Al final de la lectura anterior está escrito: Estaba entre los animales de campo
y los ángeles le servían 1. Ya que el domingo pasado no hubo espacio de tiempo
suficiente para llegar hasta aquí, debemos hacer del final de la lectura precedente el
comienzo de la lectura de hoy. Pues la Sagrada Escritura forma un todo coherente, unida
como está por un mismo Espíritu: es como una pequeña cadena, en la que cada anillo se
une a otro y basta con que quites parte de uno, para que otro quede totalmente suelto.
«Estaba entre los animales y los ángeles le servían». Jesús estaba entre los
animales y, por ello, los ángeles le servían. «No entregues a los animales—dice la
Escritura—el alma que te reconoce» 2, Estos animales son los que el Señor pisoteaba
con el pie del Evangelio, es decir, pisoteaba al león y al dragón. «Y los ángeles le
servían». No debe considerarse como algo grande y maravilloso el que los ángeles
sirvieran a Dios, pues no hay nada de extraordinario en que los siervos sirvan al Señor,
pero todo esto se dice del hombre, asumido por Dios. «Estaba entre los animales». Dios
no puede estar entre los animales, pero su carne, que está sujeta a las humanas
tentaciones, aquel cuerpo, aquella carne, que sintió sed, que sintió hambre, esa misma
carne es tentada, y vence, y en ella vencemos nosotros.
Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea3. La historia es
conocida y clara para los oyentes, prescindiendo de nuestra explicación. Pero pidamos a
aquél, que tiene la llave de David, que abre y nadie puede cerrar, que cierra y nadie
puede abrir4, que nos abra los santuarios del Evangelio, y que también nosotros con David
podamos decir: «Abre mis ojos para que contemple las maravillas de tu ley» 5.
A las turbas hablaba el Señor en parábolas y les hablaba desde fuera, no
interiormente, es decir, no en el espíritu; desde fuera, según la letra6. Pidamos
nosotros, sin embargo, al Señor que nos introduzca en sus misterios, que nos introduzca
en su aposento, para que como la esposa del Cantar de los Cantares podamos decir: «El rey
me ha introducido en sus aposentos» 7. El apóstol dice que sobre los ojos de Moisés se
ponía un velo8. Y yo os digo que no sólo en la ley hay un velo, sino que también en el
Evangelio lo hay para el que no sabe. El judío oye, pero no entiende; un velo está
puesto para él en el Evangelio. Los gentiles oyen, los herejes oyen y tienen, no
obstante, un velo. Abandonemos, por tanto, la letra con los judíos y sigamos el espíritu
con Jesús. No se trata de que rechacemos la letra del Evangelio—pues se ha cumplido
todo cuanto está escrito—, sino de que, paso a paso, vayamos ascendiendo hacia cosas
más elevadas.
«Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea». El domingo pasado
decíamos en nuestra explicación que Juan se identifica con la ley y Jesús con el
Evangelio. Juan, en efecto, dice: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no
soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias». Y en otro lugar: «Es
preciso que él crezca y que yo disminuya» 9. Aquí establece una comparación entre la
ley y el Evangelio. Y dice también: «Yo os bautizo con agua», esto es la ley, «pero
él os bautizará con Espíritu Santo10, esto es el Evangelio. Vino, por ello, Jesús,
porque Juan había sido encarcelado. La ley ha sido encarcelada y ya no goza de su antigua
libertad, pero de la ley hemos pasado al Evangelio. Fijaos bien en lo que dice: «Después
que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea». No a Judea, ni a Jerusalén, sino a la
Galilea de los gentiles. «Marchó Jesús a Galilea». Galilea significa en nuestra lengua
cataquilioté (llanura circular)11. Pues antes de la venida del Salvador no había allí
nada elevado, antes bien todo lo que arrastra hacia abajo: pululaban allí la lujuria, la
suciedad, la impureza y los vicios inmundos. Predicando el Evangelio del reino de Dios 12.
En cuanto puedo recordar, del reino de los Cielos no he oído hablar nunca, leyendo la
ley, leyendo los profetas o leyendo el salterio, sino sólo en el Evangelio. El reino de
Dios ha quedado abierto sólo después de que haya venido aquel que dijo: «El reino de
Dios está dentro de vosotros» 13.
