Este
capítulo nos plantea dos temas teológicos que merecen más comentario.
El primero es el del juicio final, el tener que rendir cuentas ante Dios
por nuestra vida. El segundo tema espinoso es el de castigo eterno,
como veredicto del juicio y consecuencia de lo que hemos sido y hecho.
¿Por qué va a juzgar Dios a vivos y muertos? ¿Cómo puede un Dios de amor
castigar eternamente a sus propias criaturas? ¿No son suficientes los
sufrimientos de esta vida, sin agregar el infierno después de la muerte?
¿Sería mayor el amor de Dios si no juzgara a nadie? Estas preguntas y
otras parecidas nos piden alguna respuesta, si vamos a dar razón de
nuestra esperanza en Cristo (1P 3:15).
Juicio final significa responsabilidad.
La palabra "juicio", y su verbo correspondiente, "juzgar", traen
connotaciones negativas. O nos hace pensar en procesos jurídicos, como
si fuéramos criminales, o en moralismos de fariseos que desde la altura
sublime de su santidad juzgan y condenan a los miserables pecadores ahí
abajo. ¿Por qué tiene que juzgarnos Dios, y eso después de la muerte?
¿No basta el juicio de la sociedad y la historia? ¿No es suficiente,
para la moralidad, el juicio de la misma conciencia de cada uno?
San
Pablo dice que los gentiles, que no tienen la ley de Moisés, "llevan
escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su
conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y
otras veces los excusan" (Ro 2:15; cf. 14:22-23). La conciencia es un
aspecto de la imagen de Dios en los seres humanos, pero la experiencia y
la historia muestran que no es infalible. Muchas veces la conciencia
excusa lo malo (p.ej. con racionalizaciones) o condena lo que no es malo
(p.ej. muchos tabúes). Lo mismo, y peor, se aplica a la conciencia
colectiva de la sociedad. Las naciones más avanzadas y sofisticadas, y
hasta "cristianas", han cometido los peores crímenes imaginables, con la
conciencia tranquila.
Este
problema tiene sus raíces en el huerto de Edén. La mejor interpretación
del "árbol del conocimiento del bien y del mal" (que no tiene nada que
ver con las manzanas, ni mucho menos con el sexo) es como el derecho de
definir los valores éticos totalmente independiente de Dios, con un
desafiante "¿Ha dicho Dios?".[2]
Así entendido, la desobediencia de Adán y Eva representaba una
pretensión de afirmar su propia "autonomía axiológica", el poder
determinar los valores (el bien y el mal) a espaldas de Dios y su
voluntad. En la ética se suele distinguir heteronomía, autonomía y
teonomía (Tillich). En la heteronomía, los demás imponen sus criterios
sobre las personas; el grupo decide y todos se someten. Este es un mal
bastante común en grupos religiosos legalistas. En la autonomía,
fuertemente defendido por Emanuel Kant, cada persona debe forjar sus
propios valores y ser responsable por su propia vida. Frente al
conformismo de la heteronomía, ese es un bien moral indispensable.[3]
Pero la autonomía puede convertirse en rebeldía contra Dios y contra el
bien. Nuestra autonomía, legítimamente rebelde contra la heteronomía,
es también falible, sujeta al pecado, y necesita una referencia
trascendental que es la voluntad de Dios. Esa referencia trascendental,
de última instancia, se llama "juicio final".
Platón, en el segundo libro de La República,
plantea una parábola iluminadora, de un tal Gyges, humilde pastor de
las ovejas del rey de Lidia. Un día hubo un terremoto y la tierra se
abrió en una cueva misteriosa. Cueva adentro, Gyges encontró un cadáver
con un anillo que él se llevó. Después, accidentalmente dio vuelta al
anillo hacia adentro de su mano, y para su sorpresa él se hizo
invisible. Aunque siempre había sido una persona muy honrada, ahora, con
este nuevo poder mágico, se convirtió en un gran ladrón con total
impunidad. Por supuesto, murió riquísimo y muy feliz. Entonces Platón
plantea la pregunta fundamental: ¿Por qué debe ser bueno Gyges? Si Gyges
no tiene razón de ser honrado, entonces la ética tampoco tiene
fundamento ni sentido para nadie. Por eso, propone Platón, tiene que
haber un juicio después de la muerte, puesto que la justicia no se
realiza en esta vida.[4]
Emanuel Kant afirmó esencialmente lo mismo, y por razones similares. Después de refutar, en su Crítica de la Razón Pura, los argumentos de la existencia de Dios, en un segundo tomo, Crítica de la Razón Práctica,
Kant planteó un argumento parecido al de Platón. Aunque la razón pura
no puede comprobar que Dios existe, argumentó, la moralidad no tiene
base en la experiencia humana sin un juicio final. Por eso, la vida
moral requiere que postulemos la existencia de Dios y su ley, la
inmortalidad del alma y el juicio final. Esa postulación es necesaria
para que la vida moral tenga base y sentido.
