(1 Reyes 21)
San Ambrosio de Milán (339-397)
Ambición y codicia
de los ricos
1. La historia de Nabot sucedió hace mucho tiempo,
pero se renueva todos los días. ¿Qué rico no ambiciona continuamente lo ajeno?
¿Cuál no pretende arrebatar al pobre su pequeña posesión e invadir la herencia
de sus antepasados? ¿Quién se contenta con
lo suyo? ¿Qué rico hay al que no excite su codicia la posesión
vecina? Así, pues, no ha existido sólo un Ajab, sino que, lo que es peor, todos
los días nace de nuevo y nunca se extingue su semilla en este siglo. Si muere
uno, renacen muchos; son más los que nacen para la rapiña que para la dádiva. Ni
es Nabot el único pobre asesinado; todos los días se renueva su sacrificio,
todos los días se mata al pobre. Embargado por este miedo, el pobre abandona sus
tierras y emigra cargado con sus hijos, prenda de amor; le sigue su mujer
llorosa, como si acompañara a su marido a la tumba. Es menos deplorable para
ella asistir al entierro de los suyos; porque aunque perdiera la ayuda de su
marido, éste tendría un sepulcro, y aunque se quedara sin hijos, no lloraría su
destierro ni estaría afligida por el hambre de su tierna prole.
2. ¿Hasta dónde pretendéis llevar, oh ricos,
vuestra codicia insensata? ¿Acaso sois los únicos habitantes de la tierra? ¿Por
qué expulsáis de sus posesiones a los que tienen vuestra misma naturaleza y
vindicáis para vosotros solos la posesión de toda la tierra? En común ha sido
creada la tierra para todos, ricos y pobres; ¿por qué os arrogáis, oh ricos, el
derecho exclusivo del suelo? Nadie es rico por naturaleza, pues ésta engendra
igualmente pobres a todos. Nacemos desnudos y sin oro ni plata. Desnudos
vemos la luz del sol por primera vez, necesitados de alimento, vestido y
bebidas; desnudos recibe la tierra a los que salieron de ella, y nadie puede
encerrar con él en su sepulcro los límites de sus posesiones. Un pedazo estrecho
de tierra es bastante a la hora de la muerte, lo mismo para el pobre que para el
rico, y la tierra, que no fue suficiente para calmar la ambición del rico,
lo cubre entonces totalmente. La naturaleza no distingue a los hombres ni en su
nacimiento ni en su muerte. Les engendra igualmente a todos y del mismo modo les
recibe en el seno del sepulcro. ¿Quién puede establecer clases entre los
muertos? Excava de nuevo los sepulcros, y si puedes, distingue al rico.
Desenterrad poco después una tumba y hablad si reconocéis al necesitado. Acaso
solamente se puedan distinguir en que con el rico se pudren muchas mas cosas.
3. Los vestidos de seda y los ropajes entretejidos
de oro, con los que se amortajan los cuerpos de los ricos, son un daño para los
vivos y no ayuda para los difuntos. Te ungen, oh rico, y no dejas de ser fétido.
Pierdes la gracia ajena y no adquieres la tuya. Dejas herederos que luchen entre
sí con pleitos. Más que un conjunto de bienes que se acepta voluntariamente les
transmites un depósito hereditario, y ellos temerán disminuir o violar lo que se
les ha dejado. Si son herederos sobrios, lo conservarán; si lujuriosos, lo
disiparán. Por consiguiente, condenas a los herederos que son buenos a una
perpetua solicitud y dejas a los malos aquello con que pueden condenarse.
4. Pero acaso piensas que mientras vives abundas
en todas las cosas. ¡Oh rico, no sabes cuán pobre eres y cuán necesitado te
haces porque te crees rico! Cuanto más tienes, más deseas; y aunque lo adquieras
todo, sin embargo, serías todavía indigente. La avaricia se inflama, no se
extingue, con el lucro. Este proceso sigue la avaricia: cuanto más media, tanto
más se apresura pata alcanzar metas desde donde sea más grande la caída final.
El rico es más tolerable cuanto menos tiene. En relación a su hacienda, se
contenta con poco; pero cuanto más aumenta su patrimonio, más crece su codicia.
No quiere ser bajo en anhelos ni pobre en deseos. Junta así a la vez dos
sentimientos inconciliables: la esperanza ambiciosa de riquezas y no depone el
apego a la vida mísera. En fin, la Sagrada Escritura nos dice la miseria
de su pobreza, nos revela cuán abyectamente mendiga.
