Los historiadores
judíos y el judaísmo oficial apreciaban grandemente las genealogías. Los Libros
Sagrados abundan en presentación de genealogías (cf. Libro de las Crónicas).
Aparte de ofrecer un gran interés histórico, es bueno conocer la propia estirpe,
los antepasados, el origen de la propia sangre; se solían elaborar de una manera
ascendente y descendente; con frecuencia se introducen en su elaboración
artificios literarios: se saltan eslabones, se esquematizan, se abrevian y se
amplían. El verbo "engendrar" se puede referir a una descendencia directa o
indirecta. En los evangelios tenemos dos genealogías distintas de Jesús (Mt
1,2-6 y Lc 3,23-38). La de Mateo es ascendente, parte de Jesús para llegar a
Abrahán; la de Lucas es descendente y arranca desde el primer hombre para
terminar en Jesús. Las dos presentan grandes lagunas y nombres diferentes. Al
tratar de armonizarlas, hoy ya nadie dice, como antes se decía, que Mateo ofrece
la genealogía de José, y Lucas la de María. Lo que se dice es que Mateo,
clausurado en el coto cerrado de Israel, quiere probar la descendencia davídica
de Jesús, y por eso, empezando por Jesús, termina en Abrahán. Lucas, más
universalista, proclamador de la salvación de Jesucristo para el mundo entero,
empieza por Dios, que creó a Adán, y termina en Jesús. Mateo enlaza la
genealogía con el padre natural de José (Jacob), y Lucas con el padre legal (Helí).
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