La Virgen del Prado es una advocación mariana que se venera en Ciudad Real (Castilla-La Mancha, España), de la cual es patrona. Se trata de una imagen barroca, de escuela valenciana, tallada en madera policromada por los escultores levantinos José María Rausell y Francisco Llorens.
Es muy interesante el historial de la Imagen de la Santísima Virgen del Prado relatado por escritores de distintas épocas. Antiguos documentos hallados en los archivos parroquiales de Santa María del Prado (Ciudad Real) y en los de Velilla de Jiloca (Zaragoza), testifican la veracidad de esta leyenda.
No se sabe que autor alguno haya tratado históricamente el origen de la venerada imagen de la Virgen del Prado, hasta bien entrado el último tercio del siglo XVI, siendo la narración más antigua la del licenciado, don Juan de Mendoza y Porras, en su obra "Relación e Historia del Hallazgo y Aparición de Nuestra Señora Santa María del Prado". Fuente de donde han bebido la mayoría de los historiadores de nuestra Patrona, y la piedra fundamental en la que todos estriban sus escritos, firmemente documentada y fundamentada en la tradición verdadera.
Antiguos escritos confirman que la "Relación", original y firmada del mismo Mendoza, estuvo muchos años en poder de la Cofradía de Nuestra Señora y después en el archivo parroquial de Santa María del Prado hasta que la entregaron al historiador Fray Diego de Jesús y María Fernández, natural de Ciudad Real y Prior del Convento de Carmelitas descalzos de esta ciudad, el cual sacó una copia lujosa, que puso con su original en el citado archivo parroquial, testimoniada por el notario público apostólico don Cristóbal Roos y Sotomayor.
En el año 1650, el citado carmelita, Fray Diego de Jesús, dio publicidad al manuscrito del licenciado Mendoza y Porras y a las tradiciones de Ciudad Real y Velilla en su documentada "Historia de la Imagen Sacratísima de Nuestra Señora del Prado", obra impresa en Madrid, en la imprenta real de Teresa Junti.
Según estos historiadores, allá por el año 1013, Mosen Ramón Floraz, caballero aragonés, gran servidor y privado del rey don Sancho el Mayor, de Navarra, al llegar a las cercanías de Velilla de Jiloca, lugar de Aragón, el caballo en donde venía, se le hundió una pata junto a una fuente en donde había llegado a beber. Queriendo Mosen Ramón ayudar a su brioso corcel, vio cómo el caballo con sus patas había dejado ha descubierto un gran hueco. Extrañado el caballero, quitando con su daga las piedras de alrededor descubrió una gran cueva como edificio antiguo. Atraído por la curiosidad penetró en el subterráneo encontrándose, en un nicho en la pared, una preciosa imagen de la Virgen María, sentada a forma de matrona romana, con un Niño sobra las rodillas y con un pergamino escrito en latín antiquísimo en donde se decía qué imagen era aquella y en qué tiempo se había puesto en aquel lugar. Se trataba de la imagen de la Virgen de los Torneos que había sido soterrada, tres siglos antes, por devotos cristianos, para librarla de la invasión agarena.
Con la admiración natural por el feliz hallazgo, postrado de rodillas en fervorosa oración, nuestro afortunado caballero estuvo un buen rato sin atreverse a tomar la venerada Imagen. Repuesto, y considerando que el suceso no carecía de misterio, y movido, quizás, por una gracia celestial, determinó sacar la imagen de aquel lugar y llevarla al rey don Sancho, su señor, por considerar estaría más reverenciada en el poder del Monarca. Sacó Fioraz la santa efigie lo mejor que pudo y la puso encima de su caballo con intención de dirigirse hacia Velilla y preparar allí su viaje. El caballo se niega a caminar en esta dirección, no sirviendo de nada ni las espuelas del caballero, ni la fusta que maneja con la diestra. Ante el temor de que con el castigo se encabrite el noble animal y ocasione a la imagen algún mal, lo deja en plena libertad, y entonces, manso el corcel, conduce al caballero hacia un lugar llamado Daroca en donde manda construir una valiosa caja que sirva de estuche a tan preciada joya y poderla así transportar con más decoro y comodidad.
Grandes dificultades tiene que vencer nuestro caballero antes de llegar a Navarra. Por los caminos más recónditos atraviesa tierra de moros siempre con el temor de encontrarse en algún lance en el que pudiera perder su divino tesoro. Gracias a la protección del cielo llega felizmente a campamento cristiano y desde allí envía a su rey un emisario con el anuncio del feliz acontecimiento.
Con mucha alegría recibe don Sancho la grata noticia y se prepara con gran regocijo el recibimiento a la Excelsa Soberana. Suceso relatado por el antiguo alcalde y gobernador civil de Ciudad Real, Agustín Salido y Estrada en su "Historia de Nuestra Venerada Patrona" escrita en romance, en los versos siguientes:
"A Pamplona se dirige
Mosen Ramón satisfecho
de que el cristiano Monarca
ha de recibir su encuentro,
con finas demostraciones,
y el más cariñoso afecto.
Y así fue: grandes mercedes
dióle el rey al caballero,
cuando con toda su corte
salió avisado, hacia el Ebro,
yendo a Pamplona, Navarra,
por ver tal recibimiento.
Entró en Pamplona la imagen
en hombros del alto clero,
y precedida de músicas,
y de nobles y de pueblo,
y de cruces parroquiales,
y de tropas y de concejos,
cerrando la comitiva
don Sancho empuñando el cetro.
Llegó a palacio la Virgen,
y el rey dando fin al rezo,
prosternado ante la Imagen
hízole así acatamiento:
Señora, la de mi casa
seréis desde este momento
Vos dirigiréis mis pasos
Vos me prestaréis consejo,
Vos daréis fuerza a mi Trono
y fuerzas a mis mandamientos,
y Vos, en fin, a mi espíritu
os lo llevaréis al cielo.