5. Había un rey en Israel, Ajab, y un pobre, Nabot.
El primero gozaba de las riquezas del reino; el segundo sólo poseía un pequeño
terreno. Nabot no ambicionó nunca las posesiones del rico, pero el rey se sintió
indigente porque no poseía la viña del pobre, su vecino. ¿Quién te parece más
pobre: el uno, que estaba contento con lo suyo, o el otro, que deseaba lo ajeno?
Nabot se nos muestra pobre en hacienda, y Ajab, pobre en el corazón. El deseo
del rico no sabe ser pobre. La hacienda más abundante no es suficiente para
saciar el corazón del avaro. Por eso hay divergencia entre el rico avaro, que
envidia las posesiones de los demás, y el pobre. Pero consideremos ya las
palabras de la Sagrada Escritura.
6. "Después de esto sucedió que Nabot de Jezrael
tenía una viña en Israel, junto al palacio de Ajab, rey de Samaria. Ajab habló a
Nabot diciéndole:
Cédeme tu viña para hacer un huerto de legumbres,
pues está muy cerca de mi casa. Yo te daré por ella otra viña, y si esto no te
conviene, te daré en dinero su valor. Pero Nabot respondió: Guárdeme Dios de
cederte la heredad de mis padres. Ajab entonces se entristeció e irritó, se
acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no quiso comer."
7. Había expuesto más adelante la Sagrada
Escritura que Eliseo, aun siendo pobre, dejó sus bueyes y corrió tras Elías, y
luego volvió, mató sus bueyes y los distribuyó entre el pueblo, y siguió a
Elías. Para condena de los ricos, que este rey representa, se expone esto
previamente, en cuanto que, a pesar de haber recibido beneficios de Dios, como
Ajab, a quien Dios concedió el reino y la lluvia por la oración del profeta
Elías, violan los mandamientos divinos.
8. Pero oigamos que dijo: "Dame." ¿Qué palabra es
ésta sino de pobre? ¿Cuál es la voz con que se implora la caridad pública sino
"dame"? Dame, porque necesito; dame, porque no poseo otro remedio de vida; dame,
porque no tengo pan para comer, ni bebida, ni alimento, ni vestido; dame, porque
a ti te dio el Señor bienes de donde debes repartir, y a mí, no; dame, porque si
no me das, nada tendré; dame, porque esta escrito: "Dad limosna"(Luc. 11, 41).
¡Cuán abyecta y vil esta palabra en este caso! No tiene el afecto de la
humildad, sino el incendio de la codicia. ¡En la misma expresión cuánta
desvergüenza! "Dame —dice— tu viña." Confiesa que no es suya, de modo que
reconoce la pide indebidamente.
9. "Y te daré —dice— por ella otra viña." El rico
desdeña lo suyo como vil y ambiciona lo que es ajeno como preciosísimo.
10. "Si esto no te conviene, te daré en dinero su
valor." Pronto corrige su error, ofreciendo dinero por la viña. Nada quiere que
otro posea quien anhela abarcarlo todo con sus posesiones.
11. "Y tendré —dice— un huerto de hortalizas."
Este era el motivo de toda su locura y furor, que buscaba un huerto para viles
hortalizas. Vosotros, ricos, no tanto deseáis poseer lo que es útil como
quitar a los demás lo que tienen. Cuidáis más de expoliar a los pobres que de
vuestra ventaja. Estimáis injuria vuestra si el pobre posee algo de lo que
juzgáis digno de la posesión del rico. Creéis que es daño vuestro todo lo que es
ajeno. ¿Por qué os atraen tanto las riquezas de la naturaleza? El mundo ha sido
creado para todos y unos pocos ricos intentáis reservároslo. Pues no sólo la
posesión de la tierra, sino el mismo cielo, el aire, el mar, lo reclaman para su
uso unos pocos ricos. Este espacio que tú encierras en tus amplias posesiones,
¿a cuánta muchedumbre podría alimentar? ¿Acaso los ángeles tienen divididos los
espacios de los cielos, como tú haces cuando divides la tierra con mojones?
12. Exclama el profeta: "Ay de los que
juntan casa a casa y finca a finca" (Is 5, 8). Les acusa de avaricia estéril.
Los ricos huyen de convivir con los hombres y por eso excluyen a sus vecinos.
Pero no pueden huir totalmente, porque cuando les han excluido, encuentran a
otros de nuevo, y cuando expulsan otra vez a estos es necesario que tengan a
otros por vecinos. Pues no es posible que vivan solos sobre la tierra. Las aves
se juntan con las aves y frecuentemente bandadas ingentes cubren el cielo con su
vuelo; los animales se unen a los animales, y los peces, a los peces; ni buscan
dañar, sino el comercio de la vida cuando se acogen a la compañía de otros y
pretenden obtener protección por medio de la ayuda de una sociedad más
frecuente. Sólo tú, hombre, excluyes al de tu misma naturaleza e incluyes a las
fieras; construyes albergues para las fieras y destruyes los de los hombres.