«Predicando el Evangelio del reino de Dios». «Desde los días de Juan el
Bautista, el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan» 14. Antes
de la venida del Salvador y de la luz del Evangelio, antes de que Cristo, acompañando al
buen ladrón, abriese la puerta del paraíso, todas las almas de los santos eran
conducidas a los infiernos 15. Como dice Jacob: «LLorando y gimiendo bajaré a los
infiernos» 16. Si Abraham fue a los infiernos, ¿quién no irá allí? 17. En la ley,
Abraham va a los infiernos, en el Evangelio, el ladrón va al paraíso. No desdeñamos a
Abraham, en cuyo seno deseamos todos descansar, mas preferimos Cristo a Abraham,
preferimos el Evangelio a la ley. Leemos que después de la resurreción de Cristo muchos
santos se aparecieron en la ciudad santa. Nuestro Señor y Salvador predicó no sólo en
la tierra, sino también en los infiernos. Por esto murió y por esto descendió a los
infiernos, para liberar las almas que allí habían sido encarceladas.
Predicando el Evangelio del reino de los Cielos y diciendo: se ha cumplido el
tiempo de la ley, llega el comienzo del Evangelio, el reino de Dios está cerca18. No
dijo: ya está presente el reino de Dios, sino el reino de Dios está cerca. Antes de que
yo padezca y derrame mi sangre, no será inaugurado el reino de Dios. Por tanto, está
cerca. porque yo aún no he padecido.
Convertíos y creed en el Evangelio 19: no en la ley, sino en el Evangelio; mejor
aún: por la ley en el Evangelio, tal como está escrito: «de fe en fe» 20. La fe en la
ley corroboró la fe en el Evangelio.
Y bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón,
largando las redes en el mar, pues eran pcscadores21. Simón, que todavía no era Pedro,
pues todavía no había seguido a la Piedra (Cristo) 22, para que pudiera llamarse Pedro;
Simón, pues, y su hermano Andrés estaban a la orilla y echaban las redes al mar y
cogieron peces. «Vio—dice—a Simón y a Andrés, su hermano, largando las redes
al mar, pues eran pescadores». El Evangelio afirma tan sólo que echaban las redes, mas
no que cogieran algo. Por tanto, antes de la Pasión se afirma que echaron las redes, mas
no hay constancia de que capturaran algo. Después de la pasión, sin embargo, echan la
red y capturan tanto que las redes se rompían. 23 «Largando las redes en el mar, pues
eran pescadores». Y Jesús les dijo: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de
hombres.»24. ¡Feliz cambio de pesca!: Jesús les pesca a ellos, para que a su vez ellos
pesquen a otros pescadores. Primero se hacen peces para ser pescados por Cristo; después
ellos mismos pescarán a otros. «Jesús les dice: Venid en pos de mi, y os haré
pescadores de hombres».
Y al instante, dejando sus redes, le siguieron 25. «y al instante». La fe
verdadera no conoce intervalo; tan pronto se oye, cree, sigue, y se convierte en pescador.
«Al instante, dejando las redes». Yo pienso que en las redes dejaron los pecados del
mundo. «Y le siguieron». No era, en efecto, posible que, siguiendo a Jesús, conservaran
las redes. Y caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su
hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes 26 Cuando se dice
arreglando, se indica que se habían roto. Echaban, pues, las redes en el mar, pero, como
estaban rotas, no podían capturar peces. Arreglaban las redes en el mar, es decir se
sentaban en el mar, se sentaban en una pequeña barca, con su padre Zebedeo, y arreglaban
las redes de la ley. He dicho esto, siguiendo una interpretación espiritual. Los que
arreglaban las redes en la barca eran justamente los mismos que estaban en ella. Estaban
en la barca, no en el litoral, no en tierra firme, sino en la barca, golpeados de uno y
otro lado por las olas. Y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en
la barca, con los jornaleros, se fueron tras él 27. Tal vez alguien diga: temeraria es la
fe. Pues, ¿qué signos habían visto, qué majestad se les había manifestado, para que,
al ser llamados, inmediatamente le siguieran? Realmente aquí se nos da a entender que los
ojos y el rostro de Jesús irradiaban un algo divino y atraían hacia sí poderosamente la
atención de quienes lo miraban28. De lo contrario, cuando Jesús les decía: seguidme,
nunca le habrían seguido. Pues si le hubieran seguido sin una razón, más que fe habría
sido temeridad. Es como si a mí, que estoy ahora aquí sentado, cualquiera que pasa me
dice: ven, sígueme, y le sigo, ¿habría fe acaso en ello? ¿Por qué digo todo esto? 29
Porque la palabra del Señor de suyo era eficaz y hacía lo que decía. Si, pues, «habló
y fueron hechas todas las cosas, ordenó y fueron creadas» 30, del mismo modo los llamó
y ellos al instante le siguieron.
