LA
ENCARNACIÓN DE CRISTO
Pronunciada
en Jerusalén, sobre lo de «se encarnó y se hizo hombre». Se parte del pasaje
de Isaías: «Volvió Yahvé a hablar a Ajaz diciendo: "Pide para ti una
señal de Yahvé tu Dios..." (7,10-11), y: "He aquí que una doncella
está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel"»
(7,14), etc.1
El
Hijo de Dios se ha hecho hombre
1.
Como alumnos de la pureza y discípulos de la prudencia, celebremos con labios
castos al Dios nacido de la Virgen. Quienes nos consideramos dignos de
alimentarnos del cordero racional2, comamos de él tanto la cabeza como las
patas3, significando la divinidad mediante la cabeza y la humanidad mediante las
patas. Los que escuchamos los Evangelios oigamos al teólogo Juan, que tras
escribir: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y
la Palabra era Dios» (Jn I,1), añadió después: «Y la Palabra se hizo
carne» (1,14). Tampoco se debe adorar a un simple hombre4 ni tampoco a sólo
Dios sin hacer referencia a la humanidad. Pues si Cristo es Dios, como sucede en
realidad, pero no asume la naturaleza humana, no tenemos la salvación.
Adóresele, por consiguiente, como Dios, pero créase también que se ha
revestido de la naturaleza humana. Tampoco es aceptable que se le llame hombre
dejando aparte la divinidad ni lleva a la salvación separar la humanidad de la
confesión de la divinidad. Reconozcamos la presencia del rey y del médico.
Jesús es rey que aportará salvación ciñéndose con el lienzo de la humanidad
y tras haber sanado lo que estaba enfermo. Como perfecto maestro de niños, se
ha hecho niño con ellos «para enseñar a los simples la prudencia» (Prov
1,4). El pan del cielo ha descendido a la tierra para alimentar a los que tienen
hambre.
No
rechazar a aquél en quien se cumple la profecía de la encarnación
2.
Pero los judíos, cuando rechazan a aquel que ha venido, esperan a aquel que ha
de venir con dureza: ellos repudiaron a Cristo, pero acogerán, inducidos a
error, al impostor que venga. Así se hará verdadera la palabra del Salvador:
«Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su
propio nombre, a ése le recibiréis» (Jn 5,43). Sería estupendo hacer esta
pregunta a los judíos: ¿dice verdad o mentira el profeta Isaías cuando
señala que el Emmanuel nacerá de una virgen? (cf. Is 7,14). No es de extrañar
que lo acusen de mentiroso, pues es costumbre para ellos no sólo acusar a los
profetas de mentir, sino incluso lapidarlos. Ahora bien, si el profeta dijo la
verdad, señalad quién es el Emmanuel. Más todavía: el que ha de venir, y al
que esperáis, ¿ha de nacer de una virgen o no? Si no nace de una virgen
argüís al profeta de falsedad. Y si esperabais que ello sucediera en el
futuro, ¿por qué lo rechazáis cuando ya se ha cumplido?
Verdadera
humanidad plena y concepción virginal de Cristo
3.
De su error serán sacados los judíos cuando lo permitan5, y será glorificada
la Iglesia de Dios, pues nosotros acogemos verdaderamente al Dios que es Palabra
hecha hombre. Esto ha sucedido, no por la voluntad de hombre y de mujer, como
dicen los herejes, sino que se ha hecho hombre de una virgen y por el Espíritu
Santo, como dice el Evangelio. Y no en apariencia, sino en verdad. Y me
gustaría que te dieras cuenta de que ahora es el tiempo de transmitir la
doctrina de que él ha recibido la naturaleza humana de una virgen. Ahora
recibirás las pruebas de esta realidad. El error de los herejes es múltiple,
pues éstos negaron de modo total que él hubiera nacido de una virgen6; otros
concedían la realidad de su nacimiento, pero no de una virgen, sino de la
unión de un hombre y una mujer. Otros dicen que no es el Mesías Dios quien se
ha hecho hombre, sino un hombre deificado7. Estos se atrevieron a decir que no
una Palabra preexistente se hizo hombre, sino que fue coronado (como Dios) un
hombre con méritos propios8.
Haremos
frente a las objeciones
4.
Pero tú acuérdate de las cosas que ayer se dijeron sobre la divinidad. Cree
que el Hijo unigénito de Dios es el que a su vez ha nacido de la Virgen. Cree
al evangelista Juan cuando dice: «La Palabra se hizo carne, y puso su morada
entre nosotros. Es realmente Palabra eterna, engendrado del Padre antes de todos
los siglos, aunque en el tiempo ha tomado carne por causa nuestra. Muchos están
en contra de esto y dicen: ¿Qué es lo que ha pasado tan grave para que Dios
descendiese hasta lo humano? A lo que puede decirse: «Después apareció ella9
en la tierra, y entre los hombres convivió» (Bar 3,38). O bien (se plantean):
¿es posible que una virgen dé a luz sin un hombre? Al encontrarnos, pues, que
se nos contradice ampliamente y que se nos presenta batalla en diversos frentes,
se hace preciso que aniquilemos todo ello mediante la gracia de Cristo y
mediante los discursos que aquí ofrecemos.
El
Hijo asumió la carne de la más excelente de las criaturas
5.
Preguntémonos, en primer lugar, por qué vino Jesús. Y no repares en mis
razonamientos, a los que quizá podría contradecirse mediante sofismas. Ahora
bien, si no aceptas los testimonios de los profetas acerca de cada una de estas
cosas, no creerás en lo que digamos. Si no aprendes por las Escrituras lo
referente a la Virgen, al lugar, al tiempo y al modo, tampoco recibas testimonio
de hombre alguno10. Pues sobre éste que ahora está aquí y os instruye puede
recaer alguna sospecha, pero sobre el que pronunció las profecías, hace mil
años e incluso más tiempo, ¿quién puede tener reticencias si está en su
sano juicio? Por tanto, si buscas la causa de la venida de Cristo, acude
simplemente al primer libro de la Escritura. En seis días hizo Dios el mundo.
Pero éste existe para el hombre. Resplandezca el sol con sus fulgores
espléndidos: fue hecho para que luzca en favor del hombre. Todos los animales
fueron hechos para nuestro servicio; y las hierbas y los árboles fueron creados
para que los utilizásemos. Son todas criaturas buenas11, pero ninguna de ellas
es imagen de Dios excepto únicamente el hombre. Una simple orden hizo el sol,
mientras que el hombre fue formado por las manos de Dios: «Hagamos al ser
humano a nuestra imagen, como nuestra semejanza» (Gén 1,26)12. Y si se tributa
honor a la imagen de madera de un rey terreno, ¿cuánto más deberá hacerse
con la imagen de Dios? Pero ésta, la más excelsa de las criaturas de Dios, que
estaba feliz en el paraíso, fue expulsada de allí por la envidia del diablo (Gén
3,23-24; Sab 2,24). Feliz se encontraba el enemigo al ver postrado a aquel a
quien había envidiado. ¿Querrás tú acaso ser como ese enemigo que se
alegraba?
Este
no se había atrevido a acercarse al hombre a causa de su tuerza, pero sí, por
ser más débil, se dirigió a la mujer cuando ésta todavía era virgen. Fue
después de su salida del paraíso cuando «conoció el hombre a Eva, su mujer»
(Gén 4,1 ) .
El
pecado se había extendido por la tierra
6.
