La historia de los Papas durante gran parte de la historia aconsejaba ser cuidadoso con el elegido, porque era hombre poderoso y en ocasiones más que el representante de Dios lo parecía del diablo.
Todo comenzó con la leyenda de la Papisa Juana, que narraba cómo una mujer había sido Papa durante unos años engañando a todos. De esto, surgió la liturgia de comprobar los atributos sexuales del papable, para comprobar que era un hombre.
El Papa se sentaba en una silla especial que tenía un agujero por el que colgaban, y nunca mejor dicho, los genitales del Papa. Entonces, otro alto cargo de la Iglesia comprobaba que aquello que pendía era lo que tenía que ser. No sé si lo comprobaba con los ojos o con las manos. Y entonces, si todo era correcto, el fedatario decía aquello de Duos habet et bene pendentes, es decir, “tiene dos y cuelgan bien”. A lo que todos respondían Deo Gratias.
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