(295-373)
Atanasio
representa, en muchos aspectos, como la consolidación de las principales líneas
del pensamiento teológico, todavía fluctuante durante los siglos anteriores.
Atanasio no fue tal vez un gran genio especulativo, que abriera nuevas
perspectivas a la teología: fue más bien el hombre que en un momento crítico
crucial —el de la marea arriana— supo captar certeramente cuáles eran las
más radicales exigencias de la revelación cristiana y, sobre todo, supo luchar
con un denuedo increíble para lograr que tales exigencias fuesen reconocidas y
aceptadas en un encarecido ambiente en el que la confusión ideológica y las
intrigas políticas parecían hacer imposible tal reconocimiento.
Toda
la teología de Atanasio casi puede reducirse a un esfuerzo por defender la
verdadera divinidad del Verbo, no menos que su verdadera función salvadora. Por
lo menos ya desde Justino, el intento de explicar la revelación en términos
del pensamiento helénico iba llevando a concepciones de tipo subordinacionista,
en las que, aunque se quería mantener la naturaleza divina del Verbo, éste
aparecía con un carácter mediador que tendía a hacer de él más bien un ser
intermediario en alguna manera subordinado o inferior al Dios supremo. Arrio
representa el desarrollo extremo de esta linea de pensamiento cuando afirma
claramente la inferioridad del Verbo como criatura, aunque se ponga su creación
«antes de los tiempos». Atanasio defenderá ardorosamente que la mediación
reveladora y salvadora del Verbo no implica distinción sustancial con respecto
al Padre, sino que el Verbo es de la misma esencia y sustancia del Padre y
constituye con él una misma y única divinidad, aunque como Verbo engendrado se
distinga de él verdaderamente. Esta doctrina es defendida por Atanasio por
fidelidad a la revelación, sin que intente propiamente una explicación o
justificación del cómo o el porqué del misterio trinitario. La teología del
Espíritu Santo, aunque todavía poco desarrollada de una manera explícita, es
concebida por Atanasio de manera paralela a la teología del Verbo.
La
temática trinitaria lleva a Atanasio a ocuparse también de la soteriología:
en este punto, sin olvidar el aspecto de satisfacción vicaria, Atanasio
desarrolla sobre todo una sateriología de «asunción>>, por la que la
eficacia salvífica de la encarnación del Verbo está primordialmente en el
mismo hecho de que éste, al asumir la carne humana, la diviniza, liberándola
así de la sujeción al pecado, a la muerte y a la corrupción.
La
vida de Atanasio es una verdadera odisea de sufrimientos en defensa de la fe
trinitaria. Nacido en Alejandría en 295, aparece como diácono del obispo
alejandrino en el concilio de Nicea, en 325. Poco después pasa a ocupar la sede
de Alejandría, por muerte de su obispo, de la que había de ser desterrado
cinco veces, para volver otras tantas, según soplaban los vientos del poder de
sus enemigos arrianizantes o del favor y desfavor de los emperadores en los que
aquellos buscaban apoyo. Murió lleno de gloria y en plena posesión de su sede
el año 373.
JOSEP
VIVES
LOS PADRES APOSTÓLICOS
HERDER. BARCELONA 1981
LOS PADRES APOSTÓLICOS
HERDER. BARCELONA 1981
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* * * *
Es
la gran figura de la Iglesia en el siglo IV, junto con San Basilio el Grande,
San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa, en Oriente, San Hilario y San
Ambrosio en Occidente. Por su incansable defensa del símbolo de fe promulgado
en el Concilio de Nicea, se le denomina Padre de la ortodoxia y columna de la
fe.
Nacido
en Alejandría de Egipto, en el año 295, en esa ciudad recibió su formación
filosófica y teológica. Fue ordenado diácono a los 24 años, y acompañó al
obispo Alejandro, Patriarca de Alejandría, al Concilio de Nicea (año 325) en
calidad de secretario. En ese Concilio, el primero de los ecuménicos, la
Iglesia condenó la herejía de Arrio, que negaba la consustancialidad del Padre
y del Hijo, afirmando por el contrario que el Verbo—aunque superior a las
criaturas—es inferior al Padre. A pesar de esta condena, los secuaces de Arrio,
amparados muchas veces por la autoridad imperial, siguieron difundiendo sus
doctrinas, sobre todo en Oriente.
Es
entonces cuando cobra enorme importancia San Atanasio, que —elegido para
sustituir a Alejandro en la sede de Alejandría—es consagrado obispo en el
año 328. Desde ese momento, se convierte en el gran adalid del Credo de Nicea,
el brillante escritor que expone teológicamente y defiende contra las diversas
herejías—apoyado en el estudio de la Escritura y en la Tradición—la fe
verdadera en la Santísima Trinidad. Esta defensa le costó seis destierros,
pero de todos ellos regresó invicto a Alejandría, donde el clero y el pueblo
le acogían triunfalmente. Sus últimos años transcurrieron en paz. Falleció
en el 373, ocho años antes de que el Concilio I de Constantinopla, segundo
ecuménico, reafirmara solemnemente la fe de Nicea y diera término a la
herejía arriana.
La
producción literaria de San Atanasio es amplísima. La mayor parte está
relacionada con la defensa de la divinidad del Verbo, proclamada en Nicea; es el
caso de los escritos apologéticos y dogmáticos contra los paganos y contra los
arrianos, asÍ como el libro La Encarnación del Verbo. También elaboró
escritos exegéticos y ascéticos (es famosa su Vida de San Antonio, el primer
eremita), varias cartas dogmáticas enviadas a diversos Obispos, y las Cartas
Festales, dirigidas a sus fieles con ocasión de la fiesta de la Pascua. Una de
ellas, la correspondiente al año 367, es particularmente interesante porque
contiene la primera lista completa de los 27 libros del Nuevo Testamento
considerados como canónicos (es decir, inspirados por el Espíritu Santo).
LOARTE
*
* * * *
I.
La Trinidad.
La
Trinidad.
Existe,
pues, una Trinidad santa y completa, de la que se afirma que es Dios, en el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En ella no se encuentra ningún elemento
extraño o externo; no se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino
que toda ella es creadora, consistente e indivisible por naturaleza, siendo su
actividad única. El Padre hace todas las cosas por el Verbo en el Espíritu
Santo: de esta manera se salva la unidad de la santa Trinidad. Así en la
Iglesia se predica un solo Dios «que está sobre todos, por todos y en todos»
(cf. Ef 4, 6): «sobre todos», en cuanto Padre, principio y fuente; «por
todos», por el Verbo; «en todos», en el Espíritu Santo. Es una verdadera
Trinidad no sólo de nombre y por pura ficción verbal, sino en verdad y
realidad. Así como el Padre es el que es, así también su Verbo es el que es y
Dios soberano. El Espíritu Santo no está privado de existencia real, sino que
existe con verdadera realidad... 1
Unidad
y distinción entre el Padre y el Hijo.
«Yo
en el Padre, y el Padre en mí» (Jn 14, 10). El Hijo está en el Padre, en
cuanto podemos comprenderlo, porque todo el ser del Hijo es cosa propia de la
naturaleza del Padre, como el resplandor lo es de la luz, y el arroyo de la
fuente. Así el que ve al Hijo ve lo que es propio del Padre, y entiende que el
ser del Hijo, proviniendo del Padre, está en el Padre. Asimismo el Padre está
en el Hijo, porque el Hijo es lo que es propio del Padre, a la manera como el
sol está en su resplandor, la mente está en la palabra, y la fuente en el
arroyo. De esta suerte, el que contempla al Hijo contempla lo que es propio de
la naturaleza del Padre, y piensa que el Padre está en el Hijo. Porque la forma
y la divinidad del Padre es el ser del Hijo, y, por tanto, el Hijo está en el
Padre, y el Padre en el Hijo. Por esto con razón habiendo dicho primero «Yo y
el Padre somos uno» (Jn 10, 30), añadió: «Yo en el Padre y el Padre en mí»
(Jn 14, 10): así manifestó la identidad de la divinidad y la unidad de su
naturaleza.
