En su Instrucción sobre la música sacra, comúnmente conocida como Motu Proprio (22 de noviembre de 1903), Pío X dice (núm. 3): “Hay que hacer esfuerzos especiales por restaurar el uso del canto gregoriano por el pueblo, de forma que los fieles puedan volver a participar de forma más activa en los oficios eclesiásticos, como sucedía en tiempos antiguos”. Estas palabras sugieren un breve tratamiento del canto
por la congregación respecto a (a) su uso antiguo, (b) su prohibición
formal y decadencia gradual, (c) su actual recuperación, (d) el carácter
que tal reavivamiento puede asumir.
(a) El primer testimonio lo encontramos en la Epístola de San Pablo a los Efesios (5,19): “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. El cardenal Bona ve en estas palabras un testigo del hecho que “desde los mismos comienzos de la Iglesia, se cantaban salmos e himnos en la asamblea de los fieles”, y entiende que se refieren a un canto alternado (mutuo et alterno cantu). McEvilly, en su “Comentario”, los aplica a las reuniones públicas y privadas. San Agustín (Ep. CXIX, cap. XVIII) dice: “En cuanto al canto de salmos e himnos, tenemos las pruebas, los ejemplos y las instrucciones de Dios mismo y de los Apóstoles”. (Cf. también Col. 3,16; 1 Cor. 14,26.). En el antiguo canto de la congregación tomaban parte ambos sexos; las palabras de San Pablo que imponían silencio a las mujeres en la iglesia se interpreta como que se refieren sólo a la exhortación o a la instrucción. Duchesne describe como el primer culto de los cristianos era paralelo, no al del Templo de los judíos en Jerusalén, sino al de las sinagogas locales; los cristianos tomaron prestados de allí los cuatro elementos del servicio divino: las lecturas, los cantos (del salterio), las homilías y las oraciones. Al tratar la liturgia siria del siglo IV, traza un retrato compuesto a partir del vigésimo tercer discurso catequético de San Cirilo de Jerusalén (cerca del año 347), las Constituciones Apostólicas (II, 57; VIII, 5-15) y las homilías de San Juan Crisóstomo, y describe el servicio divino (Christian Worship: Its Origin and Evolution, Londres, 1903, p. 57-64), y muestra incidentalmente la parte que la congregación desempeñaba en el canto.
(b) Un concilio celebrado en Laodicea en el siglo IV decretó (can. XV) que “además de los cantores designados, que suben al ambón y cantan siguiendo el libro, nadie más debe cantar en la Iglesia”. El cardenal Bona (Rerum Liturg., libro I, cap. XXV, sec. 19) explica que este canon fue emitido porque las toscas voces del pueblo interferían con la decorosa interpretación del canto. El decreto no fue aceptado en todas partes, como muestra Bona. En lo que respecta a Francia, destaca asimismo que la costumbre del canto popular (de la congregación) cesó pocos años después de Cesáreo; pues el segundo sínodo de Tours decretó “que los laicos, tanto en las vigilias como en las Misas, no deben tomarse la libertad de acompañar al clérigos junto al altar donde se celebran los Sagrados Misterios, y que el presbiterio ha de estar reservado para los coros de clérigos cantores”. Acerca de esto Sala señala (nº 4) que “esta costumbre todavía prevalece, sin embargo, en la Iglesia Oriental; y en muchas partes de la Iglesia Occidental, muy alejadas de las ciudades y por lo tanto perseverantes en las viejas costumbres y menos influidas por las más recientes, el pueblo aprende el canto eclesiástico y lo canta junto con el clero”. Muchas causas, sin duda, se combinaron para producir el lamentable silencio actual de nuestras congregaciones, entre las cuales la principal fue, probablemente, la que menciona Bona como origen del decreto del Concilio de Laodicea. Que la causa no fue, según opina Dickinson, “el constante progreso del ritualismo y el crecimiento de las ideas sacerdotales”, que “inevitablemente despojaron al pueblo de cualquier iniciativa en el culto, y concentró los oficios de devoción pública, incluido el canto, en manos del clero” (Music in the History of the Western Church, New York, 1902, p. 48), puede deducirse de los esfuerzos de la autoridad eclesiástica por restaurar la antigua costumbre del canto por la congregación, como veremos a continuación (c).