No saldréis de mi casa,
os lo jura el caballero:
y lo ofrecido lo mando
a mis hijos y a mis nietos".
Los reyes cristianos, al heredar la corona real y demás atributos reales de sus mayores, recibían, al mismo tiempo, la imagen santísima de la Virgen llamada entonces Nuestra Señora de los Reyes, que era venerada en los oratorios reales.
A la muerte de don Sancho hereda la santa imagen, su hilo don Fernando, primer rey castellano, quien la lleva a su corte de Burgos. Mucho debe este Monarca a la protección de la Virgen del Prado.
Cuando Alfonso VI ocupa el trono de Castilla, después de la Jura de Santa Gadea, realiza, de triunfo en triunfo, varias empresas guerreras contra los infieles, llevando consigo la venerada imagen, llamada entonces la Virgen de las Batallas. El rey castellano, como dice Fray Diego de Jesús, "intentó más conquistas de ciudades y reinos, no con la ambición o avaricia de añadirlos a su corona, sino con piadoso celo de volverlos a introducir a la religión cristiana, sacándolos de la tiranía de los moros". Así sucedió con la nobilísima ciudad de Toledo, empresa de las más gloriosas y célebres de aquella época.
Triunfante, prosigue el padre carmelita, entró el rey en Toledo con la imagen de la virgen y sus soldados, los cuales iban haciendo amorosas salvas a la protectora de sus armas. En hombros de príncipes cristianos, en medio de los batallones victoriosos y seguida de ocho obispos, encargados de rendirle culto, entró la Santísima Virgen en la imperial ciudad del Tajo. Al cristiano monarca le valió esta victoria el título de Conquistador y a la Soberana Señora el de Fundadora y Restauradora de las dos Castillas; glorioso homenaje bien merecido, ya que el reino de la vieja Castilla salió debajo del manto protector de esta santa imagen, y el núcleo de Castilla la Nueva, la imperial Toledo, salió también de los usurpadores, a la vista y con el reflejo celestial de la misma señora, María Santísima del Prado.
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[ocultar]Aparición de la imagen[editar]
El rey don Alfonso VI, para vengar un ultraje de su suegro, rey de Sevilla, organiza una expedición guerrera contra la morisma y marcha con su ejército hacia Andalucía. Al llegar a Zalanca, provincia de Badajoz, el ejército cristiano es sorprendido por los almohades, sufriendo espantosa derrota las huestes de don Alfonso. Tan grande fue el desastre para los cristianos en esta batalla, que, incluso, la vida del rey estuvo en grave peligro.
Los caballeros que peleaban al lado del rey -relata Mendoza- sacaron a don Alfonso de la refriega de Badajoz muy mal herido de un lanzazo. Debilitado el Monarca por la fatiga con que saliera de los duros trances que había corrido, .v casi muerto o aletargado por el efecto de la pérdida de sangre, fue conducido a Coria, ciudad recientemente conquistada. Repuesto don Alfonso de sus heridas se propone seguir adelante, hacia la frontera de Córdoba, y entendiendo que la causa de la derrota de Zalanca fue, sin duda, el olvido que tuvo de la imagen de la Virgen Protectora, ya que en esta ocasión la había dejado en su oratorio Real en Toledo; inmediatamente ordena a su capellán Marcelo Colino vaya a la ciudad imperial, recoja la venerada imagen y la traslade al campamento cristiano.
El célebre cantor de Nuestra Soberana, el ya citado don Agustín Salido, refiriéndose a este acontecimiento, termina su tercer romance con estos versos:
"Noche fue aquella cruel
para el rey que afinojado
en su tienda con su corte
de Dios implora amparo.
Un súbito pensamiento
vino a su mente rodando,
y con acento resuelto,
y con semblante inspirado,
¡Marcelo Colino, exclama,
pronto a Toledo a caballo,
mi Virgen, venga, mi Virgen
¡Perdón, Señora, os demando,
si olvidé vuestros favores
y desprecié vuestro amparo!
Y cayendo de rodillas,
so el pecho cruzó las manos".
Es de suponer que haría el capellán la jornada con la diligencia exigida por el rey. Al llegar a Toledo, acomoda en una caja la santa imagen y con el acompañamiento de criados y caballeros vuelve hacia Córdoba en donde, deseoso e impaciente espera el Monarca.
A mediodía del día 25 de mayo, año 1088, festividad de San Urbano, llega la comitiva real a un pequeño caserío, llamado Pozuelo Seco, término de Alarcos, situado en el camino que une la ciudad del Tajo con Andalucía. El calor sofocante, la sombra 3e las encinas de un prado próximo y el cansancio de los viajeros, obliga a Marcelo Colino y compañía a tomarse un pequeño descanso y pasar allí las horas calurosas del día.
¡Qué suavemente dispone Dios las cosas rara que se ejerciten los decretos de su Divina Providencia! Quería, Dios Nuestro Señor, que la viajera imagen de su Augusta Madre, a su paso por este humilde caserío, se quedara allí, erigiendo, bajo su protección y amparo, los cimientos de una insigne ciudad.
Viendo la gente del cortijo la calidad de los viajeros, el cuidado que todos ponían en la caja que conducían, la cual por su riqueza exterior publicaba el tesoro que guardaba, preguntaron los labriegos y el capellán mostró la imagen que transportaba.
Abierta la caja, retiradas las ricas telas en las que venía envuelta la imagen, emocionados los pozueleños por el resplandor de tanta belleza y movidos de un gran amor hacia la Virgen María, suplican a Marcelo la deje en el lugar en donde ellos prometen levantar un templo digno a tan Excelsa Señora. El fervor de estos humildes labriegos, primeros pobladores de Ciudad Real. conmueve a los de la comitiva real. En gran aprieto se ve el capellán ante la imposibilidad de no poder ceder a los fervientes deseos de los moradores de Pozuelo Seco. Entre alabanzas y súplicas de los lugareños y las razonables negativas de Colino llegó la hora de partir. Los viajeros se llevan con la imagen la ilusión de los del lugar que quedan apenados por la pérdida del tesoro que no han podido lograr.
