Algunos lectores podrían objetar que la Iglesia, por voz de Pablo VI
ha proclamado solemnemente que María es su Madre, sin ninguna alusión a
su función de Corazón de la Iglesia. Es cierto que no existe, que yo
sepa al menos, ningún texto del Magisterio que declare explícitamente
que María es el Corazón de la Iglesia. Sin embargo, en el mismo discurso
en que Pablo VI proclamaba a María Madre de la Iglesia, al precisar que
este título sintetiza admirablemente el lugar privilegiado en la Santa
Iglesia reconocido a la Santa Virgen por el Concilio (Vaticano II)”126,
recordaba que María es la “portio maxima, optima, præcipua, electissima”
de la Iglesia, y sobre todo promulgaba solemnemente la constitución
dogmática Lumen Gentium. Ahora bien, ésta afirma que María es también su
“miembro supereminente y completamente singular”127. Estas dos
imágenes, lejos de oponerse se complementan por no decir que tienen el
mismo sentido: si se concibe a la Iglesia como la familia de Dios, se
dirá que María es la Madre; si se la concibe como el Cuerpo místico de
Cristo, se dirá que es su corazón (¿cuál otro sería?)128 o su madre, si
se desea indicar su trascendencia respecto de los otros miembros del
cuerpo, y su cualidad de origen del conjunto del cuerpo. En realidad,
tal como son empleadas, con sus connotaciones precisas, estas dos
imágenes parecen revestir la misma significación: María es Madre de la
Iglesia porque ella es primero su hija en tanto criatura de Cristo, Jefe
de la Iglesia, y redimida por Él, “hija de Adán, nuestra hermana,
discípula de Cristo, entregada totalmente a Dios y a Cristo, único
Redentor”129; de otro lado los teólogos (Scheeben, Tromp) que exaltan a
María como el Corazón de la Iglesia subrayan que es también su Madre130 y
el padre Schillebeckx expone maravillosamente el nexo que sintetiza
ambas imágenes: “Como madre, tipo de la Iglesia (María), colabora
maternalmente en la edificación de la Iglesia emprendida por Cristo.
Ella es la madre de la Iglesia, que le debe, por consecuencia, su propio
carácter maternal. Pero en esta Iglesia, ella es el seno
espiritual-corporal. Como madre, le da la vida”131 La imagen de seno
corresponde a la del corazón, del que hemos señalado ya el carácter
activo y dinámico. Como María es hija espiritual del Jefe de la Iglesia,
Jesús, para poder ser la madre de sus miembros, así recibe, como
corazón, el influjo de la cabeza para dar la sangre y la vida a los
otros miembros. En el plano especulativo, nada, absolutamente nada, se
opondría a lo que el Magisterio de la Iglesia, después de haber
proclamado solemnemente que María es a la vez miembro supereminente y
Madre de la Iglesia, precisara que su Corazón inmaculado es el Corazón
de la Iglesia. En el asunto referido al título de María, Corazón de la
Iglesia, se puede decir exactamente lo que decía Pablo VI sobre la
denominación de Madre de la Iglesia: “sintetiza admirablemente el lugar
privilegiado en la Santa Iglesia reconocido a la Santa Virgen por el
Concilio”. Ambos reunidos muestran mejor que estando separados que
-retomando las palabras de Pablo VI- “la realidad de la Iglesia no se
agota en su estructura jerárquica, su liturgia, sus sacramentos, y sus
ordenanzas jurídicas. Su esencia profunda, la fuente primera de su
eficacia santificadora debe ser buscada en su unión mística con Cristo;
unión que no podemos concebir haciendo abstracción de aquella que es la
Madre del Verbo Encarnado”132. Puesto que la esencia profunda de la
Iglesia consiste en su unión mística con Cristo, es evidente que nadie
la realiza ni la encarna mejor que María, tan inseparablemente unida a
Jesús como el Corazón a la Cabeza.
NOTAS:
126. Pablo VI, discurso del 21 de noviembre de 1964, AAS 56 (1964), 1.015. Utilizamos la traducción (francesa) de la Documentation catholique.
127. LG, 53.
128. La imagen del cuello, empleada por San Bernardo y numerosos autores medievales, fuera de otros inconvenientes (cf. Nota 107), no expresa -como aquella del corazón- el rol activo de María en la Iglesia, ni simboliza a María como “Mater charitatis” (expresión del mismo San Bernardo, cf. Nota 67). Las dos imágenes pueden, por lo demás, complementarse: la imagen del cuello indica de mejor manera que María une la humanidad al Verbo de la Vida.
129. Pablo VI, discurso del 21 de noviembre de 1964, op cit., 1016-7. Cita también a San Ambrosio: “sit in singulis Mariæ anima ut magnificat Dominum; sit in singulis spiritus Mariæ ut exsultet in Deo”(in Luc 2, 26 ; ML 15, 1642): Ambrosio desarrolla el pensamiento que Bossuet comentará más tarde (cf. Nota 72).
130. Ver, entre otros, Schillebeeckx, op. cit pp. 121, 128-9; Scheeben, op. cit., p. 201.
131. Schillebeeckx, op. cit., pp. 128-9
132. Pablo VI, discurso del 21 de noviembre de 1964, op. cit., p. 1014
Bertrand de Margerie S.J.
NOTAS:
126. Pablo VI, discurso del 21 de noviembre de 1964, AAS 56 (1964), 1.015. Utilizamos la traducción (francesa) de la Documentation catholique.
127. LG, 53.
128. La imagen del cuello, empleada por San Bernardo y numerosos autores medievales, fuera de otros inconvenientes (cf. Nota 107), no expresa -como aquella del corazón- el rol activo de María en la Iglesia, ni simboliza a María como “Mater charitatis” (expresión del mismo San Bernardo, cf. Nota 67). Las dos imágenes pueden, por lo demás, complementarse: la imagen del cuello indica de mejor manera que María une la humanidad al Verbo de la Vida.
129. Pablo VI, discurso del 21 de noviembre de 1964, op cit., 1016-7. Cita también a San Ambrosio: “sit in singulis Mariæ anima ut magnificat Dominum; sit in singulis spiritus Mariæ ut exsultet in Deo”(in Luc 2, 26 ; ML 15, 1642): Ambrosio desarrolla el pensamiento que Bossuet comentará más tarde (cf. Nota 72).
130. Ver, entre otros, Schillebeeckx, op. cit pp. 121, 128-9; Scheeben, op. cit., p. 201.
131. Schillebeeckx, op. cit., pp. 128-9
132. Pablo VI, discurso del 21 de noviembre de 1964, op. cit., p. 1014
Bertrand de Margerie S.J.
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