Teófilo
fue, según la tradición, el sexto obispo de Antioquía de Siria. Había
recibido una buena formación literaria en el paganismo, y se convirtió, según
él mismo explica, por el estudio de las Escrituras sagradas. De él se conserva
un escrito apologético dirigido a su amigo Autólico y dividido en tres libros.
En él da muestras de su conocimiento tanto de los autores paganos como de las
Escrituras. Es el primer autor cristiano que hace un comentario exegético del
Génesis, analizándolo con detalle y proponiendo una interpretación de
tendencia alegórica. Escribió también un Comentario a los Evangelios, que se
ha perdido: pero aun en los libros a Autólico se muestra muy familiarizado con
los escritos del Nuevo Testamento, incluido el Evangelio de Juan, y es el primer
autor que enseña explícitamente que estos libros proceden de autores
inspirados y tienen un valor análogo al de las antiguas Escrituras.
Doctrinalmente es de particular interés su explicación del dogma trinitario:
es el primer autor cristiano en que aparece la distinción entre el Verbo
inmanente o interno que está en Dios Padre desde toda la eternidad, y el Verbo
proferido o emitido como instrumento de la creación al comienzo de los tiempos.
JOSEP VIVES
*
* * * *
No
conocemos casi nada de este autor, ni de su obra literaria, que debió de ser
extensa. Gracias al antiguo historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesarea,
sabemos que fue obispo de Antioquía, el sexto después de San Pedro. Las mismas
noticias nos transmite San Jerónimo. Es el único de los apologistas que
estuvieron revestidos del carácter episcopal, y en una sede tan importante por
su antigua tradición.
De
San Teófilo sólo se conservan los tres libros A Autólico, escritos hacia el
año 180, que son una apología en defensa de los cristianos, cuya sangre
seguía corriendo en sucesivas persecuciones. Como era frecuente en la
antigüedad, quizá Autólico no sea un personaje real; encarna más bien a un
tipo de pagano que no debía de ser raro a finales del siglo II: un hombre
culto, que reconocía en bastantes cristianos a otros hombres cultos como él,
pero a quien parecía demasiado simple la doctrina de Cristo. Teófilo intenta
salir al paso de estas y otras razones, tratando de convencer a su posible
lector de las fuertes razones para creer que tienen los cristiano.
LOARTE
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TEÓFILO DE
ANTIOQUÍA, según Eusebio de Cesarea, fue el sexto obispo de aquella sede,
nació de padres paganos cerca del Éufrates, en los confines del Imperio
cercanos a Persia, y recibió una educación helenística. Era ya mayor cuando
se convirtió, después de un estudio profundo de las Escrituras.
De sus obras
quedan sólo los tres libros A Autólico, un amigo frente al que
defiende el cristianismo, que fueron escritos poco después del 180. En ellos
trata del Dios verdadero y de la idolatría, contrasta las enseñanzas de los
profetas con las fábulas griegas, y por fin describe la superioridad del
comportamiento moral de los cristianos, refutando de paso las famosas
calumnias. Repite la idea de que Moisés es más antiguo que cualquier
filósofo. Sus otras obras parece que versaban sobre las Sagradas Escrituras
o que atacaban algunas herejías.
Teófilo es el
primero que usa la palabra trías para referirse a las tres personas
divinas juntas. Es también el primero que distingue entre la Palabra
inmanente en Dios (Logos endiácetos) y la Palabra proferida por Dios (Logos
proforikós). Piensa que la inmortalidad del alma no es algo natural, sino un
premio a la obediencia a Dios, idea que volveremos a encontrar alguna vez.
MOLINÉ
TEXTOS
I.
Dios uno y trino.
La
forma de Dios es inefable e inexplicable: no puede ser vista por ojos carnales.
Por su gloria es incomprensible; por su grandeza es inalcanzable; por su
sublimidad es impensable; por su poder es incomparable; por su sabiduría es
inigualable; por su bondad, inimitable; por su beneficencia, inenarrable. En
efecto, si lo llamo Luz, nombro lo que es creatura suya; si le llamo Palabra,
nombro su principio; si le llamo Razón, nombro su inteligencia; si le llamo
Espíritu, nombro su respiración; si le llamo Sabiduría, nombro lo que de él
procede; si le llamo Potencia, nombro el poder que tiene; si le llamo Fuerza,
nombro su principio activo; si le llamo Providencia, nombro su bondad; si le
llamo Reino, nombro su gloria; si le llamo Señor, le digo Juez; si le llamo
Juez, le digo Justo; si le llamo Padre, le digo todo; si le llamo Fuego, nombro
su ira. Me dirás—¿Es que Dios puede estar airado?— Ya lo creo: está
airado contra los que obran el mal, y es benigno, bondadoso y misericordioso con
los que le aman y le temen. Porque él es el educador de los piadosos, el Padre
de los justos, el juez y castigador de los impíos 1.
