Pensador de origen italiano, formación germana y temple europeo.
Datos biográficos. N. en Verona el 17 feb. 1885; en 1910 fue ordenado sacerdote en Maguncia; en la posguerra de 1918 se incorporó a las tareas del Movimiento de juventud y del Movimiento litúrgico (v.), que inspirarían sus mejores obras, nacidas en un clima de inquietud y desconcierto espiritual. Inició su labor universitaria en Bonn, hacia 1922, como profesor de Dogmática, y un año más tarde pasó a la Univ. de Berlín a regentar la recién fundada cátedra de Filosofía de la religión y concepción católica del mundo. Desde su primera clase, dedicada a explicar el carácter comprehensivo y holista de la visión católica del mundo, los oyentes pudieron adivinar que aquel joven sacerdote que hablaba con acento nuevo de la «Iglesia que despierta en las almas», traía el mensaje de un estilo de pensar infinitamente alejado del frío academicismo en boga y de la tensión vitalista hacia una exaltación romántica de la vuelta a la naturaleza. Cada clase de G. era una cálida invitación a la autenticidad del pensamiento integral, de la vida intelectual comprometida y abierta a la hondura del misterio.
Alejado de su cátedra y confiscado el castillo de Rothenfels -centro del Movimiento litúrgico- por el Gobierno nacionalsocialista en 1939, G. se retiró a la soledad de una aldea bávara, de donde fue llamado en 1945 a ocupar una cátedra en la Univ. de Tubinga, de la que pasó, cuatro años más tarde, a la de Munich, en cuya aula magna prendió la atención de un alumnado copioso y heterogéneo hasta 1963, en que se vio obligado, por razones de edad y una no leve dolencia, a aceptar su bien merecido retiro. M. en Munich el 2 oct. 1968.
Obra y pensamiento. G. no es ni un teólogo ni un liturgista profesional, sino un pensador certeramente intuitivo que tomó como tarea de su vida marcar a las generaciones desorientadas de su tiempo rutas fecundas para la teoría y la práctica de la vida espiritual. Ello explica que desde muy joven se haya convertido en un maestro, polarizando en su torno una juventud sólo dispuesta a plegarse al poder de un espíritu potente. Es un pedagogo de alto estilo. Toda su labor intelectual viene exigida por instancias morales y espirituales del momento. Muy sensible a la tradición platónico-agustiniana, hondamente vinculado a la herencia de S. Buenaventura, Dante y Pascal, G. hizo, no obstante, como pocos, la experiencia de revivir en su espíritu los problemas y tensiones de su época. De ahí el carácter vital y la perenne juventud de sus escritos, que no buscan el hallazgo sensacional, sino la formación del estilo de pensar y de querer de sus contemporáneos.
Desde su incorporación a las actividades del Movimiento de juventud intuyó la tarea de su vida: conferir al cristianismo todo su poder de sugestión sobre el hombre desamparado de la posguerra. Había que volver al cristianismo de la Iglesia de Roma, del sacrificio eucarístico vivido en todo su rigor litúrgico, reciamente comunitario, de la verdad sin paliativos de la Revelación, de la piedad que es amor reverente a un misterio siempre oculto y siempre nuevo para quien piensa con la máxima intensidad. He ahí a G. frente a la tarea genial de vincular orgánicamente el Movimiento de juventud y el Movimiento litúrgico. Al tiempo que los jóvenes descubren el gozo del campo, la energía espiritual de una vida continente, los tesoros del folklore nacional, la sugestión de una camaradería acendrada al calor de un ideal, G. los abre, día a día, a la conciencia de los grandes problemas que entorpecen su entrada a un cristianismo vivido sin reservas: ¿Es posible conjugar la obediencia con la libertad? ¿Puede un intelectual ser súbdito fiel de una Iglesia que es depositaria y custodio de la fe? ¿Se compagina la iniciativa personal con la oración comunitaria? ¿Qué relación media entre la oración popular, de orientación más bien subjetivista, y la oración litúrgica, marcadamente objetivista? ¿Se ve forzado el católico a una actitud reaccionaria frente a la cultura y la técnica modernas? El catolicismo en todo su vigor expuesto a una juventud exigente: éste es el programa de las obras fundamentales de G.: El espíritu de la liturgia, Los signos sagrados, El Sentido de la Iglesia, El Señor, Libertad, gracia y destino, Religión y Revelación, Sobre la vida de la fe, La realidad humana del Señor, Mundo y persona, El poder, El ocaso de la edad moderna.