Sin
embargo, son uno pero no a la manera con que una cosa se divide luego en dos,
que no son en realidad más que una; ni tampoco como una cosa que tiene dos
nombres, como si la misma realidad en un momento fuera Padre y en otro momento
Hijo. Esto es lo que pensaba Sabelio, y fue condenado como hereje. Se trata de
dos realidades, de suerte que el Padre es Padre, y no es Hijo; y el Hijo es
Hijo, y no es Padre. Pero su naturaleza es una, pues el engendrado no es
desemejante con respecto al que engendra, ya que es su imagen, y todo lo que es
del Padre es del Hijo. Por esto el Hijo no es otro dios, pues no es pensado
fuera (del Padre): de lo contrario, si la divinidad se concibiera fuera del
Padre, habría sin duda muchos dioses. El Hijo es «otro» en cuanto es
engendrado, pero es del mismo» en cuanto es Dios. El Hijo y el Padre son una
sola cosa en cuanto que tienen una misma naturaleza propia y peculiar, por la
identidad de la divinidad única. También el resplandor es luz, y no es algo
posterior al so!, ni una luz distinta, ni una participación de él, sino
simplemente algo engendrado de él: ahora bien, una realidad así engendrada es
necesariamente una única luz con el sol, y nadie dirá que se trata de dos
luces, aunque el sol y su resplandor sean dos realidades: una es la luz del sol,
que brilla por todas partes en su propio resplandor. Así también, la divinidad
del Hijo es la del Padre, y por esto es indivisible de ella. Por esto Dios es
uno, y no hay otro fuera de él. Y siendo los dos uno, y única su divinidad, se
dice del Hijo lo mismo que se dice del Padre, excepto el ser Padre 2.
El
Verbo no fue hecho como medio para crear.
El
Verbo de Dios no fue hecho a causa de nosotros, sino más bien nosotros fuimos
hechos a causa de él, y en él fueron creadas todas las cosas (Col 1, 16). No
fue hecho a causa de nuestra debilidad—siendo él fuerte—por el Padre, que
existía hasta entonces solo, a fin de servirse de él como de instrumento para
crearnos. En manera alguna podría ser así. Porque aunque Dios se hubiese
complacido en no hacer creatura alguna, sin embargo el Verbo no por ello hubiera
dejado de estar en Dios, y el Padre de estar en él. Con todo no era posible que
las cosas creadas se hicieran sin el Verbo, y así es obvio que se hicieran por
él. Pues ya que el Hijo es el Verbo propio de la naturaleza sustancial de Dios,
y procede de él y está en él... era imposible que la creación se hiciera sin
él. Es como la luz que ilumina con su resplandor todas las cosas, de suerte que
nada puede iluminarse si no es por el resplandor. De la misma manera el Padre
creó con su Verbo, como si fuera su mano, todas las cosas, y sin él nada hace.
Como nos recuerda Moisés, dijo Dios: «Hágase la luz», «Congréguense las
aguas» (Gén 1, 3 y 9)..., y habló, no a la manera humana, como si hubiera
allí un obrero para oir, el cual enterándose de la voluntad del que hablaba
fuera a ejecutarla. Esto sería propio del orden creado, pero indigno de que se
atribuya al Verbo. Porque el Verbo de Dios es activo y creador, siendo él mismo
la voluntad del Padre. Por eso no dice la sagrada Escritura que hubiera quien
oyera y contestara cómo y con qué propiedades quería que se hiciera lo que se
tenía que hacer, sino que Dios dijo únicamente «Hágase», y al punto se
añade «Y así fue hecho». Lo que quería con su voluntad, al punto fue hecho
y terminado por el Verbo... Basta el querer, y la cosa está hecha. Así la
palabra «dijo» es para nosotros el indicador de la divina voluntad, mientras
que la palabra «y así fue hecho» indica la obra realizada por su Verbo y su
sabiduría, en la cual se halla también incluida la voluntad del Padre... 3
Unidad
de naturaleza en el Padre y el Hijo.
Ya
que él es el Verbo de Dios y su propia sabiduría, y, siendo su resplandor,
está siempre con el Padre, es imposible que si el Padre comunica gracia no se
la comunique a su Hijo, puesto que el Hijo es en el Padre como el resplandor de
la luz. Porque no por necesidad, sino como un Padre, en virtud de su propia
sabiduría fundó Dios la tierra e hizo todas las cosas por medio del Verbo que
de él procede, y establece por el Hijo el santo lavatorio del bautismo. Porque
donde está el Padre está el Hijo, de la misma manera que donde está la luz
allí está su resplandor. Y así como lo que obra el Padre lo realiza por el
Hijo. y el mismo Señor dice: «Lo que veo obrar al Padre lo hago también yo»,
así también cuando se confiere el bautismo, a aquel a quien bautiza el Padre
lo bautiza también el Hijo, y el que es bautizado por el Hijo es perfeccionado
en el Espiritu Santo. Además, así como cuando alumbra el sol se puede decir
también que es su resplandor el que ilumina, ya que la luz es única y no puede
dividirse ni partirse, así también, donde está o se nombra al Padre allí
está también indudablemente el Hijo; y puesto que en el bautismo se nombra al
Padre, hay que nombrar igualmente con él al Hijo 4.
La
eterna generación del Hijo.
Es
exacto decir que el Hijo es vástago eterno del Padre. Porque la naturaleza del
Padre no fue en momento alguno imperfecta, de suerte que pudiera sobrevenirle
luego lo que es propio de ella. El Hijo no fue engendrado como se engendra un
hombre de otro hombre, de forma que la existencia del padre es anterior a la del
hijo. El hijo es vástago de Dios, y siendo Hijo del Dios que existe
eternamente, él mismo es eterno. Es propio del hombre, a causa de la
imperfección de su naturaleza, engendrar en el tiempo: pero Dios engendra
eternamente, porque su naturaleza es perfecta desde siempre... Lo que es
engendrado del Padre es su Verbo, su sabiduría y su resplandor, y hay que decir
que los que afirman que había un tiempo en que no existía el Hijo son como
ladrones que roban a Dios su propio Verbo, y se declaran contrarios a él
diciendo que durante un tiempo no tuvo ni Verbo ni sabiduría, y que la luz hubo
tiempo en que no tuvo resplandor, y la fuente hubo tiempo en que era estéril y
seca. En realidad simulan evitar la palabra «tiempo» a causa de los que se lo
reprochan, y dicen que el Verbo existía «antes de los tiempos». Sin embargo,
determinan un cierto «periodo» en el cual imaginan que el Verbo no existía,
con lo cual introducen igualmente la noción de tiempo: y así, al admitir un
Dios sin Logos o Verbo, muestran su extraordinaria impiedad 5.
La
eternidad del Padre implica la filiación eterna.