Es cierto que estos rústicos y humildes labriegos humanamente no tienen derecho a solicitar la posesión de la imagen del rey, pero no es menos cierto que, aquello que es imposible para los hombres es posible para Dios, y como a continuación veremos, los designios de Dios eran muy diferentes a los deseos del rey.
Muy afligidos quedaron los pozueleños con la marcha de los caballeros que habían sesteado en el prado de la aldea, portadores de la bellísima imagen de la Virgen María. Hasta que los perdieron de vista no dejaron de mirar a la caravana real, unos con lágrimas en sus ojos y los más en oración de súplica a la Madre Celestial.
Llegada la noche cada cual se retira a su choza a descansar. Un anciano, llamado Blas el trovador, por su facilidad de hacer versos, compuso algunas coplas,-primeras -manchegas"-, que su hijo Antón cantó a la Virgen.
Sabemos, por tradición, que este garrido mozo no se movió del prado donde siguió cantando y rezando a la Virgen y cuando más entusiasmado se hallaba en su oración vio que una blanca paloma se posaba en la encina en donde unas horas antes había estado la imagen de la Virgen. Deseoso de cazar la bella paloma le tiró una piedra y, al instante quedó convertida en la imagen de la Stma. Virgen, rodeada de brillantes ráfagas de resplandores. Atónito queda nuestro afortunado mozo ante visión tan maravillosa, y una vez repuesto del natural sobresalto, corre loco de alegría a dar la nueva a sus convecinos, gritando: ¡Milagro! ¡Milagro! La Virgen ha vuelto.
Es de suponer que el alborozo y alegría de aquellos afortunados labriegos de Pozuelo Seco sería indescriptible al verso favorecidos por tan singular don del cielo. Locos de alegría corren «a postrarse a los pies de la Soberana Señora que llamaron desde aquel feliz momento, Santa María del Prado.
Alrededor de la milagrosa imagen, lloran de emoción y rezan con fervor los aldeanos, agradeciendo y celebrando a lo rústico tan prodigioso acontecimiento.
Así pudo ocurrir o pudo ocurrir de forma diferente. Nada hay imposible para el creyente. Lo realmente cierto, lo que no podemos negar ni poner en duda es la maravillosa realidad de la protección amorosa de cerca de nueve siglos de Nuestra Excelsa Patrona, Santa María del Prado. De forma sobrenatural o por medios naturales, la venerada imagen de la Virgen quedó en este lugar, donde alrededor suyo, bajo su protección y amparo, el caserío se fue convirtiendo en puebla, la puebla en villa y la villa en ciudad; con el nombre de Real, nombre, que si es cierto fue dado por privilegios y favores de reyes, éstos fueron instrumentos de los que Ella se valió, ya que lo real nos viene de la Reina Celestial, Fundadora y Patrona de la ciudad de Ciudad Real.
En los años lejanos de nuestra niñez, muchas veces hemos oído contar a nuestros mayores cómo en la mejilla derecha de la imagen se apreciaba una ligera mancha morada, cardenal producido por la pedrada de Antón cuando a éste se apareció en forma de paloma.
El documento núm. 848 del archivo parroquial de Santa María del Prado, nos relata un curioso historial de un estandarte regalado a la Virgen, probando la existencia de esta mancha en el rostro de la imagen.
Dice el licenciado Mendoza, en su citada Relación, que Colino y compañeros de viaje, cuando salieron de Pozuelo Seco con la imagen, hicieron otro alto de camino en Caracuel en donde cenaron y pasaron la noche.
Reparados del cansancio y amaneciendo el día siguiente, se dispusieron muy de mañana a emprender de nuevo a caminar deseosos de cumplimentar los deseos del rey. Al tomar la caja. notan sorprendidos el poco peso de la misma y con el temor consiguiente, saca el capellán la llave, que siempre llevó consigo, ,y se dispone a abrirla, quedando turbado ante la ausencia de la sagrada imagen. Nadie puede explicarse cómo ha podido ocurrir tal suceso. Movidos, quizás, por inspiración divina, determinan desandar lo andado y volver a la aldea en donde descansaron la víspera y en donde con tanta insistencia suplicaron la posesión de la venerada imagen.
En pocas horas de camino llegan a vista de Pozuelo Seco. Sobrecogidos quedaron los de la comitiva real al oír las voces de fiesta y regocijo de los aldeanos. Al llegar al .prado, ve Marcelo la milagrosa imagen en un artístico trono de ramaje y flores levantado por los aldeanos. Al instante es rodeado por la muchedumbre que llorando de alegría no cesan de gritar: ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro !
Mudo de emoción se dirige el capellán al lugar en donde está la Virgen con intención de tomarla. Por mucho que él hizo y los que con él iban, jamás pudieron moverla de su sitio. Viendo con la inmovilidad de la imagen más visible el milagro, después de pasar tres días en oración se disponen a seguir el viaje hacia Córdoba a comunicar a don Alfonso el suceso milagroso. Grande es el júbilo de los pozueleños al comprobar cómo con esta segunda maravilla de su inmovilidad, mostraba, una vez más, la Santísima Virgen sus deseos de sentar su reinado en el lugar.
Visitas que hicieron los Reyes y Principales españoles a nuestra Excelsa Patrona, Santa María del Prado.- Milagrosa cura del Rey don Felipe II, por intercesión de la Virgen del Prado.- La Reina doña Isabel II, Hermana Mayor de la Cofradía de Nuestra Señora del Prado.- Investidura de Gran Maestre de las Cuatro Órdenes Militares del Rey don Alfonso XIII, en el Templo de Nuestra Señora del Prado.- Representaciones del Real Consejo y Caballeros de las órdenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa que acompañaron al Monarca.- Mensaje del Cabildo Catedral al Gran Maestre de las Órdenes Militares.