Los
hombres de Dios, portadores del Espíritu Santo y profetas, inspirados por el
mismo Dios y llenos de su sabiduría, llegaron a ser discípulos de Dios, santos
y justos. Por ello fueron dignos de recibir la recompensa de convertirse en
instrumentos de Dios y de recibir su sabiduría, con la cual hablaron sobre la
creación del mundo y sobre todas las demás cosas... Y en primer lugar nos
enseñaron todos a una que Dios lo hizo todo de la nada: porque nada fue
coetáneo con Dios, sino que siendo Dios su propio lugar y no teniendo necesidad
de nada y existiendo desde antes de los siglos, quiso hacer al hombre para
dársele a conocer. Entonces preparó para él el mundo, ya que el que es creado
está necesitados mientras que el increado no necesita de nada.
Ahora
bien, teniendo Dios en sus propias entrañas a su Verbo inmanente (endiatheton),
lo engendró con su propia sabiduría, emitiéndolo antes de todas las cosas. A
este Verbo tuvo como ministro de lo que iba creando, y por medio de él hizo
todas las cosas. Éste se llama principio, siendo Príncipe y Señor de todas
las cosas que por medio de él han sido creadas. Éste, pues, que es espíritu
de Dios, y principio, sabiduría y potencia del Altísimo, descendió a los
profetas, y por medio de ellos habló lo que se refiere a la creación del mundo
y a las demás cosas. Porque no existían los profetas cuando se hacia el mundo,
pero sí la Sabiduría de Dios que en él estaba y su Verbo santo que siempre le
asistía... 2
El
Dios y Padre del universo es inabarcable: no se encuentra limitado a un lugar,
ni descansa en sitio alguno. En cambio, su Verbo, por medio del cual hizo todas
las cosas y que es su propia potencia y sabiduría, tomando la figura del Padre
y Señor del universo, fue el que se presentó en el paraíso en forma de Dios y
conversaba con Adán. La misma Escritura divina nos enseña que Adán decia
haber oído su voz: ahora bien, esta voz ¿qué otra cosa es sino el Verbo de
Dios, que es su propio Hijo? Es Hijo no al modo en que los poetas y mitógrafos
hablan de hijos de los dioses nacidos por unión carnal, sino como explica la
verdad que existe el Verbo inmanente (endiatheton) desde siempre en el corazón
de Dios. Antes de hacer nada tenía a este Verbo como consejero, como que era su
propia mente y su pensamiento. Y cuando Dios quiso hacer efectivamente lo que
había deliberado hacer, engendró a este Verbo emitido (prophorikon) como
primogénito de toda la creación: con ello no quedó él vacío de su propio
Verbo, sino que engendró al Verbo y permaneció conversando para siempre con
él. Esto nos enseñan las santas Escrituras y todos los inspirados por el
Espíritu, entre los cuales Juan dice: «En el principio existía el Verbo, y el
Verbo estaba en Dios» (Jn 1, 1), significando que en los comienzas estaba Dios
solo, y en él su Verbo. Y luego dice: «Y el Verbo era Dios: todo fue hecho por
él, y sin él nada se hizo» (Jn 1, 2-3). Así pues, el Verbo es Dios y nacido
de Dios, y cuando el Padre del universo así lo quiere lo envia a determinado
lugar, y cuando está allí, puede ser oído y visto y puede ser encontrado en
un lugar determinado por haber sido enviado por Dios... 3
II.
El pecado de Adán.
