El emperador como dragón de cinco patas, mosaico de la Ciudad Prohibida, Pekín.
Los dioses principales en la teología oficial son los antepasados imperiales. El más importante es el Cielo (T'ien), llamado también señor celeste (T'ien Ti) y gobernante supremo (Shang Ti); es absoluto yang,
regulador del universo, y el emperador es su sacerdote. Todo se somete a
la decisión del Cielo, que actúa como una providencia cuyos designios
pueden escudriñarse gracias al I Ching. Por su parte, la Tierra vista como soberana (Hou T'u) aparece como absoluto yin ya desde el siglo II a.e.c. (durante el reinado de Wu-ti).
El
Cielo y la Tierra son los progenitores míticos del emperador, que además
cuenta con las líneas de linaje de los ancestros imperiales. Estos
actúan como protectores de la dinastía reinante (aunque no existan lazos
directos de sangre porque la sucesión dinástica se haya quebrado) y se
les rinde un culto de características muy arcaicas que enraíza en los
mismos orígenes de la civilización china.
Otros
dioses reverenciados en la religión oficial son los de la agricultura, y
por debajo, y copiando el sistema organizativo de la burocracia
imperial, aparece toda una serie de dioses jerarquizados, los
Ch'eng-huang (dioses de los fosos y los muros), que se imagina que ponen
en marcha un sistema de informes sobre las conductas morales y a los
que dan culto los funcionarios según su categoría. Cada provincia,
territorio y subterritorio tiene en el mundo real un burócrata encargado
de regirlo y en el mundo imaginario un dios para protegerlo. Cada aldea
tiene su dios, cada ciudad, cada montaña, cada río, todos ellos
situados en un entramado burocratizado de divinidades jerarquizadas.
También
se da culto a una serie de hombres divinizados. Algunos son puramente
míticos, como los héroes culturales, que imaginariamente desarrollaron
por primera vez una función útil para la sociedad, como Hsien Nung, el
Primer agricultor, o Hsien I, el Primer médico, pero otros son héroes
populares históricos, funcionarios ejemplares y virtuosos que fueron
elevados a la categoría de espíritus dignos de culto. Buen ejemplo de
ello lo ofrece Confucio, al que desde el 59 se incluyó entre las
divinidades oficiales en todo el imperio y al que en la agonía del
sistema tradicional chino, en 1907, se encumbró junto al Cielo y la
Tierra entre las divinidades oficiales de primer orden. En Corea se le
sigue dando culto como divinidad protectora de la inteligencia.
Esta
divinización de personas, que puede parecer un atentado al racionalismo
confuciano, tiene su razón de ser en la importancia del culto funerario
que nace de hsiao, la piedad filial y una de la virtudes
básicas. Para el pensamiento tradicional chino los antepasados se
preocupaban de la familia y de sus campos y pertenencias si se les
ganaba por medio de las ofrendas realizadas por el heredero varón; en
algunos casos, las familias extensas de una misma aldea levantaban
templos a los antepasados para realizar ofrendas solemnes en primavera y
otoño. El culto funerario se convertía en un medio de cohesión
familiar, grupal e incluso imperial por medio de los sacrificios a los
ancestros.
El
emperador en su calidad de Hijo del Cielo y de hombre prototípico tenía
el poder, por sí mismo o por delegación, de admitir nuevos dioses; este
mecanismo permitió que se incluyeran gran número de dioses populares,
taoístas o budistas, que el estado tomaba bajo su tutela y apoyaba
económicamente por medio de legados imperiales. De esta manera, la
religión popular cobraba carácter oficial y quedaba bajo el control del
estado.
Sabio contemplando una cascada. Nueva York, Museo Metropolitano.
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