LA RELIGION MEDIOELAMITA.
La documentación más abundante acerca de las creencias elamitas en los dioses procede del periodo medioelamita, aún así no es muy abundante ni explícita. De todos modos no parece muy diferente a la religión practicada por los pueblos de su entorno. Con relación al panteón divino, se conoce la existencia de un dios llamado Yabru, que los mesopotámicos equiparaban a su soberano dios Anu, con lo cual se trataría del dios supremo, pero es un auténtico desconocido. Tras él, tal vez haya que situar a la trinidad Napirisha (gran dios), su esposa Kiririsha (la única grande) y el hijo de ambos Hutran (el poderoso). Kiririsha estaba considerada como la señora de Liyan, madre de los dioses, protectora de los reyes y dueña de la muerte. Conocidos son dos grupos de dioses, originados quizá a partir de esta trinidad. Los Bahahutep (bienhechores), creadores del mundo y de la vida, y los Napratep (los dioses creadores), que son los organizadores de la vida física y encargados de su protección y desarrollo, a más de ser los responsables de la existencia del mundo.
Puede mencionarse también a Pinikir, una diosa a la que los especialistas consideraron durante mucho tiempo como la divinidad suprema del panteón elamita, debido al hecho de que aparece en el III milenio citada en el primer lugar de una lista de dioses. En Choga Zanbil, su templo estaba emplazado de manera destacada en la salida del pasaje real, indicio quizá de la importancia de esta diosa. No obstante, serán los reyes neoelamitas del I milenio quienes la tendrán por su dios personal. Era una diosa de la procreación y la fecundidad.
En otra categoría se presentan los dioses personales, regentes de las cosas. Así, Humban, dios regidor del elemento aire; Nahunte, divinidad astral representando al sol; Narundi –una divinidad discutiblemente elamita-, diosa de la justicia y por tanto invocada en las victorias de los reyes sobre sus enemigos, las cuales son por ello justas; Insusinak, dios de Susa, etc.
Otros dioses actuaban por parejas: Simut el mensajero divino y Manzat su acompañante; Ruhurater (el creador del hombre) y Hishmitik (el/la que transmite el nombre). Estos dos dioses asistían al parto, uno como creador de la forma humana -el cuerpo físico-, la otra para otorgar un nombre al recién nacido, pues al igual que los sumerios, hasta que una cosa o una persona no era reconocida por un nombre personal, no llegaba a tener verdadera existencia. En este sentido los individuos llevaban el nombre de un dios o de una diosa en el suyo propio: Untasnapirisha (Napirisha me ayudó), Silhakinsusinak (fortalecido por Insusinak), Melirnahunte (sierva de Nahunte), etc. En virtud de que estas dos divinidades regían la llegada de los recién nacidos al mundo, es decir su salida de la oscuridad hacia la luz, Untasnapirisha les dedicó un templo llamado templo de la luz (siyan hunin) en el santuario de Choga-Zanbil.
En su dominio de la Susiana, los elamitas incorporaron al dios Insusinak, patrón de Susa, el cual asumiría parte de las funciones de otros dioses elamitas. Así, sustituyó a Hutran como miembro de la trinidad; también se le consideró dios de la justicia y el derecho, reemplazando a Narundi, e incluso dios de los muertos, suplantando en esta función a Kiririsha.
En cuanto a las creencias en el Más Allá, las tablillas funerarias de Susa recuerdan vagamente a algunos mitos griegos y egipcios, pues el difunto era conducido por las diosas Isnikarab y Lagamar a través de los caminos tenebrosos del otro mundo, cruzando un río y llegando a un lugar en donde era juzgado por Insusinak, si bien el resultado del juicio se desconoce.
Respecto al ritual y a los aspectos formales de la religión, los elamitas erigían templos a cada dios, donde se les rendía culto. Eran alojados en ellos, en una zona restringida, el santuario, en forma de estatuas a las que se rezaba. Los templos -adornados con enormes cuernos en las fachadas, a modo de pagodas- estaban regentados por la clase sacerdotal, de la que poco se sabe. En Susa y en Choga Zanbil, la ciudad templaria estaba rodeada por una muralla en la que se representaban relieves con genios protectores, así como en las paredes de algunos templos. En el I milenio aparecerán santuarios al aire libre, esculpidos en las rocas -a semejanza de los santuarios hititas-, con representaciones de dioses, procesiones y adoradores; igualmente aumentará el numero de dioses, apareciendo otros nuevos. Se conocen algunos rituales relacionados con el culto del fuego sagrado, que sería despues habitual entre los persas, asi como alguna ceremonia funeraria realizada a la salida del sol, pero son poco conocidos. Igualmente se sabe poca cosa de las fiestas religiosas.
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