(heb. jûts [áh], shûq; ac. îtsu; gr. rhúm). En las ciudades de la antigüedad, anteriores al período helenístico, no existía un sistema ordenado de calles (con la posible excepción de ciudades grandes como Babilonia). Las ciudades de Palestina y Siria tenían calles estrechas que las atravesaban en todas direcciones. Una derecha era una excepción tan notable que a una Calle de Damasco se le dio precisamente ese nombre, "Derecha" (Hch. 9:11; fig 149). Pocas eran lo suficientemente anchas como para que los vehículos pudieran transitar por ellas (véanse Jer. 17:25; Nah. 2:4), y muchas apenas permitían cruzarse dos bestias de carga. Puesto que las habitaciones de las casas daban a un patio central, las calles por lo general estaban flanqueadas a ambos lados por muros cerrados, en los cuales de vez en cuando se abrían algunas puertas. Los negocios tenían sus frentes abiertos hacia ellas. Los mercaderes que vendían la misma clase de artículos, o los artesanos que fabricaban los mismos productos, por lo general vivían en la misma vía; de allí nombres como "Calle de los Panaderos" (Jer. 37:21). Las esquinas servían para mostrar mercaderías, y como lugares de reunión (Mt. 6:5; cf Lc. 13:26). Cerca de las puertas de la ciudad, por lo común, las calles eran más anchas y en algunos casos constituían espacios abiertos. Las calles no se limpiaban en las ciudades de Palestina, y la basura que se arrojaba en ellas servía de alimento a los perros que vagaban a gusto por todas partes (Ex. 23:31; Sal. 59:6, 14, 15). Muy pocas veces eran pavimentadas. Herodes Agripa II le dio a Jerusalén la 1a de que se tenga memoria, siguiendo el ejemplo de Herodes el Grande, su bisabuelo, que había financiado la pavimentación de las principales calles de Antioquía. No había iluminación nocturna, pero algunas de ellas tenían "guardas" que rondaban "la ciudad" (Cnt. 3:3; 5:7; cf Sal. 127:1). Véase Puerta.
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