Sus sucesores en la progenie humana fueron Caín y Abel, y Caín fue el primer
homicida. Más tarde tuvo lugar el diluvio a causa de la multiplicación de la
maldad de los hombres13. Un fuego del cielo cayó sobre los habitantes de Sodoma
a causa de su impiedad (cf. Gén 19). En épocas posteriores Dios eligió a
Israel, pero también éste cayó en la perversión y el pueblo elegido quedó
herido de muerte: Moisés se encontraba en el monte ante Dios, y el pueblo, en
lugar de a Dios, adoró a un becerro (Ex 32,1-6). Mientras que en la ley de
Moisés se decía: «No cometerás adulterio» (Ex 20,14), un hombre se atrevió
a pecar entrando en un lugar de prostitución (cf. Núm 25,1-9). Posteriormente
a Moisés, fueron enviados profetas que cuidasen de Israel. Pero cuando éstos
traían la medicina, se lamentaban vencidos por la fuerza de la enfermedad, de
tal manera que alguno de ellos clamaba: «¡Ay de mí, que ha desaparecido de la
tierra el fiel, no queda un justo entre los hombres!» (Miq 7,2); o también:
«Todos están descarriados, en masa pervertidos. No hay quien haga el bien, ni
uno siquiera» (Sa 14,3). Y, a su vez: «Tiene pleito Yahvé con los habitantes
de esta tierra, pues no hay fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios en esta
tierra; sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia, sangre
que sucede a sangre» (Os 4,1-2). Y: «Sacrificaban sus hijos y sus hijas a los
demonios» (Sal 106,37). Se ocupaban con hechicerías sagradas y con la vanidad
de sus vergüenzas. Así dice: «Sobre ropas empeñadas se acuestan junto a
cualquier altar» (Am 2,8; cf. Dt 24,12-13).
Gravedad
del pecado
7.
Muy grande era la herida de la humanidad. Desde los pies hasta la cabeza nada
había íntegro en ella. No había lugar ni para una gasa ni para aceite ni para
unas vendas. Después, entre lamentos y fatigas, decían los profetas:
«¿Quién traerá de Sión la salvación de Israel?» (Sal 14,7). Y, por otra
parte: «Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra, sobre el hijo de Adán que
para ti fortaleciste, ya no volveremos a apartarnos de ti». (Sal 80,18-19a). Y
otro profeta suplicaba diciendo: «¡Yahvé, inclina tus cielos y desciende!»
(Sal 144,5). Las heridas de los hombres son más fuertes que nuestros remedios.
«Han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas» (1 Re 19,10).
No es posible evitar el mal; para evitarlo, haces falta tú14.
Dios
viene a los hombres, aunque no se le acoja
8.
El Señor escuchó esta súplica de los profetas: el Padre no se desentendió de
nuestra estirpe en camino hacia la destrucción y envió desde el cielo a su
Hijo como Señor y como médico. Dice uno de los profetas: «Enseguida vendrá a
su Templo —el lugar donde lo lapidasteis— el Señor a quien vosotros
buscáis» (Mal 3,1)15. Después, oyendo esto otro de los profetas, le dice:
«Si anuncias que Dios viene para la salvación, ¿hablas de modo oculto?»:
«Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa,
alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá:
"Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor Yahvé con poder"» (Is
40,9-10). Pero, por otra parte, el Señor mismo dice: «He aquí que yo vengo a
morar dentro de ti, oráculo de Yahvé. Muchas naciones se unirán a Yahvé
aquel día» (Zac 2,14-15). Pero los israelitas rechazaron la salvación que les
ofrecí: «Vengo a reunir a todas las naciones y lenguas» (Is 66,18), pero
«vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). Y, cuando vienes,
¿qué es lo que les das a los gentiles: «Vengo a reunir a todas las
naciones... Pondré en ellos señal» (Is 66,18-19). Pues, por mi combate en la
cruz, a cada uno de mis soldados les daré una señal para tenerla en la
frente16, y otro profeta dijo: «El inclinó los cielos y bajó, un espeso
nublado debajo de sus pies» (Sal 18,10). Pero el que bajó de los cielos
permaneció ignorado de los hombres.
Estaba
previsto el nacimiento del Mesías
9.
En otro momento, Salomón, oyendo a su padre David hablar de estas cosas, tras
haber construido aquel templo admirable, y viendo de lejos al que tenía que
venir a él, dice: «¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres
sobre la tierra?» (1 Re 8,27). La respuesta de David, en un salmo dedicado a
Salomón, era afirmativa: «Caerá como rocío sobre el vellón» (Sal 72,6)17.
Rocío, a causa de su origen celeste; sobre el vellón, por tratarse de la
humanidad. Y el rocío cae sobre el vellón silenciosamente, de modo semejante a
como los Magos, ignorantes del misterio de la Natividad, dijeron: «¿Dónde
está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mt 2,2), y un Herodes turbado por
aquel que había nacido indagaba y se informaba «del lugar donde había de
nacer el Cristo» (2,4).
Signos
de humildad del Mesías victorioso
10.
¿Y quién es el que vino? Dice en lo que sigue18: «Durará tanto como el sol,
como la luna de edad en edad» (Sal 72,5). Dice a su vez otro de los profetas:
«¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He
aquí que viene a ti tu rey, justo él y victorioso» (Zac 9,9). Muchos son los
reyes. ¿A quién te refieres, profeta? Danos una señal que no tengan los otros
reyes. Si te refieres a un rey vestido de púrpura, ya hay otros que tienen este
privilegio en el vestido. Si se trata de que está rodeado de una escolta de
soldados o que va sentado en carros dorados, también estos distintivos los
tienen otros. Danos un signo propio de este rey cuya venida anuncias. Responde
el profeta diciendo: «He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso,
humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna» (ibid.), pero no en
carros. Aquí está la señal única y singular del rey que llega19. Jesús es
el único entre los reyes que, montando un asna que todavía no ha llevado
ninguna carga, entra en Jerusalén entre aclamaciones como un rey. ¿Y qué hace
este rey al llegar?: «Y tú en la sangre de la alianza sacaste a los
prisioneros del lago que no tenía agua» (Zac 11,11).
En
el mismo lugar donde se dan las catequesis fue crucificado el Mesías
11.
Era, desde luego, verosímil que fuese sentado en un pollino. Pero darnos más
bien un signo acerca de sobre qué se apoya este rey que ahora viene. No
ofrezcas un signo que esté lejos de la ciudad, no sea que no nos demos cuenta.
Muéstranos un signo muy visible a los ojos para que, incluso estando en la
ciudad, lo veamos aquí mismo. A esto responde el profeta diciendo: «Se
plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de
Jerusalén, al oriente» (Zac 14,4). ¿Acaso hay alguien que no vea este lugar,
aun estando dentro de la ciudad?20.
Los
signos mesiánicos de los milagros y del juicio de los ancianos del pueblo
12.
Tenemos dos signos, pero queremos ver un tercero. Di qué ha de hacer el Señor
cuando venga. Dice otro profeta: «Mirad que vuestro Dios viene vengador, es la
recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos
de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo
como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo» (Is 35,4-6).
Dígasenos también otro testimonio. Dices, profeta, que ha de venir el Señor
realizando signos como nunca se habían hecho (cf.Jn 15,24a). ¿De qué otra
forma dices que se ha manifestado?: «El Señor entra en el juicio de los
ancianos de su pueblo y de sus jefes» (Is 3,14). Este es el signo principal: el
Señor es juzgado y tiene que soportarlo, por sus siervos, los ancianos.
Alusión
al miedo a ver a Dios directamente
13.
