La manifestación de Dios a través de la razón
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Según los datos proporcionados por la Biblia, Abraham era originario de Ur, en Caldea, antiquísima ciudad situada junto al Éufrates, en Mesopotamia. A juzgar por los nombres propios, las costumbres y la legislación matrimonial a que se atenía el patriarca, se movía en el espacio cultural y político imperante en Mesopotamia en torno a los siglos XX-XIX a.C. Su infancia y juventud transcurrieron en un ambiente politeísta. Su familia adoraba probablemente a la divinidad lunar Sin, que tenía un gran templo en Ur.
En un momento de su vida, y como resultado de un proceso que la Biblia interpreta como revelación divina, abandona el politeísmo y empieza a rendir culto a un solo Dios. La revelación incluía la orden de abandonar la patria y la familia y emprender un género de vida absolutamente nuevo, de incesante peregrinación por los amplios espacios de Irak, Siria, Jordania y Palestina, con ocasionales -y peligrosos- desplazamientos a Egipto. En esta nueva vida de "arameo errante", Abraham es el hombre que "cree contra toda esperanza", que se somete inquebrantablemente a los mandatos divinos hasta el punto de estar dispuesto a sacrificar al hijo en que parecía estar depositado el cumplimiento de las promesas de Dios.
El paso racional hacia el monoteísmo
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El Corán presenta al patriarca como un hombre reflexivo que, del carácter efímero y caduco de los seres o los fenómenos de la naturaleza que sus contemporáneos consideraban dioses, deduce que son simples criaturas y llega a la conclusión de que existe un único Creador eterno. Se habría dado, pues, en la historia del pensamiento humano, un proceso de ascensión de la mente a Dios, cuyos primeros peldaños serían la creencia en fuerzas o poderes invisibles ocultos tras las realidades visibles (totemismo, fetichismo, animismo).
La psicología explica el origen de tales creencias ancestrales como una consecuencia lógica de la estructura propia del hombre, que es paradójicamente un ser finito dotado de necesidades infinitas, y que diviniza cualquier objeto que parezca ser capaz de satisfacerlas.
En un segundo paso, la razón intenta introducir el orden en este caos multiforme de seres sobrenaturales, definir sus características específicas, delimitar sus ámbitos de competencias y fijar sus relaciones mutuas a través de parentescos y genealogías divinas (politeísmo). El tercer paso, definitivo, se da cuando las especulaciones de talante racionl llevan, a través del análisis lógico, a la conclusión de que en el origen de todas las cosas creadas y finitas debe haber necesariamente -si se quiere evitar el absurdo de una cadena de eslabones infinitos sin principio ni fin- un único primer principio increado e infinito, al que se aplica el nombre de Dios. Sería el Dios de la filosofía de Pascal.
En la historia del pensamiento este estadio coincide en el tiempo con los grandes sistemas conceptuales de la filosofía griega, a partir del siglo IV a.C. aproximadamente. Este dato de la evolución de las ideas acentúa aún más la sorprendente fe monoteísta de Abraham, que habría alcanzado este nivel conceptual, y siguiendo el mismo razonamiento, casi con 1 500 años de antelación y en climas culturales absolutamente inhóspitos para este tipo de reflexiones.
El paso a la fe monoteísta
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Este Dios único no es un ser abstracto, no es un concepto, no es una deducción lógica. Al contrario, es una persona viviente, que mantiene relaciones vitales con todos y cada uno de los seres humanos que pueblan la tierra en todas las partes y a través de todos los tiempos. El monoteísmo no es un producto de la razón que deduce efectos de las causas. Es un don de la fe, recibido a través de una comunicación íntima y personal de Dios.
En cualquier caso, debe señalarse que en las tres grandes religiones monoteístas de la historia, ha habido siempre filósofos de una capacidad intelectual reconocida unánimemente (como Averroes, Maimónides y Tomás de Aquino) y que han desarrollado magníficos esquemas conceptuales, con el propósito de tender puentes de unión y armonización entre la creencia en el Dios único y las conquistas de la razón.
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