Dejas entrar el mar en tus predios para que no te falten monstruos y llevas
hacia adelante los límites de tus tierras para que no puedas tener vecinos.
13. Escuchamos la voz del rico que pedía lo ajeno;
oigamos ahora la voz del pobre que defendía lo suyo: "Guárdeme Dios de cederte
la heredad de mis padres." Juzga que el dinero del rico es una especie de
infección para él, como si dijera: "Sea ese dinero para perdición suya" (Hch 8,
20), yo no puedo vender la heredad de mis padres. Aquí tienes un ejemplo que
imitar, oh rico, si lo entiendes bien: que no vendas tu campo por noche de
meretriz; que no transfieras tu derecho por atender los gastos de banquetes y
placeres; que no adjudiques tu casa para cubrir los riesgos del juego, a fin de
que no pierdas el derecho de la piedad hereditaria.
14. Oídas estas palabras, se turbó en su espíritu
el rey avaro: "Se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no quiso comer."
Lloran los ricos si no pueden arrebatar lo ajeno. No pueden ocultar la fuerza de
su tristeza si los pobres no ceden a sus pretensiones. Desean dormir y encubren
su rostro para no ver que hay en la tierra algo que es posesión de otro, que hay
en el mundo algo que no es suyo, para no oír que el pobre tiene una posesión al
lado de la suya, para no escuchar al pobre que les contradice. Las almas de
estos ricos son aquellas a las que dice el profeta: "Mujeres ricas, resurgid" (Is
32, 9).
15. "Y no comió —dice— su pan", porque deseaba lo
ajeno. Los ricos, en efecto, comen más que el suyo el pan ajeno, porque viven
del robo y forman su hacienda con el producto de la rapiña. O acaso Ajab no
comió su pan, queriendo castigarse con la muerte, porque se le había negado
algo.
16. Compara ahora los afectos del pobre. Nada
tiene, pero no sabe ayunar voluntariamente, a no ser para Dios y por necesidad.
Ricos, arrebatáis todo a los pobres y no les dejáis nada; sin embargo, vuestra
pena es mayor que la de ellos. Los pobres ayunan si no tienen; vosotros, incluso
cuando tenéis. Así, pues, os irrogáis a vosotros mismos primero la pena que
infligís a los pobres. Sois vosotros los que sufrís por vuestra pasión las
tribulaciones de la pobreza mísera.
Los pobres, ciertamente, no tienen de qué vivir, pero vosotros ni usáis vuestras
riquezas, ni las dejáis usar a los demás. Sacáis el oro de las venas de los
metales, pero de nuevo lo escondéis. ¡Cuántas vidas encerráis con este oro!
17. ¿Para quién guardáis las riquezas? Se lee
sobre el rico avaro: "Atesora y no sabe para quién reúne sus riquezas." El
heredero ocioso espera; el descontentadizo protesta porque tardáis en morir.
Desdeña el aumento de su herencia y tiene prisa de apoderarse de ella
para su daño. ¿Qué desgracia mayor que ni siquiera merezcáis agradecimiento de
aquél para quien trabajáis? Por él soportáis todos los días el hambre triste y
teméis dañarle en vuestra mesa; por él ayunáis diariamente.
18. Conocí a un rico que cuando marchaba al campo
solía contar los panes más pequeños que llevaba de la ciudad, de tal modo que
por el número de panes se hubiera podido conocer cuántos días había estado en el
campo. No quería abrir el granero cerrado para que no disminuyera lo que
guardaba. Destinaba un solo pan para cada día, que apenas era suficiente para
sustentarle. Averigüé también de fuente fidedigna que cuando le ponían un huevo
deploraba el pollo que se perdía. Os escribo esto para que conozcáis que la
justicia de Dios es vengadora, la cual castiga por medio de vuestro ayuno las
lágrimas de los pobres.
19. ¡Qué obra de religión sería tu ayuno si lo que
no gastas en tu sustento lo dieras a los pobres! Más tolerable era aquel rico de
cuya mesa el pobre Lázaro, hambriento, recogía las migajas que caían; pero
también sus banquetes comprendían la sangre de muchos pobres, y sus vasos
estaban empañados por la sangre de muchos cogidos en su trampa.
