¿Qué no se hará por amor? A lo largo
de la historia, los hombres, y también las mujeres, han sido capaces de lo peor
y de lo mejor, para conseguir a aquél o aquella a la que adoraban, aunque para ello tuviesen que desencadenarse contiendas, mediar asesinatos y
otras lindezas por el estilo.
Y dentro de los que no paraban en
mientes para hacerse con la mujer que le gustaba, muy bien puede incluirse a Enrique VIII de Inglaterra, que "disfrutó" de
seis esposas y que para casarse con la segunda, no dudó en romper con Roma y dar origen al anglicanismo.
Enrique VIII era un hombre
apasionado, cultísimo, exquisitamente educado y de complexión fuerte y atlética.
No estaba destinado al trono, pues era el segundo en la línea de sucesión de
los Tudor. Por delante de él estaba el heredero, Arturo, casado con una hija de
los Reyes Católicos, Catalina. Parece que estaba en su ánimo hacerse sacerdote,
pero a la muerte de su hermano se convirtió en el heredero y subió al trono en 1509, al fallecer su
padre. Además del
trono, Enrique heredó también a la viuda de su hermano y se casó con ella.
trono, Enrique heredó también a la viuda de su hermano y se casó con ella.
Al producirse la Reforma
protestante, el ya rey inglés escribió un tratado refutando las tesis luteranas
y salió en defensa del papado lo que le valió el título de "defensor de la
fe", pero hete aquí que en su vida se cruzó una dama noble, Ana Bolena, que iba a
trastocar la historia entera de Inglaterra.
Ana tuvo una habilidad especial para
hacerse valer. Comprendió que si se plegaba a los deseos del rey, que parece se
enamoró de ella en cuanto la vio, no pasaría de ser la concubina real y ese
papel no le agradaba en absoluto. Sólo sería suya cuando la llevase al altar, pero
por en medio estaba Catalina, la esposa real.
Enrique y Catalina tuvieron varios
hijos, pero sólo sobrevivió una niña, María, e Inglaterra se quedó sin heredero
varón. Ahí encontró un buen argumento el rey para solicitar el divorcio, reforzando su petición al papado con que el matrimonio podía ser irregular ya
que Catalina fue
esposa de su hermano. Pero el Papa temía enfrentarse con Carlos I si concedía el divorcio pues
Catalina era tía suya, y desestimó la petición. Enrique comenzó a inquietarse buscando una legalidad que le permitiese llevar a buen término sus amores con la Bolena.
esposa de su hermano. Pero el Papa temía enfrentarse con Carlos I si concedía el divorcio pues
Catalina era tía suya, y desestimó la petición. Enrique comenzó a inquietarse buscando una legalidad que le permitiese llevar a buen término sus amores con la Bolena.
Recabó la ayuda de su canciller, Tomás
Moro, un hombre íntegro que jamás traicionó sus principios y de Juan Fisher, cardenal y amigo personal del monarca, pero en ninguno
de los dos
encontró el apoyo que reclamaba. Entonces Enrique tomó una decisión drástica: rompió con Roma y se proclamó jefe de la Iglesia de que ratificaba esta decisión real y el arzobispo de Canterbury, Thomas Krammer, anuló el matrimonio de Enrique y Catalina.
encontró el apoyo que reclamaba. Entonces Enrique tomó una decisión drástica: rompió con Roma y se proclamó jefe de la Iglesia de que ratificaba esta decisión real y el arzobispo de Canterbury, Thomas Krammer, anuló el matrimonio de Enrique y Catalina.
Ana y Enrique se casaron, mientras
que los que se oponían a esta medida fueron todos ejecutados. Moro, Fisher y algunos religiosos de la Cartuja de Londres, cayeron
en el patíbulo.
Los nobles y burgueses se vieron beneficiados por la confiscación de los bienes eclesiásticos y no dudaron en ponerse al lado del rey. El cisma de la Iglesia en Inglaterra se había consumado.
Aquella relación apasionada no iba
a tener un final feliz. Ana, "la de los mil días", sólo disfrutó
brevemente de su nueva situación. Tuvo una hija, Isabel, con lo que problema dinástico
seguía igual y el rey se había ya fijado en una dama de compañía de su actual
esposa: Jane Seymour. Ana fue acusada de adulterio y condenada a morir. El juicio
estuvo plagado de irregularidades y mentiras. Se dijo que había mantenido
relaciones incestuosas con su hermano y en el jurado que la condenó se
encontraba su propio padre. Aquella mujer que desencadenó la tormenta religiosa
en Inglaterra, que causó la muerte de los opositores a su matrimonio, caía bajo
el hacha del verdugo.
Jane Seymour le dio un hijo a Enrique
VIII, el deseado varón que se convertiría en heredero, el futuro Eduardo VI y
murió en el parto. Su paso por la vida y por la historia fue corto y tal vez
fue mejor así, a tenor de lo que sucedería después.
Ana de Cleves fue la cuarta esposa.
Fue un matrimonio de conveniencia, de estado, pero parece que cuando ambos
conyuges se vieron no se gustaron en absoluto. Parece que en año que vivieron juntos ni siquiera llegaron a consumar el matrimonio, y después de
este tiempo, se divorciaron.
Pero como el corazón de Enrique
padecía una imperiosa necesidad de estar siempre ocupado, la siguiente en la
lista fue Catalina Howard, una hermosa mujer mucho más joven que el rey galán. También
fue condenada por adulterio, ésta parece que con cierto fundamento real, y ejecutada. Afrontó su destino con un singular estoicismo. El día antes
de su ejecución, mandó venir al verdugo y ensayó con él cómo iba a ser tan trágica ceremonia. Por lo visto
no quería perder la compostura ni la serenidad en tan trascendental momento. iA estas alturas
suponemos que las damas de la corte debían temblar cuando eran objeto de las
atenciones del fogoso Enrique!
Catalina Parr sería la última de
las esposas. El rey estaba viejo y achacoso, pero Catalina se mostró
siempre prudente porque lo sucedido con sus antecesoras le sirvió de aviso para
no incurrir en el más mínimo desliz, ni siquiera de pensamiento. En una ocasión
unos cortesanos la interrogaron sobre ciertas cuestiones políticas y religiosas y Catalina, muy
astutamente, declaró que en estas materias no tenía más opinión que la de su
esposo.
En 1547 moría Enrique VIII y Catalina
le sobrevivió un año.
Todos los hijos de Enrique VIII, habidos
de sus diferentes esposas, se sentaron en el trono de Inglaterra. A su muerte
le sucedió el hijo de Jane Seymour, Eduardo VI. A la muerte de éste, María
Tudor, hija de Catalina de Aragón, se coronaría como reina. Y cuando ella murió
subió al trono Isabel 1, la hija de la desgraciada Ana Bolena.
Las dos hermanastras, María e Isabel,
tuvieron una niñez desgraciada, tratando de pasar desapercibidas, a pesar de su rango de princesas, en una corte en la que por
menos de nada se encontraba uno con el hacha al cuello. María volvió sus simpatías hacia los
católicos, y reprimió con dureza a los protestantes por lo que la llamaron Bloody
Mary, "María la Sanguinaria". iNo confundir con el cóctel del
mismo nombre que se compone de zumo de tomate y vodka! Isabel restauró a la
Iglesia anglicana y a los protestantes a los que debía su propio nacimiento. Fue
una gran reina para Inglaterra, querida y respetada por su súbditos e implacable
con todas aquellas potencias que intentaron hacer sombra al poderío inglés.
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