Y llegan a Jerusalén. Y, entrando en el templo, se puso a expulsar de allá a
los que vendían y compraban y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los
vendedores de palomas 1. En el Evangelio según San Juan leemos este mismo episodio, pero
allí se dice más claramente en qué tiempo sucedió esto. «Y he aquí —dice—
que vino Jesús en los ácimos» 2, es decir, en la Pascua, tiempo en que solían los
judíos comer los panes ácimos. «Y se hizo, dice, un azote y empezó a expulsarlos.» 3
Ves, por tanto, que eran los días de la Pascua, es decir, los días de los
ácimos, cuando Jesús los expulsó del templo. En aquellos días de la Pascua, lo mandado
por la ley era que todos acudieran al templo, de modo que si alguien no lo hiciera, fuera
excomulgado de su pueblo. Imaginaos, por tanto, a todo el pueblo allí congregado,
proveniente de toda la provincia de Palestina, de Chipre, de las demás provincias, de
todas las regiones de alrededor: imagináoslo y haceos una idea en vuestro interior de
cuán grande era la multitud allí reunida entonces.
Haremos una explicación en primer lugar de acuerdo con el sentido literal de
este pasaje. Se maravillan algunos de que Lázaro fuese resucitado, se maravillan de que
fuese resucitado el hijo de la viuda, se maravillan ante otros signos (realizados por
Jesús), y en realidad es cosa admirable que a un cuerpo muerto se le devuelva el alma.
Pero yo me maravillo más ante el presente signo 4. Un hombre, al que se le consideraba
hijo de un carpintero, un mendigo que no tenía casa, que no tenía dónde reclinar su
cabeza, que no tenía ejército: no era un general, no era un juez. Y ¡qué autoridad
tuvo, para hacerse un azote de cuerdas y expulsar a tan gran multitud! ¿Un solo hombre,
digo, expulsar a tan gran multitud? ¿Y qué multitud era la que él expulsaba? La de los
que vendían y obtenían sus ganancias en el templo. Nadie se le opuso, nadie se atrevió
a enfrentársele, nadie se atrevió a resistir al hijo, que defendía a su Padre de la
injuria.
Me parece a mí que en los mismos ojos y en el mismo rostro del Señor y Salvador
había algo divino. Y la razón de por qué me parece esto así, voy a decirla a
continuación. «Y sucedió, dice, que caminando Jesús junto al mar de Galilea, vio a los
dos hijos de Zebedeo, que remendaban sus redes, y les dijo: dejadlo, venid y seguidme. Y
ellos, al instante, dejando la red, la barca, y a su padre Zebedeo, le siguieron.» 5 Si
no hubiera habido algo divino en el rostro del Salvador, hubieran actuado de modo
irracional al seguir a alguien, de quien nada habían visto. ¿Deja, acaso, alguien a su
padre y se va tras uno, en quien no ve nada más de lo que ve en su padre? Mas ellos dejan
al padre carnal y siguen al padre espiritual. Es más, no dejan al padre, sino que
encuentran al padre.
¿Por qué he dicho todo esto? Para hacer ver que en el rostro del Salvador
había algo divino, que hacía que, al mirarlo, los hombres le siguieran. Añadamos
también otro testimonio. «Y he aquí, dice, que, pasando, vio Jesús a un hombre de
nombre Mateo, y le dijo: Sígueme. Y lo dejó todo, y le siguió.»6 No vio ningún signo
Mateo, mas la autoridad con que le habla Jesús fue el signo.
«Se puso a expulsar a los que vendían y compraban en el templo.» Si esto es
así entre los judíos, ¡cuánto más lo será entre nosotros! Si es así en la ley,
¡cuánto más lo será en el Evangelio! «Se puso a expulsar a los que vendían y
compraban.» El pobre Cristo expulsa a los ricos judíos. Y tanto el que vende como el que
compra es igualmente expulsado. Nadie debe decir: yo ofrezco lo que es mío, y traigo
presentes a los sacerdotes, como Dios tiene ordenado. Leemos en otro lugar esto, que está
escrito: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis.»7 La gracia de Dios, en efecto, no se
vende, sino que se da. Por ello, no sólo tiene culpa el que vende, sino también el que
compra. Simón Mago, por ejemplo, fue condenado, no porque vendió, sino porque quiso
comprar. Hoy hay también muchos que venden en el templo. Desgraciado el que vende,
desgraciado el que compra, porque la gracia de Cristo no se puede comprar con oro y plata.