Y al instante los llamó, y ellos al instante, dejando a su padre Zebedeo...,
etc. «Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre, y
el rey se prendará de tu belleza» 31. «Y dejando a su padre Zebedeo en la barca».
Escuchad, monjes, imitad a los apóstoles: escucha la voz del Salvador y olvídate de tu
padre carnal. Mira al verdadero padre del alma y del espíritu y deja al padre corporal.
Los apóstoles dejan al padre, dejan la nave, dejan todas las riquezas en un instante:
dejan el mundo y todas sus infinitas riquezas. Pues todo lo que tenían lo abandonaron.
Dios no se fija en la cantidad de las riquezas, sino en el espíritu de quien las deja.
Quienes dejaron poco, igualmente hubieran dejado mucho. «Dejando a su padre Zebedeo en la
barca con los jornaleros, le siguieron». Poco antes hemos dicho algo de modo enigmático
sobre los apóstoles, que arreglaban las redes de la ley. Rotas como estaban, no podían
capturar peces; corroídas por la salobridad del mar, no podían ser reparadas si no
hubiera venido la sangre de Jesús y las hubiera renovado. Dejan, por ende, a su padre
Zebedeo, es decir, dejan la ley, y lo dejan plantado en la barca, en medio de las olas del
mar.
Y fijaos en lo que sigue. Dejan, dice el evangelista, a su padre, es decir, la
ley, con los jornaleros. Pues todo lo que hacen los judíos, lo hacen para la vida
presente y son, por ello, jornaleros. «Quien cumple la ley vivirá por ella» 32, dice,
no en el sentido de que gracias a la ley podrá vivir en el cielo, sino en el sentido de
que por lo que hace recibe recompensa en el presente. También está escrito en Ezequiel:
«Les di preceptos no buenos y mandatos no perfectos, siguiendo los cuales, vivirán
según ellos» 33. Según ellos viven los judíos: no buscan otra cosa que tener hijos,
poseer riquezas, gozar de buena salud. Buscan todas las cosas terrenales y no piensan en
ninguna de las celestes. Por ello son jornaleros. ¿Queréis saber por qué los judíos
son jornaleros? El hijo aquel, que había disipado su hacienda, y que es figura de los
gentiles, dice: «¡Cuántos jornaleros hay en la casa de mi padre!»34. «Y dejando a su
padre en la barca con los jornaleros, le siguieron». Dejaron a su padre, es decir, la
ley, en la barca con los jornaleros. Hasta hoy los judíos navegan, y navegan en la ley, y
están en el mar, y no pueden llegar a puerto. No creyeron en el puerto, por tanto, no
consiguen llegar a él.
Entran en Cafarnaúm35. ¡Feliz y hermoso!: dejan el mar, dejan la barca, dejan
los vinculas de las redes, y entran en Cafarnaúm. El primer cambio es éste: dejar el
mar, dejar la barca, dejar el antiguo padre, dejar los antiguos vicios. Pues en las redes
y en los vínculos de las redes se dejan todos los vicios. Fijaos bien en el cambio. Dejan
todas las redes, y al dejarlas, ¿qué encuentran? «Entran— dice el
evangelista—en Cafarnaúm»: en el campo de la consolación. CAPHAR significa campo,
NAUM significa consolación. O si queréis,—teniendo en cuenta que la lengua hebrea
permite múltiples significados y que, según la distinta pronunciación, una palabra
puede tener sentido diverso—NAUM significa no sólo consolación, sino también
hermoso.
Entran en Cafarnaúm y, al llegar el sábado, entró en la sinagoga y les
enseñaba 39: que abandonaran el ocio del sábado y asumieran las obras del Evangelio.
