La nomenclatura de media vida cultural española gira en torno a Cervantes. Calles, plazas, cines, teatros, premios, colegios, institutos e instituciones llevan a Cervantes de apellido. Sólo nos falta un club de fútbol en Primera con el nombre de Cervantes. Pero nada de esto hubiera sido sin el Quijote, y menos hubiera cuajado el Quijote si un tipo que atendía por fray Juan Gil (trinitario) no hubiera liberado de su cautiverio de Argel a Miguel de Cervantes.
En la ciudad de Argel, a diecinueve días del mes de septiembre de 1850. En presencia de mí, notario, el muy reverendo padre fray Juan Gil rescató a Miguel de Cervantes, natural de Alcalá de Henares, vecino de Madrid, mediano de cuerpo, bien barbado, estropeado el brazo y mano izquierda, cautivo en la galera del Sol yendo de Nápoles a España. Costó su rescate quinientos escudos de oro, en oro.
Así escribió su acta de redención.
Volvía Cervantes a España, con una mano inútil pero más contento que unas pascuas por el triunfo de Lepanto, cuando unos corsarios berberiscos y bellacos le trastocaron sus planes de llegar a oficial de los tercios españoles. Durante cinco años y un mes permaneció el futuro escritor entre mazmorras y cadenas, hasta que el susodicho fray Juan Gil (trinitario) , con paciencia de santo y empeño de pedigüeño, reunió los cientos de escudos que permitieron a Cervantes salir por pies.
Fray Juan Gil (trinitario) era monje trinitario y el pobre sudó tinta para reunir el dinero del rescate en tiempo récord, porque si no se daba prisa, a Cervantes se lo llevaban a Constantinopla aquel mismo 19 de septiembre. Su duero era el rey Hazán Bajá, que estuvo mareando la perdiz con el precio con tal de no soltar a don Miguel. Primero pidió mil ducados; luego rebajó a quinientos, pero en oro, de los de curso legal en España. Fray Juan Gil sólo llevaba moneda en doblas, así que además de tener que andar trapicheando con el cambio en Argel, la devaluación le haría perder parte del dinero previsto. Era como pasar de dólares a euros, pero de doblas a ducados. Llegó por los pelos, pero aún tuvo que rascarse el bolsillo para pagar a los oficiales de la galera que le trasladarían a él y a su liberado a España. Otras nueve doblas. Estaba carísimo rescatar a escritores en el siglo XVI.
NIEVES CONCOSTRINA.
HISTORIAS DE LA HISTORIA.
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