domingo, 4 de enero de 2015

TEÓFILO DE ANTIOQUÍA

Teófilo fue, según la tradición, el sexto obispo de Antioquía de Siria. Había recibido una buena formación literaria en el paganismo, y se convirtió, según él mismo explica, por el estudio de las Escrituras sagradas. De él se conserva un escrito apologético dirigido a su amigo Autólico y dividido en tres libros. En él da muestras de su conocimiento tanto de los autores paganos como de las Escrituras. Es el primer autor cristiano que hace un comentario exegético del Génesis, analizándolo con detalle y proponiendo una interpretación de tendencia alegórica. Escribió también un Comentario a los Evangelios, que se ha perdido: pero aun en los libros a Autólico se muestra muy familiarizado con los escritos del Nuevo Testamento, incluido el Evangelio de Juan, y es el primer autor que enseña explícitamente que estos libros proceden de autores inspirados y tienen un valor análogo al de las antiguas Escrituras. Doctrinalmente es de particular interés su explicación del dogma trinitario: es el primer autor cristiano en que aparece la distinción entre el Verbo inmanente o interno que está en Dios Padre desde toda la eternidad, y el Verbo proferido o emitido como instrumento de la creación al comienzo de los tiempos.
JOSEP VIVES
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No conocemos casi nada de este autor, ni de su obra literaria, que debió de ser extensa. Gracias al antiguo historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesarea, sabemos que fue obispo de Antioquía, el sexto después de San Pedro. Las mismas noticias nos transmite San Jerónimo. Es el único de los apologistas que estuvieron revestidos del carácter episcopal, y en una sede tan importante por su antigua tradición.
De San Teófilo sólo se conservan los tres libros A Autólico, escritos hacia el año 180, que son una apología en defensa de los cristianos, cuya sangre seguía corriendo en sucesivas persecuciones. Como era frecuente en la antigüedad, quizá Autólico no sea un personaje real; encarna más bien a un tipo de pagano que no debía de ser raro a finales del siglo II: un hombre culto, que reconocía en bastantes cristianos a otros hombres cultos como él, pero a quien parecía demasiado simple la doctrina de Cristo. Teófilo intenta salir al paso de estas y otras razones, tratando de convencer a su posible lector de las fuertes razones para creer que tienen los cristiano.
LOARTE
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TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, según Eusebio de Cesarea, fue el sexto obispo de aquella sede, nació de padres paganos cerca del Éufrates, en los confines del Imperio cercanos a Persia, y recibió una educación helenística. Era ya mayor cuando se convirtió, después de un estudio profundo de las Escrituras.
De sus obras quedan sólo los tres libros A Autólico, un amigo frente al que defiende el cristianismo, que fueron escritos poco después del 180. En ellos trata del Dios verdadero y de la idolatría, contrasta las enseñanzas de los profetas con las fábulas griegas, y por fin describe la superioridad del comportamiento moral de los cristianos, refutando de paso las famosas calumnias. Repite la idea de que Moisés es más antiguo que cualquier filósofo. Sus otras obras parece que versaban sobre las Sagradas Escrituras o que atacaban algunas herejías.
Teófilo es el primero que usa la palabra trías para referirse a las tres personas divinas juntas. Es también el primero que distingue entre la Palabra inmanente en Dios (Logos endiácetos) y la Palabra proferida por Dios (Logos proforikós). Piensa que la inmortalidad del alma no es algo natural, sino un premio a la obediencia a Dios, idea que volveremos a encontrar alguna vez.
MOLINÉ


TEXTOS
La forma de Dios es inefable e inexplicable: no puede ser vista por ojos carnales. Por su gloria es incomprensible; por su grandeza es inalcanzable; por su sublimidad es impensable; por su poder es incomparable; por su sabiduría es inigualable; por su bondad, inimitable; por su beneficencia, inenarrable. En efecto, si lo llamo Luz, nombro lo que es creatura suya; si le llamo Palabra, nombro su principio; si le llamo Razón, nombro su inteligencia; si le llamo Espíritu, nombro su respiración; si le llamo Sabiduría, nombro lo que de él procede; si le llamo Potencia, nombro el poder que tiene; si le llamo Fuerza, nombro su principio activo; si le llamo Providencia, nombro su bondad; si le llamo Reino, nombro su gloria; si le llamo Señor, le digo Juez; si le llamo Juez, le digo Justo; si le llamo Padre, le digo todo; si le llamo Fuego, nombro su ira. Me dirás—¿Es que Dios puede estar airado?— Ya lo creo: está airado contra los que obran el mal, y es benigno, bondadoso y misericordioso con los que le aman y le temen. Porque él es el educador de los piadosos, el Padre de los justos, el juez y castigador de los impíos 1.
