Mira que le gustaban a la Inquisición los autos
de fe. Se lo pasaban pipa quemando herejes, y el 13 de abril de 1660 se verificó
en Sevilla uno muy animado: quemaron a ochenta judíos.
No todos estaban allí, porque los autos de fe permitían quemar en persona o en estatua. Es decir, si el judío era espabilado y salía por pies del país antes de que lo pillaran, se libraba, pero no por ello la Inquisición iba a dejar de carbonizarle. Se le condenaba en rebeldía, se hacía una estatua representativa y la quemaban en su lugar. El caso era quemar algo.
No todos estaban allí, porque los autos de fe permitían quemar en persona o en estatua. Es decir, si el judío era espabilado y salía por pies del país antes de que lo pillaran, se libraba, pero no por ello la Inquisición iba a dejar de carbonizarle. Se le condenaba en rebeldía, se hacía una estatua representativa y la quemaban en su lugar. El caso era quemar algo.
El auto
de fe de Sevilla de 1660 se celebró en la plaza de San Francisco, a espaldas de
donde está ahora el Ayuntamiento y donde termina la calle Sierpes. Se necesitaban
espacios grandes, porque el espectáculo concitaba multitudes enfervorizadas al
calor sagrado de las llamas, y también para instalar las gradas donde se sentaban
la jerarquía pirómana, la nobleza, las autoridades civiles y las militares. La mayoría
de los ochenta judíos quemados en el auto sevillano fueron ejecutados en persona.
Pero hubo uno, el poeta Antonio Enríquez Gómez, que fue quemado en estatua porque
se largó a Ámsterdam con suficiente tiempo para huir del Santo Oficio.
Hay una
anécdota en torno a este episodio. Cuenta que un amigo se topó en Ámsterdam con
Antonio Enríquez días después de su figurada ejecución y que le dijo: «Señor Enríquez,
vi quemar vuestra estatua en Sevilla. Y el escritor respondió: «Allá me las den
todas». La Inquisición, y esto hay que decido en su favor, al menos ofrecía al
hereje la opción del arrepentimiento para abrazar la indiscutida fe: si el
pecador se arrepentía, lo ahorcaban. Si no se arrepentía, lo quemaban vivo. Era
un piadoso detalle.
Cayetano Ripoll (el último condenado).
La
Santa Inquisición continuó dos siglos más celebrando autos de fe para enmendar
sacrilegios en territorio español y ultramarino. De hecho, la última víctima
cayó en Valencia en pleno siglo XIX. Fue un profesor que no llevaba a los
alumnos a misa; ocurrió en este país, conviene no olvidarlo, no hace ni dos siglos.
Nieves concostrina.
Nieves concostrina.
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