¿Qué
podernos decir del perdón? Es a la vez necesario y casi imposible.
Imaginemos un mundo del que estuviese excluido. Todo sería rencor y
violencia, represalias y venganzas. Creeríamos poder salvar todo
estableciendo una estricta justicia, pero ésta no sería más que
rigor e inhumanidad. Por lo tanto, no es posible que se de una relación
estable entre dos personas sin que no engendre conflictos,
incomprensiones heridas. El sufrimiento es mayor cuanto mayor es también
el lazo que los une.
¿Un
perdón imposible?
No es extraño que el perdón parezca ser algo imposible. Cuando
la herida es demasiado profunda, cuando la herida aún está
sangrando, ¿se puede actuar como si nada hubiese pasado? ¿Cómo es
posible que una madre perdone a los asesinos de su hija? ¿Cómo no
tener en cuenta los dramas tan terribles que las deportaciones
masivas, los genocidios, o las
opresiones de los opresores? ¿Habrá que olvidarse, entonces, del
perdón?
Pero he aquí que en el
momento del sufrimiento más fuerte, Jesús de Nazaret, colgado de una
cruz, exclama: "Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen". Aquel día, la víctima inocente rezaba por sus enemigos.
Los discípulos recogieron su herencia. Se acuerdan que el Maestro les
habló a menudo del perdón.
¿Cómo poder seguir
haciendo hoy lo de ayer? Pero ¿qué es el perdón?
No olvidemos que se trata de
una relación. Hace falta, al menos, dos personas: el que perdona y el
que es perdonado. Las dos son importantes. Muchas veces nos fijamos únicamente
en la primera persona. ¿Qué quiere decir perdonar?
Perdonar no significa olvidar. ¿Cómo se puede construir el futuro
haciendo tabla rasa del pasado? ¿Qué ganaríamos con quitar de la
memoria lo que forma parte de los acontecimientos importantes de
nuestra vida? No se trata de hacerse un lavado de cerebro y actuar
como si nada malo hubiese ocurrido.
El perdón no es una cuestión de compasión. Esta humilla a la
persona a quien nos dirigimos. Pero puede ser un primer paso en el
camino a recorrer para llegar a la nobleza del perdón.
No se trata tampoco de negociar, como muchas veces ocurre en política.
No se tiene en cuenta el mal que se ha podido ocasionar, cuando esto
conviene a las dos partes. Entonces el perdón se convierte en una
especie de compraventa.
El
hombre perdonado
¿Cómo descubrir lo que es el perdón? En este campo, como en
otros muchos, el Evangelio va a contra corriente. Nos invita a mirar
por otro prisma: no sólo perdonar, sino ser perdonado.
¿Qué ocurre con aquel que
es perdonado? El mejor ejemplo
¿no es acaso el de Zaqueo? (Le 19, 1-10) ¿Qué ha ocurrido entre él
y Jesús? No gran cosa. Una mirada del Maestro dirigida hacia este
hombre pequeño subido en un árbol. Y he aquí que Jesús se invita a
comer. Zaqueo se queda sorprendido, su vida cambiará de ahora en
adelante.
Podemos buscar otras páginas
del Evangelio. Pedro negó tres veces al Maestro. Después de la
Resurrección, en el borde del lago, le hacen tres veces la misma
pregunta: "Pedro, ¿me amas?" (Jn 21, 15-19),
y se le confirma en la misión de ser cabeza de la comunidad. Una
mujer, durante una comida en casa de Simón el fariseo, llora sobre
los pies de Jesús. Se sabe amada, pero ella ama más aún (Le 7, 36-50).
Escenas de este tipo no sólo
se encuentran en el Evangelio.
En el seno de nuestras
familias todos hemos tenido experiencias parecidas, aunque a la medida
de nuestras "faltas". Los padres que se saben perdonar luego son capaces de volver
a empezar. A veces tan solo es cuestión de una mirada. La Palabra de
Dios nos revela la grandeza de lo que vivimos día 'tras día.
¿Qué
ocurre?
Para cada una de las dos partes, vivir el perdón es siempre una
cuestión de fe, no forzosamente religiosa, pero una cuestión de fe
que es don de sí mismo al otro. Ser perdonado, es creer que el otro
sigue queriéndonos. La alegría comienza a nacer cuando descubrimos
que el otro es capaz de amarnos verdaderamente, tal y como somos, con
nuestras sombras, que también nos hacen sufrir a nosotros mismos.
Esta mirada nos abre hacia el futuro, nos salva de nosotros mismos.
Perdonar, finalmente, es
simplemente seguir queriendo. Algunas veces es hacer renacer el amor,
si se estaba debilitando. Entonces habremos matado el odio. El mal no
tiene ya poder sobre el bien. Perdonar es abrirse hacia el futuro. Es
poner su confianza en el otro, es creer en la luz con el riesgo que
esto lleva. Nos podrán debilitar una vez más. Pero entregar la
propia fe siempre es un riesgo.
La mayoría de las veces, el
perdón no es cosa de dos, sino de tres. En el evangelio de Lucas (7,
36-50), además de Jesús y la mujer pecadora, también está Simón:
que es la opinión pública.
Para cada uno de nosotros,
perdonar es hacer un largo camino de descubrimiento del otro. Pero
Dios nos perdona antes de que se lo pidamos; porque nos ama y nos
conoce y cree en nosotros. Entre nosotros, el perdón siempre es recíproco;
en algún momento nos tocará a nosotros pedir perdón a aquel que hoy
nos ha perdonado. Con Dios, es diferente. El es la fuente del perdón y
nos i entran ganas de decirle no tanto: "perdónanos como
nosotros perdonamos" sino más
bien "haz que seamos capaces de perdonar, como tú nos
perdonas".
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