20. ¡Cuántos mueren para que dispongáis de lo que
os deleita! ¡Cuán funesta es vuestra ansia y vuestra lujuria! Este cae de techos
elevados por preparar amplios depósitos para vuestros granos. Aquél se precipita
de la copa más alta de los árboles, mientras busca las clases de uva con las que
preparar un vino digno de vuestros banquetes. Hay quien ha perecido ahogado en
el mar porque temías que faltaran los peces o las ostras en tu mesa. Uno perece
a causa del frío invernal para cazar liebres o agarrar aves con red. Otro, ante
tus ojos, si acaso en algo te desagrada, es azotado hasta la muerte y su sangre
salpica hasta los mismos banquetes. En fin, rico era aquél que mandó traer la
cabeza del profeta pobre y no encontró otro premio que ofrecer a la danzarina, a
no ser mandarle matar.
Padre que se ve obligado a vender a los hijos
21. Vi cómo un pobre era detenido porque se le
obligaba a pagar lo que no tenía; vi cómo era encarcelado porque había faltado
el vino en la mesa del poderoso; vi cómo ponía en subasta a sus hijos para
diferir en el tiempo la pena. Con la esperanza de hallar a alguien que le
ayudase en esta necesidad vuelve el pobre a su alojamiento con los suyos y ve
que no hay esperanza, que nada les quedaba para comer; llora otra vez el hambre
de sus hijos y se duele de no haberlos vendido más bien a aquél que hubiera
podido alimentarlos. Reflexiona nuevamente y toma la decisión de vender algún
hijo. Sin embargo, desgarraban su corazón dos sentimientos opuestos: el temor de
la miseria y la piedad paterna; el hambre exigía dinero; la naturaleza le pedía
cumplir su deber de padre. Dispuesto a morir juntamente con sus hijos antes que
tener que desprenderse de ellos, muchas veces echó a andar y otras tantas se
volvió atrás. Sin embargo, acabó por vencer la necesidad, no el amor; y la misma
piedad cedió ante la necesidad. (...)
Lujo de las mujeres. Naturaleza de las riquezas
26. Las mujeres se complacen en las cadenas con
tal que sean de oro. No reparan en su peso, siempre que sean preciosas; no
piensan que son ligaduras si en ellas centellean las alhajas. También se
complacen en las heridas, con el fin de adornar de oro las orejas y hacer pender
de ellas las gemas. Las joyas son pesadas y los vestidos ligeros no abrigan:
sudan por las joyas que llevan y se hielan con los vestidos de seda; sin
embargo, les agrada el precio y lo que repugna a la naturaleza lo recomienda la
avaricia. Buscan con pasión furiosa esmeraldas y jacintos, berilos, ágatas,
topacios, amatistas, jaspes; aunque se les pida la mitad de su hacienda, no
temen el dispendio con tal de satisfacer sus deseos. No niego que sea agradable
cierto fulgor de estas piedras, pero no dejan de ser piedras. Ellas mismas,
pulidas en contra de su naturaleza, al perder su aspereza, nos advierten que
debemos poner remedio antes a la dureza de la mente que a la de las piedras.
27. ¿Qué médico puede añadir un día a la vida de
un hombre? ¿A quién redimieron sus riquezas del infierno? ¿Qué enfermedad mitigó
el dinero? "No está la vida del hombre en la abundancia de sus riquezas" (Luc
12, 15). "Nada aprovechan los tesoros a los injustos, pero la justicia libra de
la muerte"(Prov lO, 2). Oportunamente exclama el profeta: "Si afluyen las
riquezas, no queráis apegar el corazón a ellas" (Sal 61, 11). Pues, ¿de qué me
sirven si no me pueden librar de la muerte? ¿Qué me aprovechan si no las puedo
llevar conmigo cuando me muera? En este mundo se adquieren y aquí se dejan. Son
un sueño, no un patrimonio verdadero. De aquí que acertadamente el mismo profeta
diga de los ricos: "Durmieron su sueño todos los varones de las riquezas y no
encontraron nada en sus manos" (Sal 75, 6); es decir, se hallaron con las manos
vacías los ricos que nada dieron a los pobres. No aliviaron en vida la miseria
de alguien y no pudieron encontrar, después de la muerte, nada que les sirviera
de ayuda.
