A diferencia de Juan Bautista (Lc 1,13), Jesús bebía vino (Mt 11,19; Lc 7,33): mientras el esposo esté presente es tiempo de fiesta (Mc 2,18-20 par.).
El vino nuevo simboliza la novedad que trae Jesús (Mc 2, 22 par.), que es incompatible con lo antiguo, con lo que ha sido válido hasta su día: “Nadie echa vino nuevo en odres viejos; si no, el vino reventará los odres y se pierden el vino y los odres. No, a vino nuevo, odres nuevos.” En Lc 5,39 se reconoce la dificultad de adaptarse a la nueva realidad: “Nadie, acostumbrado al de siempre, quiere uno nuevo, porque dice: “Bueno está el de siempre.”
Lo mismo que el perfume, el vino como símbolo del amor entre el esposo y la esposa tiene sus raíces en el Cantar (Cant 1,2: “Son mejores que el vino de tus amores”, en paralelo con los perfumes; 7,10: “Tu boca es vino generoso”; 8,2: “Te daría a beber vino aromado”, etc.). Aparece este simbolismo en la escena de Caná (Jn 2,1-11), donde el vino, símbolo del amor, representa el Espíritu, que será dado en la hora de la muerte de Jesús (Jn 2,4: “mi hora”).
En los relatos de la Cena, el término “vino” no aparece ni en los sinópticos ni en Pablo. De todos modos, es obvio que la copa que reparte Jesús contenía vino, como se deduce de la perífrasis “el fruto de la vid” (Mc 14,25 par.). La copa o su contenido el vino, que simbolizan el derramamiento de la sangre de Jesús, denotan también su amor, que no se desdice ni ante la muerte.
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