Nació en Bonn, probablemente el 16 de diciembre de 1770; murió en Viena el 26 de marzo de 1827. Nunca se ha podido afirmar con certeza la fecha exacta de su nacimiento, pero se deduce a partir del hecho de que el libro bautismal de su parroquia da el 17 de diciembre como la fecha de su bautismo, y en los países católicos era costumbre bautizar a los niños el día siguiente a su nacimiento.
El padre de Beethoven fue cantante tenor en la capilla de la corte del príncipe-arzobispo de Colonia, donde su abuelo, oriundo de Holanda, tuvo durante algunos años el puesto de director musical. Así, fue criado desde su más tierna infancia en un ambiente musical. Mientras su progenitor era riguroso y no siempre razonable en la imposición de disciplina al joven genio, la madre a menudo era demasiado condescendiente con él, hecho que puede explicar algunos de los rasgos de su carácter que desarrolló posteriormente.
A la edad de cinco años su padre comenzó a enseñarle a tocar el violín, y a los ocho, el director de orquesta Pfeifer se hizo cargo de su formación como pianista; mientras el organista de la corte, Van den Eden, y su sucesor, Christian Gottlob Neefe, le instruían en el arte del órgano, la armonía y la composición. Hizo tan rápido progreso como pianista, que al cabo de pocos años podía interpretar el “Clavicordio bien temperado” de Bach e improvisar con estilo magistral. A la edad de trece años produjo sus primeras composiciones, una serie de seis sonatas. Más tarde, él mismo repudió y destruyó éstas y algunas otras producciones tempranas. A los quince años, el joven Beethoven había llegado a ser ayudante del organista de la corte del elector Maximiliano, quien le brindó la oportunidad de visitar Viena. Una corta estancia en la ciudad imperial le sirvió al buen propósito de hacerle percibir la imperfección de su educación musical así como general. Pocos años después, en 1792, su mecenas le envió de nuevo a Viena con el plan declarado de que estudiara con Joseph Haydn; pero el aprendizaje con este maestro no tuvo larga continuidad temporal ni metodológica, debido a la drástica diferencia de carácter entre ambos personajes.
Beethoven pronto se abrió camino hasta el gran contrapuntista Albrechtberger, bajo cuya orientación y el estudio privado del tratado de teoría y contrapunto “Gradus ad Parnassum” de J. J. Fux, adquirió la solidez y libertad de estilo que pronto le granjearon la admiración del mundo musical. El estudio asiduo de las obras de Haendel, Haydn y Mozart completó lo que Bach había comenzado para él en el dominio creativo. El mecenazgo de su protector, el elector Maximiliano, hermano de José II, así como sus extraordinarias dotes de intérprete e improvisador, le sirvieron para asegurarle, en un lapso relativamente corto, una posición destacada en el mundo social y artístico de Viena. El archiduque Rodolfo, posteriormente cardenal, se hizo alumno y amigo suyo de por vida, en tanto que numerosos nobles melómanos patrocinaban su trabajo. Por entonces, atraía la atención como compositor no sólo en Austria y Alemania, sino en todo el mundo. Su posición en la vida en ese momento era probablemente más agradable y amena que la de ningún contemporáneo o maestro precedente. Podía vivir con relativo desahogo sin necesidad de aceptar un compromiso fijo o de ejercer la enseñanza regularmente; era muy solicitado como profesor, pero él profesaba una aversión intensa hacia la docencia. Sus producciones de tal período, aunque tienen cada vez más el sello de su individualidad, todavía reflejan la influencia y estilo de sus contemporáneos Mozart y Haydn. El éxito que éstos habían alcanzado con sus oratorios, más que la noción de la sublimidad del asunto, fue, posiblemente, lo que animó a Beethoven a emprender la composición de una obra en esta forma, su “ Cristo en el Monte de los Olivos”. Es bien sabido que al cabo de los años se arrepintió de haberla publicado. Estaba particularmente insatisfecho con el tratamiento que había concedido al papel de Cristo. Todavía no había llegado al apogeo de su talento, ni siquiera superaba la media común de su somero entorno.