«Y (derribó) las mesas de los cambistas.» «Las mesas.» Donde deberían estar
los panes de la proposición y de las gracias de Dios, allí está lo que se sacrifica a
la avaricia. «Las mesas de los cambistas»: por la avaricia de los sacerdotes los altares
no son altares, sino mesas de los cambistas.
«Y derribó los asientos (cathedras) de los vendedores de palomas.» A las
palomas no se les encierra en asientos o cátedras, sino en jaulas 8. A nadie,
efectivamente, se le ocurre meterlas en asientos, sino en jaulas. ¿Y por qué dice ahora:
«derribó los asientos de los vendedores de palomas»? Observad lo que dice: son los que
vendían quienes se sentaban en asientos o cátedras. «En la cátedra de Moisés, dice
Jesús, se han sentado los escribas y los fariseos.»9 De estas cátedras habla también
el salmo: «Y no se sienta en la cátedra de la pestilencia.»10 Verdadera cátedra de la
pestilencia, que vende palomas, es la que vende la gracia del Espíritu Santo. También
hoy existen muchas cátedras de éstas, que venden palomas. El que vende palomas no está
de pie, sino sentado: no está plantado, sino encogido. Precisamente porque vende la
gracia de Dios, está encogido y humillado. Pero nuestro Señor, que vino para salvar lo
que había perecido, derribó no a los que vendían, sino las cátedras de los que
vendían, es decir, derribó su autoridad, pero salvará a las personas.
Y no permitía, dice el Evangelio, que transportasen fardo alguno por el templo
11. No permitía entonces transportar fardo alguno en aquel templo carnal, ¿y hoy?,
¿cuántos fardos inmundos se amontonan en el templo de Dios? No estaba permitido entonces
transportar fardos, y no dice inmundos, sino simplemente fardos cualesquiera, ¿y ahora?,
¿cuántos fardos se almacenan en el interior?
Está escrito —dice Jesús—: Mi casa será casa de oración para todas
las gentes 12. Esto se lee, efectivamente, en el profeta 13. Pero vosotros la habéis
convertido en cueva de ladrones 14. ¡Oh infelices de nosotros! ¡Somos dignos de ser
llorados con todas las lágrimas del mundo! La casa de Dios es una cueva de ladrones. Esta
es la casa, de la que Jeremías dice: «¿Es posible que mi casa se haya convertido para
mí en una cueva de hiena?» 15 A lo que aquí se dice que «vosotros habéis convertido
en cueva de ladrones», o sea, a la casa de Dios, en Jeremías se dice cueva de hiena.
Debemos conocer la naturaleza de este animal. Por la naturaleza de la bestia, podremos
saber por qué llama cueva de hiena a la, en otro tiempo, casa de Dios. A la hiena nunca
se la ve de día, sino siempre de noche, nunca a la luz, sino siempre en la oscuridad. Su
instinto natural la lleva a desenterrar los cuerpos de los muertos y destrozarlos 16. De
modo que, si alguien entierra a un muerto sin demasiadas precauciones, ella lo desentierra
de noche, se lo lleva, y lo come. Por ello, donde quiera haya sepulcros, donde quiera
estén los huesos de los muertos, allí tiene la hiena su cubil. También por instinto
natural prefiere sobre todo a los perros, de modo que los arrebata y devora. Ved lo que os
digo, fijaos cuidadosamente. La hiena es una bestia, a la que gusta la sangre y se deleita
en los cadáveres: no busca otra cosa más que los cuerpos de los muertos y los perros. A
éstos trata de matarlos, cuando guardan la casa. Se dice también que la hiena tiene este
instinto natural, porque tiene la espina dorsal de una sola pieza y no puede doblarla. De
modo que, si quiere volverse, se vuelve toda entera: no puede volver la cabeza, como los
demás animales. Véis, por tanto, que ésta, que vive siempre en la noche, que está
siempre en las tinieblas, no puede volverse. Pues esto precisamente es lo que se dice de
los sacerdotes judíos. A un judío fácilmente se le puede inducir a penitencia, pero a
uno de los sacerdotes o doctores no, porque únicamente se deleitan en los cadáveres de
los muertos, a los que ellos mismos engañaron. Y no les basta con no vivir ellos en la
luz, sino que intentan matar a los que apaciblemente viven en ella. Tienen la espina
dorsal rígida y no se vuelven, o lo que es lo mismo: no hacen penitencia, porque están
ocupados en los cadáveres de los muertos.
Esto que aquí leemos así: «vosotros la habéis convertido en cueva de
ladrones», en el Evangelio de Juan es: «vosotros la habéis convertido en casa de
contratación»17. «Casa de contratación.» Donde están los ladrones, allí está la
casa de contratación. ¡Ojalá se leyera esto de los judíos, y no también de los
cristianos! Lo sentiríamos ciertamente por ello, pero nos alegraríamos por nosotros.