Antiguos documentos y deducciones de hechos históricos testimonian la fe y devoción que los reyes castellanos profesaron. en todo tiempo, a Nuestra Excelsa Patrona. Desde Alfonso VI hasta el trece de los Alfonsos, último Monarca que reinó en España, visitaron el Templo de Nuestra Señora, a donde vinieron a rendir regio homenaje a la Reina del Prado.
Al llegar Marcelo Colino a Córdoba, de su regreso de Toledo, halló a don Alfonso muy diferente de como lo había dejado, cuando partió, con orden suya, a recoger la imagen de la Virgen. Quedó entonces el rey vencido y quebrantada su salud; ahora lo encuentra poderoso, vencedor y con bríos para nuevas y más gloriosas empresas guerreras.
Fue informado el Monarca castellano del suceso milagroso ocurrido en el prado de Pozuelo Seco, relatado con todo detalle por su capellán. Emocionado don Alfonso convoca a sus caballeros y tropa para notificarles el gran prodigio. Con gran fervor rinden culto homenaje a la Soberana Celestial, atribuyendo a su divina protección el feliz suceso de la rendición de Córdoba, empresa guerrera llevada a efecto a los pocos días de partir Colino hacia Toledo y después de haberse encomendado todos a la protección y amparo de la Santísima Virgen María.
No existe, que nosotros sepamos, escrito alguno que confirme la visita de don Alfonso VI a Pozuelo Seco, pero, parece lo más natural que viniera inmediatamente a postrarse a los pies soberanos de la Virgen gloriosa de sus abuelos y a, la que él tantos favores debía. Es muy posible que el mismo rey quisiera comprobar, con sus propias manos, la inmovilidad milagrosa de la Santa Imagen. La devoción del Monarca, el fervor que a todos despertaría el conocimiento del milagro, y, por otra parte, la necesidad obligada de su paso por este lugar en su marcha, desde Córdoba a Zaragoza, cuando esta última ciudad fue sitiada por don Alfonso. -a los pocos meses de estos sucesos-, confirman, positivamente, la visita del rey castellano a Pozuelo Seco.
La visita del rey y de su ejército debió colmar el júbilo de los moradores de la aldea. Es de suponer que el Soberano hiciese vivas demostraciones de devoción a la Santísima Virgen y que le diese ricos ornamentos, y como es natural, facilitase alguna cantidad para la construcción del primitivo Templo; no en balde llamaban a este Monarca el de la mano "horadada", debido a su largueza en obras de piedad.
Alfonso VII, Sancho III y Alfonso VIII, descendientes y sucesores del VI, son los primeros reyes que se nos presentan cerca de Pozuelo Seco. Teniendo en cuenta la frecuencia con que estos reyes estuvieron por estos alrededores empeñados en empresas guerreras, la devoción especial de los mismos hacia la Virgen María y la fama de la milagrosa aparición de Nuestra Señora del Prado, que debió pasar de padres a hijos, no solo en este país, sino también en los reales palacios de Castilla, es casi seguro que, más de una vez, visitaran el Templo de Nuestra Excelsa Patrona acompañados de célebres personalidades.
En el año 1195, en el reinado de Alfonso VIII, ante la proximidad de los almohades que avanzan hacia Alarcos, se sobresaltan, y con razón, los humildes aldeanos de Pozuelo Seco. A pesar que por entonces los moros solían tolerar el culto a los cristianos nuestros aldeanos, temerosos de perder su preciado tesoro, esconden la santa imagen en lugar seguro. Fueron más previsores que nosotros en nuestro tiempo. Con la gran victoria que el mismo don Alfonso VIII alcanzó en el año 1212, en las Navas de Tolosa, vuelve la tranquilidad por estos contornos y la Santísima Virgen a ocupar su trono.
Por este tiempo, la mayor parte de los moradores de la ciudad de Alarcos trasladan sus hogares a la aldea de Pozuelo Seco, siendo uno de éstos un "rico ombe" llamado don Gil, gran servidor y privado de don Alfonso, recibiendo, entre otras mercedes y privilegios del Monarca, la posesión de la aldea, la cual se llamó, desde entonces, Pozuelo de Don Gil, puebla que fue creciendo alrededor del Templo de Nuestra Señora del Prado.
En tiempos de Fernando III, el Santo, recibe Nuestra Patrona el regio homenaje de este rey castellano. Según el historiador Lafuente, en 1244, estuvieron en Pozuelo de Don Gil, el rey Santo, su esposa, la reina doña Juana y doña Berenguela, madre del primero; visita que duró cuarenta y cinco días.
El licenciado señor Mendoza, en la segunda parte de su "Relación" relata con detalle la visita de doña Berenguela y sus hijos, y las ofrendas que estos monarcas ofrecieron a Nuestra Patrona.
Viendo el rey Santo cómo crecía la puebla de Don Gil, ordenó que su ermita se llamase Santa María del Prado, elevándola a categoría de parroquia, nombrando los clérigos necesarios para su servicio.
Pocos años después, el hijo y sucesor de don Fernando, Alfonso X el Sabio, ennobleció la puebla, fundando en ella su Villa predilecta, con el nombre de Real. La carta puebla de la fundación de Villa Real está firmada por este Monarca, en Burgos a 20 de febrero de 1255. A los moradores de Villa Real otorgó el rey extraordinarios privilegios y mercedes, que determinó, en poco tiempo, un considerable aumento de la población.
