La más antigua expresión de este concepto-imagen parece ser (en el
estado actual de nuestros conocimientos, si no me equivoco) aquella que
nos legara el franciscano Serva-sanctus de Faenza, muerto en 1300, más
conocido como Ernesto de Praga. Es, en efecto, con este nombre que firma
el “Mariale”. Califica a Maria, por su fe inquebrantable durante la
Pasión, de Corazón de la Iglesia (cor Sponsæ vel Ecclesiæ) que vela por
todo el cuerpo el Sábado Santo - cuando el Cristo dormía en el sepulcro,
y mientras los otros miembros de la Iglesia desfallecían- en ella sola
como el corazón donde permanece la vida del cuerpo (in ea sola tamquam
in corde remansit vita corporis)”109. Ernesto de Praga se refiere,
evidentemente, al Cantar de los Cantares (5,2): “duermo pero mi corazón
vela”, dice la esposa. Es probable que una investigación más profunda
sobre los comentarios medievales de los Cantares nos llevaría a
descubrir otras expresiones de la noción de María, Corazón de la Iglesia
(cf. Cant. 3, 1). Se ha explorado bastante el sentido mariano de los
comentarios medievales de los Cantares, pero ¿se ha hecho desde este
ángulo? Encontramos, así, la observación del decreto, ya mencionado, del
4 de mayo de 1944: nos señala que “se puede encontrar vestigios lejanos
del culto litúrgico hacia el Corazón Inmaculado de María en los
Comentarios de los Padres sobre la esposa del Cantar de los
Cantares”110. Luego, en el Siglo XIX, la expresión “María Corazón de la
Iglesia” reaparece bajo la pluma de los teólogos católicos alemanes y,
en el Siglo XX, en la mariología sophiánica rusa. Scheeben, si bien no
considera todos los aspectos, es incontestablemente el teólogo y el
vulgarizador más vigoroso. Como se aprecia a partir de nuestras citas,
ha desarrollado largamente las significaciones, no sin insinuar su
relación con el culto hacia el Corazón Inmaculado de María. En el texto
que citamos al inicio de nuestro trabajo111, yuxtapone más que coordinar
o sintetizar estas dos nociones. Pero, sin embargo, a él debemos la
intuición fundamental de este trabajo: si el Corazón de María es el
“centro vital de su persona” y “la “representación como tal”, y si de
otra parte María es “el corazón místico del cuerpo místico de Cristo”,
es fácil concluir que el Corazón Inmaculado de María es el Corazón de la
Iglesia. Sin embargo, más allá de estas conexiones lógicas, las razones
profundas de esta identificación se deducen de la exposición más
sintética y más sistemática de los fundamentos de la denominación de
María como Corazón de la Iglesia, que nos ofreciera, con una autoridad
muy especial, el R.P.S. Tromp, s.j. Su punto de partida parece haber
sido una reacción contra los inconvenientes de la denominación “Espíritu
Santo, Corazón de la Iglesia”, empleada dos veces por Santo Tomás de
Aquino112. Resumámosle y citémosle: “La influencia de María en la vida
de la Iglesia como institución de salvación es afectiva. La gran fuerza
de María es su amor maternal, cuyo símbolo es el tierno corazón de una
persona humana”. Después subraya que Cristo es la Cabeza del Cuerpo,
consubstancial a ese Cuerpo por la materialidad de su naturaleza humana,
y que el Espíritu Santo es el alma puramente espiritual e inmaterial,
razón por la cual la imagen del corazón tendría, de preferencia, que ser
evitada a este respecto; Tromp prosigue: “El corazón, por un lado, es
un órgano material, y por otro propulsa de manera latente e indivisible
los jugos vitales a través de todo el cuerpo, haciéndolo más
intensamente si es que está alentado por el amor. Por consecuencia,
siendo María una persona humana como nosotros y como colabora de manera
oculta con nuestra vida sobrenatural de gracia, de manera preeminente,
porque nos abraza con su amor maternal, María puede y debe ser llamada
Corazón del Cuerpo Místico, porque bajo el impulso del amor, ella
distribuye por todo el cuerpo natural y sobrenatural de Cristo, tal como
en otro tiempo la ternura de su corazón maternal propulsó la sangre a
través de todos los miembros, ternísimos, del Verbo recientemente
encarnado en su seno virginal”113. Luego, no sin antes subrayar que, a
diferencia del alma, el corazón no está presente en todo el cuerpo, ni
le confiere su unidad y ni lo vivifica como principio último114 - por
todas esas razones la imagen del corazón es inferior a la del alma-
Tromp concluye: “Sopesando bien las cosas, la imagen del Corazón debe
ser aplicado antes a la Madre de Dios que al Paráclito. Por su
humanidad, la Virgen es consubstancial a nosotros y al Cristo-Cabeza;
ocupa un lugar central en la Iglesia y sin embargo invisible; por su
intercesión y por su mediación, causa la distribución de la gracia y de
los dones en todo el Cuerpo místico; finalmente, como lo recalca
bastante Juan Crisóstomo115, el corazón no puede actuar si no recibe el
movimiento de la cabeza y de los sentidos; igualmente la Virgen no puede
hacer todo que hace si no es virtud del Cristo-Cabeza. Para concluir,
el corazón es el símbolo del amor, fundamento último de la intercesión
de la Madre de Dios”116. Estas consideraciones del eminente teólogo del
Cuerpo místico de Cristo nos parecen perfectamente y sólidamente
fundadas. Todo lo que afirma de María como corazón de la Iglesia, lo
diremos nosotros más precisamente del Corazón de María, lo que no hará
más que explicitar el pensamiento de Tromp como el de Scheeben,
volviendo más vigorosas y más esclarecedoras todavía las imágenes, por
la vía de la repetición. Se obtendrá de esta manera la aplicación
adecuada de esta “teología en imágenes” tan bíblica y patrística al caso
de María; cuya brillante aplicación vio - no hace mucho117 - D. Clément
en la encíclica Mystici Corporis.