Los hombres de Dios, portadores del Espíritu Santo y profetas, inspirados por el mismo Dios y llenos de su sabiduría, llegaron a ser discípulos de Dios, santos y justos. Por ello fueron dignos de recibir la recompensa de convertirse en instrumentos de Dios y de recibir su sabiduría, con la cual hablaron sobre la creación del mundo y sobre todas las demás cosas... Y en primer lugar nos enseñaron todos a una que Dios lo hizo todo de la nada: porque nada fue coetáneo con Dios, sino que siendo Dios su propio lugar y no teniendo necesidad de nada y existiendo desde antes de los siglos, quiso hacer al hombre para dársele a conocer. Entonces preparó para él el mundo, ya que el que es creado está necesitados mientras que el increado no necesita de nada.
Ahora bien, teniendo Dios en sus propias entrañas a su Verbo inmanente (endiatheton), lo engendró con su propia sabiduría, emitiéndolo antes de todas las cosas. A este Verbo tuvo como ministro de lo que iba creando, y por medio de él hizo todas las cosas. Éste se llama principio, siendo Príncipe y Señor de todas las cosas que por medio de él han sido creadas. Éste, pues, que es espíritu de Dios, y principio, sabiduría y potencia del Altísimo, descendió a los profetas, y por medio de ellos habló lo que se refiere a la creación del mundo y a las demás cosas. Porque no existían los profetas cuando se hacia el mundo, pero sí la Sabiduría de Dios que en él estaba y su Verbo santo que siempre le asistía... 2
El Dios y Padre del universo es inabarcable: no se encuentra limitado a un lugar, ni descansa en sitio alguno. En cambio, su Verbo, por medio del cual hizo todas las cosas y que es su propia potencia y sabiduría, tomando la figura del Padre y Señor del universo, fue el que se presentó en el paraíso en forma de Dios y conversaba con Adán. La misma Escritura divina nos enseña que Adán decia haber oído su voz: ahora bien, esta voz ¿qué otra cosa es sino el Verbo de Dios, que es su propio Hijo? Es Hijo no al modo en que los poetas y mitógrafos hablan de hijos de los dioses nacidos por unión carnal, sino como explica la verdad que existe el Verbo inmanente (endiatheton) desde siempre en el corazón de Dios. Antes de hacer nada tenía a este Verbo como consejero, como que era su propia mente y su pensamiento. Y cuando Dios quiso hacer efectivamente lo que había deliberado hacer, engendró a este Verbo emitido (prophorikon) como primogénito de toda la creación: con ello no quedó él vacío de su propio Verbo, sino que engendró al Verbo y permaneció conversando para siempre con él. Esto nos enseñan las santas Escrituras y todos los inspirados por el Espíritu, entre los cuales Juan dice: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios» (Jn 1, 1), significando que en los comienzas estaba Dios solo, y en él su Verbo. Y luego dice: «Y el Verbo era Dios: todo fue hecho por él, y sin él nada se hizo» (Jn 1, 2-3). Así pues, el Verbo es Dios y nacido de Dios, y cuando el Padre del universo así lo quiere lo envia a determinado lugar, y cuando está allí, puede ser oído y visto y puede ser encontrado en un lugar determinado por haber sido enviado por Dios... 3
Habiendo Dios puesto al hombre en el paraíso para que lo trabajara y lo guardara ... le mandó que comiera de todos los frutos y, naturalmente, también del árbol de la vida, sólo le mandó que no comiera del árbol de la ciencia. Y Dios lo trasladó de la tierra de la que había sido creado al paraíso, para que pudiera programar, y para que, creciendo y llegando a ser perfecto y hasta declarado dios, llegara a subir al cielo, poseyendo la inmortalidad, ya que el hombre fue creado en condición intermedia, ni del todo mortal ni simplemente inmortal, sino capaz de lo uno y de lo otro... Ahora bien, el árbol de la ciencia en sí mismo era bueno, y bueno era su fruto. No estaba en el árbol, como piensan algunos, la muerte, sino en la desobediencia. Porque en su fruto no había otra cosa que la ciencia, y la ciencia es buena si se hace de ella el uso debido. Pero por su edad Adán era todavía niño, y por eso no podía recibir la ciencia de modo debido. Aun ahora, cuando nace un niño, no puede inmediatamente comer pan, sino que primero se alimenta de leche, y