Al leer esto los judíos, no se dan cuenta; los oídos de su corazón se han
cerrado para no oír. Pero creamos nosotros en Jesucristo «que vino en la carne
y se hizo hombre» y al que, de otro modo, no lo hubiéramos podido
percibirá21. Al no poder nosotros ver a Dios como él es ni gozar de él, se
hizo lo que nosotros somos para que tuviésemos así la capacidad de
disfrutarlo. Pues si no tenemos capacidad para ver perfectamene el sol, que fue
hecho el cuarto día, ¿podremos ver a Dios, su autor? El Señor descendió en
el fuego sobre el monte Sinaí, pero el pueblo no soportaba verlo, sino que
«dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, que podremos entenderte, pero que
no hable Dios con nosotros, no sea que muramos» (Ex 20,19). Y, por otra parte:
«¿Qué hombre ha oído como nosotros la voz del Dios vivo hablando de en medio
del fuego, y ha sobrevivido? (Dt 5,2). Pues si oyes la voz de Dios, él está
llamando a la muerte22 y, si te das cuenta de que es Dios mismo, ¿cómo no
habrá de atraer él la muerte? ¿De qué te asombras «si el mismo Moisés
dijo: "Espantado estoy y temblando"» (Hebr 12,31)23?
Dios
se hace hombre para ser mejor entendido
14.
¿Qué querrías, pues? ¿Que aquel que vino para la salvación se convierta
para nosotros en causa de muerte porque no podríamos soportar su presencia?
¿No será mejor que él adapte su gracia a nuestra capacidad? Daniel no
soportaba la presencia del ángel, y tú, ¿soportarías la visión directa de
los ángeles del Señor? Cuando se apareció Gabriel, cayó al suelo Daniel (cf.
Dan 10,9). ¿Cómo era y cuál era el aspecto del que se aparecía?: «Su rostro
era como el aspecto del relámpago, sus ojos como antorchas de fuego» (no dice
«como horno de fuego»), «y el son de sus palabras como el ruido de una
multitud» (10,6), pero no como el de «doce legiones de ángeles» (cf. Mt
26,53). Sin embargo, el profeta se postró en tierra y, acercándose el ángel,
dijo: «No temas, Daniel», ponte en pie y levanta tu ánimo, que «fueron
oídas tus palabras» (cf. Dan 10,12). Y dice Daniel: «Me levanté
temeroso»24. Sin embargo, no le respondió hasta que una mano le tocó (cf.
10,10). Y después de que el que se aparecía se transformó en lo que se veía
como un hombre, entonces comenzó Daniel a hablar. ¿Y qué es lo que dijo?:
Señor, al verte a ti, se han revuelto mis entrñas. No habrá en mí fortaleza,
pues tu hálito no se quedó en mí. Si la visión del ángel arrebató al
profeta su voz y su fuerza, ¿permitiría un respiro la aparición del mismo
Dios? Y, dice la Escritura, hasta que lo vio con aspecto de hombre, no tuvo
lugar en Daniel una nueva creación. Por tanto, una vez demostrada por
experiencia nuestra debilidad, el Señor asumió lo que era preciso en bien del
hombre. En efecto, el hombre estaba deseoso de oír hablar a alguien semejante a
él. De esa naturaleza de similares cualidades se revistó el Salvador para que
así los hombres fuesen enseñados con mayor facilidad.
El
Hijo se hace carne para salvar al hombre
15.
Pero hay también otra razón. Cristo vino para ser bautizado y santificar así
el bautismo. Vino para obrar milagros andando sobre las aguas del mar (cf. Mt
14,25). Pero, antes de su venida en carne, «lo vio el mar y huyó, retrocedió
el Jordán», (Sal 114,3): el Señor asumió un cuerpo que se sostenía en el
mar y al que el Jordán acogió con temor. Y esto es una razón. Pero hay otra
más: por medio de la virgen Eva apareció la muerte. Era, pues, oportuno que
por medio de una virgen, o más bien proviniendo de una virgen, brotase la vida,
para que, como a aquella la engañó la serpiente, a ésta Gabriel le trajese la
buena noticia. Los hombres, al abandonar a Dios, fabricaron imágenes de forma
humana. Pero, puesto que se adoraba engañosamente como Dios a una ficción de
apariencia humana, Dios se hizo verdaderamente hombre para deshacer el engaño.
El diablo usaba contra nosotros del instrumento de la carne. Consciente de ello,
Pablo dice: «Advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi
razón y me esclaviza...» (Rm 7,23). Pero con las mismas armas con que el
diablo nos combatía, con esas mismas hemos sido salvados. El Señor tomó de
nosotros lo que es semejante a nosotros, para llevar la salvación a la
naturaleza humana. Asumió nuestra semejanza para conceder una mayor gracia a lo
que se encontraba en situación deficiente y para que la naturaleza humana
pecadora se hiciese partícipe de Dios. «Donde abundó pecado, sobreabundó la
gracia» (Ro». 5,20). Convenía que el Señor padeciera por nosotros, y el
diablo no se habría atrevido a acercarse a él si lo hubiese conocido: «pues
de haberla conocido23, hubieran crucificado al Señor de la gloria» (I Cor
2,8). Por tanto, el cuerpo fue arrojado a la muerte para que, cuando el dragón
creía que él lo devoraría, en realidad vomitaría incluso a los que ya había
devorado26. «Consumirá a la muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahvé
las lágrimas de todos los rostros...» (Is 25,8).
La
encarnación es el cumplimiento de la Ley y los Profetas
16.
Pero, ¿acaso Cristo se hizo hombre en vano? ¿Son nuestras enseñanzas fruto de
la charlatanería y falacias del ingenio humano? ¿Es que no son las Sagradas
Escrituras nuestra salvación? ¿Es que no lo son las predicciones de los
profetas? Se me ha encomendado que este depósito27 lo guarde inmóvil y que
nadie te mueva de él. Cree que Dios se ha hecho hombre. Y realmente se
demostró que fue posible que él se hiciese hombre. Y si los judíos rechazan
creer más allá de su propia fe, pongámonos de acuerdo con ellos en esto:
¿Qué anunciamos de nuevo cuando decimos que Dios se ha hecho hombre si
vosotros mismos decís que Abraham dio hospedaje al Señor (cf. Gén 18,3).
¿Predicamos de modo insolente cuándo Jacob dice: «He visto a Dios cara a
cara, y tengo la vida salva» (Gén 32,31). El mismo Señor que comió con
Abraham (Gén 18,8) es el que comió con nosotros. ¿Qué decimos, pues, de
inusual? Tenemos también dos testigos que en el monte Sinaí estuvieron junto
al Señor: Moisés estuvo en la hendidura de la roca (Ex 33,21-23) y Elías
también en la entrada de la cueva (I Re 19,9). Ambos estuvieron presentes
cuando él se transfiguró en el monte Tabor y señalaban a los discípulos la
partida que él habría de realizar en Jerusalén (Lc 9,30-31)28. La
encarnación fue posible, como anteriormente se demostró. Sobran ahora más
demostraciones, que pueden dejarse a la curiosidad de los estudiosos.
El
Salvador vino durante la dominación romana en Palestina
17.
Por lo demás, os habíamos prometido que en nuestras palabras daríamos cuenta
del lugar y el tiempo de la venida del Salvador. Y no debemos terminar como reos
de una falsa promesa, sino que deberemos despedirnos de vosotros dejándoos
suficientemente protegidos como candidatos de la Iglesia. Indaguemos, por tanto,
el tiempo en que vino el Salvador, puesto que su venida está aún reciente,
aunque alguien lo niegue. Además, ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo
será siempre» (Hebr 13,8). Moisés dice proféticamente: «Yo les suscitaré,
de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti» (Dt 18,18)29. Dejemos
de momento el «como yo», que se explicará en su lugar. Pero, ¿cuándo llegó
aquel profeta esperado? Acude, dice, a las cosas que yo he escrito. Investiga en
la profecía de Jacob a Judá: «A ti, Judá, te alabarán tus hermanos» (Gén
49,8), y, un poco más abajo, por no recitarlo todo: «No se irá de Judá el
báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta tanto que se le traiga
el tributo y a quien rindan homenaje las naciones» (Gén 49,10)30. Un signo de
la venida de Cristo fue que los judíos perdieron su independencia. Si no
hubieran estado en esa época sometidos a los romanos, Cristo no habría venido.