Dios
existe desde la eternidad: y si el Padre existe desde la eternidad, también
existe desde la eternidad lo que es su resplandor, es decir, su Verbo. Además,
Dios, «el que es», tiene de si mismo el que es su Verbo: el Verbo no es algo
que antes no existía y luego vino a la existencia, ni hubo un tiempo en que el
Padre estuviera sin Logos (alogos). La audacia dirigida contra el Hijo llega a
tocar con su blasfemia al mismo Padre, ya que lo concibe sin Sabiduría, sin
Logos, sin Hijo... Es como si uno, viendo el sol, preguntara acerca de su
resplandor: ¿Lo que existe primero hace lo que no existe o lo que ya existe? El
que pensara así seria tenido por insensato, pues sería locura pensar que lo
que procede totalmente de la luz es algo extrínseco a ella, y pregunta cuándo,
dónde y cómo fue dicho. Lo mismo ocurre con el que pregunta tales cosas acerca
del Hijo y del Padre. Al hacer tales preguntas muestra una locura todavía
mayor, pues supone que el Logos del Padre es algo externo a él, e imagina como
en sombras que lo que es generación de la naturaleza divina es una cosa creada,
afirmando que «no existía antes de ser engendrado». Oigan, pues, la respuesta
a su pregunta: El Padre, que existe (eternamente), hizo al Hijo con la misma
existencia... Mas, decidnos vosotros, los arrianos...: ¿El que es, tuvo
necesidad del que no era para crear todas las cosas, o necesitó de él cuando
ya era? Porque está en vuestros dichos que el Padre se hizo para si al Hijo de
la nada, como instrumento para crear con él todas las cosas. Ahora bien,
¿quien es superior, el que tiene necesidad de algo o el que viene a colmar esta
necesidad? ¿O es que ambos satisfacen mutuamente sus respectivas necesidades?
Si decís esto, mostráis la debilidad de aquel que hubo de buscarse un
instrumento por no poder por si mismo hacer todas las cosas... Este es el colmo
de la impiedad... 6.
Los
errores de Arrio.
Las
lindezas aborrecibles y llenas de impiedad que resuenan en la Talia, de Arrio,
son de este jaez: Dios no fue Padre desde siempre, sino que hubo un tiempo en
que Dios estaba solo y todavía no era Padre; más adelante llegó a ser Padre.
El Hijo no existía desde siempre, pues todas las cosas han sido hechas de la
nada, y todo ha sido creado y hecho: el mismo Verbo de Dios ha sido hecho de la
nada y había un tiempo en que no existía. No existía antes de que fuera
hecho, y él mismo tuvo comienzo en su creación. Porque, según Arrio, sólo
existía Dios, y no existían todavía ni el Verbo ni la Sabiduría. Luego,
cuando quiso crearnos a nosotros, hizo entonces a alguien a quien llamó Verbo,
Sabiduría e Hijo, a fin de crearnos a nosotros por medio de él. Y dice que
existen dos sabidurías: una la cualidad propia de Dios, y la otra el Hijo, que
fue hecha por aquella sabiduría, y que sólo en cuanto que participa de ella se
llama Sabiduría y Verbo. Según él, la Sabiduría existe por la sabiduría,
por voluntad del Dios sabio. Asimismo dice que en Dios se da otro Logos fuera
del Hijo, y que por participar de él el Hijo se llama él mismo Verbo e Hijo
por gracia. Es opción particular de esta herejía, manifestada en otros de sus
escritos, que existen muchas virtudes, de las cuales una es por naturaleza
propia de Dios y eterna; pero Cristo no es la verdadera virtud de Dios, sino que
él es también una de las llamadas virtudes—entre las que se cuentan la
langosta y la oruga—, aunque no es una simple virtud, sino que se la llama
grande. Pero hay otras muchas semejantes al Hijo, y David se refirió a ellas en
el salmo llamándole «Señor de las virtudes» (Sal 23, 10). El mismo Verbo es
por naturaleza, como todas las cosas, mudable, y por su propia voluntad
permanece bueno mientras quiere: pero cuando quiere, puede mudar su elección.
lo mismo que nosotros, pues es de naturaleza mudable. Precisamente por eso,
según Arrio, previendo Dios que iba a permanecer en el bien, le dio de antemano
aquella gloria que luego había de conseguir siendo hombre por su virtud. De
esta suerte Dios hizo al Verbo en un momento dado tal como correspondía a sus
obras, que Dios había previsto de antemano. Asimismo se atrevió a decir que el
Verbo no es Dios verdadero, pues aunque se le llame Dios, no lo es en sentido
propio, sino por participación, como todos los demás... Todas las cosas son
extrañas y desemejantes a Dios por naturaleza, y así también el Verbo es
extraño y desemejante en todo con respecto a la esencia y a las propiedades del
Padre, pues pertenece a las cosas engendradas, siendo una de ellas... 7.
En
qué sentido es exaltado el Verbo, y nosotros con él.
El
Apóstol escribe a los filipenses: «Sentid entre vosotros lo mismo que
Jesucristo, el cual siendo Dios por su propia condición... y toda lengua
proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre>> (Flp 2,
5-11). ¿Qué podia decirse más claro y más explícito? Cristo no pasó de ser
menos a ser más, sino al contrario, siendo Dios, tomó la forma de esclavo, y
al tomarla no mejoró su condición, sino que se abajó. ¿Dónde se encuentra
aquí la supuesta recompensa de su virtud? ¿Qué progreso o qué elevación hay
en este abajarse? Si siendo Dios se hizo hombre, y si al bajar de la altura se
dice que es exaltado, ¿adónde será exaltado siendo ya Dios? Siendo Dios el
Altísimo, es evidente que su Verbo es también necesariamente altísimo. ¿Qué
mayor exaltación pudo recibir el que ya está en el Padre y es en todo
semejante al Padre? No tiene necesidad de ningún incremento, ni es tal como lo
imaginan los arrianos. Está escrito que el Verbo tuvo antes que abajarse para
poder ser exaltado. ¿Qué necesidad tenía de abajarse para conseguir así lo
que ya tenía antes? ¿Qué don tenía que recibir el que es dador de todo
don?... Esto no es enigma, sino misterio de Dios: «En el principio existía el
Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1). Pero luego,
este Verbo se hizo carne por nuestra causa. Y cuando allí se dice «fue
exaltado», se indica no una exaltación de la naturaleza del Verbo, puesto que
ésta era y es eternamente idéntica con Dios, sino una exaltación de la
humanidad. Estas palabras se refieren al Verbo ya hecho carne, y con ello está
claro que ambas expresiones «se humilló» y «fue exaltado» se refieren al
Verbo humanado. En el aspecto bajo el que fue humillado, en el mismo podrá ser
exaltado, Y si está escrito que «se humilló» con referencia a la
encarnación, es evidente que «fue exaltado» también con referencia a la
misma. Como hombre tenía necesidad de esta exaltación, a causa de la bajeza de
la carne y de la muerte. Siendo imagen del Padre y su Verbo inmortal, tomó la
forma de esclavo, y como hombre soportó en su propia carne la muerte, para
ofrecerse así a sí mismo como ofrenda al Padre en favor nuestro. Y así
también, como hombre, está escrito que fue exaltado por nosotros en Cristo,
así también todos nosotros en Cristo somos exaltados, y resucitados de entre
los muertos y elevados a los cielos «en los que penetró Jesús como precursor
nuestro» (Heb 6, 20) 8.
Nuestras
relaciones con Dios, el Hijo y el Espiritu.
¿Cómo
podemos nosotros estar en Dios, y Dios en nosotros? ¿Cómo nosotros formamos
una cosa con él? ¿Cómo se distingue el Hijo en cuanto a su naturaleza de
nosotros?... Escribe, pues, Juan lo siguiente: «En esto conocemos que
permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espiritu» (1
Jn 4, 13). Asi pues, por el don del Espíritu que se nos ha dado estamos
nosotros en él y él en nosotros. Puesto que el Espiritu es de Dios, cuando él
viene a nosotros con razón pensamos que al poseer el Espiritu estamos en Dios.