Fue el rey Sabio gran devoto de la Santísima Virgen. Su obra "Las Cantigas" de Santa María, está impregnada toda ella de esa mística adoración. Los loores a Nuestra Señora son propicios de aquel elevado espíritu que poseía el hijo de San Fernando. Es lógico pensar que este devoto Monarca, al fundar su "bona villa", tuviera muy en cuenta la existencia de Nuestra Virgen del Prado. Conocía muy bien el rey don Alfonso la fuerza de la roca en donde había erigido su Villa. No faltó, pues, la protección celestial a los moradores dé la Real Villa, frente al soberbio poderío de los calatravos, que no veían con buenos ojos el progreso de la Villa del Rey, enclavada en el corazón del campo de Calatrava.
En el año 1420, don Juan II, en pago a los servicios de la mesnada de cuadrilleros de la Santa Hermandad de Villa Real y a petición de estos valientes guerreros manchegos, la eleva a categoría de ciudad, llamándola: "muy noble y muy leal ciudad de Ciudad Real". También este Soberano, lo mismo que su padre y abuelos, es muy devoto de la Stma. Virgen del Prado a la cual visitó varias veces y enriqueció su tesoro con ricos ornamentos.
Don Enrique IV y doña Isabel, la Católica, hijos y sucesores de don Juan II, también frecuentaron el Templo de Nuestra Señora, no faltando las ofrendas de estos reyes para nuestra Patrona y nuevos privilegios para los moradores de Ciudad Real.
En todo tiempo, los reyes españoles profesaron distinguida devoción a Nuestra Excelsa Señora del Prado, siendo favorecidos con gracias y favores recibidos por la intercesión de la Celestial Soberana.
El 9 de diciembre de 1866, vinieron a Ciudad Real y visitaron el Templo de Santa María del Prado, la Reina doña Isabel 11, su augusto esposo y sus egregios hijos, el Smo. Príncipe de Asturias, que luego fue, don Alfonso XII, y S. A. R. la Infanta doña Isabel. Les acompañaba, entre otras altas personalidades, el Padre Claret. La Real familia y comitiva subieron al Camarín de la Virgen donde estuvieron largo tiempo orando.
D. Santiago Julio Maldonado, Caballero de la Orden de Santiago y hermano de la Cofradía de la Virgen, hincando una rodilla en tierra, presenta a S. M. la Reina, en una bandeja de plata, la patente de Hermana Mayor Perpetua de la Cofradía y las de hermanos para S. M. el Rey, el Príncipe y la Infanta.
La Reina doña Isabel aceptó gustosa dicho nombramiento y lo mismo S. M. el Rey y los Príncipes, encargando al Sr. Maldonado que las patentes se las llevara a palacio. Acto seguido, don Lorenzo Vera, Prioste de la Hermandad, rodeado de todos los, hermanos, presentó a S. M. el Cetro de la Cofradía, que en señal de posesión recibió la Soberana con vivas muestras de alegría.
Por entonces era Gobernador Civil, el ilustre manchego, don Agustín Salido y Estrada, que hizo, a los regios huéspedes, un compendio de la historia de Ciudad Real y de nuestra ínclita Patrona, en bien escrito romance, y del cual hemos venido entresacando algunos de sus versos.
En el atrio del Templo, y con todos los honores, fue despedida la Familia Real por el Sr. Cura Párroco y clero de la ciudad, por la Hermandad y Autoridades, recibiendo entusiasta y cariñoso homenaje de la muchedumbre que llenaba el paseo del Prado. El 27 de abril de 1905, viene a Ciudad Real, S. M. el Rey don Alfonso XIII, último Monarca español. En esta regia visita, como nota saliente y singular, resaltó la presencia de los Caballeros de las Cuatro Órdenes Militares, que con lucida y numerosa representación del Real Consejo, Tribunal y Capítulo, acudieron a rendir pleito homenaje a nuestro Soberano, que a su calidad de Jefe de Estado unía la alta investidura de Gran Maestre de tan esclarecida milicia.
Acompañaron al Monarca, los caballeros de la Orden de Santiago: Excmo. Sr. Duque de Sotomayor, Comendador Mayor de León; Excmo. Sr. Duque de Tamames, Comendador Mayor de Montalbán; Ilmo. Sr. D. Santiago Magdalena y Murias; Ilmo. Sr. D. Miguel Serrabona y Fernández; Excmo. Sr. Conde de las Al~ menas; Excmo. e Ilmo. Sr. . José María Barnuevo y Rodrigo de Villamayor; Sr. D. José Trillo Figueras y Hermida; Excmo. Sr. Duque de Bejar; Excmo. Sr. Duque de Almenara Alta; excelentísimo Sr. Marqués de Salas; Excmo. Sr. Marqués de Santillana; Excmo. Sr. Conde de Cerrajería; Excmo. e Ilmo. Sr. D. José Ciudad Aurioles; Sr. D. Manuel Becerra Armesto; Sr. D. Alvaro R. Ferratjes y Domínguez y el Excmo. Sr. Barón de Petrés.
Los caballeros de la Orden de Calatrava: Excmo. Sr. Marqués de Ayerbe; Excmo. Sr. D. Alonso Coello y Contreras, Excmo. Sr. Marqués de Laurencín; Excmo. Sr. Marqués del Pico de Velasco; Sr. D. Santiago Udata; Sr. D. José Portillo Ruvalcava; Sr. D. Luis María de Jarava, Maestro de Ceremonias; Excelentísimo Sr. Marqués de la Hermida; Sr. D. Manuel Argüelles; Excmo. Sr. Vizconde del Val del Ebro; Sr. D, Félix López Montenegro; Sr. D. José María Barnuevo y Sandoval; Excmo. Sr. Conde de Torrejón; Sr. D. Luis Gómez de Barrera; Excmo. Sr. Conde de Heredia Spínola; Excmo. Sr. Duque de San Fernando de Quiroga; Excmo. Sr. Duque de Aliaga; Excmo. Sr. Marqués de Velilla del Ebro; Sr. D. Rafael Gordón y de Ariestegui; Sr. Don Gonzalo Morales de Setien, Capellán de Honor; Sr. D. Cayetano Cabanyes; Excmo. Sr. D. Mariano de Pedro Cascajares, General de División; Sr. D. Francisco Salamanca; Sr. D: Francisco Sánchez Pleités, y el Sr. D. Román García Blanes.