NOTAS:
109. Binder, Maria et Ecclesia, III, 427; cf. Dillenschneider, op. Cit., 283.
110. AAS 37 (1945) 50.
111. Ver nota 2.
112. S. Thomas d`Aquin, de Ver. 29, 4, 7 : “cor est membrum latens, caput autem patens”; Somme Théologique, III, 8, 1, 3: “caput habet manifestam eminentiam (...) sed cor habet quandam influentiam occultam”. Cf. S. Tromp, De spiritu Christi anima, Rome, Grégorienne, 1960, pp. 33-5.
113. Tromp, op. Cit. Pp. 181-2. “Evidens est cur B. Virgo Maria quæ inter sanctos non solum eminet sed habet inter eos locum omnino trascendentem, dici possit ac debeat Cor Mystici Corporis”; y el teólogo holandés cita un artículo donde expone con detalles esta vista: “Die sendung Mariens und das Geheimnis der Kirche”, Theologie und Glaube,,1953, pp. (401-412; desgraciadamente no hemos podido tener acceso); y agrega “imago Mariæ ut est collum Ecclessiæ non solum minus elegans est, sed insuper minus exprimit exprimenda”.
114. S. Thomas d`Aquin, Somme Théologique, I, 75 ; 1 : el corazón es un principio pero no el último principio de la vida del cuerpo.
115. S. Jean Chrysostome, in Eph. Cap 4, hom 11, 4 : MG 62, 84-5.
116. Tromp, op. Cit, 208-10.
117. Irénikon, commentaire de D. Lialine sur Mystici corporis peu après sa parution, en 1946-1947.
Bertrand de Margerie S.J.
NOTAS:
109. Binder, Maria et Ecclesia, III, 427; cf. Dillenschneider, op. Cit., 283.
110. AAS 37 (1945) 50.
111. Ver nota 2.
112. S. Thomas d`Aquin, de Ver. 29, 4, 7 : “cor est membrum latens, caput autem patens”; Somme Théologique, III, 8, 1, 3: “caput habet manifestam eminentiam (...) sed cor habet quandam influentiam occultam”. Cf. S. Tromp, De spiritu Christi anima, Rome, Grégorienne, 1960, pp. 33-5.
113. Tromp, op. Cit. Pp. 181-2. “Evidens est cur B. Virgo Maria quæ inter sanctos non solum eminet sed habet inter eos locum omnino trascendentem, dici possit ac debeat Cor Mystici Corporis”; y el teólogo holandés cita un artículo donde expone con detalles esta vista: “Die sendung Mariens und das Geheimnis der Kirche”, Theologie und Glaube,,1953, pp. (401-412; desgraciadamente no hemos podido tener acceso); y agrega “imago Mariæ ut est collum Ecclessiæ non solum minus elegans est, sed insuper minus exprimit exprimenda”.
114. S. Thomas d`Aquin, Somme Théologique, I, 75 ; 1 : el corazón es un principio pero no el último principio de la vida del cuerpo.
115. S. Jean Chrysostome, in Eph. Cap 4, hom 11, 4 : MG 62, 84-5.
116. Tromp, op. Cit, 208-10.
117. Irénikon, commentaire de D. Lialine sur Mystici corporis peu après sa parution, en 1946-1947.
Bertrand de Margerie S.J.
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