Así
entendido, el juicio final no es un capricho arbitrario de Dios sino es
la base de nuestra ética y nuestra libertad, como personas y como
comunidad.[5] Porque me considero responsable ante Dios, nadie más puede ejercer autoridad absoluta sobre mi conciencia.[6] El juicio de Dios es el fundamento de la estructura moral del universo y de una verdadera libertad.
Castigo eterno significa justicia: El Apocalipsis no sólo anuncia el castigo eterno de los impíos, sino que lo describe varias veces como "ira"[7]
y como "venganza" (Ap 6:10; 19:2). ¿No son pecado esas actitudes? ¿Cómo
puede un Dios de amor condenar a un castigo eterno a sus propias
criaturas, a quienes él ha dado la vida? ¿No sería posible un juicio
divino, algo así como el examen final de un curso académico, pero sin
castigo eterno y pena de muerte?
Comencemos
con unas aclaraciones. Cuando hablamos de la "ira" de Dios, igual que
cuando hablamos de su amor, estamos describiendo a Dios con emociones
humanas, con lo que se conoce como "antropomorifismo". Pero Dios ama y
se aíra a su manera divina, sin los defectos y errores del amor y de la
ira humanos.[8]
Tanto su ira y su venganza tienen un sentido judicial, no emocional. En
segundo lugar hay que clarificar el adjetivo "eterno". En el hebreo no
existe esa palabra, por lo que tenían que decir variantes de "por los
siglos de los siglos" (cf. Ap 14:11). La palabra "eterno" existe en el
griego y aparece en el N.T., pero entendido normalmente con una
mentalidad hebrea. Puede tener tres significados distintos: sin
principio ni fin (Dios); segundo, con principio pero sin fin (vida
eterna de fieles) o con principio y también con fin (el sábado y
aspectos del A.T. que son "por los siglos" pero han terminado). De Juan
5:28-29 y otros pasajes queda claro que el juicio de todos y la condena
de los desobedientes es después de la muerte ("saldrán de sus
sepulcros"), y en ese sentido es "castigo eterno", pero el adjetivo no
significa necesariamente que el castigo sea "sin fin". Otros pasajes y
otros argumentos tendrán que determinar eso.
Tres ideas muy importantes corren entretejidas por el pensamiento bíblico: la justicia, la justificación y el juicio.[9]
Que el Dios de la Biblia es justo y exige justicia, es un tema
omnipresente como una obligación incondicional de la que nadie se
escapa. Yahvé, el Dios de la justicia, es por su propia naturaleza el
Defensor de las viudas, los huérfanos, y los forasteros, y de su pueblo
cuando es oprimido.[10]
Dios juzgaba y castigaba aun las atrocidades (violaciones de derechos
humanos; crímenes contra la humanidad) que ocurrían entre dos naciones
extranjeras, que no afectaban directamente a Israel (Am 1:3-2:5). Por
todo eso, no sorprende que la enseñanza bíblica del juicio divino no
comience con conceptos individuales de juicios morales (que también
tienen su lugar), sino con la esperanza de la acción liberadora de Dios a
favor de su pueblo oprimido. Después, cuando creció la injusticia y la
corrupción dentro del mismo Israel, Dios juzga y castiga a su propio
pueblo, primero del norte (Samaria) y después del sur (Jerusalén). Todo
esto se mantiene en el N.T., aunque crece el énfasis en el juicio
personal.
En su novela, El Gran Divorcio,
C.S. Lewis afirma que Dios no manda a nadie al infierno sino que
ratifica a cada uno el destino que él o ella siempre había escogido. En
esa novela, cuando los muertos llegan al infierno, Satanás les ofrece
primero un tour del cielo para ver si les gusta más. Pero ni les agrada
el sitio ni la gente que encuentran ahí y hagan fila para volver al
infierno. Ellos siempre habían dicho a Dios, "Hágase mi voluntad y no la
tuya", y ahora Dios les dice a cada uno de ellos, "Hágase tu voluntad y
no la mía". Como afirma Caird (1966:260), "la desobediencia humana
puede resultar al fin impregnable a los asaltos del amor. Para esas
personas, la presencia de Dios sólo puede ser un horror del cual ellos,
así como la tierra de que fueron habitantes, tienen que huir".