luego, al ir adelantando en edad, pasa al alimento sólido. Algo así sucedió con Adán. Por tanto, no fue como por envidia, como piensan algunos, por lo que Dios le mandó que no comiera del conocimiento. Además, quería probarle para ver si era obediente a su mandamiento, y quería también que permaneciera más tiempo sencillo e inocente en condición de niño. Porque es cosa santa no sólo con respecto a Dios sino aun con respecto a los hombres que los hijos se sometan a sus padres en sencillez e inocencia. Ahora bien, si los hijos han de someterse a sus padres, mucho más a Dios, Padre del universo. Además, es cosa indecorosa que los niños pequeños sientan por encima de su edad, porque así como uno crece en edad por las etapas debidas, así también en la inteligencia. Por otra parte, cuando una ley manda abstenerse de algo y uno no obedece, está claro que no es la ley la que nos trae el castigo, sino la desobediencia y la transgresión... Así fue la desobediencia la que hizo que el primer hombre fuera arrojado del paraíso: no es que el árbol de la ciencia tuviera nada malo, sino que como consecuencia de la desobediencia el hombre se atrajo los trabajos, el dolor, la tristeza, cayendo finalmente bajo la muerte.
Pero Dios hizo un gran beneficio al hombre al no dejar que permaneciera para siempre en el pecado. En cierta manera semejante a un destierro, lo arrojó del paraíso para que pagara en un plazo determinado la pena de su pecado y así educado fuera de nuevo llamado... Y todavía más: así como a un vaso, si después de modelado resulta con algún defecto, se le vuelve a amasar y a modelar para hacerlo de nuevo y entero, así sucede también al hombre con la muerte: se le rompe por la fuerza, para que salga íntegro en la resurrección, es decir, sin defecto, justo e inmortal...
Alguno nos dirá: ¿Es que el hombre fue hecho mortal por naturaleza? De ninguna manera. ¿Fue, pues, hecho inmortal? Tampoco decimos eso. Se nos dirá: ¿Luego no fue hecho nada? Tampoco decimos eso: por naturaleza no fue hecho ni mortal ni inmortal. Porque si desde el principio Dios lo hubiera hecho inmortal, lo hubiera hecho dios. Al contrario, si lo hubiera hecho mortal, hubiera parecido que Dios era responsable de su muerte. Por tanto, no lo hizo ni mortal ni inmortal, sino... capaz de una cosa y de otra: de esta suerte, si el hombre se inclina a la inmortalidad guardando el mandamiento de Dios, recibiría de él como recompensa la inmortalidad y llegaría a ser dios; pero si, desobedeciendo a Dios, se entregaba a las cosas de la muerte, él mismo sería responsable de su propia muerte. Ahora bien, lo que el hombre perdió para sí por su descuido y desobediencia, eso mismo le regala Dios ahora por su amor y misericordia, con tal de que el hombre le obedezca. Y así como el hombre desobedeciendo se atrajo para sí la muerte, así obedeciendo a la voluntad de Dios puede el que quiera ganar para sí la vida eterna. Porque Dios nos ha dado una ley y unos mandamientos santos, y todo el que los cumpla puede salvarse y, alcanzada la resurrección, obtener como herencia la incorrupción 4.
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1. Teófilo, A Autólico, I, 3.
2. Ibid. II, 9-10.
3. Ibid. II, 22.
4. Ibid II, 24-27.

TEÓFILO DE ANTIOQUÍA

A Autólico
(primer libro)
Necesidad de una buena disposición para conocer a Dios:
Una boca elocuente y una dicción agradable procura a los míseros hombres, que tienen el entendimiento corrompido, placer y alabanza para la gloria vana; mas el amador de la verdad no atiende a las palabras afectadas, sino que examina cuál sea la eficacia del discurso. Ahora bien, tú, amigo mío, me increpaste con vanas palabras, vanagloriándote en tus dioses de piedra y leño, cincelados y fundidos, esculpidos y pintados, dioses que ni ven ni oyen, pues son meros ídolos, obras de manos de los hombres; y me motejas además de cristiano, como si llevara yo un nombre infamante. Por mi parte, confieso que soy cristiano, y llevo este nombre, grato a Dios, con la esperanza de ser útil para el mismo Dios. Porque no es, como tú te imaginas, cosa difícil el nombre de Dios, sino que tal vez, por ser tú inútil para Dios, has venido a pensar sobre Dios de esa manera.
