La carrera de
armamentos que siguió a la II Guerra mundial fue un desafío importantísimo a la
teología moral católica y fue un ejemplo de las posiciones y contraposiciones
que caracterizan el titubeante avance de la Iglesia, en el magisterio, en los
teólogos y en los mismos creyentes, al desplegarse y desarrollarse su doctrina
(>Desarrollo doctrinal). El Vaticano II estableció el principio de que «la paz
no es la mera ausencia de la guerra (...); los hombres, sedientos siempre de una
más perfecta justicia, han de llevar a cabo (la paz). (...) La paz es también
fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar» (GS
78). Más adelante el mismo documento condena la guerra total (GS 80) y llega a
afirmar que «la carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad (gravissimam
plagara) y perjudica a los pobres de manera intolerable» (GS 81).
Después del concilio, las naciones siguieron gastando una gran parte de su
producto nacional bruto en armas, con países del tercer mundo (el sur
socioeconómico) gastando en proporción más que los bloques del Pacto de Varsovia
y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Antes de 1989 estos
últimos desarrollaron una estrategia de disuasión (cf GS 81), en relación con la
cual se manifestaron diversas jerarquías'. Poco a poco se fue viendo claramente
que la moralidad clásica de la «guerra justa»4 no se podía aplicar
exacta-mente a la guerra nuclear'. Las reacciones frente a las afirmaciones de
los obispos norteamericanos fueron variadas, en particular en relación con la
cuestión crucial de la diferencia cualitativa de la guerra nuclear y los límites
de la doctrina de la disuasión'. El interés por estas cuestiones constituye un
importante ámbito ecuménico de colaboración y reflexión.
En definitiva, no es fácil eludir el duro lenguaje del sínodo romano de 1974,
que, en un documento presentado por la Santa Sede a una comisión especial de las
Naciones Unidas para el estudio del desarme', describía la carrera de armamentos
como «una locura», como «una máquina que se había vuelto loca».
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