Así está Dios en nosotros: no a la manera como el Hijo está en el Padre
estamos también nosotros en el Padre, porque el Hijo no participa del Espiritu
ni está en el Padre, por medio del Espiritu; ni recibe tampoco el Espiritu: al
contrario, más bien lo distribuye a todos. Ni tampoco el Espiritu junta al
Verbo con el Padre, sino que al contrario, el Espíritu es receptivo con
respecto al Verbo. El Hijo está en el Padre como su propio Verbo y como su
propio resplandor: nosotros, en cambio, si no fuera por el Espiritu, somos
extraños y estamos alejados de Dios, mientras que por la participación del
Espiritu nos religamos a la divinidad. Asi pues, el que nosotros estemos en el
Padre no es cosa nuestra, sino del Espiritu que está en nosotros y permanece en
nosotros todo el tiempo en que por la confesión (de fe) lo guardamos en
nosotros, como dice también Juan: Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de
Dios, Dios permanece en él, y él en Dios» (I Jn 4, 15). ¿,En qué, pues, nos
asemejamos o nos igualamos al Hijo?... Una es la manera como el Hijo está en el
Padre, y otra la manera como nosotros estamos en el Padre. Nosotros no seremos
jamás como el Hijo, ni el Verbo será como nosotros, a no ser que se atrevan a
decir... que el Hijo está en el Padre por participación del Espiritu y por
merecimiento de sus obras, cosa cuyo solo pensamiento muestra impiedad extrema.
Como hemos dicho, es el Verbo el que se comunica al Espiritu, y todo lo que el
Espiritu tiene, lo tiene del Verbo... 9.
II.
Cristo redentor.
El
Verbo «se hizo hombre», no <<vino a un hombre».
(El
Verbo) se hizo hombre, no vino a un hombre. Esto es preciso saberlo, no sea que
los herejes se agarren a esto y engañen a algunos, llegando a creer que así
como en los tiempos antiguos el Verbo venia a los diversos santos, así también
ahora ha puesto su morada en un hombre y lo ha santificado, apareciéndose como
en el caso de aquellos. Si así fuera, es decir si sólo se manifestara en un
puro hombre, no habría nada paradójico para que los que le veían se
extrañaran y dijeran: «¿De dónde es éste?» (Mc 4, 41) y: «Porque, siendo
hombre, te haces Dios» (Jn 10, 33). Porque ya estaban acostumbrados a oir: El
Verbo de Dios vino a tal o cual profeta. Pero ahora, el Verbo de Dios, por el
que hizo todas las cosas, consintió en hacerse Hijo del hombre, y se humilló,
tomando forma de esclavo. Por esto la cruz de Cristo es escándalo para los
judíos, mientras que para nosotros Cristo es la fuerza de Dios y la sabiduría
de Dios. Porque, como dijo Juan: «El Verbo se hizo carne...» (Jn 1, 14), y la
Escritura acostumbra a llamar «carne» al «hombre» ...Antiguamente el Verbo
venía a los diversos santos, y santificaba a los que le recibían como
convenía. Sin embargo, no se decía al nacer aquellos que el Verbo se hiciera
hombre, ni que padeciera cuando ellos padecieron. Pero cuando al fin de los
tiempos vino de manera singular, nacido de Maria, para la destrucción del
pecado... entonces se dice que tomando carne se hizo hombre, y que en su carne
padeció por nosotros (cf. I Pe 4, 1). Asi se manifestaba, de suerte que todos
lo creyésemos, que el que era Dios desde toda la eternidad y santificaba a
aquellos a quienes visitaba, ordenando según la voluntad del Padre todas las
cosas, más adelante se hizo hombre por nosotros; y, como dice el Apóstol, hizo
que la divinidad habitase en la carne de manera corporal (cf. Col 2, 9); lo cual
equivale a decir que, siendo Dios, tuvo un cuerpo propio que utilizaba como
instrumento suyo, haciéndose así hombre por nosotros. Por esto se dice de él
lo que es propio de la carne, puesto que existía en ella, como, por ejemplo,
que padecía hambre, sed, dolor, cansancio, etc., que son afecciones de la
carne. Por otra parte, las obras propias del Verbo, como el resucitar a los
muertos, dar vista a los ciegos, curar a la hemorroisa, las hacia él mismo por
medio de su propio cuerpo. El Verbo soportaba las debilidades de la.carne como
propias, puesto que suya era la carne; la carne, en cambio, cooperaba a las
obras de la divinidad, pues se hacían en la carne... De esta suerte, cuando
padecía la carne, no estaba el Verbo fuera de ella, y por eso se dice que el
Verbo padecía. Y cuando hacia las obras del Padre a la manera de Dios, no
estaba la carne ausente, sino que el Señor hacia aquellas cosas asimismo en su
propio cuerpo. Y por esto, hecho hombre, decia: «Si no hago las obras de mi
Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mi, creed a mis
obras y reconoced que el Padre está en mi y yo en el Padre» (Jn 10, 37-8).
Cuando fue necesario curar de su fiebre a la suegra de Pedro, extendió la mano
como hombre, pero curó la dolencia como Dios. De manera semejante, cuando curó
al ciego de nacimiento, echó la saliva humana de su carne, pero en cuanto Dios
le abrió los ojos con el lodo... Así hacía Él las cosas, mostrando con ello
que tenía un cuerpo, no aparente, sino real. Convenia que el Señor, al
revestirse de carne humana, se revistiese con ella tan totalmente que tomase
todas las afecciones que le eran propias, de suerte que así como decimos que
tenia su propio cuerpo, así también se pudiera decir que eran suyas propias
las afecciones de su cuerpo, aunque no las alcanzase su divinidad. Si el cuerpo
hubiese sido de otro, sus afecciones serien también de aquel otro. Pero si la
carne era del Verbo, pues «el Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14), necesariamente
hay que atribuirle también las afecciones de la carne, pues suya es la carne. Y
al mismo a quien se le atribuyen los padecimientos—como el ser condenado,
azotado, tener sed, ser crucificado y morir—, a él se atribuye también la
restauración y la gracia. Por esto se afirma de una manera lógica y coherente
que tales sufrimientos son del Señor y no de otro, para que también la gracia
sea de él, y no nos convirtamos en adoradores de otro, sino del verdadero Dios.
No invocamos a creatura alguna, ni a hombre común alguno, sino al hijo
verdadero y natural de Dios hecho hambre, el cual no por ello es menos Señor,
Dios y Salvador 10.
La
unión de la humanidad y la divinidad en Cristo.
Nosotros
no adoramos a una criatura. Lejos de nosotros tal pensamiento, que es un error
más bien propio de paganos y de arrianos. Lo que nosotros adoramos es el Señor
de la creación hecho hombre, el Verbo de Dios. Porque aunque en si misma la
carne sea una parte de la creación, se ha convertido en el cuerpo de Dios.
Nosotros no separamos el cuerpo como tal del Verbo, adorándolo por separado, ni
tampoco al adorar al Verbo lo separamos de la carne, sino que sabiendo que «el
Verbo se hizo carne», le reconocemos como Dios aun cuando está en la carne 11.
El
Verbo, al tomar nuestra carne, se constituye en pontifico de nuestra fe.