Si hubieran tenido un príncipe del linaje de Judá y de David, tampoco habría
venido el esperado. Siento reparo incluso en mencionar sus propias
instituciones, lo que se refiere a los patriarcas y a su linaje, temas que dejo
gustosamente a quienes los conocen. Ahora bien, el que viene como deseado de las
naciones, ¿qué señal trae consigo? Dice inmediatamente después: «ata a la
vid su borriquillo». Te das cuenta de que es el pollino del que ya Zacarías
(9,9) habló elocuentemente.
Todo
sucederá en los días de un gran imperio
18.
Pero buscas también otro testimonio acerca de la época. El (el Señor) me ha
dicho: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy» (Sal 2,7). Y, un poco más
abajo: «Con cetro de hierro los quebrantarás»31. Dije ya en otra ocasión que
se llama vara de hierro al imperio Romano32. En lo que queda de él podemos
reflexionar a propósito de Daniel. Pues, describiendo e interpretando a
Nabucodonosor la imagen de la estatua, le explica también toda la visión de la
misma (Dn 2,27-45; cf. 46-49) y anuncia que la piedra, que se ha desprendido del
monte «sin intervención de mano alguna» (3,34), dominará sobre todo el orbe.
Habla también con toda claridad de este modo: «En tiempo de estos reyes, el
Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, y este reino no
pasará a otro pueblo» (3,44)33.
Más
detalles sobre la época de la venida del Mesías
19.
SEMANAS-AÑOS/DANIEL: Pero buscamos una exposición todavía más clara de la
época de su venida. De hecho, al hombre se le induce dificilmente a creer -no
cree en lo que se le dice- si no logra abiertamente un cálculo exacto de años.
¿Cuáles son, pues, las circunstancias de la época y la época misma? Cuando
ya no hay reyes oriundos de Judá, después reinará el extranjero Herodes.
Dice, pues, el ángel que habla a Daniel (y anótame ahora lo que diga):
«Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a
construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos
semanas» (Dan 9,25)34. Sesenta y nueve semanas de años son cuatrocientos
ochenta y tres. Afirma, por consiguiente, que cuatrocientos ochenta y tres años
después de la reconstrucción de Jerusalén, y cuando ya no haya jefes propios,
vendrá entonces un rey extranjero en cuya época nacerá el Mesías. Darío el
Medo edificó Jerusalén35 en el sexto año de su reinado (Esdr 6,15)36, en el
primero de la olimpíada griega sexagésimo sexta. Entre los griegos se llama
olimpíada a los juegos que suelen hacerse cada cuatro años. Ello era a causa
del día que se consigue cada cuatro años sumando los restos de horas que cada
año deja sobrantes el movimiento solar. Herodes era rey en la olimpíada ciento
ochenta y seis, año cuarto. Por tanto, desde la olimpíada sesenta y seis hasta
la ciento ochenta y seis con ciento veinte olimpíadas y un poco más. Y estas
ciento veinte olimpíadas hacen un total de cuatrocientos ochenta años. Los
otros tres años que faltan, necesarios para completar el número de semanas,
caben en el intervalo que hay entre el primero y el cuarto año. Por
consiguiente, ya tienes una demostración a partir de la Escritura, que dice,
como ya se ha explicado, que el tiempo desde la orden de reconstrucción de
Jerusalén hasta Cristo es de sesenta y nueve semanas (cf., ya antes, Dan 9,25).
Aquí tienes esta demostración del momento, aunque no faltan otras
interpretaciones de las profecías sobre las semanas de años en Daniel37.
Detalles
sobre el lugar
20.
Pero escucha ya el lugar de la promesa. Dice Miqueas: «Mas tú, Belén Efratá,
aunque eres la menor entre las familias deJudá, de ti me ha de salir aquel que
ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días
de antaño» (Miq 5,1 ) 38. Por lo que respecta a los lugares, siendo de
Jerusalén como eres, ya sabes lo que está escrito en el salmo 132: «Mirad:
hemos oído de ella que está en Efratá39, ¡la hemos encontrado en los Campos
del Bosque!» (Sal 132,6). Pues hasta hace pocos años se trataba de un lugar
poblado de bosque. Has oído, por otro lado, a Habacuc, que dice al Señor:
«¡En medio de los años hazla revivir, en medio de los años dala a conocer!»
(Hab 3,2). ¿Y cuál será, oh profeta, el signo de que el Señor viene?: «En
medio de dos vidas lo conocerás». Con esto alude claramente al Señor: cuando
vengas en la carne, vivirás y morirás; pero, al resucitar de entre los
muertos, vivirás de nuevo. Pero, ¿de qué parte de la región de Jerusalén ha
de venir?, ¿del oriente o del ocaso, del aquilón o del sur? Dínoslo
detalladamente. Responde con toda claridad y dice: «Viene Dios de Temán»—pero
por Temán se entiende el Sur40—, «el Santo del monte Farán, con sombras y
nubes»41, lo cual lo dijo el salmista en idéntico sentido: «¡La hemos
encontrado en los Campos del Bosque!» (Sal 132,6).
Nacimiento
virginal
21.
Después preguntamos de quién vendrá y cómo vendrá. Esto nos lo enseña
Isaías: «He aquí que una virgen42 está encinta y va a dar a luz un hijo, y
le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14). Los judíos, que desde antiguo
suelen rechazar la verdad, argumentan contra esto y dicen que no está escrito
virgen, sino muchacha. Pero, aunque yo conceda esto, encuentro que la verdad se
encuentra preguntándose: si una virgen es violada y grita pidiendo auxilio,
¿lo hace después o antes de ser violada? Por consiguiente, si en algún lugar
dice la Escritura: «La joven prometida acaso gritó sin que hubiera nadie que
la socorriera» (Dt 32,27), ¿acaso no se dice esto de una muchacha que es
virgen?43. Y para que conozcas con más claridad que las vírgenes en la Sagrada
Escritura también son llamadas «muchachas», escucha el libro de los Reyes
acerca de Abisag, la sunamita, que dice: «La joven era extraordinariamente
bella» (I Re 1,4). Y se sabe que ésta es la virgen que fue elegido y llevada
hasta David (1,3).
El
signo ofrecido a Ajaz no se refiere a su hijo Ezequías, sino a una virgen, en
el futuro
22.
Pero los judíos replican: lo que se dijo a Ajaz se refería a Ezequías. Leamos
la Escritura: «Pide para ti una señal de Yahvé tu Dios en lo profundo del
sheol o en lo más alto» (Is 7,11). Pero debe tratarse de un signo que cause
admiración y sea indiscutible. Un signo había sido el agua sacada de la roca
(Ex 17,6), que el mar se abriese (14,21) o que retrocediese el sol (2 Re
20,11)44 y otras cosas semejantes.
Pero
lo que he de decir es una evidencia mayor en contra de los judíos45. Isaías
hablaba de todo esto cuando era rey Ajaz, que lo fue durante dieciséis años,
período en el que tuvo lugar este oráculo profético. La contradicción de los
judíos la refuta su sucesor, el rey Ezequías, hijo de Ajaz, que tenía
veinticinco años al acceder al trono (2 Re 18,2). Pero puesto que la profecía
fue hecha en el período de los dieciséis años46, es al menos nueve años
antes de la profecía cuando nació Ezequías de Ajaz. No hay necesidad, por
tanto, de que la profecía se refiera a aquel que ya había nacido incluso antes
de que su padre Ajaz comenzase a reinar. Además Isaías no dice que una virgen
«estuvo» encinta, sino—como predicción—que lo «estará».
