El
Parlamento de las Religiones del Mundo, en su reunión de 1993 en
Chicago, consiguió que más de 8.000 personas pertenecientes a una amplia
variedad de religiones y comunidades espirituales firmaran una
declaración que planteaba la necesidad de apostar por una nueva ética
para el mundo.
El documento, denominado Principios de una ética mundial,
señala unos elementos éticos fundamentales, asumibles actualmente por
todas las religiones: la no-violencia, el respeto a toda vida, la
solidaridad, un orden económico justo, la tolerancia, un estilo de vida
honrado y veraz, y la igualdad y camaradería entre hombre y mujer. Los
líderes religiosos plantean en el texto la necesidad de dirigirse a
todos los hombres y mujeres, religiosos o no, para caminar unidos frente
a un panorama que hace cada vez más necesario olvidar las diferencias y
trabajar juntos.
«Cientos
de millones de personas, cada día más, padecen en nuestro planeta el
desempleo, la destrucción de las familias, la pobreza y el hambre. La
esperanza de una paz duradera entre los pueblos se desvanece
progresivamente. Las tensiones entre los sexos y las generaciones han
alcanzado dimensiones inquietantes. Los niños mueren, asesinan y son
asesinados. Cada vez se ven más Estados sacudidos por casos de
corrupción política y económica. La convivencia pacífica en nuestras
ciudades se hace más y más difícil por los conflictos sociales, raciales
y étnicos, por el abuso de la droga, por el crimen organizado, incluso
por la anarquía. Hasta los vecinos viven a menudo angustiados. Nuestro
planeta sigue siendo saqueado sin miramientos. Nos amenaza la quiebra de
los ecosistemas.»
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