Esta lectura evangélica exige una amplia explicación. Antes de acercarnos a los
sacramentos, debemos remover todo obstáculo, de modo que no quede ninguno en el alma de
quienes van a recibirlos.
Los que van a recibir el bautismo deben creer en el Padre, en el Hijo, y en el
Espíritu Santo. Y del Hijo, sin embargo, se nos dice ahora: Cuanto a ese día o a esa
hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre 1. Si
igualmente somos bautizados en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo, debemos
creer en el único nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Dios. Y siendo
un solo Dios, ¿cómo hay diversos grados de conocimiento en una misma divinidad? ¿Qué
es más, ser Dios o conocerlo todo? Si el Hijo es Dios, ¿cómo es que ignora algo? Del
Señor y Salvador se dice: «Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo
nada de cuanto ha sido hecho.» 2 Si todas las cosas fueron hechas por Él, también,
consiguientemente, fue hecho por Él el día del juicio, que ha de venir. ¿Puede, acaso,
ignorar lo que hizo? ¿Puede el artífice desconocer su obra? En los escritos del apóstol
leemos de Cristo: «En quien se [hallan] escondidos todos los tesoros de la sabiduría y
de la ciencia.»3 Fijáos en lo que dice: «todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia». No es que se [hallen] unos si y otros no, sino que se hallan todos los tesoros
de la sabiduría y de la ciencia, aunque escondidos. Por tanto, lo que se halla en Él, no
le falta, aun aquello que está escondido para nosotros. Ahora bien, si en Cristo los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia están escondidos, debemos investigar por qué
están escondidos. Si nosotros, los hombres, conociéramos el día del juicio, por
ejemplo, que este día llegará dentro de dos mil años, y supiéramos con toda seguridad
que ha de ser así, seríamos desde entonces más negligentes, pues diríamos: ¿en qué
me afecta a mi el día del juicio, si ha de llegar dentro de dos mil años?
Por tanto, esto que dice el Evangelio de que el Hijo desconoce el día del
juicio, lo dice en provecho nuestro, para que así nosotros no sepamos cuándo llegará
ese día.
Fijaos, además, en lo que sigue. Estad alerta, vigilad y orad, porque no sabéis
cuándo será el tiempo 4. No dice «no sabemos», sino «no sabéis». Parece que hasta
ahora hemos estado forzando la Escritura, sin explicar su sentido. Después de la
Resurrección, los apóstoles preguntan al Señor y Salvador: «Señor, ¿cuándo vas a
restablecer el reino de Israel?» 5 Oh apóstoles —debería decirles Jesús—,
vosotros me oísteis antes de la Resurrección: «Cuanto a ese día y a esa hora no la
conozco», y lo que no conozco, ¿me lo preguntáis otra vez? Pero los apóstoles no creen
que el Salvador no lo conozca. Fijaos en el misterio. El que antes de la pasión no lo
conoce, lo conoce después de la Resurrección. Efectivamente, ¿qué dice a los
apóstoles después de la Resurrección, cuando le preguntan sobre los tiempos y los
momentos en que va a restablecer el reino de Israel? «No os toca a vosotros, dice,
conocer los tiempos ni los momentos, que el Padre ha fijado en virtud de su poder.»6 No
dice aquí «no lo sé», sino «no os toca a vosotros conocer», no [va] en beneficio
vuestro conocer el día del juicio. Por tanto, vigilad, porque no sabéis cuando volverá
el dueño de la casa.
Muchas otras cosas podrían decirse. Hemos dicho concretamente esto sobre el
Evangelio, para que nadie se escandalice en su interior de que ignorase algo aquel en
quien ha de creer.
Por otra parte, en esta misma lectura del Evangelio se dice: Hallándose en
Betania, en casa de Simón el leproso, cuando estaba recostado a la mesa, vino una mujer,
trayendo un vaso de alabastro lleno de ungüento (de nardo) auténtico de gran valor7.
Esta mujer os atañe especialmente a vosotros, que vais a recibir el bautismo. Ella ha
roto su vaso de alabastro, para que Cristo os haga a vosotros cristos, es decir, ungidos.
Esto es lo que se dice en el Cantar de los Cantares: «Es tu nombre ungüento derramado,
por eso te aman las doncellas, tras de ti corremos al olor de tus
ungüentos»(/Ct/01/03).8 Mientras el ungüento estaba encerrado, o sea, mientras Dios era
conocido tan solo en Judea y sólo en Israel era grande su nombre 9, las doncellas no
seguían a Jesús. Mas, cuando se difundió el ungüento a toda la tierra, las doncellas,
es decir, las almas de los creyentes, siguieron al Salvador .