«Hermanos
santos, partícipes de una vocación celestial, considerad el apóstol y
pontifice de vuestra religión, Jesús, que fue fiel al que le había hecho» (Heb
3, 1-2). ¿Cuándo fue enviado como apóstol, sino es cuando se vistió de
nuestra carne? ¿Cuándo fue constituido pontificó de nuestra religión, si no
es cuando habiéndose ofrecido por nosotros resucitó de entre los muertos en su
cuerpo, y ahora a los que se le acercan con la fe los lleva y los presenta al
Padre, redimiéndolos a todos y haciendo propiciación por todos delante de
Dios? No se refería el Apóstol a la naturaleza del Verbo ni a su nacimiento
del Padre por naturaleza cuando decia «que fue fiel al que le había hecho».
De ninguna manera. El Verbo es el que hace, no el que es hecho. Se refería a su
venida entre los hombres y al pontificado que fue entonces creado. Esto se puede
ver claramente a partir de la historia de Aarón en la ley. Aarón no había
nacido pontífice, sino simple hombre. Con el tiempo, cuando quiso Dios, se hizo
pontífice... poniéndose sobre sus vestidos comunes el ephod, el pectoral y la
túnica, que las mujeres habían elaborado por mandato de Dios. Con estos
ornamentos entraba en el lugar sagrado y ofrecía el sacrificio en favor del
pueblo... De la misma manera, el Señor «en el principio era el Verbo, y el
Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1). Pero cuando quiso el Padre
que se ofreciera rescate por todos y que se hiciera gracia a todos, entonces, de
la misma manera que Aarón tomó la túnica, tomó el Verbo la carne de la
tierra, y tuvo a Maria como madre a la manera de tierra virgen, a fin de que
como pontífice se ofreciera a sí mismo al Padre, purificándonos a todos con
su sangre de nuestros pecados y resucitándonos de entre los muertos. Lo antiguo
era una sombra de esto. De lo que hizo el Salvador en su venida, Aarón había
ya trazado una sombra en la ley. Y así como Aarón permaneció el mismo y no
cambió cuando se puso los vestidos sacerdotales... así también el Señor...
no cambió al tomar carne, sino que siguió siendo el mismo, aunque oculto bajo
la carne. Cuando se dice, pues. que «fue hecho», no hay que entenderlo del
Verbo en cuanto tal... El Verbo es.creador, pero luego es hecho pontífice al
revestirse de un cuerpo hecho y creado, que pudiera ofrecer por nosotros: en
este sentido se dice que «fue hecho»... 12
El
designio de Dios creador sobre el hombre.
...Dice
el utilisimo libro del Pastor (de Hermas): «Ante todo has de creer que uno es
Dios, el que creó y dispuso todas las cosas, y las hizo del no ser para que
fueran» (Mand. 1). Dios es bueno: mejor dicho, es la misma fuente de la bondad.
Ahora bien, siendo bueno, no puede escatimar nada a nadie. Por esto no escatimó
la existencia de nada, sino que a todas las cosas las hizo de la nada por medio
de su propia Palabra, nuestro Señor Jesucristo. Y entre todas ellas tuvo en
primer lugar particular benevolencia para con el linaje humano, y viendo que
según su propia condición natural los hombres no podían permanecer
indefinidamente, les dio además un don particular: no los creó simplemente
como a los demás animales irracionales de la tierra, sino que los hizo según
su propia imagen, haciéndoles participar de la fuerza de su propia Palabra (Logos);
y así, una vez hechos participes de la Palabra (logikoi), podían tener una
existencia duradera y feliz, viviendo la vida verdadera y real de los santos en
el paraíso.
Pero
Dios sabia también que el hombre tenía una voluntad de elección en un sentido
o en otro, y tuvo providencia de que se asegurara el don que les había dado
poniéndoles bajo determinadas condiciones en determinado lugar. Efectivamente,
los introdujo en su propio paraíso, y les puso la condición de que si
guardaban el don que tenían y permanecían buenos tendrían aquella vida propia
del paraíso, sin penas, dolores ni cuidados, y además la promesa de la
inmortalidad en el cielo. Por el contrario, si transgredía la condición y se
pervertían haciéndose malvados, conocerian que por naturaleza estaban sujetos
a la corrupción de la muerte, y ya no podrían vivir en el paraíso, sino que
expulsados de él acabarían muriendo y permanecerían en la muerte y en la
corrupción... 13.
El
pecado original, transmitido por la generación sexual.
<<He
aquí que he sido concebido en la iniquidad, y mi madre me concibió entre
pecados» (Sal 50, 7). El primer plan de Dios no era que nosotros viniéramos a
la existencia a través del matrimonio y de la corrupción. Fue la transgresión
del precepto lo que introdujo el matrimonio, a causa de la iniquidad de Adán,
es decir, de su repudio de la ley que Dios le había dado. Asi pues, los que
nacen de Adán son concebidos en la iniquidad e incurren en la condena del
primer padre. La expresión: «Mi madre me concibió entre pecados» significa
que Eva, madre de todos nosotros, fue la primera que concibió al pecado estando
como llena de placer. Por eso nosotros, cayendo en la misma condena de nuestra
madre, decimos que somos concebidos entre pecados. Asi se muestra cómo la
naturaleza humana desde un principio, a causa de la transgresión de Eva, cayó
bajo el pecado, y el nacimiento tiene lugar bajo una maldición. La explicación
se remonta hasta los comienzos, a fin de que quede patente la grandeza del don
de Dios... 14.
El
Verbo, haciéndose hombre, diviniza a la humanidad.
«Le
dio un nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2, 9). Esto no está escrito
con referencia al Verbo en cuanto tal, pues aun antes de que se hiciera hombre,
el Verbo era adorado de los ángeles y de toda la creación a causa de lo que
tenía corno herencia del Padre. En cambio sí está escrito por nosotros y en
favor nuestro: Cristo, de la misma manera que en cuanto hombre murió por
nosotros, así también fue exaltado. De esta suerte está escrito que recibe en
cuanto hombre lo que tiene desde la eternidad en cuanto Dios, a fin de que nos
alcance a nosotros este don que le es otorgado. Porque el Verbo no sufrió
disminución alguna al tomar carne, de suerte que tuviera que buscar cómo
adquirir algún don sino que al contrario, divinizó la naturaleza en la cual se
sumergía, haciendo con ello un mayor regalo al género humano. Y de la misma
manera que en cuanto Verbo y en cuanto que existía en la forma de Dios era
adorado desde siempre, así también, al hacerse hombre permaneciendo el mismo y
llamándose Jesús, no tiene en menor medida a toda la creación debajo de sus
pies. A este nombre se doblan para él todas las rodillas y confiesan que el
hecho de que el Verbo se haya hecho carne y esté sometido a la muerte de la
carne no implica nada indigno de su divinidad, sino que todo es para gloria del
Padre. Porque gloria del Padre es que pueda ser recobrado el hombre que él
había hecho y había perdido, y que el que estaba muerto resucite y se
convierta en templo de Dios. Las mismas potestades de los cielos, los ángeles y
los arcángeles, que le rendían adoración desde siempre, le adoran ahora en el
nombre de Jesús, el Señor: y esto es para nosotros una gracia y una
exaltación, porque el Hijo de Dios es ahora adorado en cuanto que se ha hecho
hombre, y las potestades de los cielos no se extrañan de que todos nosotros
penetremos en lo que es su región propia, viendo que tenemos un cuerpo
semejante al de aquél. Esto no hubiera sucedido si aquel que existía en forma
de Dios no hubiera tomado la forma de esclavo y se hubiera humillado hasta
permitir que la muerte se apoderara de su cuerpo. He aquí como lo que
humanamente era tenido como una locura de Dios en la cruz, se convirtió en
realidad en una cosa más gloriosa para todos: porque en esto está nuestra
resurrección... 15.
