Firma del Concordato entre España y la Santa Sede en 1953.
A
finales del siglo XVII y durante el siglo XVIII, algunos intelectuales y
políticos entendieron que la religión y el estado debían tomar caminos
distintos. Según ellos, la religión no debía influir en la política,
porque a lo largo de la historia los resultados de esta interrelación
habían sido negativos.
Esta
forma de entender la organización de los estados pudo ponerse en
práctica por primera vez tras las revoluciones norteamericana y
francesa, que desde 1791 garantizaban el derecho a la libertad religiosa
en Estados Unidos y Francia. Significaba que se permitía el culto de
cualquier religión, siempre y cuando esta respetase las leyes del país.
La misma idea se plasmó en las diferentes constituciones aprobadas en
otros países europeos tras la revolución francesa.
Pero
el derecho a la libertad religiosa significaba que ninguna religión
podía ser considerada oficial y que todas debían tener igual trato ante
la ley, por lo que la separación entre religión y política, entre
iglesia y estado, fue una consecuencia lógica.
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