Pues ya, si me dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te replicaría: «Muéstrame tú a tu hombre, y yo te mostraré a mi Dios». Muéstrame, en efecto, unos ojos de tu alma que vean y unos oídos de tu corazón que oigan. Porque a la manera que quienes ven con los ojos del cuerpo, por ellos perciben las cosas de la vida y de la tierra, y disciernen juntamente sus diferencias, por ejemplo, entre la luz y la obscuridad, entre lo blanco y lo negro, entre la mala o buena figura, entre lo que tiene ritmo y medida y lo que no lo tiene, entre lo desmesurado y lo truncado; y lo mismo se diga de lo que cae bajo el dominio de los oídos: sonidos agudos, bajos y suaves; tal sucede con los oídos del corazón y los ojos del alma en cuanto a su poder de ver a Dios. Dios, en efecto, es visto por quienes son capaces de mirarle, si tienen abiertos los ojos del alma. Porque, sí, todos tienen ojos; pero hay quienes los tienen obscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean, deja de brillar la luz del sol. A sí mismos y a sus ojos deben los ciegos echar la culpa. De semejante manera, tú, hombre, tienes los ojos de tu alma obscurecidos por tus pecados y tus malas obras. Como un espejo brillante, así de pura debe tener su alma el hombre. Apenas el orín toma el espejo, ya no puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios.
Muéstrame, pues, tú a ti mismo: si no eres adúltero, si no eres deshonesto, si no eres invertido, si no eres rapaz, si no eres defraudador, si no te irritas, si no eres envidioso, si no eres arrogante, si no eres altanero, si no riñes, si no amas el dinero, si no desobedeces a tus padres, si no vendes a tus hijos. Porque Dios no se manifiesta a quienes cometen estas acciones, si no es que antes se purifican de toda mancha. Pues también sobre ti proyecta todo eso una sombra, como la mota que se mete en el ojo para no poder mirar fijamente la luz del sol. Así también tus impiedades, oh hombre, proyectan sobre ti una sombra, para que no puedas mirar a Dios.
(1-2; BAC 116, 768-770)

Dios es conocido por sus obras:
Como el alma no puede verse en el hombre, pues es ella invisible para los hombres, mas por los movimientos del cuerpo se comprende; tal sucede respecto a Dios, que no puede ser visto por los ojos de los hombres, pero se ve y se comprende por su providencia y por sus obras. Si uno ve en el mar un barco con todos sus aprestos, que corre y se acerca al puerto, es evidente que pensará hay en él un piloto que lo gobierna; pues de la misma manera hay que pensar que Dios es piloto del universo, aunque no sea visto por los ojos de la carne, por ser Él incomprensible. Y, en efecto, si no puede el hombre mirar fijamente al sol, que es el último de los elementos, a causa de su extraordinario calor y potencia, ¿con cuánta más razón no le será posible al hombre mortal contemplar cara a cara la gloria de Dios, que es inefable? Consideremos una granada: primero tiene una corteza que la rodea, luego dentro muchas estancias y casillas separadas por membranas y, finalmente, numerosos granos que viven dentro de ella. De modo semejante, toda la creación está envuelta por el soplo de Dios, y el soplo de Dios envolvente, juntamente con la creación, está a su vez envuelto por la mano de Dios. Ahora bien, como el grano de la granada que mora dentro de ella no puede ver lo que está fuera de la corteza, pues está él dentro, así tampoco el hombre, envuelto como está, juntamente con toda la creación, por la mano de Dios, no puede contemplar a Dios. Además, un emperador terreno, aun cuando no por todos sea visto, se cree que existe, pues se le conoce por sus leyes y ordenaciones, por sus funcionarios y autoridades y por sus estatuas. ¿Y tú no quieres entender a Dios por sus obras y manifestaciones de su poder?