El
linaje de David es eterno
23.
Ya hemos visto con claridad que Cristo nace de una virgen. Ahora habrá que
explicar cómo es esta virginidad. «Juró Yahvé a David, y no se arrepentirá:
"El fruto de tu seno asentaré en tu trono45» (Sal 132,11), y también:
«Estableceré su estirpe para siempre, y su trono como los días de los
cielos» (89,30). Y, además: «Una vez he jurado por mi santidad: ¡A David no
he de mentir! "Su estirpe durará por siempre, y su trono como el sol ante
mí, por siempre se mantendrá como la luna, testigo fiel en el cielo"»
(Sal 89,36-38). Ves que se habla de Cristo, no de Salomón, pues el trono de
éste no permaneció como el sol. Pero si alguien estuviese en desacuerdo porque
Cristo no se sentó en el trono de madera de David, recordémosle esta
sentencia: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los
fariseos» (Mt 23,2). No se refiere a una cátedra de madera, sino a la
autoridad doctrinal. No busques tampoco el trono de David en uno de madera, sino
en la potestad regia. Como testigos de esto acepta a los niños que aclamaban:
«¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mt
21,9). También los ciegos dicen: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt
9,27). Y Gabriel anuncia con claridad a María: «El Señor Dios le dará el
trono de David, su padre» (Lc 1,32). Y Pablo: «Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi evangelio» (2
Tim 2,8). Y, al principio de la epístola a los Romanos, dice: «Nacido del
linaje de David según la carne» (Rm 1,3). Acoge, por tanto, al que ha nacido
de David, de acuerdo con la profecía: «Aquel día la raíz de Jesé47 que
estará enhiesta para estandarte de pueblos, los gentiles la buscarán» (Is
11,10).
24.
Pero los judíos se enfurecen fuertemente por estas cosas. Esto lo había
previsto también Isaías al decir: «Serán para la quema, pasto del fuego.
Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,4-5). Date
cuenta de que primeramente era Hijo de Dios y que luego nos ha sido dado. Poco
más abajo dice: «Su paz no tendrá fin» (9,6). Los romanos terminan con ellos
mismos, pero el reino del Hijo de Dios no tiene un final. Tuvieron un final los
persas y los medos. Pero no tiene un final el Hijo de Dios. Y luego sigue: «...
sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo» (ibid.).
De David surgió, pues, la Virgen santa.
Se
insiste en el nacimiento virginal
25.
Convenía, pues, que aquel que es purísimo y maestro de la pureza surgiese de
un tálamo puro. Pues si todo el que junto con Jesús tiene el sacerdocio se
abstiene de mujeres, ¿cómo iba a nacer Jesús de un hombre y una mujer? «Sí,
tú del vientre me sacaste—se dice en los Salmos—, me diste confianza a los
pechos de mi madre» (Sal 22,10). Pon atención a «del vientre me sacaste»:
con ello se significa que él salió y nació del útero y de la carne de una
virgen, pero sin obra de varón, de una manera distinta a la de aquellos que
nacen según la ley nupcial.
Es
la carne del hombre lo que Dios asume
26.
No teme asumir la carne de unos miembros de los que él es el artífice. Pero,
¿quién es el que nos dice esto? El Señor dice a Jeremías: «Antes de haberte
formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía
consagrado» (Jer 1,5). Y quien, al hacer a los hombres, tocaba sus miembros sin
avergonzarse de ello, ¿se avergonzará de crear, a causa de sí mismo, esta
santa carne que es el manto de su divinidad? Es Dios quien en el útero, hasta
el día de hoy, da forma a los fetos humanos, de acuerdo con lo escrito en Job:
«¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me
vestiste y me tejiste de huesos y de nervios» (Job 10,1011). Nada hay
abominable en la hechura del hombre mientras no la manche por el adulterio y la
lascivia. El que hizo a Adán hizo también a Eva; con las manos divinas fueron
hechos tanto el hombre como la mujer. Ninguno de los miembros del cuerpo fue
hecho desde un principio abominable. Callen, pues, todos los herejes que acusan
a los cuerpos y a quien los hizo49. Nosotros, en cambio, recordaremos la
sentencia de Pablo: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu
Santo, que está en vosotros»? (1 Cor 6,19). Además, el profeta predijo acerca
de la persona de Jesús: «Mi carne es de ellos» (Os 9,12 LXX)50. Y, en otro
lugar, está escrito: «Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a
luz la que ha de dar a luz» (Miq 5,2)51. ¿Y cuál será el signo de ésta?:
«Dará a luz y el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel». ¿Y
cuáles son las arras nupciales de la Virgen, la santa esposa?: «Te desposaré
conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé» (Os 2,22). E Isabel, hablando
de lo mismo, dice algo semejante: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45).
Contra
las objeciones de los griegos
27.
Pero nos perturban tanto los griegos como los judíos, diciendo que fue
imposible que el Mesías naciese de una virgen. Tapemos, en primer lugar, la
boca a los griegos por sus fábulas. Quienes sostenéis que unas piedras que se
arrojan pueden transformarse en hombres52, ¿cómo decís que es imposible que
una virgen dé a luz? Quienes fabuláis que una hija nació de un cerebro53,
¿afirmáis que un hijo no puede salir del útero de una virgen? Quienes
afirmáis, falsamente, que Baco salió del muslo de Júpiter, como si fuese un
útero preñado, ¿cómo es que rechazáis nuestra verdad? Lo que digo es
indigno del presente auditorio. Pero esto lo decimos para que rechaces a los
griegos, que con sus fábulas se desmienten a sí mismos.
El
parto de Sara y otros prodigios con Moisés y Aarón hacen comprender el milagro
de la concepción virginal
28.
A los que provienen de la circuncisión arguméntales así: ¿qué es más
difícil, que una anciana estéril dé a luz o que lo haga una virgen que está
en la flor de la edad? Sara era estéril y, ya sin la regla (Gén 11,30; 18,11),
dio a luz fuera de su capacidad natural (cf. Gén 21,2). Por consiguiente, si es
posible que una estéril engendre de un modo no natural, también, más allá de
la naturaleza puede una virgen ser madre. Así pues, o bien rechazas ambas cosas
o las admites las dos. Pues el mismo Dios es el que hizo aquello y esto. No te
atreverás a decir que aquello es posible para Dios, pero esto es imposible. ¿Y
qué hay, por ejemplo, de natural en que la mano de un hombre cambie de aspecto
en el espacio de una hora, pero luego vuelva a recobrarlo? ¿Cómo es, pues, que
la mano de Moisés se volvió blanca como la nieve, pero volvió de modo
instantáneo a su estado anterior? (vid. Ex 4,6-7). Y dices: es Dios quien ha
operado el cambio. Y si Dios puede esto, ¿no puede también lo otro? Y aquel
signo iba destinado a los egipcios (Ex 4,8-9), pero éste ha sido dado al mundo
entero.
¿Qué
trabajo es más difícil, oh judíos, que una virgen dé a luz o que una vara se
convierta en un ser vivo? Confesad que, en tiempos de Moisés, una vara rígida
tomó aspecto de serpiente que causaba miedo al mismo Moisés. De modo que el
que antes sostenía la vara huía después de ella como de un dragón, pues
realmente lo era, pero en realidad huía, no por aquello que sostenía sino de
pavor ante el que había provocado el cambio54. Si, pues, de la vara salían
unos ojos que podían ver, ¿no puede nacer, si Dios quiere, un niño de un
útero virginal?