Los Caballeros de la Orden de Alcántara: Excmo. Sr. Marqués de Casa de Pizarro; Sr. D. Gonzalo García Planes; Sr. Don Luis Cabanyes y el Sr. Salamanca.
Los Caballeros de la Orden de Montesa: Excmo. Sr. Marqués de la Romana, Dignidad de Clavero; Excmo. Sr. Marqués de Casa Saltillo; Sr. F. Joaquín Sánchez; Sr. Corbi y el Excmo. Sr. Conde de Inestrillas.
En el vestíbulo del templo fue recibido don Alfonso por el Excmo. Cabildo Prioral en pleno, presidido por el M.I.S. don Santiago Magdalena Muria, Dignidad de Deán y Vicario General S. V. y los siguientes capitulares: de la Orden de Santiago. M. I. S. D. Miguel Serrabona y Fernández, Dignidad de Chantre; M. I. Sr. D. Francisco Teruel; M. I, Sr. D. Jacinto Pérez Vidaller.. De la Orden de Calatrava: M. I. Sr. D. Eloy Fernández y Alcázar; M. I. Sr. D. Lázaro Roldán y Mora; M. I. Sr. D. José María García Muñoz; M. I. Sr. D. Pedro Gil García, Canónigo Magistral; De la Orden de Alcántara: M. I. Sr. D. Enrique Clemente y Guerra, Dignidad de Maestrescuela; M. I. Sr. D. Baldomero Inclán y Menéndez; Canónigo Lectoral; M. 1. Sr. D. Mariano Martínez Sanz, Canónigo Doctoral. De la Orden de Montesa: M. I. Sr. D. Luis Delgado Merchán, Dignidad de Arcipreste; M. I. Sr. D. Estanislao de Miguel y Andrés, Dignidad de Arcediano y el M.I.Sr. Don Ambrosio Núñez Amador.
Ayudaron a poner el manto de Gran Maestre a don Alfonso los señores duque de Tamames y Marqueses de Ayerbe, de la Casa Pizarro y de la Romana, y bajo palio, que llevaban cuatro caballeros y dos capitulares, hizo su entrada en la S. I. Priora:, ocupando el trono que al lado del Evangelio se le tenía preparado frente a los bancos destinados para los Capitulares y Autoridades de la provincia, desde el cual oyó con devoto recogimiento el solemne "Te Deum" cantado por la Capilla.
Terminada la ceremonia religiosa, descendió S. M. del Trono y pasó con toda la comitiva a visitar el Camarín de la Virgen, donde después de orar a los pies de la venerada imagen de Santa María del Prado, le fueron presentadas algunas de las valiosas alhajas que guardaba esta S.I.Prioral (desgraciadamente desaparecidas en la última guerra civil) , entre ellas, la artística corona de la Virgen, joya de inestimable mérito, y el riquísimo Porta Paz, obra de orfebrería cuajada de finísimos esmáltes, procedente de Uclés, ambas de gusto plateresco puro de los mejores tiempos, de cuya procedencia enteró a don Alfonso el M. I. Sr. Arcipreste. En el mismo sitio le entregó, en propia mano, el Ilustrísimo Sr. Vicario General, Deán de la S. I. P., un respetuoso Mensaje, que eleva el Cabildo al Gran Maestre de las Órdenes Militares.
En el atrio de la Prioral fue despedido S. M. el Rey D. Alfonso con los mismos honores que a la entrada, recibiendo caluroso homenaje del numeroso público que llenaba el paseo del Prado. La sagrada imagen de nuestra Patrona, cuando fue hallada por Floraz en la cueva de Velilla de Jiloca, como decimos en otro lugar, era sentada, a la forma de matrona romana, figura que conservó hasta principio del siglo XVI que fue trasformada en la forma actual. La imagen fue mutilada por los pies y por delante en las rodillas, para que pareciese parada siendo como era sentada.
Algunos historiadores han censurado duramente dicha mutilación, sin tener en cuenta la mentalidad de aquellos tiempos en el que igualmente fueron transformadas más de cien esculturas de Vírgenes antiquísimas, -como indica Lafuente en su libro: "La Iconografía Mariana de España en la Edad Media". Ni siquiera tratan de investigar cuál fue la razón de tal reforma. Nosotros lo vemos de otra manera.
La intención de aquellos innovadores, no pudo ser otra, que el considerar la imagen parada más propicia para lucir mejor sus mantos, joyas y coronas, y parecer, de esta forma, que su divino rostro deslumbra más la belleza y la emotividad que causa en sus devotos. Otra idea no cabe en un siglo tan fervientemente religioso y con un rey tan católico como Felipe II. Darle a esta reforma otro carácter sí que es verdaderamente censurable.
Con los fragmentos cortados a la sacrosanta imagen, dice e! Padre Joaquín de la Jara, célebre historiador de nuestra Patrona, que fueron hechas otras esculturas de Vírgenes pequeñas, siendo una de ellas, la tallada por Antonio Poblete de Loaisa, que él mismo llevó al Perú y en la actualidad, con la misma advocación del Prado, es venerada en la iglesia de Recoletas Agustinas de Lima, donde cuenta con numerosos devotos.
Descripción del santuario[editar]
Los devotos aldeanos de Pozuelo Seco fueron fieles a la palabra dada a Colino. Rápidamente erigieron la primitiva Casa de su Celestial Señora. Muy modesto fue el primitivo templo de la Señora del Prado por la falta de recursos de los pozueleños, enriquecido después, a través de los siglos, con las valiosas aportaciones de sus devotos.