Cuando Beethoven contaba unos treinta años, contrajo un catarro que comenzó a desmejorar su sentido auditivo y que, por un tratamiento negligente unido a su vida descuidada y desordenada, degeneró en una sordera casi total. Este padecimiento estaba destinado a causar un impacto trascendental en su vida, y a determinar en grado sumo el carácter de todas sus producciones. Verse impedido en gran medida del trato social que siempre había procurado por requerimiento de su generosa naturaleza, junto con su incapacidad para oír incluso sus propias creaciones, fue el destino que le afligió hasta el final de sus días. El aislamiento y la pesadumbre producidos por su dolencia, el engaño por parte de las personas en quienes había confiado, y los extravíos del sobrino a quien había adoptado, quien le involucraba en todo tipo de problemas económicos, le provocaron períodos de depresión que casi rayaban en la desesperación. A sus cada vez más numerosas desgracias se añadieron la hipersensibilidad, irritabilidad y desconfianza hacia casi todos aquellos con quienes se veía obligado a tratar. El deterioro general de su salud evolucionó en hidropesía. En las últimas etapas de su enfermedad, fue operado cuatro veces sin que ello le aliviase; pero, aun atravesando tal período de pruebas, nunca dejó de componer. Hasta en su lecho de muerte compuso una nueva sinfonía. Falleció durante una tremenda tormenta de granizo, tras haber recibido devotamente los últimos sacramentos.
Beethoven nos legó unas 135 obras; entre ellas música de cámara de todo tipo, 9 sinfonías, 1 oratorio, 1 ópera y 2 Misas. La mayoría de estas creaciones deben ser clasificadas entre las más sublimes composiciones musicales que haya producido la mente humana. En Beethoven halla culminación la música instrumental, vehículo del subjetivismo por excelencia, tras un desarrollo gradual que se extendió durante casi tres siglos. En sus manos se convierta en la voz más poderosa del Zeitgeist en boga. Viviendo en una era y en un clima de liberalismo religioso, cuando el panteísmo hegeliano impregnaba la literatura contemporánea, especialmente la ficción y la poesía de Goethe, no se pudo sustraer a tan ofuscadora influencia. Su afirmación de que “la perfección y la religión son asuntos indiscutibles” da idea tanto del espíritu de su tiempo como de su propia actitud; también explica aquella otra frase de que “la música debe arrancar fuego de la mente del hombre”.
Se ha señalado que en la mayoría de sus obras instrumentales, no menos que en su ópera “Fidelio” y en la Novena Sinfonía, el último final que se cierra con un coro final sobre la “Oda a la Alegría” de Schiller, Beethoven revela y representa la lucha interior contra y victoria triunfal sobre la duda. Sus dos Misas comportan el mismo carácter subjetivo: son magnas obras de arte sacro, pero deben considerarse aparte del servicio litúrgico, al cual no se sujetan. Mientras la primera y más corta en Do mayor, encargada por el príncipe Estherhazy, no excede en longitud y forma a los cánones de su época y contiene pasajes de excepcional devoción y belleza; considerada como un todo, resulta, no obstante, de expresión demasiado individual y violenta como para ser aceptada para uso litúrgico. Esto es cierto en mayor grado para su “Misa Solemne” en Re mayor, en cuya composición trabajó durante casi dos años. Esta obra monumental fue concebida como una catedral de San Esteban en tonos. Su excesiva longitud y los numerosos recursos necesarios para interpretarla adecuadamente ---orquesta, órgano, solistas, cuarteto y un gran coro, junto con la resistencia casi sobrehumana que exige a los sopranos y tenores – son por ellos solos razón suficiente para excluirla del servicio litúrgico. En una sala de conciertos, interpretada bajo condiciones adecuadas, resulta en una poderosa profesión de fe en un Dios personal por uno de los más grandes genios de todos los tiempos, quien la compuso en medio de la creciente incredulidad y la inminente descomposición moral y espiritual de su época.
Bibliografía: SCHINDLER y MOSCHELES, Life of Beethoven (Londres, 1841); WEGELER V. RIES, Biograph. Notizen über L. van Beethoven Leben u. Schaffen (Berlín, 1875); Beethovens Briefe (Viena y Leipzig, 1911); THAYER-DEITERS-RIEMANN, Ludwig van Beethovens Leben (Leipzig, 1911); AMBOS, Cultur-histor. Bilder aus dem Musikleben der Gegenvart, Das etische u. religöse Moment in Beethoven (Leipzig, 1860).
Fuente: Otten, Joseph. "Ludwig Van Beethoven." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/15265b.htm>.
Traducido por José Benito Freijanes Martínez. rc
Selección de imágenes: José Gálvez Krüger
Enlaces externos
[1]Oda a la alegría.
[2] Claro de luna.
[3] Para Elisa.
[4] Primera Sinfonía.
[5] Segunda Sinfonía.
[6] Tercera Sinfonía.