Habiendo
Dios puesto al hombre en el paraíso para que lo trabajara y lo guardara ... le
mandó que comiera de todos los frutos y, naturalmente, también del árbol de
la vida, sólo le mandó que no comiera del árbol de la ciencia. Y Dios lo
trasladó de la tierra de la que había sido creado al paraíso, para que
pudiera programar, y para que, creciendo y llegando a ser perfecto y hasta
declarado dios, llegara a subir al cielo, poseyendo la inmortalidad, ya que el
hombre fue creado en condición intermedia, ni del todo mortal ni simplemente
inmortal, sino capaz de lo uno y de lo otro... Ahora bien, el árbol de la
ciencia en sí mismo era bueno, y bueno era su fruto. No estaba en el árbol,
como piensan algunos, la muerte, sino en la desobediencia. Porque en su fruto no
había otra cosa que la ciencia, y la ciencia es buena si se hace de ella el uso
debido. Pero por su edad Adán era todavía niño, y por eso no podía recibir
la ciencia de modo debido. Aun ahora, cuando nace un niño, no puede
inmediatamente comer pan, sino que primero se alimenta de leche, y luego, al ir
adelantando en edad, pasa al alimento sólido. Algo así sucedió con Adán. Por
tanto, no fue como por envidia, como piensan algunos, por lo que Dios le mandó
que no comiera del conocimiento. Además, quería probarle para ver si era
obediente a su mandamiento, y quería también que permaneciera más tiempo
sencillo e inocente en condición de niño. Porque es cosa santa no sólo con
respecto a Dios sino aun con respecto a los hombres que los hijos se sometan a
sus padres en sencillez e inocencia. Ahora bien, si los hijos han de someterse a
sus padres, mucho más a Dios, Padre del universo. Además, es cosa indecorosa
que los niños pequeños sientan por encima de su edad, porque así como uno
crece en edad por las etapas debidas, así también en la inteligencia. Por otra
parte, cuando una ley manda abstenerse de algo y uno no obedece, está claro que
no es la ley la que nos trae el castigo, sino la desobediencia y la
transgresión... Así fue la desobediencia la que hizo que el primer hombre
fuera arrojado del paraíso: no es que el árbol de la ciencia tuviera nada
malo, sino que como consecuencia de la desobediencia el hombre se atrajo los
trabajos, el dolor, la tristeza, cayendo finalmente bajo la muerte.
Pero
Dios hizo un gran beneficio al hombre al no dejar que permaneciera para siempre
en el pecado. En cierta manera semejante a un destierro, lo arrojó del paraíso
para que pagara en un plazo determinado la pena de su pecado y así educado
fuera de nuevo llamado... Y todavía más: así como a un vaso, si después de
modelado resulta con algún defecto, se le vuelve a amasar y a modelar para
hacerlo de nuevo y entero, así sucede también al hombre con la muerte: se le
rompe por la fuerza, para que salga íntegro en la resurrección, es decir, sin
defecto, justo e inmortal...
Alguno
nos dirá: ¿Es que el hombre fue hecho mortal por naturaleza? De ninguna
manera. ¿Fue, pues, hecho inmortal? Tampoco decimos eso. Se nos dirá: ¿Luego
no fue hecho nada? Tampoco decimos eso: por naturaleza no fue hecho ni mortal ni
inmortal. Porque si desde el principio Dios lo hubiera hecho inmortal, lo
hubiera hecho dios. Al contrario, si lo hubiera hecho mortal, hubiera parecido
que Dios era responsable de su muerte. Por tanto, no lo hizo ni mortal ni
inmortal, sino... capaz de una cosa y de otra: de esta suerte, si el hombre se
inclina a la inmortalidad guardando el mandamiento de Dios, recibiría de él
como recompensa la inmortalidad y llegaría a ser dios; pero si, desobedeciendo
a Dios, se entregaba a las cosas de la muerte, él mismo sería responsable de
su propia muerte. Ahora bien, lo que el hombre perdió para sí por su descuido
y desobediencia, eso mismo le regala Dios ahora por su amor y misericordia, con
tal de que el hombre le obedezca. Y así como el hombre desobedeciendo se atrajo
para sí la muerte, así obedeciendo a la voluntad de Dios puede el que quiera
ganar para sí la vida eterna. Porque Dios nos ha dado una ley y unos
mandamientos santos, y todo el que los cumpla puede salvarse y, alcanzada la
resurrección, obtener como herencia la incorrupción 4.
........................
1.
Teófilo, A Autólico, I, 3.
2.
Ibid. II, 9-10.
3.
Ibid. II, 22.
4.
Ibid II, 24-27.
TEÓFILO DE ANTIOQUÍA
A Autólico (primer libro)
Necesidad de una buena
disposición para conocer a Dios:
Una boca elocuente
y una dicción agradable procura a los míseros hombres, que tienen el
entendimiento corrompido, placer y alabanza para la gloria vana; mas el amador
de la verdad no atiende a las palabras afectadas, sino que examina cuál sea la
eficacia del discurso. Ahora bien, tú, amigo mío, me increpaste con vanas
palabras, vanagloriándote en tus dioses de piedra y leño, cincelados y fundidos,
esculpidos y pintados, dioses que ni ven ni oyen, pues son meros ídolos, obras
de manos de los hombres; y me motejas además de cristiano, como si llevara yo un
nombre infamante. Por mi parte, confieso que soy cristiano, y llevo este nombre,
grato a Dios, con la esperanza de ser útil para el mismo Dios. Porque no es,
como tú te imaginas, cosa difícil el nombre de Dios, sino que tal vez, por ser
tú inútil para Dios, has venido a pensar sobre Dios de esa manera.