Considera, oh hombre, las obras de Dios: la variedad de las estaciones según los tiempos, los cambios de los aires, la ordenada carrera de los elementos, la marcha, también bien ordenada, de los días y de las noches, de los meses y de los años; la variada hermosura de las semillas, de las plantas y de los frutos; la variedad por todo extremo grande de animales, cuadrúpedos y aves, reptiles y peces, ora de agua dulce, ora del mar; el instinto dado a los mismos animales para engendrar y crear, no para su propia utilidad, sino para que tenga provisión el hombre; la providencia con que Dios prepara alimento para toda carne, la sumisión a la humanidad que Él impuso a todas las cosas, las corrientes de las fuentes dulces y de los ríos perennes, la administración de los rocíos, de las lluvias y de las tormentas que suceden según sus tiempos, el movimiento tan variado de los elementos celestes, el lucero de la mañana que sale para anunciar la venida del luminar perfecto, la conjunción de la Pléyade y del Orión, el Arturo y el coro de los otros astros que marchan en el círculo del cielo, a todos los cuales puso propios nombres la infinita sabiduría de Dios.
Éste es el solo Dios, que hizo de las tinieblas la luz, que saca la luz de sus tesoros, que guarda sus despensas del cierzo, sus tesoros del abismo, los linderos de la tierra y los depósitos de las nieves y granizo, que junta las aguas en los tesoros del abismo, y las tinieblas en los sótanos de ellas, y saca de sus tesoros la luz dulce, deseada y grata, que hace venir las nubes de lo último de la tierra, que multiplica los relámpagos para la lluvia, que envía el trueno para infundir terror, y que de antemano anuncia su estruendo por medio del relámpago, para que no expire el alma repentinamente turbada, y aun modera la fuerza del relámpago que viene de los cielos para que no abrase la tierra. Pues si el relámpago desarrollara todo su poder, abrasaría la tierra, y el trueno, en el mismo caso, trastornaría cuanto hay en ella.
Éste es mi Dios, Señor de todo el universo, el Solo que tendió los cielos y estableció la anchura de la tierra bajo el cielo, el que turba la profundidad del mar y hace resonar sus olas, el que domina la fuerza de él y calma la agitación de sus olas, el que fundó la tierra sobre las aguas, y dio su espíritu que la alimenta, cuyo soplo lo vivifica todo y, si Él lo retuviera, desfallecería todo. Este soplo, oh hombre, es tu voz; tú respiras el espíritu de Dios y, sin embargo, tú desconoces a Dios. Y esto te sucede por la ceguera de tu alma y el endurecimiento de tu corazón. Pero, si quieres, puedes curarte; ponte en manos del médico y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Quién es ese médico? Dios, que cura y vivifica por medio de su Verbo y su Sabiduría. Dios lo hizo todo por medio de su Verbo y de su Sabiduría. Por su Verbo, en efecto, fueron afirmados los cielos y por su Espíritu toda la fuerza de ellos. Poderosísima es su Sabiduría. Dios, por su Sabiduría, puso los fundamentos de la tierra, por su inteligencia preparó los cielos, en su prudencia se rasgaron los abismos y las nubes derramaron rocío.
Si todo esto comprendes, oh hombre, a par que vives con pureza, santidad y justicia, puedes ver a Dios. Pero delante de todo, vaya en tu corazón la fe y el temor de Dios, y entonces comprenderás todo esto. Cuando depongas la mortalidad y te revistas de la incorrupción, entonces verás a Dios de manera digna. Porque Dios resucitará tu carne, inmortal, juntamente con tu alma, y entonces, hecho inmortal, verás al inmortal, a condición de que ahora tengas fe en Él. Y entonces conocerás que hablaste injustamente contra Él.
Mas tú no crees que los muertos resuciten. Cuando suceda, tendrás que creerlo, quieras o no quieras, y tu fe se contará entonces como infidelidad, si no crees ahora. Mas, ¿por qué no crees? ¿O es que no sabes que la fe va delante de todas las cosas? Pues, ¿qué labrador puede cosechar, si primero no confía la semilla a la tierra? ¿O quién puede atravesar el mar, si primero no se confía a la embarcación y al piloto? ¿Qué enfermo puede curarse, si primero no se confía al médico? ¿Qué arte o ciencia puede nadie aprender, si primero no se entrega y confía al maestro? Si, pues, el labrador cree en la tierra, el navegante en el navío, el enfermo en el médico, ¿tú no quieres confiarte a ti mismo a Dios, de quien tan grandes prendas has recibido? La primera es haberte sacado de la nada al ser. Porque si hubo momento en que ni tu padre ni tu madre existían, mucho menos existías tú. Y te plasmó de una sustancia húmeda y pequeña y de una gota mínima que tampoco existía antes, y finalmente te introdujo en este mundo.
(5-8; BAC 116, 771-776)

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