/Mt/05/20-48: Les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas40. Pues no
decía: «Esto dice el señor», o: «EI que me envió dice lo siguiente», sino que
hablaba él en primera persona, el mismo que había hablado por medio de los profetas. Una
cosa es decir: está escrito, otra decir: esto dice el Señor, y otra decir: en verdad os
digo. Fijaos en otro pasaje: «Está escrito, dice, en la ley: no matarás, no repudiarás
a tu mujer». Está escrito. ¿Por quién está escrito? Por Moisés, mas ordenándoselo
Dios. Si está escrito por el dedo de Dios, ¿cómo te atreves a decir: en verdad os digo,
si no eres tú mismo, el que antes diste la ley? Nadie se atreve a cambiar la ley, si no
es el rey. La ley la dio ¿el Padre o el Hijo? Responde, hereje. Acepto de buen grado lo
que digas: para mí han sido los dos. Si la dio el Padre, también es el Padre quien la
cambia, luego el Hijo es igual al Padre, porque la cambia juntamente con quien la dio. Sea
que él la dio, sea que él la cambia, la misma autoridad demuestra al haberla dado que al
haberla cambiado, cosa que nadie puede hacer más que el rey.
Se admiraban de su enseñanzas41. Yo me pregunto: ¿Qué había enseñado de
nuevo? ¿Qué de nuevo había predicado? Decía por sí mismo las mismas cosas que habían
dicho los profetas. Mas se admiraban por esto, porque enseñaba como quien tiene autoridad
y no como los escribas. No enseñaba como un maestro, sino como el Señor: no hablaba,
apoyándose en otra autoridad superior, sino que hablaba él mismo con la autoridad que le
era propia. Hablaba así, en definitiva, porque con su propia esencia estaba diciendo lo
que había dicho por medio de los profetas. «Yo, que hablaba, he aquí que estoy
presente» 42. El espíritu impuro, que antes había estado en la sinagoga y que los
había llevado a la idolatría, del cual está escrito: «Habéis sido seducidos por el
espíritu de la fornicación»43, era el espíritu que había salido de un hombre y
discurría por el desierto, el que buscó reposo y no pudo hallarlo y que, tomando consigo
a otros siete demonios, regresó a su antigua morada 44. En aquel tiempo, estos espíritus
estaban en la sinagoga y no podían soportar la presencia del Salvador. ¿Qué tienen en
común Cristo y Belial? 45 Imposible que habiten los dos en la misma comunidad. Se hallaba
en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar diciendo:
¿qué hay entre tú y nosotros?46 ¿Quién es el que dice: qué hay entre ti y nosotros?
Es uno solo y habla en nombre de muchos. Por ser él vencido, comprendió que habían sido
vencidos también sus compañeros «y comenzó a gritar». Comenzó a gritar como quien
está inmerso en el dolor, como quien no puede soportar la flagelación.
Y comenzó a gritar, diciendo: ¿qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has venido a perdernos? Sé quien eres, el Santo de Dios 47. Inmerso en los tormentos y
manifestando con sus gritos la magnitud de los mismos, no pone, sin embargo, fin a sus
mentiras. Se ve obligado a decir la verdad, le obligan los tormentos, pero se lo impide la
malicia. «Qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno?» ¿Por qué no confiesas que es
el Hijo de Dios? ¿Te atormenta el Nazareno y no el Hijo de Dios? ¿Sientes sus castigos y
no confiesas su nombre? Esto respecto a Jesús Nazareno. «¿Has venido a perdernos?» Es
cierto esto que dices: Has venido a perdernos. «Sé quien eres». Veamos lo que añades:
«el Santo de Dios». ¿No fue Moisés el santo de Dios? ¿No lo fue Isaías? ¿No lo fue
Jeremías? «Antes, dice el Señor, de que nacieras, en el seno materno te santifiqué»
48. Esto se le dice a Jeremías y ¿no fue el santo de Dios? Luego ni siquiera quienes
fueron santos lo fueron. Mas ¿por qué no les dices a cada uno de ellos: sé quien eres,
el Santo de Dios? ¡Oh, qué mente tan perversa: inmerso en la tortura y los tormentos, a
pesar de conocer la verdad, no quiere confesarla! «Sé quien eres, el Santo de Dios». No
digas el Santo de Dios, sino el Dios santo. Finges saber quién es, pero no lo sabes.