Pues ya, si me
dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te replicaría: «Muéstrame tú a tu hombre, y yo
te mostraré a mi Dios». Muéstrame, en efecto, unos ojos de tu alma que vean y
unos oídos de tu corazón que oigan. Porque a la manera que quienes ven con los
ojos del cuerpo, por ellos perciben las cosas de la vida y de la tierra, y
disciernen juntamente sus diferencias, por ejemplo, entre la luz y la obscuridad,
entre lo blanco y lo negro, entre la mala o buena figura, entre lo que tiene
ritmo y medida y lo que no lo tiene, entre lo desmesurado y lo truncado; y lo
mismo se diga de lo que cae bajo el dominio de los oídos: sonidos agudos, bajos
y suaves; tal sucede con los oídos del corazón y los ojos del alma en cuanto a
su poder de ver a Dios. Dios, en efecto, es visto por quienes son capaces de
mirarle, si tienen abiertos los ojos del alma. Porque, sí, todos tienen ojos;
pero hay quienes los tienen obscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque
los ciegos no vean, deja de brillar la luz del sol. A sí mismos y a sus ojos
deben los ciegos echar la culpa. De semejante manera, tú, hombre, tienes los
ojos de tu alma obscurecidos por tus pecados y tus malas obras. Como un espejo
brillante, así de pura debe tener su alma el hombre. Apenas el orín toma el
espejo, ya no puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el
pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios.
Muéstrame, pues, tú
a ti mismo: si no eres adúltero, si no eres deshonesto, si no eres invertido, si
no eres rapaz, si no eres defraudador, si no te irritas, si no eres envidioso,
si no eres arrogante, si no eres altanero, si no riñes, si no amas el dinero, si
no desobedeces a tus padres, si no vendes a tus hijos. Porque Dios no se
manifiesta a quienes cometen estas acciones, si no es que antes se purifican de
toda mancha. Pues también sobre ti proyecta todo eso una sombra, como la mota
que se mete en el ojo para no poder mirar fijamente la luz del sol. Así también
tus impiedades, oh hombre, proyectan sobre ti una sombra, para que no puedas
mirar a Dios.
(1-2; BAC 116,
768-770)
Dios es conocido por sus obras:
Como el alma no
puede verse en el hombre, pues es ella invisible para los hombres, mas por los
movimientos del cuerpo se comprende; tal sucede respecto a Dios, que no puede
ser visto por los ojos de los hombres, pero se ve y se comprende por su
providencia y por sus obras. Si uno ve en el mar un barco con todos sus
aprestos, que corre y se acerca al puerto, es evidente que pensará hay en él un
piloto que lo gobierna; pues de la misma manera hay que pensar que Dios es
piloto del universo, aunque no sea visto por los ojos de la carne, por ser Él
incomprensible. Y, en efecto, si no puede el hombre mirar fijamente al sol, que
es el último de los elementos, a causa de su extraordinario calor y potencia,
¿con cuánta más razón no le será posible al hombre mortal contemplar cara a cara
la gloria de Dios, que es inefable? Consideremos una granada: primero tiene una
corteza que la rodea, luego dentro muchas estancias y casillas separadas por
membranas y, finalmente, numerosos granos que viven dentro de ella. De modo
semejante, toda la creación está envuelta por el soplo de Dios, y el soplo de
Dios envolvente, juntamente con la creación, está a su vez envuelto por la mano
de Dios. Ahora bien, como el grano de la granada que mora dentro de ella no
puede ver lo que está fuera de la corteza, pues está él dentro, así tampoco el
hombre, envuelto como está, juntamente con toda la creación, por la mano de
Dios, no puede contemplar a Dios. Además, un emperador terreno, aun cuando no
por todos sea visto, se cree que existe, pues se le conoce por sus leyes y
ordenaciones, por sus funcionarios y autoridades y por sus estatuas. ¿Y tú no
quieres entender a Dios por sus obras y manifestaciones de su poder?