[7] Quinta Sinfonía.
[8] Sexta Sinfonía.
[9] Séptima Sinfonía.
[10] Octava Sinfonía.
[11] Novena Sinfonía.
Selección de José Gálvez Krüger
El padre de Beethoven fue cantante tenor en la capilla de la corte del príncipe-arzobispo de Colonia, donde su abuelo, oriundo de Holanda, tuvo durante algunos años el puesto de director musical. Así, fue criado desde su más tierna infancia en un ambiente musical. Mientras su progenitor era riguroso y no siempre razonable en la imposición de disciplina al joven genio, la madre a menudo era demasiado condescendiente con él, hecho que puede explicar algunos de los rasgos de su carácter que desarrolló posteriormente.
A la edad de cinco años su padre comenzó a enseñarle a tocar el violín, y a los ocho, el director de orquesta Pfeifer se hizo cargo de su formación como pianista; mientras el organista de la corte, Van den Eden, y su sucesor, Christian Gottlob Neefe, le instruían en el arte del órgano, la armonía y la composición. Hizo tan rápido progreso como pianista, que al cabo de pocos años podía interpretar el “Clavicordio bien temperado” de Bach e improvisar con estilo magistral. A la edad de trece años produjo sus primeras composiciones, una serie de seis sonatas. Más tarde, él mismo repudió y destruyó éstas y algunas otras producciones tempranas. A los quince años, el joven Beethoven había llegado a ser ayudante del organista de la corte del elector Maximiliano, quien le brindó la oportunidad de visitar Viena. Una corta estancia en la ciudad imperial le sirvió al buen propósito de hacerle percibir la imperfección de su educación musical así como general. Pocos años después, en 1792, su mecenas le envió de nuevo a Viena con el plan declarado de que estudiara con Joseph Haydn; pero el aprendizaje con este maestro no tuvo larga continuidad temporal ni metodológica, debido a la drástica diferencia de carácter entre ambos personajes.
Beethoven pronto se abrió camino hasta el gran contrapuntista Albrechtberger, bajo cuya orientación y el estudio privado del tratado de teoría y contrapunto “Gradus ad Parnassum” de J. J. Fux, adquirió la solidez y libertad de estilo que pronto le granjearon la admiración del mundo musical. El estudio asiduo de las obras de Haendel, Haydn y Mozart completó lo que Bach había comenzado para él en el dominio creativo. El mecenazgo de su protector, el elector Maximiliano, hermano de José II, así como sus extraordinarias dotes de intérprete e improvisador, le sirvieron para asegurarle, en un lapso relativamente corto, una posición destacada en el mundo social y artístico de Viena. El archiduque Rodolfo, posteriormente cardenal, se hizo alumno y amigo suyo de por vida, en tanto que numerosos nobles melómanos patrocinaban su trabajo. Por entonces, atraía la atención como compositor no sólo en Austria y Alemania, sino en todo el mundo. Su posición en la vida en ese momento era probablemente más agradable y amena que la de ningún contemporáneo o maestro precedente. Podía vivir con relativo desahogo sin necesidad de aceptar un compromiso fijo o de ejercer la enseñanza regularmente; era muy solicitado como profesor, pero él profesaba una aversión intensa hacia la docencia. Sus producciones de tal período, aunque tienen cada vez más el sello de su individualidad, todavía reflejan la influencia y estilo de sus contemporáneos Mozart y Haydn. El éxito que éstos habían alcanzado con sus oratorios, más que la noción de la sublimidad del asunto, fue, posiblemente, lo que animó a Beethoven a emprender la composición de una obra en esta forma, su “ Cristo en el Monte de los Olivos”. Es bien sabido que al cabo de los años se arrepintió de haberla publicado. Estaba particularmente insatisfecho con el tratamiento que había concedido al papel de Cristo. Todavía no había llegado al apogeo de su talento, ni siquiera superaba la media común de su somero entorno.