Porque una de dos: o lo sabes e hipócritamente te lo callas, o simplemente no lo sabes.
Pues él no es el Santo de Dios, sino el Dios santo.
¿Por qué he dicho todo esto? Para que no demos crédito a lo que testifican los
demonios. El diablo nunca dice la verdad, puesto que es mentiroso como su padre. «Vuestro
padre —dice Jesús a los judíos— es mentiroso, y lo es desde el principio, como
su propio padre» 49. Dice que su padre es mentiroso y que no dice la verdad, así como su
propio padre, que es el padre de los judíos. Ciertamente el diablo es mentiroso desde el
principio, Pero, ¿quién es el padre del diablo? Fíjate bien en lo que dice: «Vuestro
padre es mentiroso, desde el principio habla mentira, como su padre». Lo cual significa
esto: que el diablo es mentiroso, y habla mentira, y es el padre de la mentira misma 50.
No quiere decir que el diablo tenga otro padre, sino que el padre de la mentira es el
diablo. Por ello dice que es mentiroso y que desde el principio del mundo no dice la
verdad, o sea, habla mentira y es su padre, esto es, padre de la mentira misma.
Hemos dicho todo esto de pasada, para que nos percatemos de que no debemos
aceptar lo que testifican los demonios. Dice el Señor y Salvador: «Esta raza no sale
más que con muchos ayunos y oraciones» 51. Y he aquí que veo muchos que se entregan a
las borracheras, que eruptan vino, y que en medio de los banquetes exorcizan e increpan a
los demonios. Parece que Cristo nos haya mentido, pues dijo: «Esta raza no sale más que
con muchos ayunos y oraciones». Así, pues, insisto en todo esto, para que no aceptemos
fácilmente lo que testifican los demonios.
En definitiva, ¿qué dice el Salvador? Y Jesús le conminó: Cállate y sal de
este hombre 52. La verdad no necesita del testimonio de la mentira. No he venido para ser
reconocido por tu testimonio, sino para arrojarte de mi criatura. «No es hermosa la
alabanza en boca del pecador» 53. No necesito el testimonio de aquel, al que quiero
atormentar. «Cállate». Tu silencio sea mi alabanza. No quiero que me alabe tu voz sino
tus tormentos: tu pena es mi alabanza. No me resulta agradable que me alabes, sino que
salgas. «Cállate y sal de este hombre». Como si dijera: sal de mi casa, ¿qué haces en
mi morada? Yo deseo entrar: «Cállate y sal de este hombre». De este hombre, es decir,
de este animal racional. Sal de este hombre: abandona esta morada preparada para mí. El
Señor desea su casa: sal de este hombre, de este animal racional.
«Sal de este hombre», dijo también en otro lugar a una legión de demonios,
para que saliera de un hombre y entrara en los puercos 54. Mira cuán preciosa es el alma
humana. Esto contradice a aquellos que creen que nosotros y los animales tenemos una misma
alma y arrastramos un mismo espíritu. De un solo hombre es arrojada la legión y enviada
a dos mil puercos, lo cual nos hace ver que es precioso lo que se salva y de poco valor lo
que se pierde. Sal de este hombre y vete a los puercos, vete a los animales, vete donde
quieras, vete a los abismos. Abandona al hombre, es decir, abandona una propiedad
particularmente mía. «Sal de este hombre»: no quiero que tú poseas al hombre; es para
mí una injuria que habites tú en el hombre, siendo yo el que habita en él. Yo asumí el
cuerpo humano, yo habito en el hombre. Esa carne que posees es parte de mi carne, por
tanto, sal del hombre.
Y el espíritu inmundo, agitándolo violentamente...55. Con estos signos mostró
su dolor. «Agitándolo violentamente». Aquel demonio, al salir, como no podía hacer
daño al alma lo hizo al cuerpo y, como de otro medio no podía hacer comprender,
manifiesta con signos corporales que ha salido. «Y el espíritu inmundo, agitándolo
violentamente...». Porque allí estaba el espíritu puro que huye del espíritu impuro.