El contacto viviente con realidades tan nobles, entitativamente ricas como son las humanas y las religiosas, inspiró a G. un método sineidético y holista de pensar dirigido a hacer justicia a la profundidad y complejidad ontológica de lo viviente-concreto, que no se opone a lo universal, sino a lo superficial. De aquí arranca la atención de G. al hombre integral abierto a la trascendencia y su consiguiente valoración de la sensibilidad humana -transida de inteligencia y poder intuitivo-, la actitud de reverencia, el fenómeno del encuentro intersubjetivo, la vivencia de las formas -con su carga de sentido-, las realidades «contrastadas» -por internamente ricas-, etc. El método «dialéctico» o comprehensivo de G. (cfr. El contraste) tiene derivaciones fecundas al ser aplicado al estudio de Jesucristo -fundamental en el pensamiento cristiano, ya que la «esencia» del cristianismo (v.) no puede ser otra que la persona «concreta» de su fundador-; la Iglesia, como comunidad viviente y realísima de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo; la Liturgia (v.), como acción sacra rigurosamente comunitaria y expresiva; la cosmovisión católica, como visión de lo mundano a la luz esclarecedora de la fe; el poder; la formación actual de una nueva época; el carácter trascendente de la persona humana; los signos sagrados; el sentido de la técnica, etc. El tratamiento de estos temas le insta a buscar la universalidad en la profundidad de lo concreto. Su temperamento realista lleva a G. a luchar por conferir fuerza de realidad (en el sentido del to realize de Newman) a las entidades superiores que más se asemejan a una «atmósfera» que a una «cosa». Por eso otorga preeminente importancia al modo de pensar bíblico y se esfuerza por conceder plenitud de implicaciones a lo originario, lo comunitario, lo expresivo y lo histórico.
El pensamiento de G., no exento de algunos límites y a veces no bien definido, está tensado por la bipolar atención de su espíritu a las dos tareas siguientes: precisar las características que especifican lo cristiano y subrayar los valores que encierra la historia humana de la cultura.
Datos biográficos. N. en Verona el 17 feb. 1885; en 1910 fue ordenado sacerdote en Maguncia; en la posguerra de 1918 se incorporó a las tareas del Movimiento de juventud y del Movimiento litúrgico (v.), que inspirarían sus mejores obras, nacidas en un clima de inquietud y desconcierto espiritual. Inició su labor universitaria en Bonn, hacia 1922, como profesor de Dogmática, y un año más tarde pasó a la Univ. de Berlín a regentar la recién fundada cátedra de Filosofía de la religión y concepción católica del mundo. Desde su primera clase, dedicada a explicar el carácter comprehensivo y holista de la visión católica del mundo, los oyentes pudieron adivinar que aquel joven sacerdote que hablaba con acento nuevo de la «Iglesia que despierta en las almas», traía el mensaje de un estilo de pensar infinitamente alejado del frío academicismo en boga y de la tensión vitalista hacia una exaltación romántica de la vuelta a la naturaleza. Cada clase de G. era una cálida invitación a la autenticidad del pensamiento integral, de la vida intelectual comprometida y abierta a la hondura del misterio.
Alejado de su cátedra y confiscado el castillo de Rothenfels -centro del Movimiento litúrgico- por el Gobierno nacionalsocialista en 1939, G. se retiró a la soledad de una aldea bávara, de donde fue llamado en 1945 a ocupar una cátedra en la Univ. de Tubinga, de la que pasó, cuatro años más tarde, a la de Munich, en cuya aula magna prendió la atención de un alumnado copioso y heterogéneo hasta 1963, en que se vio obligado, por razones de edad y una no leve dolencia, a aceptar su bien merecido retiro. M. en Munich el 2 oct. 1968.
Obra y pensamiento. G. no es ni un teólogo ni un liturgista profesional, sino un pensador certeramente intuitivo que tomó como tarea de su vida marcar a las generaciones desorientadas de su tiempo rutas fecundas para la teoría y la práctica de la vida espiritual. Ello explica que desde muy joven se haya convertido en un maestro, polarizando en su torno una juventud sólo dispuesta a plegarse al poder de un espíritu potente. Es un pedagogo de alto estilo. Toda su labor intelectual viene exigida por instancias morales y espirituales del momento. Muy sensible a la tradición platónico-agustiniana, hondamente vinculado a la herencia de S. Buenaventura, Dante y Pascal, G. hizo, no obstante, como pocos, la experiencia de revivir en su espíritu los problemas y tensiones de su época. De ahí el carácter vital y la perenne juventud de sus escritos, que no buscan el hallazgo sensacional, sino la formación del estilo de pensar y de querer de sus contemporáneos.