Cuando Beethoven contaba unos treinta años, contrajo un catarro que comenzó a desmejorar su sentido auditivo y que, por un tratamiento negligente unido a su vida descuidada y desordenada, degeneró en una sordera casi total. Este padecimiento estaba destinado a causar un impacto trascendental en su vida, y a determinar en grado sumo el carácter de todas sus producciones. Verse impedido en gran medida del trato social que siempre había procurado por requerimiento de su generosa naturaleza, junto con su incapacidad para oír incluso sus propias creaciones, fue el destino que le afligió hasta el final de sus días. El aislamiento y la pesadumbre producidos por su dolencia, el engaño por parte de las personas en quienes había confiado, y los extravíos del sobrino a quien había adoptado, quien le involucraba en todo tipo de problemas económicos, le provocaron períodos de depresión que casi rayaban en la desesperación. A sus cada vez más numerosas desgracias se añadieron la hipersensibilidad, irritabilidad y desconfianza hacia casi todos aquellos con quienes se veía obligado a tratar. El deterioro general de su salud evolucionó en hidropesía. En las últimas etapas de su enfermedad, fue operado cuatro veces sin que ello le aliviase; pero, aun atravesando tal período de pruebas, nunca dejó de componer. Hasta en su lecho de muerte compuso una nueva sinfonía. Falleció durante una tremenda tormenta de granizo, tras haber recibido devotamente los últimos sacramentos.
Beethoven nos legó unas 135 obras; entre ellas música de cámara de todo tipo, 9 sinfonías, 1 oratorio, 1 ópera y 2 Misas. La mayoría de estas creaciones deben ser clasificadas entre las más sublimes composiciones musicales que haya producido la mente humana. En Beethoven halla culminación la música instrumental, vehículo del subjetivismo por excelencia, tras un desarrollo gradual que se extendió durante casi tres siglos. En sus manos se convierta en la voz más poderosa del Zeitgeist en boga. Viviendo en una era y en un clima de liberalismo religioso, cuando el panteísmo hegeliano impregnaba la literatura contemporánea, especialmente la ficción y la poesía de Goethe, no se pudo sustraer a tan ofuscadora influencia. Su afirmación de que “la perfección y la religión son asuntos indiscutibles” da idea tanto del espíritu de su tiempo como de su propia actitud; también explica aquella otra frase de que “la música debe arrancar fuego de la mente del hombre”.
Se ha señalado que en la mayoría de sus obras instrumentales, no menos que en su ópera “Fidelio” y en la Novena Sinfonía, el último final que se cierra con un coro final sobre la “Oda a la Alegría” de Schiller, Beethoven revela y representa la lucha interior contra y victoria triunfal sobre la duda. Sus dos Misas comportan el mismo carácter subjetivo: son magnas obras de arte sacro, pero deben considerarse aparte del servicio litúrgico, al cual no se sujetan. Mientras la primera y más corta en Do mayor, encargada por el príncipe Estherhazy, no excede en longitud y forma a los cánones de su época y contiene pasajes de excepcional devoción y belleza; considerada como un todo, resulta, no obstante, de expresión demasiado individual y violenta como para ser aceptada para uso litúrgico. Esto es cierto en mayor grado para su “Misa Solemne” en Re mayor, en cuya composición trabajó durante casi dos años. Esta obra monumental fue concebida como una catedral de San Esteban en tonos. Su excesiva longitud y los numerosos recursos necesarios para interpretarla adecuadamente ---orquesta, órgano, solistas, cuarteto y un gran coro, junto con la resistencia casi sobrehumana que exige a los sopranos y tenores – son por ellos solos razón suficiente para excluirla del servicio litúrgico. En una sala de conciertos, interpretada bajo condiciones adecuadas, resulta en una poderosa profesión de fe en un Dios personal por uno de los más grandes genios de todos los tiempos, quien la compuso en medio de la creciente incredulidad y la inminente descomposición moral y espiritual de su época.
Bibliografía: SCHINDLER y MOSCHELES, Life of Beethoven (Londres, 1841); WEGELER V. RIES, Biograph. Notizen über L. van Beethoven Leben u. Schaffen (Berlín, 1875); Beethovens Briefe (Viena y Leipzig, 1911); THAYER-DEITERS-RIEMANN, Ludwig van Beethovens Leben (Leipzig, 1911); AMBOS, Cultur-histor. Bilder aus dem Musikleben der Gegenvart, Das etische u. religöse Moment in Beethoven (Leipzig, 1860).
Fuente: Otten, Joseph. "Ludwig Van Beethoven." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/15265b.htm>.
Traducido por José Benito Freijanes Martínez. rc
Selección de imágenes: José Gálvez Krüger
Enlaces externos
[1]Oda a la alegría.
[2] Claro de luna.
[3] Para Elisa.
[4] Primera Sinfonía.
[5] Segunda Sinfonía.
[6] Tercera Sinfonía.
[7] Quinta Sinfonía.
[8] Sexta Sinfonía.
[9] Séptima Sinfonía.
[10] Octava Sinfonía.
[11] Novena Sinfonía.
Selección de José Gálvez Krüger
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