En el año 1244, cuando fue visitada la aldea por la reina doña Berenguela y sus hijos, los reyes don Fernando y doña Juana, recibió gran impulso la fábrica de esta iglesia, gracias a la ayuda de estos regios huéspedes. Por este tiempo fue elevada a la categoría de parroquia, bajo la advocación de Santa María del Prado, nombrándose los clérigos necesarios para su servicio. Lo más antiguo que hay en Ciudad Real de arquitectura religiosa es la puerta principal de la iglesia del Prado de la calle de los Reyes. Esta portada, último resto de la iglesia primitiva, es de las postrimerías del siglo XIII. Tiene un arco apuntado, otras dos resaltados y con ligeras reminiscencias del arte bizantino. Los arqueólogos hacen notar que alguna vez fue desguazada y vuelta a montar, y tal vez no lo fuera en el mismo sitio, como indica algún error cometido en el nuevo montaje de sus dovelas.
Rafael Ramírez de Arellano, célebre arqueólogo, en su obra titulada: "Ciudad Real Artística" publicada en 1893, describe con todo detalle el Templo de Nuestra Señora, tal como él lo pudo observar a finales del siglo pasado. Empieza por la descripción del imafronte, consignando que, además de la puerta (le la calle de los Reyes, ya descrita, existe una claraboya de rosetones lobulados pertenecientes al siglo XIV. Y no habiendo en el muro huellas de dos construcciones distintas, supone el señor de Arellano que el desguazamiento del arco y la construcción de la claraboya pertenece a un mismo período, o lo que es lo mismo, que en el lugar del templo actual hubo tres: uno primitivo, al que corresponde la puerta en su primer estado, un segundo templo, al que pertenecieron la (puerta desmontada y vuelta a montar y el rosetón; y un tercero, el actual, en el que se respetó el imafronte del segundo, sin hacer otra cosa que voltear un gran arco, que se ve sobre el rosetón, y elevar los muros hasta la altura actual.
El imafronte no tiene nada de particular más que cuatro robustos botareles, hechos en el siglo XVII, para fortificar la fábrica que ya estaba ruinosa, cuyas obras de estribos y contrafuertes, según asegura don Inocente Hervás, en su "Diccionario", se contrató por la Iglesia con el maestro cantero, Ignacio Vélez Calderón, en julio de 1561.
Sigue detallando, el célebre arqueólogo, la parte de la iglesía correspondiente al paseo del Prado, empezando por la puerta, llamada del Sol, de estilo ojival decadente. La forma un arco adintelado encerrado en otro redondo, y éste a su vez, en un conopio que termina en un tope de grandes hojas de cardo. El tímpano, relleno, tenía en el centro una imagen en piedra de la \ "irgen y a los lados sendas macetas de flores con azucenas, que fueron las armas de la parroquia. En el tímpano del conopio se veían las armas de San Francisco, lo cual hace suponer que se hizo a expensas de la Orden o por lo menos con su intervención y ayuda. Las huellas de esta ornamentación fueron tapadas en las obras realizadas a principio de este siglo.
Esta portada está encajonada, entre un botarel que rodea al primitivo, siendo el actual de la misma construcción y fecha que los del imafronte y la sacristía vieja, obra del siglo XVI, que tiene por su parte exterior en una esquina un reloj de sol, un friso de bichas y caprichosas figuras del renacimiento y otro friso, junto al alero, formado por cabezas de serafines y discos convexos, ornamentaciones casi borradas en la actualidad. En el segundo cuerpo se abre una preciosa ventana de estilo compuesto, y que es un modelo del renacimiento, cuando iba perdiendo su carácter español para convertirse en el arte neolatino.
Sigue a esta construcción la de la sacristía nueva, que no tiene nada de notable y que fue construida en 1632.
Al lado opuesto al que acabamos de describir, presenta otra portada, la Puerta de la Umbría, del siglo XVI, con un arco ojival conteniendo otro adintelado y flanqueados ambos por graciosos pináculos. Toda la ornamentación está encerrada en un robusto arco saliente construido para fortaleza del templo.
La torre no ofrece nada notable. En el año 1.780 hubo que derribar la parte alta porque amenazaba ruina. El 20 de septiembre de 1817 se empezó su reedificación. El ábside, por su parte exterior, está rodeado de construcciones modernas; tales como el camarín de la Virgen.
La iglesia toda aparece cubierta sobre las bóvedas por arma dura y tejado y en la parte más alta del ábside hay una inscripción que dice: "Se acabó esta obra año de 1764, siendo cura D. Juan Antonio Fernández y Mayordomo, don Diego García de León".
Descrita la parte exterior, veamos el templo por dentro. En su parte interior presenta la iglesia un ábside poligonal cubierto por una grandísima bóveda de nervios que vienen a juntarse en florones dorados de forma estalactítica. En cinco de sus lados tuvo grandísimas ventanas con cinco parteluces cada una, de las que sólo dos están practicables, habiendo perdido las primorosas labores de la ojiva. Tres están tapiadas y cubiertas por el retablo mayor.
Aparte de la portada y claraboya del imafronte, que pertenecen a construcciones anteriores, lo más antiguo que existe, en este templo, es el ábside, pero con una antigüedad de un siglo por lo menos. Basta ver el ábside por la parte de afuera, en donde no tiene revestimiento de cal, y examinar las marcas de los canteros para apreciar que esta parte del edificio corresponde a comienzo del siglo XV.
La tercera parte o fase de ampliación de la iglesia del Prado se construyó, como tantas otras que en España se quisieron engrandecer, procurando se hiciera la obra sin interrumpir el culto. y por lo tanto se empezó por el ábside, lo más lejano de la iglesia primitiva, de manera que, al derribar la antigua ermita, se llevara a imagen de la Virgen a una buena parte de la iglesia nueva y- interrumpir un solo momento el culto.