(c) El Segundo Concilio Plenario de Baltimore (1866) expresó (nº 380) su fervoroso deseo de que los rudimentos del canto gregoriano sean enseñados en las escuelas parroquiales para que “habiendo aumentado cada vez más el número de los que pueden interpretar bien este canto, por lo menos, la mayoría de la gente pueda gradualmente aprenda a cantar las vísperas y otros cantos similares junto con los ministros de culto y el coro, de acuerdo con el hábito que todavía existe en algunos lugares de la Iglesia Primitiva”. El Tercer Concilio Plenario de Baltimore (1884) repite (nº 119) las palabras del Segundo Concilio, con el prefacio denuo confirmemmus.
(d) Las palabras de los citados concilios y del Papa implican una restauración del canto congregacional a través de la enseñanza del canto gregoriano, y por tanto se refieren claramente a los oficios estrictamente litúrgicos como la Misa solemne o mayor, las vísperas, la bendición (después del comienzo del Tantum Ergo). El canto por la congregación en la Misa rezada y en otros servicios de la Iglesia, no estrictamente “litúrgicos” en su carácter ceremonial, ha perdurado siempre, en mayor o menor grado, en nuestras iglesias. En lo que respecta a los servicios estrictamente litúrgicos, se espera de la congregación que esté lo suficientemente instruida para cantar, además de los responsorios al celebrante (especialmente los del prefacio), el ordinario (es decir, el Kirie Eleison, el Gloria, el Credo, el Sanctus, el Benedictus, el Agnus Dei) de la Misa en canto llano; y que deje al coro el introito, el gradual o tracto, secuencia (si la hay), el ofertorio y Comunión; los salmos e himnos en vísperas, dejando al coro las antífonas. El canto también puede realizarse con la alternancia de la congregación y el coro. Perosi realizó un fuerte llamado al congreso musical de Padua (junio del 1907) para que la congregación cante el Credo (cf. Civiltà Cattolica, 6 de julio de 1907). (Vea coro (grupo de cantantes), música eclesiástica, canto litúrgico, canto llano, canto gregoriano).
Bibliografía: WAGNER, Origine et Developpement du Chant Liturgigue, tr. BOUR (Tournai, 1904). 14 ss. Da un buen resumen de la historia del primer canto congregacional. Dos artículos en la Revista Eclesiástica Americana (julio 1892, 19-29, y agosto de 1892, 120-133) da la historia, referencias, límites del canto vernáculo y métodos de adiestramiento. Vea también Manual Church Music (trimestral) (dic. De 1905), 21-33 for methods; also DICKINSON, Music in the History of the Western Church, 223, 242, 376 for congregational singing in Protestant churches.
Fuente: Henry, Hugh. "Congregational Singing." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/04241a.htm>.
Traducido por Eva Moreda. rc
(a) El primer testimonio lo encontramos en la Epístola de San Pablo a los Efesios (5,19): “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. El cardenal Bona ve en estas palabras un testigo del hecho que “desde los mismos comienzos de la Iglesia, se cantaban salmos e himnos en la asamblea de los fieles”, y entiende que se refieren a un canto alternado (mutuo et alterno cantu). McEvilly, en su “Comentario”, los aplica a las reuniones públicas y privadas. San Agustín (Ep. CXIX, cap. XVIII) dice: “En cuanto al canto de salmos e himnos, tenemos las pruebas, los ejemplos y las instrucciones de Dios mismo y de los Apóstoles”. (Cf. también Col. 3,16; 1 Cor. 14,26.). En el antiguo canto de la congregación tomaban parte ambos sexos; las palabras de San Pablo que imponían silencio a las mujeres en la iglesia se interpreta como que se refieren sólo a la exhortación o a la instrucción. Duchesne describe como el primer culto de los cristianos era paralelo, no al del Templo de los judíos en Jerusalén, sino al de las sinagogas locales; los cristianos tomaron prestados de allí los cuatro elementos del servicio divino: las lecturas, los cantos (del salterio), las homilías y las oraciones. Al tratar la liturgia siria del siglo IV, traza un retrato compuesto a partir del vigésimo tercer discurso catequético de San Cirilo de Jerusalén (cerca del año 347), las Constituciones Apostólicas (II, 57; VIII, 5-15) y las homilías de San Juan Crisóstomo, y describe el servicio divino (Christian Worship: Its Origin and Evolution, Londres, 1903, p. 57-64), y muestra incidentalmente la parte que la congregación desempeñaba en el canto.
