Pasa en lo moral algo semejante a lo sucedido en el terreno de la
ciencia. Tras innumerables crisis sufridas al tropezar con nuevos datos,
las leyes científicas no se conciben ya como principios inmutables,
sino como hipótesis de trabajo, siempre sujetas a verificación y
rectificación. En presencia de un fenómeno antes reputado "imposible",
la ley se ve forzada a cambiar de enunciado. Es una ley humilde en su
búsqueda, no un oráculo pretencioso. También en lo moral hay que
reformular el antiguo concepto de ley; si para el cristiano no es
aceptable el código legal que provea soluciones desencarnadas, la
comunidad y el individuo necesitan, sin embargo, registrar la
experiencia pasada y presente respecto a ciertas materias de decisión,
para que aconsejen en las opciones que vayan surgiendo. La ley es guía,
dispuesta siempre a ser rectificada o mejorada según la nueva
experiencia de fe en un mundo cambiante. No es un coco para niños, sino
un recurso para adultos. Es miembro participante en la deliberación, y
representa la continuidad en el proceder del grupo; pero se retira
cuando se aducen datos que rebasan su horizonte; se llega entonces a una
excepción o, si es el caso, a una reformulación de la ley. EL código es
consejero; y el consejo denota saber y experiencia compartida en la
amistad, no orden indiscutida de un superior. La ley no está autorizada a
imponer su peso anticipadamente, sino a dialogar para llegar a un
resultado.
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