Cuando se trataba de dar directrices, san Pablo era notablemente
comedido. No usa nunca el verbo "mandar" (entellomai) y muy escasamente
"mandar", "dar instrucciones" (parangello). Dos veces lo emplea en la
Primera carta a los Corintios; la primera, para añadir inmediatamente
que la orden no es suya, sino del Señor (7,10). La segunda se refiere a
la cuestión del velo femenino; el Apóstol va a empeñarse en que se
observe la costumbre de las otras iglesias, pero comienza por dar una
explicación doctrinal y apela luego al juicio de sus destinatarios:
"Juzgadlo vosotros mismos, ¿está decente que una mujer ore a Dios
destocada?" (11,3).
La misma apelación aparece en la grave cuestión de la idolatría: "Os hablo como a gente sensata, juzgar vosotros esto que digo" (10,15). Una vez se limita a proponer como modelo su respeto a la conciencia ajena (11,1), para terminar una acalorada argumentación con que pretende convencerlos de no escandalizar.
Más que dar órdenes, recuerda lo que todos han profesado seguir, "la doctrina básica que os transmitieron" (Rom 6,17); escribe "para traer a la memoria lo que ya saben" (ibíd 15,15), "Timoteo os recordará mis principios cristianos, los mismos que enseño en todas partes" (1 Cor 15,1.3). Se fía de sus interlocutores: "Yo personalmente estoy convencido de que rebosáis buena voluntad y de que os sobra saber para aconsejaros unos a otros" (Rom 15,14). Quiere que la colecta no sea una imposición, sino un servicio espontáneo: "Cada uno dé lo que haya decidido en conciencia, no a digusto ni por compromiso, que Dios se lo agradece al que da de buena gana" (2 Cor 9,7).
Sus directrices para las celebraciones de Corinto (1 Cor 14,26-40) siguen a una larga exposición en que les muestra el diferente grado de utilidad de los carismas (15,1-25). Nunca pretende imponer una opinión personal, siempre alega razones y las desarrolla cuanto estima necesario para persuadir; a veces bromea sobre sus instrucciones: "(La viuda) será más feliz si se queda como está; ésta es mi opinión, y Espíritu de Dios creo tener también yo" (1 Cor 7,40).
No hay que confundir broncas con órdenes. Cuando llega la ocasión, Pablo es enérgico, pero no para mandar lo que a él le parece, sino para corregir abusos contra el evangelio. Combate, por ejemplo, el partidimo en la comunidad de Corinto, que intentaba oponer entre sí a los apóstoles erigiéndolos en jefes de bando y rompía la unidad cristiana en nombre de fanatismos personales. San Pablo intenta pacientemente hacerlos recapacitar (1 Cor 4,14), pero anuncia que en su próxima visita se enfrentará con los sectarios: "¿Qué queréis?, ¿que llegue con la vara o con cariño y suavidad?" (1 Cor ibíd. 4,21). En esta y otras ocasiones, la severidad se proponía corregir abusos y estimular a que siguieran el evangelio.
En resumen, puede decirse que la obediencia, aspecto de la servicialidad o disponibilidad cristiana, tiene por núcleo la prontitud para contribuir al bien de los individuos y del grupo; en ese sentido se acatan las disposiciones pertinentes. La disponibilidad se entiende de todos para con todos, en una comunidad donde cada uno ejercita su carisma. El Apóstol, después de haber formado la comunidad con su predicación, aparece encargado de mantenerla en la vida de fe y de unión según el evangelio; no se arroga ningún poder de interferir en vidas ajenas ni de crear preceptos, sino usa de su autoridad para estimular el bien, pues "el Señor se la hadado para construir, no para destruir" (2 Cor 10,8); en consecuencia, debe tomar medidas contra los que sistemáticamente se oponen a ese bien.
La misma apelación aparece en la grave cuestión de la idolatría: "Os hablo como a gente sensata, juzgar vosotros esto que digo" (10,15). Una vez se limita a proponer como modelo su respeto a la conciencia ajena (11,1), para terminar una acalorada argumentación con que pretende convencerlos de no escandalizar.
Más que dar órdenes, recuerda lo que todos han profesado seguir, "la doctrina básica que os transmitieron" (Rom 6,17); escribe "para traer a la memoria lo que ya saben" (ibíd 15,15), "Timoteo os recordará mis principios cristianos, los mismos que enseño en todas partes" (1 Cor 15,1.3). Se fía de sus interlocutores: "Yo personalmente estoy convencido de que rebosáis buena voluntad y de que os sobra saber para aconsejaros unos a otros" (Rom 15,14). Quiere que la colecta no sea una imposición, sino un servicio espontáneo: "Cada uno dé lo que haya decidido en conciencia, no a digusto ni por compromiso, que Dios se lo agradece al que da de buena gana" (2 Cor 9,7).
Sus directrices para las celebraciones de Corinto (1 Cor 14,26-40) siguen a una larga exposición en que les muestra el diferente grado de utilidad de los carismas (15,1-25). Nunca pretende imponer una opinión personal, siempre alega razones y las desarrolla cuanto estima necesario para persuadir; a veces bromea sobre sus instrucciones: "(La viuda) será más feliz si se queda como está; ésta es mi opinión, y Espíritu de Dios creo tener también yo" (1 Cor 7,40).
No hay que confundir broncas con órdenes. Cuando llega la ocasión, Pablo es enérgico, pero no para mandar lo que a él le parece, sino para corregir abusos contra el evangelio. Combate, por ejemplo, el partidimo en la comunidad de Corinto, que intentaba oponer entre sí a los apóstoles erigiéndolos en jefes de bando y rompía la unidad cristiana en nombre de fanatismos personales. San Pablo intenta pacientemente hacerlos recapacitar (1 Cor 4,14), pero anuncia que en su próxima visita se enfrentará con los sectarios: "¿Qué queréis?, ¿que llegue con la vara o con cariño y suavidad?" (1 Cor ibíd. 4,21). En esta y otras ocasiones, la severidad se proponía corregir abusos y estimular a que siguieran el evangelio.
En resumen, puede decirse que la obediencia, aspecto de la servicialidad o disponibilidad cristiana, tiene por núcleo la prontitud para contribuir al bien de los individuos y del grupo; en ese sentido se acatan las disposiciones pertinentes. La disponibilidad se entiende de todos para con todos, en una comunidad donde cada uno ejercita su carisma. El Apóstol, después de haber formado la comunidad con su predicación, aparece encargado de mantenerla en la vida de fe y de unión según el evangelio; no se arroga ningún poder de interferir en vidas ajenas ni de crear preceptos, sino usa de su autoridad para estimular el bien, pues "el Señor se la hadado para construir, no para destruir" (2 Cor 10,8); en consecuencia, debe tomar medidas contra los que sistemáticamente se oponen a ese bien.
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