La Encarnación de
Cristo es un evento singular: El Verbo eterno se hizo carne (se hizo
hombre), por obra del Espíritu Santo, en el vientre de María Santísima.
Ocurrió una vez para siempre.
Sin embargo, el Verbo se encarnó para llamar a todos los hombres a unirse a El, con una unión real, íntima y misteriosa. Por el bautismo Dios reproduce en ellos la imagen de su Hijo (Cf. Romanos 8,29). Cristo es engendrado espiritualmente, continuando en la Iglesia el misterio de la encarnación.
Cristo
se desposa con la Iglesia y por medio de ella El desea desposarse con
toda la humanidad. San Pablo compara la relación de Cristo y la Iglesia
con la relación entre el marido y su esposa: "el que ama a su mujer a
sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la
alimenta y la cuida como Cristo ama a su Iglesia, pues somos miembros de
su cuerpo" (Ef 5,28-30)
El
bautizado entra en unión con Cristo y su Iglesia. Es una nueva creación
en Cristo, participa en Su vida y continua Su obra redentora. Es
miembro de Su Cuerpo Místico.
La encarnación mística es una gracia de orden místico.
La gracia del bautismo por la que somos unimos con Cristo llega a un
grado extraordinario. Experimentan personalmente la unión nupcial de
Cristo con la Iglesia. Viven una participación extraordinaria del
misterio de la encarnación, a imagen de María, pero en forma mística.
La venerable Concepción Cabrera de Armida recibió la Encarnación Mística. Jesús le dijo:
La encarnación mística es una gracia transformativa, en el sentido de asimilar a la criatura con su Modelo, que soy Yo. Es gracia transformante, unitiva (CC 45,435: 11de diciembre de 1924)
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