Y, dando un grito, salió de el 56. Con el clamor de la voz y la agitación del
cuerpo puso de manifiesto que salía.
Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros... etc. 57.
Leamos los Hechos de los Apóstoles, leamos los signos, que hicieron los antiguos
profetas. Moisés hace signos y ¿qué dicen los magos del faraón? «Es el dedo de Dios»
58. Es Moisés el que los hace y ellos reconocen el poder de otro. Hacen después signos
los apóstoles: «En el nombre de Jesús, levántate y anda» 59. «En el espíritu de
Jesús, sal» 60. Siempre es nombrado Jesús. Aquí, sin embargo, ¿qué dice el señor?
«Sal de este hombre». No nombra otro, sino que es él mismo el que les obliga a los
demonios a salir. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros:
¿Qué es esto? ¿Qué es esta enseñanza nueva? 61. Que el demonio hubiera sido arrojado
no era nada nuevo, pues también solían hacerlo los exorcistas hebreos62. Mas, ¿qué es
lo que dice? «¿Qué es esta enseñanza nueva»? ¿Por qué nueva? Porque manda con
autoridad a los espíritus inmundos 63. No invoca a ningún otro, sino que él mismo
ordena: no habla en nombre de otro, sino con su propia autoridad.
Y bien pronto su fama se extendió por toda la región de Galilea 64. No por
Judea, ni por Jerusalén, pues los doctores judíos, llenos de envidia hacia Jesús, no
dejaban que su fama se extendiera. En definitiva, Pilato y los demás pudieron comprobar
que los fariseos habían entregado a Jesús por envidia 65. ¿Por qué digo esto? Por lo
de que su fama se extendió a toda Galilea. A toda Galilea llegó su fama y no llegó
siquiera a una sola aldea de Judea. ¿Por qué insisto en ello? Porque el alma que ha sido
poseída de una vez por la envidia, difícil es que acoja las virtudes. Es casi imposible
hallar remedio para un alma, a la que haya poseído la envidia. En definitiva, el primer
homicidio y el primer parricidio los hizo la envidia. Dos hombres había en el mundo, Abel
y Caín: el Señor aceptó las ofrendas de Abel y no aceptó las de Caín. Y el que
hubiera debido imitar la virtud, no sólo no lo hizo, sino que mató bien pronto a aquel,
cuyas ofrendas había aceptado el Señor.
Luego, saliendo de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés con Santiago
y Juan 66. Había instruido el Señor a su cuadriga 67 y era ensalzado por encima de los
querubines. Y entra en la casa de Pedro. Digna era su alma para recibir a un huésped tan
grande. «Vinieron—dice el Evangelio—a casa de Simón y Andrés».
La suegra de Simón estaba acostada con fiebre 68 /Mc/01/29. ¡Ojalá venga y
entre el Señor en nuestra casa y con un mandato suyo cure las fiebres de nuestros
pecados! Porque todos nosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me dejo
llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello, pidamos a los apóstoles
que intercedan ante Jesús, para que venga a nosotros y nos tome de la mano, pues si él
toma nuestra mano, la fiebre huye al instante. El es un médico egregio, el verdadero
protomédico. Médico fue Moisés, médico Isaías, médicos todos los santos, mas éste
es el protomédico. Sabe tocar sabiamente las venas y escrutar los secretos de las
enfermedades. No toca el oído, no toca la frente, no toca ninguna otra parte del cuerpo,
sino la mano. Tenía la fiebre, porque no poseía obras buenas. En primer lugar, por
tanto, hay que sanar las obras 69, y luego quitar la fiebre. No puede huir la fiebre, si
no son sanadas las obras. Cuando nuestra mano posee obras malas, yacemos en el lecho, sin
podernos levantar, sin poder andar, pues estamos sumidos totalmente en la enfermedad. Y
acercándose 70 a aquella, que estaba enferma... Ella misma no pudo levantarse, pues
yacía en el lecho, y no pudo, por tanto, salirle al encuentro al que venía. Mas, este
médico misericordioso acude él mismo junto al lecho; el que había llevado sobre sus
hombros a la ovejita enferma, él mismo va junto al lecho. «Y acercándose... » Encima
se acerca, y lo hace además para curarla. «Y acercándose... » Fíjate en lo que dice.