Desde su incorporación a las actividades del Movimiento de juventud intuyó la tarea de su vida: conferir al cristianismo todo su poder de sugestión sobre el hombre desamparado de la posguerra. Había que volver al cristianismo de la Iglesia de Roma, del sacrificio eucarístico vivido en todo su rigor litúrgico, reciamente comunitario, de la verdad sin paliativos de la Revelación, de la piedad que es amor reverente a un misterio siempre oculto y siempre nuevo para quien piensa con la máxima intensidad. He ahí a G. frente a la tarea genial de vincular orgánicamente el Movimiento de juventud y el Movimiento litúrgico. Al tiempo que los jóvenes descubren el gozo del campo, la energía espiritual de una vida continente, los tesoros del folklore nacional, la sugestión de una camaradería acendrada al calor de un ideal, G. los abre, día a día, a la conciencia de los grandes problemas que entorpecen su entrada a un cristianismo vivido sin reservas: ¿Es posible conjugar la obediencia con la libertad? ¿Puede un intelectual ser súbdito fiel de una Iglesia que es depositaria y custodio de la fe? ¿Se compagina la iniciativa personal con la oración comunitaria? ¿Qué relación media entre la oración popular, de orientación más bien subjetivista, y la oración litúrgica, marcadamente objetivista? ¿Se ve forzado el católico a una actitud reaccionaria frente a la cultura y la técnica modernas? El catolicismo en todo su vigor expuesto a una juventud exigente: éste es el programa de las obras fundamentales de G.: El espíritu de la liturgia, Los signos sagrados, El Sentido de la Iglesia, El Señor, Libertad, gracia y destino, Religión y Revelación, Sobre la vida de la fe, La realidad humana del Señor, Mundo y persona, El poder, El ocaso de la edad moderna.
El contacto viviente con realidades tan nobles, entitativamente ricas como son las humanas y las religiosas, inspiró a G. un método sineidético y holista de pensar dirigido a hacer justicia a la profundidad y complejidad ontológica de lo viviente-concreto, que no se opone a lo universal, sino a lo superficial. De aquí arranca la atención de G. al hombre integral abierto a la trascendencia y su consiguiente valoración de la sensibilidad humana -transida de inteligencia y poder intuitivo-, la actitud de reverencia, el fenómeno del encuentro intersubjetivo, la vivencia de las formas -con su carga de sentido-, las realidades «contrastadas» -por internamente ricas-, etc. El método «dialéctico» o comprehensivo de G. (cfr. El contraste) tiene derivaciones fecundas al ser aplicado al estudio de Jesucristo -fundamental en el pensamiento cristiano, ya que la «esencia» del cristianismo (v.) no puede ser otra que la persona «concreta» de su fundador-; la Iglesia, como comunidad viviente y realísima de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo; la Liturgia (v.), como acción sacra rigurosamente comunitaria y expresiva; la cosmovisión católica, como visión de lo mundano a la luz esclarecedora de la fe; el poder; la formación actual de una nueva época; el carácter trascendente de la persona humana; los signos sagrados; el sentido de la técnica, etc. El tratamiento de estos temas le insta a buscar la universalidad en la profundidad de lo concreto. Su temperamento realista lleva a G. a luchar por conferir fuerza de realidad (en el sentido del to realize de Newman) a las entidades superiores que más se asemejan a una «atmósfera» que a una «cosa». Por eso otorga preeminente importancia al modo de pensar bíblico y se esfuerza por conceder plenitud de implicaciones a lo originario, lo comunitario, lo expresivo y lo histórico.
El pensamiento de G., no exento de algunos límites y a veces no bien definido, está tensado por la bipolar atención de su espíritu a las dos tareas siguientes: precisar las características que especifican lo cristiano y subrayar los valores que encierra la historia humana de la cultura.
BIBL.: H. KUHN, Romano Guardini.
Der Mensch und das Werk, Munich 1961; A. LÓPEZ QUINTÁS, Romano Guardini y
la dialéctica de lo viviente, Madrid 1965 (amplia bibl. de G.); G.
SOMMAVILA, La filosofía di Romano Guardini, prólogo a Scritti filosofici
di Romano Guardini, Milán 1964; «Folia Humanística», número especial,
Barcelona octubre 1965; A. BABOLIN, Romano Guardini, filosofo dell'altentá.
Realtá e persona, Bolonia 1968.
A. LÓPEZ QUINTÁS.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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