Los constructores tuvieron el buen juicio de no cambiar la orientación y al hacer el ábside dejaron hechos los arranques de la bóveda que había de seguirse construyendo delante de aquél. Concluyeron la obra en el transcurso de mucho tiempo, en el tiempo que media entre principio del siglo XV, en el que hicieron el ábside, y los fines del XVI en que cerraron las bóvedas de los pies de la iglesia. Obra de singular audacia y maestría, reduciendo a una sola y amplísima nave una iglesia de tres, apoyándose en sus viejos muros laterales de mampostería, reforzados por el exterior y elevados a doble altura, voltear arcos y bóvedas sobre un vano de diez y siete metros y medio de luz, empresa atrevida para los técnicos de ahora, que resolvieron con gallardía y soltura los maestros artesanos de entonces.
Por el lado del Evangelio, había un arco ojival, entrada de una de las antiguas capillas, según el padre Jara, con los escudos de armas de la Casa de Treviño, seguido de otro arco más moderno que da paso a la escalera del Camarín de la Virgen y a Ir, antigua capilla de los Foces. En el espacio en donde hoy está la citada escalera, estuvo la capilla de San Miguel.
En el fondo de la iglesia, hasta principio de siglo, ocupado por el coro, obra del renacimiento, muy parecida en su corte y pormenores a la sacristía vieja y al coro de San Pedro. Tenía muchos relieves representando santos de buen dibujo, metidos en sendos recuadros. La parte de mampostería fue construida en 1581 por el cura párroco, licenciado, Manzano, con Antonio Fernández.
En el lado de la epístola, dentro del ábside, había una capilla con bóveda de crucería del mismo gusto decadente de las construidas por Antonio Fernández. Tenía una reja de hierro repujado con los blasones de los Loaísas. Hoy sala capitular.
En el muro que da al medio día hay, borradas casi por completo por capas de cal sus bellas líneas y sus elegantes relieves, una lindísima portada del renacimiento, que fue la entrada de la sacristía vieja.
La escalera del Camarín de la Virgen, así como éste, tiene poco de particular, se construyó a finales del siglo XVII a expensas de don Felipe Muñoz, Contador de la Hacienda Real.
En 1900 edificó a su costa una capilla el Canónigo Sr. Montes de Oca, y otra erigió a sus expensas también el Obispo Sr. Piñera en 1904. La primera se dedicó a Santo Tomás de Villanueva, Patrón de la Diócesis, y la segunda al Corazón de Jesús.
En resumen, nada notable ofrece la arquitectura de este templo, de forma gótica muy decadente, sino la amplitud y espaciosidad de su única nave, por muy pocas superada en sus dimensiones de altura, 24 metros; longitud, 53 y 18 de latitud. Esta suntuosa nave acusa variaciones en su construcción y cambios más o menos accidentales en el estilo, respondiendo a diversas etapas en la edificación total, siendo lo más deplorable las reformas, casi siempre desacertadas, que en ella se han ido introduciendo, a través del tiempo, hasta estropear el mérito que en un principio tuviese.
Época contemporánea[editar]
En el año 1931 al poco de proclamarse la II República muchas iglesias fueron saqueadas y quemadas, no se salvó Ciudad Real de estos hechos y en noviembre de 1936 ya en plena Guerra Civil, cuentan los que lo vieron:
“Tiraron a la Virgen del Prado al suelo y quedó enganchada en los candeleros, que volvieron a empujarla y cayó al suelo desecha en pedazos, menos el Niño que quedó intacto, indignados lo destrozaron y quemaron todos los restos en el garaje de Solís.”
Durante la guerra la Catedral fue usada como garaje y también como albergue de tropas republicanas. Ciudad Real no tuvo nueva imagen hasta el primer día de junio de 1940, tallada por el escultor catalán Vicente Navarro y policromada por Carlos Vázquez Ubeda, pero en 1949 la carcoma empezó a invadir la imagen por lo que hasta el 5 de abril de año 1950 no se realizó la nueva talla por los escultores valencianos José María Rausell Montañana y Francisco Lloréns Ferrer, que es la que actualmente veneramos.
El domingo 28 de mayo de 1967 tuvo lugar en la Plaza Mayor de Ciudad Real la Coronación Pontificia de la imagen de la Virgen del Prado, con el acto litúrgico celebrado por el Excmo. y Rvdmo. señor D. Juan Hervás Benet, obispo Prior de las Órdenes Militares, en el cual se dio lectura a la Bula Pontificia de S.S. Pablo VI en la que otorgaba la Coronación.
En el año 1988 tuvo lugar la celebración del Noveno Centenario de la Aparición de la Virgen del Prado, que culminó el domingo 22 de mayo con la Solemne Eucaristía a la que asistió S.M. la Reina Doña Sofía, que había aceptado anteriormente el nombramiento de Camarera de Honor de la Virgen del Prado.
Festividades y celebraciones[editar]
La Ilustre Hermandad (rama masculina) y la Corte de Honor (rama femenina) de Nuestra Señora del Prado se encargan de la organización de los cultos y de fomentar la devoción a la Patrona de Ciudad Real.
La fiesta principal de la Virgen del Prado tiene lugar el día 15 de agosto, coincidiendo con la Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, destacando la multitudinaria procesión, que se repetirá el día 22 de agosto, día de la Octava. Del 14 al 22 de agosto se celebran la Feria y Fiestas Patronales de la Ciudad. La imagen es bajada desde su Camarín el día 9 de agosto, víspera de San Lorenzo, y recibe la visita de numerosos fieles hasta el día 22 de agosto.
Otra celebración en honor a la Virgen del Prado tiene lugar el día 31 de julio, y es la denominada Pandorga.
En mayo tiene lugar el Solemne Novenario, desde el día 17 hasta el 25. El 25 de mayo, día de San Urbano, es el aniversario de la Aparición de la Stma. Virgen del Prado y en éste día se renueva el Voto de la Ciudad a su Patrona y Reina.
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