Es como decir: hubieras debido salirme al encuentro, llegarte a la puerta, y recibirme,
para que tu salud no fuera sólo obra de mi misericordia, sino también de tu voluntad.
Pero, ya que te encuentras oprimida por la magnitud de las fiebres y no puedes levantarte,
yo mismo vengo. Y acercándose, la levantó. Ya que ella misma no podía levantarse, es
tomada por el Señor. Y la levantó, tomándola de la mano 71. La tomó precisamente de la
mano. También Pedro, cuando peligraba en el mar y se hundía, fue cogido de la mano y
levantado. «Y la levantó tomándola de la mano». Con su mano tomó el Señor la mano de
ella. ¡Oh feliz amistad, oh hermosa caricia! La levantó tomándola de la mano: con su
mano sanó la mano de ella. Cogió su mano como un médico, le tomó el pulso, comprobó
la magnitud de las fiebres, él mismo, que es médico y medicina al mismo tiempo. La toca
Jesús y huye la fiebre. Que toque también nuestra mano, para que sean purificadas
nuestras obras, que entre en nuestra casa: levantémonos por fin del lecho, no
permanezcamos tumbados. Está Jesús de pie ante nuestro lecho, ¿y nosotros yacemos?
Levantémonos y estemos de pie: es para nosotros una vergüenza que estemos acostados ante
Jesús. Alguien podrá decir: ¿dónde está Jesús? Jesús está ahora aquí. «En medio
de vosotros—dice el Evangelio—está uno a quien no conocéis»72. «El reino de
Dios está entre vosotros»73. Creamos y veamos que Jesús está presente. Si no podemos
tocar su mano, postrémonos a sus pies. Si no podemos llegar a su cabeza, al menos lavemos
sus pies con nuestras lágrimas. Nuestra penitencia es ungüento del Salvador. Mira cuán
grande es su misericordia. Nuestros pecados huelen, son podredumbre y, sin embargo, si
hacemos penitencia por los pecados, si los lloramos, nuestros pútridos pecados se
convierten en ungüento del Señor. Pidamos, por tanto, al Señor que nos tome de la mano.
Y al instante—dice—la fiebre la dejó 74. Apenas la toma de la mano,
huye la fiebre. Fijaos en lo que sigue. «Al instante la fiebre la dejó». Ten esperanza,
pecador, con tal de que te levantes del lecho. Esto mismo ocurrió con el santo David, que
había pecado, yaciendo en la cama con Betsabé, la mujer de Urías el hitita75 y
sintiendo la fiebre del adulterio, después que el Señor le sanó, después que había
dicho: «Ten piedad de mí, oh Dios por tu gran misericordia» 76, así como: «Contra ti,
contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí» 77. «Líbrame de la sangre, oh
Dios, Dios mío... » 78 Pues él había derramado la sangre de Urías, al haber ordenado
derramarla. «Líbrame, dice, de la sangre, oh Dios, Dios mío, y un espíritu firme
renueva dentro de mí» 79. Fíjate en lo que dice: «renueva». Porque en el tiempo en
que cometí el adulterio y perpetré el adulterio y perpetré el homicidio, el Espíritu
Santo envejeció en mí. ¿Y qué más dice? «Lávame y quedaré más blanco que la
nieve» 80. Porque me has lavado con mis lágrimas. Mis lágrimas y mi penitencia han sido
para mí como el bautismo. Fijaos, por tanto, de penitente en qué se convierte. Hizo
penitencia y lloró, por ello fue purificado. ¿Qué sigue inmediatamente después?
«Enseñaré a los inicuos tus caminos y los pecadores volverán a ti»''. De penitente se
convirtió en maestro.
¿Por qué dije todo esto? Porque aquí está escrito: Y al instante la fiebre la
dejó y se puso a servirles 82. No basta con que la fiebre la dejase, sino que se levanta
para el servicio de Cristo. «Y se puso a servirles». Les servía con los pies, con las
manos, corría de un sitio a otro, veneraba al que le había curado. Sirvamos también
nosotros a Jesús. Él acoge con gusto nuestro servicio, aunque tengamos las manos
manchadas: él se digna mirar lo que sanó, porque él mismo lo sanó. A él la gloria por
los siglos de los siglos. Amén.