Considera, oh
hombre, las obras de Dios: la variedad de las estaciones según los tiempos, los
cambios de los aires, la ordenada carrera de los elementos, la marcha, también
bien ordenada, de los días y de las noches, de los meses y de los años; la
variada hermosura de las semillas, de las plantas y de los frutos; la variedad
por todo extremo grande de animales, cuadrúpedos y aves, reptiles y peces, ora
de agua dulce, ora del mar; el instinto dado a los mismos animales para
engendrar y crear, no para su propia utilidad, sino para que tenga provisión el
hombre; la providencia con que Dios prepara alimento para toda carne, la
sumisión a la humanidad que Él impuso a todas las cosas, las corrientes de las
fuentes dulces y de los ríos perennes, la administración de los rocíos, de las
lluvias y de las tormentas que suceden según sus tiempos, el movimiento tan
variado de los elementos celestes, el lucero de la mañana que sale para anunciar
la venida del luminar perfecto, la conjunción de la Pléyade y del Orión, el
Arturo y el coro de los otros astros que marchan en el círculo del cielo, a
todos los cuales puso propios nombres la infinita sabiduría de Dios.
Éste es el solo
Dios, que hizo de las tinieblas la luz, que saca la luz de sus tesoros, que
guarda sus despensas del cierzo, sus tesoros del abismo, los linderos de la
tierra y los depósitos de las nieves y granizo, que junta las aguas en los
tesoros del abismo, y las tinieblas en los sótanos de ellas, y saca de sus
tesoros la luz dulce, deseada y grata, que hace venir las nubes de lo último de
la tierra, que multiplica los relámpagos para la lluvia, que envía el trueno
para infundir terror, y que de antemano anuncia su estruendo por medio del
relámpago, para que no expire el alma repentinamente turbada, y aun modera la
fuerza del relámpago que viene de los cielos para que no abrase la tierra. Pues
si el relámpago desarrollara todo su poder, abrasaría la tierra, y el trueno, en
el mismo caso, trastornaría cuanto hay en ella.
Éste es mi Dios,
Señor de todo el universo, el Solo que tendió los cielos y estableció la anchura
de la tierra bajo el cielo, el que turba la profundidad del mar y hace resonar
sus olas, el que domina la fuerza de él y calma la agitación de sus olas, el que
fundó la tierra sobre las aguas, y dio su espíritu que la alimenta, cuyo soplo
lo vivifica todo y, si Él lo retuviera, desfallecería todo. Este soplo, oh
hombre, es tu voz; tú respiras el espíritu de Dios y, sin embargo, tú desconoces
a Dios. Y esto te sucede por la ceguera de tu alma y el endurecimiento de tu
corazón. Pero, si quieres, puedes curarte; ponte en manos del médico y él
punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Quién es ese médico? Dios, que
cura y vivifica por medio de su Verbo y su Sabiduría. Dios lo hizo todo por
medio de su Verbo y de su Sabiduría. Por su Verbo, en efecto, fueron afirmados
los cielos y por su Espíritu toda la fuerza de ellos. Poderosísima es su
Sabiduría. Dios, por su Sabiduría, puso los fundamentos de la tierra, por su
inteligencia preparó los cielos, en su prudencia se rasgaron los abismos y las
nubes derramaron rocío.
Si todo esto
comprendes, oh hombre, a par que vives con pureza, santidad y justicia, puedes
ver a Dios. Pero delante de todo, vaya en tu corazón la fe y el temor de Dios, y
entonces comprenderás todo esto. Cuando depongas la mortalidad y te revistas de
la incorrupción, entonces verás a Dios de manera digna. Porque Dios resucitará
tu carne, inmortal, juntamente con tu alma, y entonces, hecho inmortal, verás al
inmortal, a condición de que ahora tengas fe en Él. Y entonces conocerás que
hablaste injustamente contra Él.
Mas tú no crees que
los muertos resuciten. Cuando suceda, tendrás que creerlo, quieras o no quieras,
y tu fe se contará entonces como infidelidad, si no crees ahora. Mas, ¿por qué
no crees? ¿O es que no sabes que la fe va delante de todas las cosas? Pues, ¿qué
labrador puede cosechar, si primero no confía la semilla a la tierra? ¿O quién
puede atravesar el mar, si primero no se confía a la embarcación y al piloto?
¿Qué enfermo puede curarse, si primero no se confía al médico? ¿Qué arte o
ciencia puede nadie aprender, si primero no se entrega y confía al maestro? Si,
pues, el labrador cree en la tierra, el navegante en el navío, el enfermo en el
médico, ¿tú no quieres confiarte a ti mismo a Dios, de quien tan grandes prendas
has recibido? La primera es haberte sacado de la nada al ser. Porque si hubo
momento en que ni tu padre ni tu madre existían, mucho menos existías tú. Y te
plasmó de una sustancia húmeda y pequeña y de una gota mínima que tampoco
existía antes, y finalmente te introdujo en este mundo.
(5-8; BAC 116, 771-776)
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