Vladímir
Ilich Uliánov, Lenin (1870-1924), no parece haber alcanzado
precisamente la paz tras fallecer. Después del deceso, le fue extraído
el cerebro para que el neurocientífico Oskar Vogt lo investigara; su
intención era descubrir el origen de su genialidad. Aunque se pensó
refrigerar el cadáver, resultó imposible, así que se optó por
embalsamarlo. El cuerpo, al final, acabó expuesto en la Plaza Roja de
Moscú, en un mausoleo levantado expresamente para ese fin. Los testigos
que afirman haberse encontrado con su fantasma no lo sitúan en este
último lugar, sino en la casa en la que este político ruso se crió junto
a su familia, en la ciudad de Samara. En sus habitaciones, la actividad
espectral es alucinante. Pasos, olores inesperados, objetos que se
mueven sin que nadie los toques, son los hechos anómalos que parecen
suceder en su interior. Esto llevó a los lugareños a pedir el regreso de
la momia del líder para sepultarla en esa localidad.
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