¡Bueno! Menuda
trifulca. Por fin, tras diez años de lucha, Zeus arremete contra los
Titanes armado con el rayo y el trueno y, por fin, gracias a la ayuda
de los gigantes Hetancoiros que no paraban de lanzar enormes rocas
consigue vencer a Cronos y sus aliados (entre los que no se encuentran
Océano ni los hijos de Japeto). Tras derrotarlos les encierra en lo más
profundo del Tártaro custodiados por sus aliados gigantes. Y después
de semejante batalla, uno se espera que llegue la calma, pero todavía
le faltaba una dura prueba a Zeus para proclamarse rey de los dioses
pues la vieja Gea tramaba su perdición.
Unida con el tenebroso Tártaro engendró al más joven y bestial de todos sus hijos: Tifón,
un monstruo enorme, con 100 cabezas de serpiente sobre los hombros.
Cada una de las cabezas expulsaba ardientes llamaradas de fuego y en
los brazos tenía una fuerza descomunal. Tras la derrota de los Titanes,
esta mala bestia se lanzó a por Zeus haciendo temblar a su paso el
cielo, la tierra y hasta el Tártaro. Pero Zeus no se acobardó y tras
recoger sus poderosas armas –el trueno, el rayo y el relámpago– se
dirigió contra Tifón para hacerle frente.
El fuego de uno y de otro los envolvió en
terrible batalla, hasta que Zeus consiguió arrinconar a Tifón
golpeándolo con sus rayos y pudo arrojarle desde lo alto de un
barranco. Cuando cayó al suelo, fundió la tierra y Zeus lo sumergió al
profundo Tártaro. Para mayor seguridad, encima suyo colocó una montaña,
el Etna, en cuya cima se encuentra la fragua de Hefesto, alimentada por
el fuego de Tifón. Ahora sí podía declararse el rey absoluto de los
dioses.
El volcán Etna, en Sicilia, es en realidad una montaña en cuyo interior se encuentra encerrado el monstruoso Tifón.
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