En hebreo, tanto el árbol como el fruto reciben el mismo
nombre («shaqed»). Se deriva de una raíz que significa «apresurarse», y
que se ajusta mucho a su naturaleza, porque es el primer árbol en
florecer, como precursor de la primavera. Este significado queda
confirmado por el profeta Jeremías (Jer. 1:11, 12). El profeta vio un
almendro, y Jehová le dijo: «Bien has dicho, porque yo apresuro mi
palabra para ponerla por obra.» Las copas del candelabro de oro debían
ser hechas en forma de flor de almendro (Éx. 25:33, 34; 37:19, 20). La
vara de Aarón brotó, y dio flores y almendras en una noche (Nm. 17:8),
hermoso tipo de la salida del Señor Jesús de Su tumba, perfecto para
cumplir Sus funciones sacerdotales. En Eclesiastés, donde parece que
todo está deteriorándose (Ec. 12), en lugar de la traducción «florecerá
el almendro», puede traducirse «el almendro será menospreciado»; otros
vierten, «causará rechazo»; otros prefieren comparar el almendro al
cabello encanecido de un anciano que se apresura a la tumba.
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