La
enseñanza bíblica del juicio final va contra los inicuos (especialmente
los opresores) pero también, sobre todo en el N.T, contra los falsos
"cristianos", que confían presuntuosamente en sus credenciales
espirituales. Se creen salvos, y a lo mejor los demás los consideran
salvos, pero no hacen la voluntad de Dios. Cristo sabe que, a pesar de
todas las apariencias, ellos no son sus discípulos. Por eso, el día del
juicio se describe como un día de grandes sorpresas. Los que decían
"Señor, Señor" no dudaban de su salvación pero se llevaron la sorpresa
más grande al encontrarse con el Señor (Mt 7:21-23). En Mateo 25, tanto
los justos como los injustos se sorprenden totalmente por el veredicto
(Mt 25:37,44). Los justos no presumían de su salvación, y los injustos
nunca dudaban de ella. El juicio final será la hora de la verdad, llena
de sorpresas.
Los que nos llamamos cristianos y evangélicos debemos dejar desde ahora que Cristo nos examine:
Me llaman Maestro y no me escuchan,
me llaman Luz y no me miran,
me llaman Camino y no me siguen,
me llaman Vida y no me viven,
me llaman Sabio y no me aprenden,
me llaman Justo y no me temen,
me llaman Señor y no me obedecen,
si yo los condeno no me reclamen.
¡El juicio final debe
comenzar ahora en el corazón de cada uno de nosotros! Es un llamado a la
responsabilidad y el discipulado radical.
[1] Este
texto es un inciso del Tomo IV del comentario de Apoc. Para mayor
detalle sobre el tema, puede consultarse "El Juicio Final" (Stam
2001:59-76; 1999:57-73).
[2] Entiendo así la interpretación que sugiere Emil Brunner en Man in Revolt. Es
significativo también que este árbol, junto con el de la vida, aparece
en el centro del paraíso. Cuando Dios y su voluntad ocupan el lugar
central en nuestra vida y en la sociedad, fluye la bendición ("de todos
los árboles pueden comer"; cf. Ap 22:1-2). Cuando nosotros queremos
desplazar a Dios, el resultado es el paraíso perdido.
[3]
Eso se expresa en la popular canción de Frank Sinatra, "A mi manera"
("I did it my way"). Frente a la heteronomía, ese es un valor innegable
(cf. Mt 22:16). Pero "mi manera" puede estar equivocada; supongo que
Hitler también hizo las cosas "a su manera". La teonomía no anula la
autonomía sino busca alinearla con la buena y perfecta voluntad de Dios,
que es nuestra libertad y nuestro bien (Ro 12:1-2; Mt 26:39). Entiendo
así la interpretación de Karl Barth, especialmente sobre el pecado como
la "imposible posibilidad" (autonomía sin teonomía).
[4]
Como le es típico, Platón expone estos argumentos no directamente sino
por medio de los participantes en un diálogo. Pero queda claro cuál es
su opinión, que aparece también en otros escritos suyos.
[5]
Si recordamos que muchos cristianos fueron llevados ante los
magistrados y acusados ante los tribunales del imperio (Mt 10:17-22),
afirmar otro juicio superior, que condenará al imperio y vindicará a sus
víctimas, representaba un acto de subversión (cf. Boring 1989:211b)
[6]
"Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios...no puedo ni quiero
retractar nada, porque ir contra la conciencia es tan peligroso como
errado" (Martín Lutero, Dieta de Worms, 1521).
[7] Ap 6:16-17; 11:18; 14:10,19; 15:1,7; 16:1,19; 19:15.
[8] Algunos teólogos clásicos hablan de la "emoción sin conmoción ni desproporción" de Dios.
[9]
En Ro 3:24-26, Pablo presenta la cruz como la justificación de Dios
mismo por justificarnos a nosotros, "para que él sea el justo, y el que
justifica..."
[10]
Ver "En la Biblia, la justicia no es neutral, ni debe serlo" bajo la
exposición de Ap 19:11 (también en juanstam.com, 7 de junio 2009).
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