1 Mc 1, 13.
2 Sal 73, 19.
3 Mc 1, 14.
4 Ap 3 7.
5 Salmo, 18
6 El motivo por el que Jesús haya adoptado la enseñanza por
medio de parábolas, cuando al principio de su predicación hablaba de forma sencilla y
abierta, es explicado por los intérpretes de la Sagrada Escritura por el hecho de que no
haya querido romper abiertamente con el judaísmo oficial, que era declaradamente hostil a
su persona y a su doctrina. El lenguaje velado de las parábolas le permitía continuar
hablando en público, ofreciendo de este modo la posibilidad a los bien intencionados de
poder comprender adecuadamente «los misterios del reino de Dios».
7 Ct 1,4.
8 2 Co 3, 13.
9 Jn 3, 30.
10 Mc 1, 8.
11 Esta palabra griega puede traducirse como llanura circular:
así, en efecto, se presenta Galilea, como una extensión llana y en forma circular. De
este hecho geofísico, unido a la circunstancia de que residían allí muchos paganos
deduce San Jerónimo sus consideraciones de carácter moral.
12 Mc 1, 14.
13 Lc 17, 21.
14 Mt 11, 12.
15 Se trata de sheol, que en la terminología y la creencia
hebraica significaba la morada de los patriarcas y de los justos. En la época de Jesús
el sheol se distinguía de la gehenna, lugar reservado a los pecadores, con el tormento
del fuego.
16 Gn 37, 35.
17 Lc 16, 22. Cf. Jerón., Epis. 129, 2; Epis. 60, 3.
18 Mc 1, 14-15.
19 Ibid.
20 Rm 1, 17.
21 Mc 1, 16.
22 La piedra es Cristo, prefigurado en aquella roca, de la que los
hebreos bebieron agua hecha brotar mila- grosamente por Moisés. Aquí San Jerónimo une
concisamente el episodio del Éxodo (17, 5-6) con las aplicaciones que saca San Pablo (I
Co 10, 4).
23 Lc 5, 6; Jn 21, 11.
24 Mc 1, 17.
25 Mc 1, 18.
26 Mc 1, 19.
27 Mc 1, 20.
28 Mc 11, 15.
29 Como habrá notado el lector, esta pregunta, que sirve para
recapitular y concluir, («Hoc totum quare dico?», o «... quare dixi?») es habitual en
San Jerónimo.
30 Sal 148. 5.
31 Sal 44, 11 ss.
32 Lv 18, 5; Rm 10, 5
33 Ez 20, 25.
34 Lc 15, 17; cf. Jerón., Epis. 21, 14.
35 Mc 1, 21.
36 Cf. Jerón., De nom. hebr.: ML 23, 888; cf. Mt 11, 23 ss.
37 Sal 132, 1.
39 Mc 1. 21.
40 Mc 1, 22.
41 Ibid.
42 Is 52, 6.
43 os 4, 12.
44 Mt 12, 43 ss.
45 2Co 6, 15.
46 Mc 1, 23-24
47 Ibid.
48 Jer 1, 5.
49 Jn 8, 44.
50 Cf. Jerón., In Isaíam 14, 22.
51 Mt 17 21.
52 Mc 1, 25.
53 EcLo 15, 9.
54 MI 8, 32. Cf. Jerón., In Matth. 8, 31 ss.
55 Mc 1, 26.
56 Ibid.
57 Mc 1, 27.
58 Ex 8, 19.
59 Hch 3, 6.
60 Hch 16, 18.
61 Mc 1. 27.
62 Cf. Jerón. In Matth, 12,27.
63 Mc 1 27.
64 Mc 1 28.
65 Mt 27, 18.
66 Mc 1, 29.
67 La expresión se refiere a los cuatro primeros apóstoles.
68 MC 1, 30.
69 La mano para San Jerónimo, así como para San Ambrosio, es
símbolo de la actividad, es decir, de las obras.
70 Mc 1, 31.
71 Ibid.
72 Jn 1, 26.
73 Lc 17, 21.
74 Mc 1, 31.
75 2 Sam 11. 2-5.
76 Sal 50, 3.
77 Sal 50, 6.
78 Sal 50, 16.
79 Sal 50, 12.
80 Sal 50,9
81 Sal 50, 15.
82 Mc 1, 31.
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