según el geógrafo árabe Istajri.
Durante el reinado de Nabucodonosor II, tenemos noticias de una guerra llevada a cabo contra Elam, sin que sepamos el motivo de la misma. Al parecer, el enfrentamiento se produjo en la orilla del río Tigris; sin embargo, el rey elamita tuvo miedo y regresó a su país. Finalmente, sabemos por el libro bíblico de Judit, de otra guerra contra Elam, esta vez aliado a Arfacsad, rey de los medos. La batalla tuvo lugar en la llanura de Arioc y supuso una gran victoria para el babilonio.
En 549 a.C., el mismo año que el rey babilonio Nabónido abandonaba su ciudad Babilonia y emprendía el camino del desierto, un joven persa llamado Ciro derrotaba a su pariente medo Astiages sin siquiera pelear. Los medos, llamados umanmanda por los mesopotámicos, quedaron englobados en el imperio persa desde ese momento. Los persas se extendieron hacia el oeste a costa de los elamitas, apoderándose de Anshan -la capital de Elam- a comienzos del siglo VII a.C., tal y como se conoce a través de la tradición persa, según la cual, ya desde la época de Teispes (675-640 a.C) Anshan estaba en su poder, pues se denominaban a sí mismos reyes de Anshan. Para vigilar su expansión, los elamitas establecieron una segunda capital en Hidalu, gobernada por un rey.
Con la llegada de Darío I algunos elamitas -Assina, Ummanish, Atamaita-, intentaron aprovechar la confusión producida por la guerra civil persa para sacudirse su dominio por medio de rebeliones efímeras, que fueron aplastadas rápidamente por el persa. Todas estas insurrecciones están relatadas en la famosa inscripción de Behistún, excavada en la roca para mayor gloria de Darío I, que la redactó en tres idiomas: persa, acadio y elamita. Con estos rebeldes decidimos acabar la historia política de Elam, si bien su cultura y su idioma aún perduraron. El elamita fue la lengua oficial del imperio persa y en ella se registraban los documentos de archivo. Desaparece del mundo escrito con los aqueménidas, pero seguirá hablándose por lo menos hasta el siglo X d.C., según el geógrafo árabe Istajri.
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