La lapidación era
en el A. T. el modo más común de la ejecución de la pena capital. Se aplicaba a
los siguientes delitos: idolatría (Dt 17,2-5), blasfemia (Lev 24,16),
adivinaciones (Lev 20,27), adulterio (Dt 22,21), infidelidad en la prometida y
en su cómplice (Dt 22,24), la rebeldía de los hijos (Dt 21, 21), delito de lesa
majestad (1 Re 21,13); en general, a todos los delitos de carácter religioso. La
ejecución se hacía fuera de la ciudad. Los testigos de cargo, después de
testificar públicamente contra el reo, tenían que ser los primeros en apedrearle
(Dt 17,7); a continuación, todos los habitantes de la ciudad le apedreaban hasta
darle muerte. De este modo se hacía patente la justicia comunal. En los
evangelios encontramos referencias a lapidaciones históricas reales (Mt 23,37;
Lc 13,34), a lapidaciones figuradas (Mt 21,35) y a intentos de lapidaciones (Jn
8,5-7). A veces, "apedrear" no indica la ejecución de la pena capital, sino la
manera con que se manifiesta la ira popular (Lc 20,6; Jn 8,59; 10,31-33; 11,8).
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