«Hallándose en Betania, en casa de Simón el leproso.» Betania significa en
nuestra lengua casa de la obediencia. ¿Y cómo es que en Betania, esto es, en la casa de
la obediencia, está la casa de Simón el leproso? O, ¿qué hace el Señor en casa del
leproso? Vino a casa del leproso por este motivo: para limpiar al leproso. Se le dice
leproso, no porque lo es, sino porque lo fue. Y lo fue antes de recibir al Señor; mas,
después que recibió al Señor y fue roto en su casa el vaso de ungüento, le lepra
desapareció. Mantiene, no obstante, su antiguo nombre, para que se manifieste el poder
del Salvador. Así también en los apóstoles se mantienen sus antiguos nombres, para que
se manifieste el poder de aquel que los llamó y los convirtió de lo que eran en lo que
son. De Mateo el publicano, por ejemplo, hizo un apóstol, y después del apostolado se le
llama publicano, no porque lo siga siendo, sino porque de publicano fue hecho apóstol.
Permanece, pues, el nombre antiguo, para que aparezca el poder del Salvador. Y así es
como este Simón el leproso es llamado con su antiguo nombre, para mostrar que fue curado
por el Señor 10.
«Vino una mujer trayendo un vaso de alabastro de ungüento.» Los fariseos,
escribas y sacerdotes están en el templo y no tienen ungüento, mientras que esta mujer
está fuera del templo y trae ungüento de nardo, además auténtico, porque del más
auténtico nardo había sido confeccionado. Por ello, vosotros los fieles sois llamados
nardos auténticos, porque la Iglesia, congregada de todas las gentes, ofrece sus dones al
Salvador, esto es la fe de los creyentes 11. Rompió el vaso de alabastro, para que todos
reciban el ungüento. Rompió el vaso de alabastro, que antes era mantenido cerrado en
Judea. Rompió el alabastro. Del mismo modo como el grano de trigo, si no muere en la
tierra, no produce fruto abundante, así también el alabastro, si no se rompe, no podemos
ungir 12.
Y lo derramó sobre su cabeza 13. Esta mujer, que rompe el vaso de alabastro y
derrama el ungüento sobre su cabeza, no es la misma de quien se dice en otro Evangelio
que lavó los pies del Señor 14. Aquélla, como meretriz y pecadora, sólo tiene entre
sus manos los pies del Señor, ésta, como santa, tiene su cabeza. Aquélla, como
meretriz, riega con sus lágrimas los pies del Salvador y los seca con sus cabellos.
Parece, ciertamente, que con sus lágrimas lava los pies del Salvador, pero más bien lava
sus pecados 15. Los sacerdotes y fariseos no dan un beso al Salvador, ésta, sin embargo,
besa sus pies. Así también haced vosotros, que vais a recibir el bautismo, porque todos
somos pecadores y «nadie está sin pecado, aunque su vida dure un solo día» 16, y
«algo perverso pensó contra sus ángeles» 17. Tomad primero los pies del Salvador,
lavadlos con vuestras lágrimas, secadlos con vuestros cabellos. Una vez hayáis hecho
esto, pasaréis después a su cabeza. Cuando descendáis a la fuente de la vida con el
Salvador 18, entonces aprenderéis cómo llega el ungüento a su cabeza. Pues si la cabeza
del varón es Cristo 19, vuestra cabeza (Cristo) será ungida, cuando seáis ungidos
vosotros después del bautismo.
Había algunos, que estaban indignados 20. No dice todos, sino algunos, también
hoy se indignan los judíos, cuando nosotros ungimos la cabeza de Jesús. Y en otro lugar
21 se dice que Judas el traidor se indignó. El nombre de Judas representa al vocablo
«judíos». También hoy, por tanto, Judas se indigna, porque la Iglesia unge la cabeza
de Jesús. ¿Qué es lo que dice? ¿Para qué este derroche?22 A él le parece que el
ungüento se pierde, al romperse el vaso, y, sin embargo, nos aprovecha a nosotros, porque
así llega a todo el mundo. ¿Por qué te indignas, Judas, de que haya sido roto el
[alabastro]? Dios, que te hizo a ti y a todas las gentes, se difunde por medio de este
valiosísimo ungüento. Tú querías tener el ungüento encerrado, para que no llegara a
los demás. Es cierto lo que en otro lugar se dice de vosotros: «Los que tienen la llave
de la ciencia y ellos mismos no entran; y a los que quieren entrar, no les dejan.» 23
Vosotros tenéis el alabastro, ¿qué digo?, lo teníais en el templo y lo teníais
cerrado. Mas, vino una mujer, lo llevó a Betania y en casa del leproso unge la cabeza de
Jesús.