Y
no menciono ahora que la vara de Aarón produjo en una sola noche (cf. Núm
17,23) lo que otros árboles producen en el espacio de muchos años. Pues,
¿quién ignora que una vara desprovista de corteza, aunque se la plante en
medio de un río, no germinará jamás? Pero Dios no está al servicio de los
árboles, sino que es autor de la naturaleza. Y una vara sin frutos, seca y sin
corteza floreció, germinó y dio nueces como fruto (cf. ibid.). Y aquel que
concedió a la vara —ante un sacerdocio que sólo era tipo, es decir, figura
de otro55— fruto más allá de su capacidad, ¿no habría de conceder el parto
a una virgen en razón del verdadero sumo sacerdote?
También
es milagroso el nacimiento de Eva
29.
Todos estos ejemplos son muy notables. Sin embargo, los judíos los discuten. Y
no asienten a estos ejemplos de la vara si no se les convence mediante partos
admirables del mismo género y no naturales. Pregúntales, pues, de ese modo:
¿de quién nació Eva al principio? ¿Qué madre la hizo si carecía de ella?
Pero la Escritura dice que fue hecha de la costilla de Adán (Gén 2,22). Pero
si Eva fue hecha de la costilla del hombre sin necesitar una madre, ¿no podría
nacer un niño del vientre de una virgen sin concurso de varón? Las mujeres
están sometidas al hombre para procrear56. Pues Eva había nacido de Adán, sin
ser concebida por una madre, sino salida de un hombre como si él la hubiese
dado a luz: la deuda de esta gracia la devolvió María cuando, por la fuerza de
Dios, no por un hombre sino por sí sola, concibió intacta y por el poder del
Espíritu Santo.
La
misma creación del hombre es un milagro
30.
Pero hay otro ejemplo mucho mejor. Aunque parezca asombroso que unos cuerpos se
generan de otros, es, sin embargo, posible. Y más asombroso es que el hombre se
haga del polvo de la tierra57. Y todavía es más admirable que de una masa de
lodo aparezcan los párpados y la luz de los ojos, y que de un poco de barro
nazcan la solidez de los huesos, la suavidad de los pulmones y las diversas
clases de miembros. Todo eso es admirable. Y que un barro que ha cobrado vida
recorra el mundo por cualquier lugar y edifique, y que enseñe y hable, realice
trabajos fabriles o haga tareas de gobierno, todo ello es digno de admiración.
Por tanto, judíos ignorantes, ¿de dónde ha salido Adán? ¿Acaso no ha
moldeado Dios su figura admirable tomando polvo de la tierra? ¿Qué, pues? Si
el lodo se transforma en ojo, ¿no engendrará una virgen a un hijo? Lo que al
juicio humano parece más imposible se convierte, sin embargo, en realidad. ¿Y
no habrá de realizarse lo que por sí mismo es posible?
Desposada
sin haber roto su virginidad
31.
Hagamos memoria, hermanos, de estas glorias y usémoslas como armas arrojadizas.
No sigamos a los que enseñan heréticamente una venida de Cristo sólo en
apariencia o discutible58. Rechacemos también a quienes dicen que el nacimiento
del Salvador tuvo lugar de un hombre y una mujer, que se han atrevido a decir
que ha sido engendrado de José y María, basándose en aquello que está
escrito: «Tomó consigo a su mujer» (Mt 1,24). Recordemos a Jacob, que, antes
de tomar a Raquel, dijo a Labán: «Dame a mi mujer» (Gén 29,21). Como
aquélla antes de sancionar las nupcias ya era llamada esposa de Jacob
simplemente por haber quedado prometida con él, así también María fue
llamada esposa de José a causa del desposorio. Observa el modo cuidadoso de
hablar del Evangelio al decir: «Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel
Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un
hombre llamado José» (Lc 1,26). Y, a su vez, cuando se habla del
empadronamiento y de que José subió para empadronarse, ¿qué dice la
Escritura?: «Subió también José desde Galilea... para empadronarse con
María, su desposada mujer, que estaba encinta» (Lc 2,4.5). Y, aunque estaba
embarazada, no dijo simplemente «su mujer», sino su «mujer desposada».
«Dios envió a su Hijo», dice Pablo, no hecho de hombre y mujer, sino sólo
«nacido de una mujer» (Gál 4,4), en este caso, de una virgen. Que a una
virgen se le llame sin mas «mujer» es algo que ya antes mostramos. De una
virgen nació quien hizo las almas vírgenes.
Los
múltiples testigos frente a la herejía
32.
Te asombras de lo que ha sucedido. Pero también estaba asombrada la misma que
lo engendró. Pues a Gabriel le dice: «¿Cómo será esto, puesto que no
conozco varón?». Y él responde: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios» (cf. Lc 1,34.35). Es una concepción pura e
incontaminada. Pues donde sopla el Espíritu Santo, desaparece toda mancha. El
nacimiento virginal del Unigénito en la carne está exento de impureza. Y si
los herejes están en contra de esta verdad, los convencerá de ella el
Espíritu Santo tras el enojo del poder del Altísimo que cubrió a la Virgen
con su sombra (Lc 1,35): se enfrentará con ellos el día del juicio con el
rostro vuelto hacia Gabriel. Será confusión para ellos el lugar del pesebre
que acogió al Señor (cf. Lc 2,7). Aportarán su testimonio los pastores que
recibieron entonces la fausta noticia (Lc 2,10 ss), y también el ejército de
los ángeles que alababan, celebraban y decían: «Gloria a Dios en las alturas
y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace» (Lc 2,14).
Asimismo el templo al que fue llevado a los cuarenta días (Lc 2,22) «también
para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones» (2,24).
Testificarán igualmente Simeon, que entonces «le tomó en brazos» (2,28) y la
profetisa Ana, que allí estaba (2,36 ss).
Es
verdadero hombre el que ha nacido de la Virgen.
Elogio
de la castidad
33.
Ante el testimonio de Dios, juntamente con el del Espíritu Santo y con las
palabras de Cristo: «¿Por qué queréis matarme (Jn 7,19), a mí, que soy un
hombre que os ha dicho la verdad (cf. 8,46b)?», enmudezcan los herejes que
están en contra de su humanidad. Pues le contradicen al decir él: «Palpadme y
ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (Lc
24,39). Sea adorado el Señor nacido de la Virgen y conozcan las vírgenes el
honor y la corona de su propia institución. También el orden de los monjes
reconozca la gloria de la pureza. Pues no nos vemos privados los varones de la
dignidad de la integridad. Cristo cumplió el tiempo de nueve meses en el
vientre de la Virgen, pero el Señor fue hombre durante treinta y tres años, de
modo que si una virgen se gloría por un tiempo de nueve meses, mucho más
podemos gloriarnos nosotros por una multitud de años.
Dignidad
de la castidad y de la virginidad
34.
Corramos todos por la gracia de Dios la carrera de la castidad, «los jóvenes y
las doncellas, los ancianos junto con los niños» (Sal 148,12), no siguiendo la
lascivia, sino alabando el nombre de Cristo. No ignoremos la gloria de la
pureza, pues se trata de una superioridad angélica y de una tarea que va más
allá del hombre: respetemos los cuerpos, que en su momento lucirán como el
sol. No manchemos con tan bajas pasiones un cuerpo tan digno. El pecado es algo
pequeño y que sólo dura un tiempo limitado, pero su oprobio se prolonga por
una eternidad de años. Los que siguen la pureza son ángeles que caminan por la
tierra. Las vírgenes tienen parte con María Virgen. Elimínese todo adorno
llamativo, toda mirada peligrosa y cualquier vestido y perfume que arrastren a
las bajas pasiones. En cuanto a todos, el perfume sea la oración, el olor de
las buenas obras y la santificación de los cuerpos, para que el Señor nacido
de la Virgen, diga también de nosotros, hombres que han guardado su integridad
y mujeres que han recibido la corona: «Estableceré mi morada en medio de
vosotros... Me pasearé en medio de vosotros, y seré para vosotros Dios, y
vosotros seréis para mí un pueblo» (Lev 26,11.12; cf. 2 Cor 6,16; Apoc 21,3;
Ez 36,28; Jer 31,31-34). A quien sea la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
........................