Mas, también en muchos sitios, la casa de Dios, la casa del Padre, se convierte en casa
de contratación. Véis con qué temblor os hablo. La cosa es tan notoria, que no necesita
explicación. Ojalá fuese algo oscuro, que no entendiéramos. En muchos sitios la casa
del Padre es casa de negociación. Yo mismo, que os estoy hablando, así como cualquiera
de vosotros, sea presbítero, diácono, u obispo 18, que fuera pobre ayer y hoy sea rico,
rico en la casa de Dios, ¿no os parece que ha convertido la casa del Padre en casa de
negociación? De éstos dice el apóstol: «tienen la piedad por materia de lucro» 19.
Así, pues, también el apóstol habla de éstos. Cristo es pobre, ruboricémonos. Cristo
es humilde, avergoncémonos, Cristo fue crucificado, no reinó. Es más, fue crucificado,
para reinar. Venció al mundo no con la soberbia, sino con la humildad; venció al diablo
no riendo, sino llorando; no azotó, sino que fue azotado; recibió bofetadas, mas él no
golpeó. Por tanto, imitemos también nosotros a nuestro Señor.
He aquí que los días de ayuno están a las puertas. He aquí los días de
ayuno, días de penitencia, días de purificación: alegrémonos y gocémonos ahora. Aquel
hombre, que según dice el Evangelio, llevaba un frasco, sale de casa y va al Cenáculo
20. Vosotros, que vais a recibir el bautismo, preparaos ya del mismo modo para el día de
mañana. Los que van a ir a la lucha, se preparan antes diligentemente. Comprueban si
tienen el escudo, si tienen la espada, si tienen el asta, si tienen las saetas, si su
caballo está a punto: para poder luchar, preparan antes la armadura. Vuestras armas son
los ayunos, vuestra lucha es la humildad. Si alguno tiene algo contra otro, que le
perdone, para que también él sea perdonado, pues nadie pensará venir al bautismo, para
que se le perdonen los pecados, si él antes no perdona a su hermano. Por tanto, si
tenéis algo contra un hermano, perdonadle, no digo si él tiene algo contra ti que te
perdone, sino si tú tienes algo contra él, perdónale. Que seas perdonado por él o no
lo seas, depende de él. Tú, por lo que a ti respecta, perdona, para que también a ti se
te perdone.
Vas a acercarte al bautismo. ¡Dichoso tú, que vas a renacer en Cristo, a ser
revestido de Cristo, a ser sepultado con Cristo, para resucitar con Él! Por ello, durante
los próximos días, siguiendo un orden, escucharás la explicación de todo lo referente
a los sacramentos de la iniciación.
De momento os he dicho esto ahora, para que sepáis que desde mañana mismo
tenéis que trabajar al máximo. Dios omnipotente fortalezca vuestros corazones, os haga
dignos de su lavacro, descienda a vosotros en el bautismo y santifique las aguas, para que
seáis santificados vosotros. Nadie se acerque con la duda en su corazón, nadie diga:
¿crees que se me perdonan los pecados? A quien se acerca de este modo, no se le perdonan
los pecados. Mejor es no acercarse, que hacerlo así, y sobre todo, vosotros que recibís
el bautismo, para servir a Dios, estando en un monasterio.
1 Mc 11, 15.
2 Jn2, 13.
3 Jn2. 15.
4 Cf. Jeron., In Matth 21, 15.
5 Mc 1, 16-20. La cita es ligeramente distinta de la que trae en
la homilía segunda.
6 Mt 9, 9.
7 Mt 10, 8.
8 Cf. Jerón., In Matth 21, 12 ss.
9 Mt 23, 2.
10 Sal 1, 1.
11 Mc 11, 16.
12 Mc 11, 17.
13 Is 56, 7.
14 Mc 11, 17.
15 Jer 12, 9.
16 Cf. Jerón., In Isaiam 65, 4.
17 Jn 2. 16.
18 Cf. Jerón., In Matth 21, 12.
19 I Tim 6, 5. Se hace referencia a la denuncia, hecha por San
Pablo, de algunos «falsos doctores», que en su enseñanza se desviaban de las sanas
palabras predicadas por Cristo y transmitidas por la enseñanza de los apóstoles y cuya
conducta se inspiraba de tal modo en la codicia, que hacían de la piedad, es decir, de la
religión, una especulación comercial: ya que, predicando como los demás, no habría
posibilidad de ganar dinero, se dedicaban a enseñar cosas diferentes.
20 Mc 14, 13.
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