(Mt 8,2-4; Lc 5,12-16)
39Fue predicando por las sinagogas de ellos; por toda Galilea, y expulsando los demonios. 40Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas:
-Si quieres, puedes limpiarme.
41Conmovido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
-Quiero, queda limpio.
-Quiero, queda limpio.
42 Al momento se le quitó la lepra y quedó limpio. 43Reprimiéndolo, lo sacó fuera enseguida 44 y le dijo:
-¡Cuidado con decirle nada a nadie! Al contrario, ve a que te examine el sacerdote y ofrece por tu purificación lo que prescribió Moisés como prueba contra ellos.
45Pero él, al salir, se puso a proclamar y a divulgar el mensaje a más y mejor; en consecuencia, Jesús no podía ya entrar manifiestamente en ninguna ciudad; se quedaba fuera, en despoblado, pero acudían a él de todas partes.
EXPLICACIÓN.
En la perícopa del leproso, después de haberlo curado, Jesús «le regañó y lo sacó fuera en seguida diciéndole: "Mira, no digas nada a nadie. Ve, en cambio, a que te examine el sacerdote y ofrece por tu purificación lo que prescribió Moisés como prueba contra ellos". El, cuando salió, se puso a proclamar y a divulgar el mensaje a más y mejor».
¿Qué motivo puede haber para que Jesús regañe al antes leproso?, ¿qué significa «lo sacó fuera», si no se dice que estuvieran dentro de un local? El lenguaje es figurado: Jesús lo saca fuera de la mentalidad y doctrina de la sinagoga o institución judía, según la cual la marginación que había sufrido era justa y querida por Dios. Lo que merecía el reproche de Jesús al leproso era que había creído la doctrina de que Dios lo rechazaba y que los hombres tenían derecho a hacerlo, el haber aceptado y justificado su marginación.
Por eso Jesús le prohíbe hablar hasta que no se haya liberado interiormente de su falsa creencia, hasta que no esté convencido de la injusticia de la institución que lo marginaba. Para ello le hace ver
las severas y onerosas condiciones que exigía la institución para readmitirlo, al mismo tiempo que atribuye esa prescripción a Moisés y no a Dios y subraya que Moisés mismo demostraba con ella la falta de corazón del pueblo (“como prueba contra ellos») (Mc 1,44).
las severas y onerosas condiciones que exigía la institución para readmitirlo, al mismo tiempo que atribuye esa prescripción a Moisés y no a Dios y subraya que Moisés mismo demostraba con ella la falta de corazón del pueblo (“como prueba contra ellos») (Mc 1,44).
No le bastaba, pues, a Jesús haber liberado al leproso/marginado de su tara; el hombre tenía que liberarse interiormente, y para ello comprender la injusticia de su situación anterior, e identificar a su opresor, la institución religiosa. Si hubiera hablado sin estar convencido de esto, habría elogiado simplemente la bondad de Jesús en su caso particular; sin embargo, «cuando salió» (éxodo) de esa falsa mentalidad, sí comprendió «el mensaje» contenido en la acción de Jesús y «se puso a proclamarlo»: que Dios no tolera la marginación y que ésta no puede nunca justificarse apelando a él. Este mensaje ponía en cuestión los principios teológicos de la sociedad judía. Esta actitud ante la marginación hace de Jesús mismo un marginado (Mc 1,45).
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