1.
Se profundiza en la presente catequesis en la confesión de la divinidad y la
humanidad de Cristo. Se ven asimismo cumplidas en Cristo las profecías de la
antigua Alianza. La concepción virginal de Cristo, sobre la que se habla con
mucha amplitud, da pie a Cirilo para alabar también la virginidad, el celibato
y la vida monástica.
2.
Esta extraña expresión se refiere a Cristo.
3.
Alusión a la ingestión integra del cordero pascual, figura de Cristo, según
Ex 13,9; «Nada de él comeréis crudo ni cocido, sino asado, con su cabeza, sus
patas y sus entrañas».
4.
En la persona de Jesús.
5.
La concepción virginal de Cristo se abordó ya en la cat. 4, núm. 9.
6.
La expresión «de modo total» parece referirse a que ni siquiera podría
decirse que la humanidad de Cristo sea más que aparente. La opinión herética
según la cual la humanidad de Jesús sería sólo una apariencia se ha
calificado en la historia de la teología cristiana con el término técnico
«docetismo» (de «dokein», parecer o aparecer). El docetismo, en sus diversas
variantes, se manifestó entre gnósticos y valentinianos. No es ajena a él la
teología de Apolinar de Laodicea, que niega el alma humana de Jesús y señala
que las funciones intelectuales de éste radicarían sólo en su divinidad.
Otras variantes del docetismo perviven en el monofisismo, que se mantuvo largo
tiempo pese a ser condenado en Calcedonia (a. 451). De este modo, a la inversa
de la negación, en el arrianismo, de que Jesús sea Dios como el Padre, en las
concepciones docetas no se afirma una humanidad plena de Jesús. Fue el concilio
de Constantinopla el que, en el año 381, siguiendo los pasos de Nicea, afirmó
solemnemente la realidad humana plena de Jesucristo. En la presente catequesis,
al ser el tema la encarnación de Cristo, Cirilo se mueve en la linea trazada
posteriormente por el Concilio de Constantinopla. Por otra parte, la confesión
de que la concepción de Cristo fue virginal fue tema especialmente del concilio
de Efeso, en el año 431, aunque la Iglesia ya en épocas muy anteriores
expresaba esa convicción. Sobre estos temas es importante recordar la historia
de los concilios ecuménicos de la Edad Antigua. Pedagógicamente es bastante
interesante el capitulo correspondiente de la cristología de J.l. González
Faus, La humanidad nueva, cuya primera edición es de 1974, pero se ha reeditado
numerosas veces.
7.
Es decir, que el hombre Jesús habría llegado, en un momento determinado, a ser
Hijo de Dios ---sin haberlo sido antes.
8.
Esta especie de supuesta «evolución» del hombre Jesús hasta llegar a ser
Hijo de Dios es contraria a los múltiples datos del Nuevo Testamento,
especialmente SanJuan, acerca de que desde siempre el Hijo habia estado junto al
Padre. Son en esta linea muy importantes las cartas y el evangelio de Juan. De
este último, incluso por su mismo planteamiento literario, es decisivo el
llamado «prólogo» (Jn 1,1-18). Además, toda la realidad del «Abba», ya
mencionada, las parábolas sobre el Padre que envia el Hijo (cf., por ej., Mc
12,1-12 par.), o las explicaciones paulinas sobre el plan divino de salvación (Gál
4,4 ss; vid. Ef 1,3 ss).
9.
Refiriéndose a la Sabiduría.
10.
Pues el testimonio de la Escritura es más fuerte que el testimonial de hombre
alguno. Quizá es útil tener en cuenta Jn 5, 34, cf.8,13ss.
11.
La afirmación de la bondad de lo creado, de modo general, en Gén 1,31a, pero
la afirmación se había hecho repetidamente en los vv. 10, 12, 18, 25.
12.
Es corriente, en la tradición cristiana, considerar la imagen y semejanza de
Dios en el hombre en la espiritualidad de éste, es decir, en el carácter
espiritual del alma humana. Cirilo lo ha descrito así expresamente en la cat.
4, núm. 18.
13.
En general, en los capítulos 1-11 del libro del Génesis, antes del comienzo de
la historia de Abraham, no se está ante relatos que tengan un valor histórico
que deba tomarse al pie de la letra. Anteriormente ya se habló, por ejemplo, de
la imagen del mundo que subyace a los relatos de la creación y que no hay
inconveniente en rechazar como tal imagen cf. cat. IX, nota 8). Pero, como
entonces se indicó, ello no impide señalar lo que de fondo se quiere afirmar:
el mundo proviene de la acción creadora de Dios, que todo lo ha querido hacer
bueno (cf la nota 11 de esta catequesis), aunque el hombre, y la creación
entera, han sido desde el comienzo víctimas del pecado. Sobre esto es
interesante recordar Rom 8.18-25.
14.
Referido a Dios. Se expresa un sentimiento de impotencia ante el mal y el
pecado. Cf., con respecto a este último, Rom 7,14-23.
15.
Sobre intentos de lapidación de Jesús, cf.Jn 8,29; 10,31.
16.
La cruz, como señal del combate cristiano.
17.
El salmo 72, efectivametite dedicado a Salomón, traza los rasgos del rey ideal,
justo, etc. En este sentido, también Salomón es figura del Mesías, de modo
que la interpretación tradicional cristiana del salmo lo entiende como
descripción de Cristo.
18.
El mismo salmo 72, pero se trata en realidad del versículo anterior.
19.
Más abajo, en el núm. 17, se insistirá en que este rey mesiánico llega sobre
una humilde borrica. Para el cumplimiento de estas palabras, cf Mt 21,1-11.
20.
Recuérdese una vez más que el lugar en que Cirilo está catequizando, el
Calvario, está en su época incluido en el interior de la ciudad de Jerusalen.
Cirilo pide en su catequesis un signo que pueda entenderse desde el lugar del
Calvario en el que se encuentran él y sus oyentes.
21.
Es decir, la encarnación ayuda a percibir mejor a Dios.
22.
Reproduce aquí Cirilo lo que piensa que es la creencia espontánea de los
hombres, semejante a la del israelita.
23.
Posible referencia a Dt 9,19, que directamente se refiere al miedo que
experimenta Moisés ante la ira de Dios porque Israel se ha construido un
becerro de oro. Pero Cirilo se refiere más bien al miedo que la religiosidd
primitiva y el antiguo Israel experimentan ante la presencia de la divinidad.
24.
Estas palabras no parecen ser texto bíblico.
25.
Si hubieran conocido la sabiduría de Dios, «una sabiduría de Dios,
misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria
nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo...» (1 Cor 2, 7-8a).
26.
«Los que ya había devorado, son, con toda probabilidd, los justos del Antiguo
Testamento. No sólo Cristo no fue «devorado» por el diablo en la muerte, sino
que tampoco lo fueron los justos del Antiguo Testamento. Cf. más abajo, cateq.
14, núms. 17 y 19.
27.