¿Y qué dicen los que se indignan? Pudo venderse, dice, en trescientos
denarios24. Porque éste, que fue ungido con aquel ungüento, fue crucificado. En el
Génesis 25 leemos que el arca, hecha por Noé, tenia trescientos treinta codos de largo,
cincuenta de ancho y treinta de alto. Fijaos en el simbolismo de los números. El número
cincuenta indica la penitencia, ya que en el salmo cincuenta hizo penitencia el Rey David
26. El número trescientos, por otra parte, representa el misterio de la cruz. La letra T
es el signo del número trescientos. De ahí que se diga en el libro de Ezequiel: «Y
escribirás una TAU en la frente de los que gimen; y quien la llevare escrita no será
pasado a cuchillo.» 27 Pues el que lleva en su frente la señal de la cruz no puede ser
herido por el diablo. Y nada puede borrar esta señal fuera del pecado.
Hemos hablado del arca y de los números cincuenta y trescientos. Hablemos ahora
del treinta, ya que el arca tenia treinta codos de altura y acababa en uno 28. Fijaos en
esto. Primero hacemos penitencia en el cincuenta, después por medio de la penitencia
llegamos al misterio de la cruz: llegamos al misterio de la cruz por medio de la palabra
perfecta que es Cristo. Y, según Lucas, cuando Jesús recibió el bautismo «tenia
treinta años» 29. Los treinta codos referidos venían a acabar en uno. Y también los
cincuenta y los trescientos, amén de los treinta, en uno venían a acabar, es decir, en
una sola fe en Dios.
¿Por qué hemos dicho todo esto? Por lo que ahora se dice aquí: «Pudo venderse
en trescientos denarios.» 30 y el Señor y Salvador fue vendido después por treinta
monedas de plata. Causa admiración que no pudiera ser vendido por trescientos denarios
pues lo fue por treinta. Está escrito en el Levítico, y está escrito en el Éxodo que
los sacerdotes comiencen a serlo a los treinta años. Antes de los treinta años no se les
permite entrar en el templo de Dios y, de modo semejante, en las bestias de carga y
animales el tercer año constituye la edad perfecta. En el Génesis se dice, finalmente,
que cuando Abrahán hizo los sacrificios 31, eligió un ternero, un cabrito, y un cordero
de tres años, para mostrar la edad perfecta de los animales; así también, la edad
perfecta de los hombres son los treinta años. ¿No pudo, acaso, nuestro Señor recibir el
bautismo a los veinticinco años? ¿No pudo, acaso, hacerlo a los veintiséis, o a los
veintiocho? Si, mas esperaba la edad perfecta del hombre, para darnos a nosotros ejemplo.
Por ello, también está escrito al principio del libro de Ezequiel: «Y sucedió el año
trigésimo, hallándome en cautividad.» 32
Hemos dicho todo esto, para explicar el simbolismo del número treinta.
Se indignan los judíos, se indignan los contrarios a la fe, de que el frasco de
ungüento fuese roto. Pero nuestro Señor dice: «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Una
buena obra es la que ha hecho conmigo.»33
Precisamente porque aquella mujer hizo una obra buena, hemos dicho estas pocas
cosas sobre el Evangelio. Oportunamente se ha leído también el salmo catorce y conviene
que hablemos del salmo. 34
1 Mc 13, 32.
2 Jn 1, 3.
3 Col 2, 3.
4 Mc 13, 33.
5 Hch 1, 6.
6 Hch 1, 7.
7 Me 14, 3.
8 Cant 1, 3.
9 Sal 75, 2.
10 Cf. Jerón., In Matth 26, 6.
11 Cf. Jerón., In Matth 26, 7.
12 Jn 12, 24.
13 Mc 14, 3.
14 Lc 7, 37.
15 Cf. Jerón., In Matth 26, 7.
16 Job 14, 4 ss.
17 Job 4, 18.
18 Es decir, cuando recibáis el bautismo.
19 1 Cor 11, 3.
20 Mc 14, 4.
21 Jn 12, 4.
22 Mc 14, 4.
23 lc 11, 52.
24 Mc 14, 5.
25 Jen 6, 15.
26 Cf. Jerón., In Islam 3, 3.
27 Ez 9, 4-6.
28 Es decir, la anchura del arca se iba estrechando hacia el fondo
donde la quilla tenía sólo un codo de grosor.
29 Lc 3. 23.
30 Num 3, 4.
31 Gen 15, 9-10. Se trata de sacrificios de animales cortados por
la mitad.
32 Ez 1, 1.
33 Me 14, 6.
34 Con estas mismas palabras comienza la homilía de San Jerónimo
sobre el salmo 14. Es, por tanto, más que verosímil pensar que, después de haber
pronunciado esta última homilía, que se conserva, sobre el evangelio de Marcos,
Jerónimo haya iniciado el comentario al salmo.
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