La
redención del hombre.
Nuestra
culpa fue la causa de que bajara el Verbo y nuestra transgresión daba voces
llamando a su bondad, hasta que logró hacerlo venir a nosotros y que el Señor
se manifestara entre los hombres.
Nosotros
fuimos la ocasión de su encarnación y por nuestra salvación amó a los
hombres hasta tal punto que nació y se manifestó en un cuerpo humano.
Así
pues, de esta forma hizo Dios al hombre y quiso que perseverara en la
inmortalidad. Pero los hombres, despreciando y apartándose de la contemplación
de Dios, discurrieron y planearon para sí mismo el mal... y recibieron la
condenación de muerte con que habían sido amenazados de antemano. En adelante
ya no tenían una existencia duradera tal como habían sido hechos, sino que, de
acuerdo con lo que habían planeado, quedaron sujetos a corrupción, y la muerte
reinaba y tenía poder sobre ellos. Porque la transgresión del precepto los
volvió a colocar en su situación natural, de suerte que así como fueron
hechos del no ser, de la misma manera quedaran sujetos a la corrupción y al no
ser con el decurso del tiempo.
Porque,
si su naturaleza originaria era el no ser y fueron llamados al ser por la
presencia y la benignidad del Verbo, se sigue que así que los hombres perdieron
el conocimiento de Dios y se volvieron hacia el no ser—porque el mal es el no
ser, y el bien es el ser que procede del ser de Dios—, perdieron la capacidad
de ser para siempre, es decir, que se disuelven en la muerte y la corrupción
permaneciendo en ellas. Porque, por naturaleza, el hombre es mortal, ya que ha
sido hecho del no ser. Mas a causa de su semejanza con «el que es», que el
hombre podía conservar mediante la contemplación de él, quedaba desvirtuada
su tendencia natural a la corrupción y permanecía incorruptible, como dice la
Sabiduría: «La observancia de la ley es vigor de incorrupción» (Sab 6, 18).
Y puesto que era incorruptible, podía vivir en adelante a la manera de Dios,
como lo insinúa en cierto lugar la Escritura: «Yo dije: sois dioses, y todos
sois hijos del Altísimo. Pero vosotros, todos morís como hombres, y caéis
como un jefe cualquiera» (Sal 81, 6-7).
P/MU-PODER/ATANASIO:
Porque Dios no sólo nos hizo de la nada, sino que con el don de su Palabra nos
dio el poder vivir como Dios. Pero los hombres se apartaron de las cosas
eternas, y por insinuación del diablo se volvieron hacia las cosas
corruptibles: y así, por su culpa le vino la corrupción de la muerte, pues,
como dijimos, por naturaleza eran corruptibles, y sólo por la participación
del Verbo podían escapar a su condición natural, si permanecían en el bien.
Porque, en efecto, la corrupción no podía acercarse a los hombres a causa de
que tenían con ellos al Verbo, como dice la Sabiduría: «Dios creó al hombre
para la incorrupción y para ser imagen de su propia eternidad: pero por la
envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sab 2, 23-24). Entonces fue
cuando los hombres empezaron a morir, y desde entonces la corrupción los
dominó y tuvo un poder contra todo el linaje humano superior al que le
correspondía por naturaleza, puesto que por la transgresión del precepto
tenía en favor suyo la amenaza de Dios al hombre. Más aún, en sus pecados los
hombres no se mantuvieron dentro de límites determinados, sino que avanzando
poco a poco llegaron a rebasar toda medida. Primero descubrieron el mal y se
atrajeron sobre sí la muerte y la corrupción. Luego se entregaron a la
injusticia y sobrepasaron toda iniquidad, y no pararon en una especie de mal,
sino que discurrieron nuevas maneras de perpetrar toda suerte de nuevos males,
de suerte que se hicieron insaciables en sus pecados. Por todas partes había
adulterios, y robos, y toda la tierra estaba llena de homicidios y de
rapacidades. No había ley capaz de cohibir la corrupción y la iniquidad. Todos
cometían toda suerte de maldades en privado y en común: las ciudades hacían
la guerra a las ciudades, y los pueblos se levantaban contra los pueblos; todo
el mundo estaba dividido en luchas y disensiones y todos se emulaban en el
mal...
Todo
esto no hacia sino aumentar el poder de la muerte, y la corrupción seguía
amenazando al hombre, y el género humano iba pereciendo. El hombre hecho según
el Verbo y a imagen (de Dios) estaba para desaparecer, y la obra de Dios iba a
quedar destruida. La muerte... tenia poder contra nosotros en virtud de una ley,
y no era posible escapar a esta ley, habiendo sido puesta por Dios a causa de la
transgresión. La situación era absurda y verdaderamente inaceptable. Era
absurdo que Dios, una vez que había hablado, nos hubiera engañado, y que
habiendo establecido la ley de que si el hombre traspasaba su precepto moriria,
en realidad no muriese después de la transgresión, desvirtuándose así su
palabra... Por otra parte era inaceptable que lo que una vez había sido hecho
según el Verbo y lo que participaba del Verbo quedara destruido y volviera a la
nada a través de la corrupción. Porque era indigno de la bondad de Dios que lo
que era obra suya pereciera a causa del engaño del diablo en que el hombre
había caído. Sobre todo, era particularmente inaceptable que la obra de Dios
en el hombre desapareciera, ya por negligencia de ellos ya por el engaño del
diablo... ¿Qué necesidad había de crear ya desde el principio tales seres?
Mejor era no crearlos, que abandonarlos y dejarlos perecer una vez creados... Si
no los hubiese creado, nadie habría pensado en atribuirlo a impotencia. Pero
una vez que los hizo y los creó para que existieran, era de lo más absurdo que
tales obras perecieran a la vista misma del que las había hecho... 16.
Por
el Verbo se restaura en el hombre la imagen de Dios.
Si
ha llegado a desaparecer la figura de un retrato sobre tabla a causa de la
suciedad que se le ha acumulado, será necesario que se presente de nuevo la
persona de quien es el retrato, a fin de que se pueda restaurar su misma imagen
en la misma madera. La madera no se arroja, pues tenía pintada en ella aquella
imagen: lo que se hace es restaurarla. De manera semejante, el Hijo santísimo
del Padre, que es imagen del Padre, vino a nuestra tierra a fin de restaurar al
hombre que había sido hecho a su imagen. Por esto dijo a los judíos: «Si uno
no renaciere...» (Jn 3, 5): no se refería al nacimiento de mujer, como
imaginaban aquellos, sino al alma que había de renacer y ser restaurada en su
imagen. Una vez que la locura idolátrica y la impiedad habían ocupado toda la
tierra, y una vez que había desaparecido el conocimiento de Dios, ¿quién
podía enseñar al mundo el conocimiento del Padre?... Para ello se necesitaba
el mismo Verbo de Dios, que ve la mente y el corazón del hombre, que mueve
todas las cosas de la creación y que por medio de ellas da a conocer al Padre.
