Worms.
Qué tensión
la que se vivió el 17 de abril de 1521 en la ciudad alemana de Worms. Se vieron
las caras el emperador Carlos V, con sólo veintiún añitos, y Martín Lutero, el monje
alemán y respondón que traía de cabeza a Roma y que terminó por dividir a la
cristiandad: los que estuvieran de su parte, protestantes, y los que no,
católicos. Aquel día compareció Lutero ante la asamblea presidida por Carlos V,
conocida como la Dieta de Worms, y ante la que se supone que debía retractarse
de todo lo dicho contra el papa, sus concilios y su jerarquía. Era el último
intento para meterle en cintura.
El papa
León X ya había excomulgado meses antes a Lutero por hereje, pero no sirvió de
nada. Cuanto más le reprendían, más adeptos se sumaban a la Reforma protestante.
Como además Lutero no atendía las llamadas de Roma, el papa dijo, bueno, pues
vamos a reunirnos en su terreno, en Alemania. Pero que vaya el emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico, porque si Carlos V no puede con él, ya no puede nadie.
Lutero
expuso al emperador los argumentos de su protesta.
A saber,
que Roma se había convertido en una corte dirigida por el vicio, la política y
el despilfarro; que el único mediador ante el Supremo era Jesucristo, ni los
cientos de vírgenes ni los miles de santos inscritos en la nómina vaticana; que
la Biblia tenía que predicarse en lengua vulgar, porque el latín era un peñazo;
que los curas podían casarse, que debían trabajar... en fin, que Carlos V escuchó y luego dijo: «¡Que te retractes!». Y Lutero, que no.
«Mira que te condeno». «Pues vale, pero no me retracto. Y le condenó.
Pero la
chispa que encendió las iras de Lutero fue la escandalosa venta de indulgencias,
una especie de título que se vendía por una millonada y que aseguraba la salvación
eterna. ¿Por qué vendía Roma las indulgencias? Por algo que tiene mucho que ver con un
acontecimiento que recoge la siguiente historia menuda: la colocación de la primera
piedra de la basílica de San Pedro. Ahí empezó el lío.
Nieves Concostrina.
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