El «depósito» de la fe, como algo que debe ser conservado es algo en lo que
se insiste en las cartas pastorales. Cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12,14. Tematizada en
la tradición teológica por Vicente de Lerins en el s. V, la expresión
«depósito de la fe» ha sido siempre utilizada por la Iglesia para expresar lo
necesario de su fidelidad al mensaje cristiano.
28.
La línea de argumentación de Cirilo es ésta; cuando el Señor se hizo
presente en el Sinaí, Moisés y Elías estuvieron junto a él en el monte. Es
normal que en el momento de la Transfiguración, una de las importantes
manifestaciones del Padre y el Hijo en los evangelios, aparezcan también en el
monte (en este caso, el Tabor). Pero al mismo tiempo, y éste es el núcleo de
la argumentación de Cirilo, al aparecer en la Transfiguración, junto a Jesús,
Moisés y Elías, se manifiesta así también que la Ley y los Profetas, los dos
pilares esenciales del judaísmo, apuntan hacia Cristo y encuentran en él el
cumplimiento de las promesas hechas a los padres.
29.
Las palabras están puestas en boca de Dios. Hch 3,22 Iee: «El Señor Dios os
suscitará...», y Hech 7,37 prefiere: «Dios os suscitará...».
30.
«Rindan homenaje las naciones» los gentiles. El texto va a ser ufilizado por
Cirilo, en un razonamiento algo complejo, para explicar que los gentiles
recibieron lo que en buena parte los judíos no quisieron aceptar.
31.
Una vez más, con la Biblia de Jerusalén, se prefiere la versión dura del
texto hebreo.
32.
Todavía existente, en la época de las catequesis de Cirilo, incluso en la rama
de Occidente, aunque debilitado. El imperio romano occidental se mantendría, en
decadencia constante, hasta el año 476.
33.
Las palabras de Daniel se refieren propiamente a la caída del imperio de
Nabucodonosor, pero, en un sentido semejante, la catequesis de Cirilo las aplica
aquí a que el cristianismo se hace fuerte en la caída del imperio Romano.
34.
El «Príncipe Mesías» se entiende aquí inequívocamente de Cristo. Para la
interpretación del texto y del número de años de que se habla cf., además de
los comentarios exegéticos a Dn, las citas de la Biblia de Jerusalén a
9,23.24.25.26.27.
35.
Hizo terminar la reconstrucción.
36.
Según el dato completo de Esd 6,15, la fecha de terminación de este templo fue
el I de abril del año 515 a.C. Es el templo que, pese a sus transformaciones,
estuvo en servicio hasta su destrucción definitiva por los romanos el año 70
de nuestra era.
37.
El mismo Daniel habla de la oscuridad de su lenguaje, lo cual pone al lector en
guardia contra cálculos excesivamente exactos de fechas.
38.
En Mt 2,6, los expertos en la Ley citan este pasaje al rey Herodes para
explicarle el lugar del nacimiento de Jesús. Cf.Jn 7,42.
39.
«Ella» se refiere al arca de la alianza. El salmo, compuesto quizá para el
aniversario del traslado del arca (cf. 2 Sam 6), tiene, especialmente al final,
un fuerte contenido mesiánico.
40.
Lo que parece que interesa al discurso de Cirilo es la ubicación al sur de
Jerusalén, donde de hecho se encuentra Belén, el lugar de nacimIento de
Jesús.
41.
Hab 3,3. Este versículo y los siguientes contienen una teofanía de Yahvé que
seguramente debe entenderse en sentido mesiánico. Es, desde luego, la
interpretación de Cirilo en este pasaje.
42.
Se prefiere dejar la traducción «virgen», que ha sido más usual en la
Iglesia y la que ha entrado, partiendo de los LXX, en Mt 1,23. La dificultad de
esta traducción sólo viene del hecho de que el hebreo 'almah significa una
joven recién casada o una muchacha. No debe ignorarse la importancia del texto
griego de los LXX, del texto de Mt 1,23 y de la traducción de la Iglesia
referida a la concepción virginal de Cristo. Cirilo, menciona a continuación,
rechazándolas, las objeciones a la traducción «virgen».
43.
Cirilo se esfuerza en mostrar que expresiones como «muchacha», «joven
prometida», etc., se aplican a los casos de mujeres vírgenes.
44.
2 Re 20,11 habla propiamente de «retroceder la sombra» como signo que pide a
Dios Ezequías, a través de Isaías, como garantía de su curación. Cf 2 Re
20,1-11 e Is 38,1-8. Lo que Cirilo relata es que los judíos piensan que el
signo de que se habla en Is 7,11, referido a Ajaz, será en realidad el signo
pedido por su hijo Ezequías en 2 Re 20,8-9.
45.
Cirilo añade aquí una vez más, entre paréntesis, como si fuera una nota:
«Sé que me he extendido mucho y que se cansarán los oyente s. Pero quisiera
que aceptes lo prolijo de mis palabras, pues estas cosas se dicen por Cristo y
no deben ser despreciadas».
46.
Es decir, la profecía fue hecha durante el reinado de Ajaz.
47.
Padre de David.
48.
Se presupone el celibato ministerial.
49.
CARNE/ESPIRITU: Entran aquí todos los movimientos heréticos influenciados por
el maniqueísmo. Más tarde, en la Edad Media, cátaros, albigenses, etc. En el
punto que nos ocupa, se caracterizan por considerar al cuerpo como la sede de
las tendencias inferiores, esclavizantes o pecaminosas del hombre, mientras que
el alma sería sede de sólo los deseos puros etc. Los conceptos bíblicos de
«carne» y «espíritu» (especialmente, en el NT, en Pablo) se refieren más
bien, respectivamente, al hombre como ser débil e inclinado al pecado,
«carne» (pero es un concepto distinto de «cuerpo», con el que no se
identifica la «carne»), o como «espíritu», todo lo que hay de noble en el
hombre y que, a su vez, está llamado a ser vivificado por el Espíritu de Dios
(cL Rom 8,16).
50.
El texto bíblico es diferente. Leído así, sin embargo, frecuentemente por los
Padres, que lo refieren a Cristo. Para detalles, cf PG 33, 719, nota 1.
51.
Vid. la nota de la Biblia de Jerusalén a Miq 5,2(b): «Se trata de la madre del
Mesías. Miqueas piensa tal vez en el célebre oráculo de la almah, Is 7,14 ss,
pronunciado por Isaías unos treinta años antes». Cf. el núm. 22 de esta
misma catequesis y sus notas. Por otra parte, la traducción de las líneas que
siguen del presente núm. 26 se adaptará a la versión española del texto
hebreo de Miq 5,2, que tiene un sentido más universalista «el resto de sus
hermanos volverá a los hijos de Israel» que la versión de la que se sirve
Cirilo.
52.
Alusión a fábulas diversas de contenido mitológico.
53.
La diosa Atenea, surgida totalmente armada de la cabeza de Zeus.
54.
Cirilo ha dado rienda suelta a su imaginación acerca de la vara de Moisés,
pero eso le es útil como término de comparación para ensalzar la concepción
virginal de Cristo.
55.
El sacerdocio definitivo deJesucristo, propio de la nueva Alianza.
56.
En realidad es claro que el hombre y la mujer se necesitan mutuamente para la
procreación. La manera de expresarse Cirilo, lógicamente no «cientifica», le
es útil a él para expresar una vez más la iniciativa absoluta de Dios en la
concepción virginal de Cristo.
57
Gén 2,7, en el contexto del segundo relato de la creación. Sobre el carácter
«histórico» de estos relatos sin que esa dificultad afecte al valor de sus
afirmaciones sobre la acción creadora de Dios ya se trató era cat. IX, nota 8.
58.
Cf. más arriba, cat. IV, núm. 9.
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