¿Y cómo podía hacerse esto? Dirá tal vez alguno que ello podía hacerse por
medio de las mismas cosas creadas, mostrando de nuevo a partir de las obras de
la creación la realidad del Padre. Pero esto no era seguro, pues los hombres ya
lo habían descuidado una vez, y ya no tenían los ojos levantados hacia arriba,
sino dirigidos hacia abajo. Consiguientemente, cuando quiso ayudar a los
hombres, se presentó como hombre y tomó para sí un cuerpo semejante al de
ellos. Así les enseña a partir de las cosas de abajo, es decir, de las obras
del cuerpo, de suerte que los que no querían conocerle a partir de su
providencia del universo y de su soberanía, por las obras de su cuerpo
conocerán al Verbo de Dios encarnado, y por medio de él al Padre. Así, como
un buen maestro que se cuida de sus discípulos, a los que no podían
aprovecharse de las cosas mayores, les enseña con cosas más sencillas
poniéndose a su nivel... 17.
Cristo
ofrece su cuerpo en sacrificio vicario por todos.
Vio
el Verbo que no podía ser destruida la corrupción del hombre sino pasando
absolutamente por la muerte; por otra parte, era imposible que el Verbo muriera,
siendo inmortal e Hijo del Padre. Por esto tomó un cuerpo que fuera capaz de
morir, a fin de que éste, hecho partícipe del Verbo que está sobre todas las
cosas, fuera capaz de morir en lugar de todos y al mismo tiempo permaneciera
inmortal a causa del Verbo que en él moraba. Asi se imponia fin para adelante a
la corrupción por la gracia de la resurrección. Así, él mismo tomó para si
un cuerpo y lo ofreció a la muerte como hostia y victima libre de toda mancha,
y al punto, con esta ofrenda ofrecida por los otros, hizo desaparecer la muerte
de todos aquellos que eran semejantes a él. Porque el Verbo de Dios estaba
sobre todos, y era natural que al ofrecer su propio templo y el instrumento de
su cuerpo por la vida de todos, pagó plenamente la deuda de la muerte. Y así,
el Hijo incorruptible de Dios, al compartir la suerte común mediante un cuerpo
semejante al de todos, les impuso a todos la inmortalidad con la promesa de la
resurrección. La corrupción de la muerte ya no tiene lugar en los hombres,
pues el Verbo habita en ellos a través del cuerpo de uno. Es como si el
emperador fuera a una gran ciudad y se hospedara en una de sus casas:
absolutamente toda la ciudad se sintiría grandemente honrada, y no habría
enemigo o ladrón que la asaltara para vejarla, sino que se tendría toda ella
como digna de particular protección por el hecho de que el emperador habitaba
en una de sus casas. Algo así sucede con respecto al que es emperador de todo
el universo. Al venir a nuestra tierra y morar en un cuerpo semejante al
nuestro, hizo que en adelante cesaran todos los ataques de los enemigos contra
los hombres, y que desapareciera la corrupción de la muerte que antes tenía
gran fuerza contra ellos... 18.
Estando
todos nosotros bajo el castigo de la corrupción y de la muerte, él tomó un
cuerpo de igual naturaleza que los nuestros, y lo entregó a la muerte en lugar
de todos, ofreciéndolo en sacrificio al Padre. Esto lo hizo por pura
benignidad, en primer lugar a fin de que muriendo todos en él quedara abrogada
la ley que condenaba a los hombres a la corrupción, ya que su fuerza quedaba
totalmente agotada en el cuerpo del Señor y no le quedaba ya asidero en los
hombres; y en segundo lugar para que, al haberse los hombres entregado a la
corrupción, pudiera él restablecerlos en la incorrupción y resucitarlos de la
muerte por la apropiación de su cuerpo y por la gracia de la resurrección,
desterrando de ellos la muerte, como del fuego la paja 19.
La
encarnación, principio de divinización del hambre.
H/DIVINIZACION:
Si las obras del Verbo divino no se hubieran hecho por medio del cuerpo, el
hombre no hubiera sido divinizado; y, por el contrario, si las obras propias del
cuerpo no se atribuyesen al Verbo, no se hubiera librado perfectamente de ellas
el hombre. Pero una vez que el Verbo se hizo hombre y se apropió todo lo de la
carne, las cosas de la carne ya no se adhieren al cuerpo pues éste ha recibido
al Verbo y éste ha consumido lo carnal. En adelante, ya no permanecen en los
hombres sus propias afecciones de muertos y de pecadores, sino que resucitan por
la fuerza del Verbo y permanecen inmortales e incorruptibles. Por esto aunque lo
que nació de María, la Madre de Dios, es la carne, se dice que es él quien
nació de ella, pues él es quien da a los demás el nacimiento para que sigan
en la existencia. Asi nuestro nacimiento queda transformado en el suyo, y ya no
somos solamente tierra que ha de volver a la tierra, sino que habiéndonos
adherido al Verbo que viene del cielo podremos ser elevados a los cielos con
él. Asi pues, no sin razón se impuso sobre si las afecciones todas propias del
cuerpo, pues así nosotros podíamos participar de la vida divina, no siendo ya
hombres, sino cosa propia del mismo Verbo. Porque ya no morimos por la ley de
nuestro primer nacimiento en Adán, sino que en adelante transferimos al Verbo
nuestro nacimiento y toda nuestra debilidad corporal, y somos levantados de la
tierra, quedando destruida la maldición del pecado que había en nosotros, pues
él se ha hecho maldición por nosotros. Esto está muy en su punto: porque así
como en nuestra condición terrena morimos todos en Adán, así cuando nacemos
de nuevo a partir del agua y del Espíritu, todos somos vivificados en Cristo, y
ya no tenemos una carne terrena, sino una carne que se ha hecho Verbo, por el
hecho de que el Verbo de Dios se hizo carne por nosotros 20.
El
Verbo encarnado, vivificador de todo el universo.
El
Verbo no estaba encerrado en su propio cuerpo. No estaba presente en su cuerpo y
ausente de todo lo demás. No movía su cuerpo de suerte que hubiera dejado
privado de su energía y de su providencia al resto del universo. Lo más
admirable es que, siendo Verbo, no podía ser contenido por nada, sino que más
bien él contiene todas las cosas. Y estando presente en toda la creación, él
está por su naturaleza fuera de todas las cosas, ordenándolas todas y
extendiendo a todas y sobre todas su providencia, y vivificando a la vez todas y
cada una de las cosas, conteniéndolas a todas sin ser contenido de ellas. Sólo
en su propio Padre está él enteramente y bajo todos respectos. De esta suerte,
aunque estaba en un cuerpo humano y le daba vida, igualmente daba vida al
universo. Estaba en todas las cosas, y sin embargo estaba fuera de todas las
cosas. Y aunque era conocido por las obras que hacia en su cuerpo, no era
desconocido por la energía que comunicaba al universo... esto era lo admirable
que en él había: que como hombre vivía una vida ordinaria; como Verbo daba la
vida al universo; como Hijo estaba en la compañía del Padre... 21.
III.
Los sacramentos.
El
bautismo.
Los
arrianos corren el peligro de perder la plenitud del sacramento del bautismo. En
efecto, la iniciación se confiere en nombre del Padre y del Hijo; pero ellos no
expresan al verdadero Padre, ya que niegan al que procede de él y es semejante
a él en sustancia; y niegan también al verdadero Hijo, pues mencionan a otro
creado de la nada, que ellos se han inventado. El rito que ellos administran ha
de ser totalmente vacio y estéril, y aunque mantenga la apariencia es en
realidad inútil desde el punto de vista religioso. Porque ellos no bautizan
realmente en el Padre y en el Hijo, sino en el Creador y en la criatura, en el
Hacedor y en su obra. Pero, siendo la criatura otra cosa distinta del Hijo, el
bautismo que ellos pretenden administrar es distinto del bautismo verdadero, por
más que profesen nombrar al Padre y al Hijo de acuerdo con la Escritura. No
basta para conferir el bautismo decir: «¡Oh Señor!», sino que hay que tener
al mismo tiempo la recta fe. Y ésta fue la razón por la que nuestro Salvador
no mandó simplemente bautizar, sino que dijo primero: «Enseñad». y sólo
luego: «Bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo».