(b) Un concilio celebrado en Laodicea en el siglo IV decretó (can. XV) que “además de los cantores designados, que suben al ambón y cantan siguiendo el libro, nadie más debe cantar en la Iglesia”. El cardenal Bona (Rerum Liturg., libro I, cap. XXV, sec. 19) explica que este canon fue emitido porque las toscas voces del pueblo interferían con la decorosa interpretación del canto. El decreto no fue aceptado en todas partes, como muestra Bona. En lo que respecta a Francia, destaca asimismo que la costumbre del canto popular (de la congregación) cesó pocos años después de Cesáreo; pues el segundo sínodo de Tours decretó “que los laicos, tanto en las vigilias como en las Misas, no deben tomarse la libertad de acompañar al clérigos junto al altar donde se celebran los Sagrados Misterios, y que el presbiterio ha de estar reservado para los coros de clérigos cantores”. Acerca de esto Sala señala (nº 4) que “esta costumbre todavía prevalece, sin embargo, en la Iglesia Oriental; y en muchas partes de la Iglesia Occidental, muy alejadas de las ciudades y por lo tanto perseverantes en las viejas costumbres y menos influidas por las más recientes, el pueblo aprende el canto eclesiástico y lo canta junto con el clero”. Muchas causas, sin duda, se combinaron para producir el lamentable silencio actual de nuestras congregaciones, entre las cuales la principal fue, probablemente, la que menciona Bona como origen del decreto del Concilio de Laodicea. Que la causa no fue, según opina Dickinson, “el constante progreso del ritualismo y el crecimiento de las ideas sacerdotales”, que “inevitablemente despojaron al pueblo de cualquier iniciativa en el culto, y concentró los oficios de devoción pública, incluido el canto, en manos del clero” (Music in the History of the Western Church, New York, 1902, p. 48), puede deducirse de los esfuerzos de la autoridad eclesiástica por restaurar la antigua costumbre del canto por la congregación, como veremos a continuación (c).
(c) El Segundo Concilio Plenario de Baltimore (1866) expresó (nº 380) su fervoroso deseo de que los rudimentos del canto gregoriano sean enseñados en las escuelas parroquiales para que “habiendo aumentado cada vez más el número de los que pueden interpretar bien este canto, por lo menos, la mayoría de la gente pueda gradualmente aprenda a cantar las vísperas y otros cantos similares junto con los ministros de culto y el coro, de acuerdo con el hábito que todavía existe en algunos lugares de la Iglesia Primitiva”. El Tercer Concilio Plenario de Baltimore (1884) repite (nº 119) las palabras del Segundo Concilio, con el prefacio denuo confirmemmus.
(d) Las palabras de los citados concilios y del Papa implican una restauración del canto congregacional a través de la enseñanza del canto gregoriano, y por tanto se refieren claramente a los oficios estrictamente litúrgicos como la Misa solemne o mayor, las vísperas, la bendición (después del comienzo del Tantum Ergo). El canto por la congregación en la Misa rezada y en otros servicios de la Iglesia, no estrictamente “litúrgicos” en su carácter ceremonial, ha perdurado siempre, en mayor o menor grado, en nuestras iglesias. En lo que respecta a los servicios estrictamente litúrgicos, se espera de la congregación que esté lo suficientemente instruida para cantar, además de los responsorios al celebrante (especialmente los del prefacio), el ordinario (es decir, el Kirie Eleison, el Gloria, el Credo, el Sanctus, el Benedictus, el Agnus Dei) de la Misa en canto llano; y que deje al coro el introito, el gradual o tracto, secuencia (si la hay), el ofertorio y Comunión; los salmos e himnos en vísperas, dejando al coro las antífonas. El canto también puede realizarse con la alternancia de la congregación y el coro. Perosi realizó un fuerte llamado al congreso musical de Padua (junio del 1907) para que la congregación cante el Credo (cf. Civiltà Cattolica, 6 de julio de 1907). (Vea coro (grupo de cantantes), música eclesiástica, canto litúrgico, canto llano, canto gregoriano).
Bibliografía: WAGNER, Origine et Developpement du Chant Liturgigue, tr. BOUR (Tournai, 1904). 14 ss. Da un buen resumen de la historia del primer canto congregacional. Dos artículos en la Revista Eclesiástica Americana (julio 1892, 19-29, y agosto de 1892, 120-133) da la historia, referencias, límites del canto vernáculo y métodos de adiestramiento. Vea también Manual Church Music (trimestral) (dic. De 1905), 21-33 for methods; also DICKINSON, Music in the History of the Western Church, 223, 242, 376 for congregational singing in Protestant churches.
Fuente: Henry, Hugh. "Congregational Singing." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/04241a.htm>.
Traducido por Eva Moreda. rc
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