Porque de la instrucción nace la recta fe, y una vez se da la fe puede
realizarse la iniciación del bautismo... 22.
La
celebración pascual de la eucaristía.
Hermanos,
después que el enemigo que tenía tiranizado al universo ha sido destruido, ya
no celebramos una fiesta temporal, sino eterna y celestial; ya no anunciamos
aquel hecho con figuras, sino que en realidad lo vivimos. Antes celebraban los
judíos esta fiesta comiendo la carne de un cordero sin mancha y untando con su
sangre sus jambas para ahuyentar al exterminador. Pero ahora comemos la Palabra
del Padre y señalamos los labios de nuestro corazón con la sangre del Nuevo
Testamento, reconociendo la gracia que nos ha hecho el Salvador diciendo: «Os
he dado poder de andar sobre las serpientes y las víboras y sobre todo poder de
enemigo» (Lc 10, 19)... Por lo demás, amadisimos mios, es sabido que los que
celebramos esta fiesta no hemos de llevar vestidos sucios sobre nuestras
conciencias, sino que nos hemos de adornar con vestidos abolutamente limpios
para este día de nuestro Señor Jesús, a fin de poder realmente estar en la
fiesta con él. Nos vestimos así cuando amamos la virtud y aborrecemos el
vicio; cuando guardamos la castidad y evitamos la lujuria; cuando preferimos la
justicia a la iniquidad; cuando nos contentamos con las cosas necesarias y nos
entregamos más bien a fortalecer nuestra alma; cuando no nos olvidamos de los
pobres, sino que estamos determinados a que nuestras puertas estén abiertas
para cualquiera; cuando nos esforzamos por humillar nuestro ánimo y detestar la
soberbia...23.
La
eucaristía, alimento espiritual.
En
el Evangelio de Juan he observado lo que sigue. Cuando habla de que su cuerpo
será comido, y ve que a causa de esto muchos se escandalizan, dice el Señor:
«¿Esto os escandaliza? ¿Qué sería si vieseis al Hijo del hombre bajando de
allí donde estaba al principio? El Espiritu es lo que vivifica: la carne no
aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y
vida>> (Jn 6, 62-64). En esta ocasión dice acerca de sí mismo ambas
cosas: que es espíritu y que es carne; y distingue al espíritu de lo que es
según la carne, para que creyendo no sólo lo visible, sino lo invisible que
había en él, aprendan que lo que él dice no es carnal, sino espiritual.
¿Para alimentar a cuántos hombres seria su cuerpo suficiente? Pero tenía que
ser alimento para todo este mundo. Por esto les menciona la ascensión al cielo
del Hijo del hombre, a fin de sacarlos de su mentalidad corporal y hacerles
aprender en adelante que la carne que él llama comida viene de arriba, del
cielo, y que el alimento que les va a dar es espiritual. Les dice: <<Lo
que os he hablado es espiritu y vida» (Jn 6, 64), que es lo mismo que decir: lo
que aparece y lo que es entregado para salvación del mundo es la carne que yo
tengo, pero esta misma carne con su sangre, yo os la daré a vosotros como
alimento de una manera espiritual. O sea que es de una manera espiritual como
esta carne se da a cada uno, y se hace así para cada uno prenda de la
resurrección de la vida eterna... 24.
El
misterio de la eucaristía.
Verás
a los ministros que llevan pan y una copa de vino, y lo ponen sobre la mesa; y
mientras no se han hecho las invocaciones y súplicas, no hay más que puro pan
y bebida. Pero cuando se han acabado aquellas extraordinarias y maravillosas
oraciones, entonces el pan se convierte en el cuerpo y el cáliz en la sangre de
nuestro Señor Jesucristo... Consideremos el momento culminante de estos
misterios: este pan y este cáliz, mientras no se han hecho las oraciones y
súplicas, son puro pan y bebida; pero así que se han proferido aquellas
extraordinarias plegarias y aquellas santas súplicas, el mismo Verbo baja hasta
el pan y el cáliz, que se convierten en su cuerpo 25.
La
práctica de la penitencia.
De
la misma manera que un hombre al ser bautizado por un sacerdote es iluminado con
la gracia del Espíritu Santo, así también el que hace confesión arrepentido
recibe mediante el sacerdote el perdón por gracia de Cristo 26.
Los
que han blasfemado contra el Espiritu Santo o contra la divinidad de Cristo
diciendo: «Por Beelzebub, príncipe de los demonios, expulsa los demonios» (Lc
11, 15) no alcanzan perdón ni en este mundo ni en el futuro. Pero hay que hacer
notar que no dijo Cristo que el que hubiera blasfemado y se hubiese arrepentido
no habría de alcanzar perdón, sino el que estuviera en blasfemia, es decir,
permaneciera en la blasfemia. Porque la condigna penitencia borra todos los
pecados... La blasfemia contra el Espiritu es la falta de fe (apistía), y no
hay otra manera para perdonarla si no es la vuelta a la fe: el pecado de
ateísmo y de falta de fe no alcanzará perdón ni en este mundo ni en el futuro
27.
........................
1. ATANASIO, Ad Serapionem, I, 28.
2. ATANASIO, Orationes contra Ar. III, 3-4.
3. Ibid. II, 31.
4. Ibid. II, 41-45.
5. Ibid, I, 14.
6. Ibid. I, 25-26.
7. Ibid. I, 5-6.
8. Ibid. I, 41.
9. Ibid. III, 24.
10. Ibid. III, 30-32
11. ATANASIO, Epistula ad Adelphium, 3.
12. Contra Ar. Il, 7-8.
13. ATANASIO, De lncarnatione, 3.
14. ATANASIO, In Ps. 50.
15. Contra `Ar. I, 42.
16. De Incarn. 4-6.
17. Ibid. 14-15.
18. Ibid. 9
19. Ibid. 8.
20. Contra Ar. III, 33.
21. De Incarn. 17.
22. Contra Ar. II, 42-43.
23. ATANASIO, Epistula festalis, IV, 3.
24. Ad Serap. IV, 19.
25. Fragm. de un sermón a los bautizados.
26. Fragm. contra Novat,
27. Fragm. in Mt.
........................
1. ATANASIO, Ad Serapionem, I, 28.
2. ATANASIO, Orationes contra Ar. III, 3-4.
3. Ibid. II, 31.
4. Ibid. II, 41-45.
5. Ibid, I, 14.
6. Ibid. I, 25-26.
7. Ibid. I, 5-6.
8. Ibid. I, 41.
9. Ibid. III, 24.
10. Ibid. III, 30-32
11. ATANASIO, Epistula ad Adelphium, 3.
12. Contra Ar. Il, 7-8.
13. ATANASIO, De lncarnatione, 3.
14. ATANASIO, In Ps. 50.
15. Contra `Ar. I, 42.
16. De Incarn. 4-6.
17. Ibid. 14-15.
18. Ibid. 9
19. Ibid. 8.
20. Contra Ar. III, 33.
21. De Incarn. 17.
22. Contra Ar. II, 42-43.
23. ATANASIO, Epistula festalis, IV, 3.
24. Ad Serap. IV, 19.
25. Fragm. de un sermón a los bautizados.
26. Fragm. contra Novat,
27. Fragm. in Mt.
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