Inquietud e intranquilidad del rico
28. Considera el mismo nombre de rico. "Dite",
llaman los paganos al jefe de los infiernos, al árbitro de la muerte; también el
rico recibe el nombre de "dite", porque no sabe salir de la muerte: reina sobre
cosas muertas y tendrá su morada en el infierno. ¿Pues qué es el rico, a no ser
un abismo insondable de riquezas, un hambre y sed insaciables de oro? Cuanto más
atesora, tanto más se enciende su codicia. Por eso advierte el profeta: "Quien
ama el dinero no se ve harto de él" (Eccle 5, 9). Y poco después: "También esto
es un triste mal, que como vino, así haya de volverse y nada pueda llevarse de
cuanto trabajó, y sobre esto pasar todos los días de su vida en tinieblas, en
dolor, en ira y miseria" (ibíd 15, 6). Es más tolerable la condición de los
siervos que la suya. Aquéllos sirven a los hombres; él, al pecado, porque "quien
peca —como dice el apóstol— esclavo es del pecado". Siempre está apresado,
siempre en cadenas, nunca libre de grillos, porque siempre es responsable de
crímenes. ¡Cuán mísera esclavitud servir al pecado!
29. El rico no conoce ni siquiera los dones de la
misma naturaleza, ni el reposo del sueño, ni el gusto del manjar sabroso, porque
nunca está libre de su esclavitud. "Dulce es el sueño del esclavo, coma poco o
mucho; pero al opulento no hay quien le deje dormir." Le excita la codicia, le
agita el cuidado de arrebatar lo ajeno, le atormenta la envidia, le impacienta
la tardanza, le perturba la escasez de las cosechas, le hace solícito la
abundancia. Por eso, aquel rico, cuyas posesiones produjeron una cosecha
abundante, pensaba dentro de sí: "¿qué haré, pues no tengo donde recoger mis
frutos?"; y se dijo: "Esto haré: destruiré mis graneros y los haré mayores; en
ellos guardaré todos los bienes que recolecte y diré a mi alma: alma, posees
bienes abundantes para muchos años; descansa, come, bebe, ten banquetes" (Luc
12, 17-9). Pero Dios le dijo entonces: "Necio, esta noche te pedirán tu alma;
todo lo que has acumulado, ¿para quién será?" (ibíd. 20). Ni siquiera Dios deja
dormir al rico. Lo llama mientras reflexiona, lo despierta cuando duerme.
30. Pero es el mismo rico quien no se deja en paz
a sí mismo, porque le trae inquieto la abundancia de sus riquezas y, aun en
tanta prosperidad, pronuncia una frase de pobre. "¿Qué haré?" ¿Acaso no es ésta
voz de pobre, que no tiene lo necesario para vivir? En la mayor miseria, el
pobre dirige la vista a su alrededor, escudriña su casa y nada encuentra que le
pueda servir de alimento. Considera que no hay nada más triste que perecer de
hambre y morir por falta de alimentos. Busca abreviar su muerte con suplicio más
tolerable. Empuña la espada, cuelga el lazo, prepara el fuego, comprueba el
veneno y, dudoso en la elección de uno de estos medios, dice: "¿Qué haré?" En
fin, atraído por la suavidad de esta vida, desea revocar su decisión si puede
encontrar bienes para vivir. Ve que todo está desnudo a su alrededor y vacío, y
dice otra vez: "¿Qué haré? ¿Dónde encontraré alimento y vestidos? Quiero vivir
si encuentro cómo sostener mi vida. Pero, ¿con qué medios, con qué ayuda?"
31. "¿Qué haré —dice— yo, que no tengo nada?"
También el rico exclama que no tiene. Esta expresión es de pobre. Se lamenta de
escasez aquél que recogió una cosecha abundante. "No tengo —dice— dónde encerrar
mi cosecha." Parece como si dijera: "No tengo los frutos necesarios para vivir."
¿Es acaso feliz quien se ve angustiado en sus riquezas? En realidad, es más
desgraciado este rico con toda la abundancia de sus bienes que el pobre en
peligro de perecer de miseria. Pero el pobre tiene excusa en su desgracia, sufre
una injusticia, tiene a quién culpar; el rico no tiene a quién achacar su
miseria fuera de sí.
Uso social de las riquezas
32. Y dijo el rico: "Esto haré: destruiré mis
graneros."Ni siquiera pasó por su imaginación decir:
"Abriré mis graneros para que entren quienes no
pueden remediar su hambre; vengan los necesitados, entren los pobres, llenen sus
senos; destruiré las paredes que excluyen al hambriento. ¿Por qué voy a esconder
lo que Dios hace abundar para comunicarlo? ¿Para qué voy a cerrar con cerrojos
el trigo, con el cual Dios ha llenado toda la extensión de los campos, donde
nace y crece sin custodia?"
33. La esperanza del avaro se desvanece. Los
graneros viejos revientan con la nueva cosecha. Pero ni aun así dice: "Tuve
bienes y los guardé en vano; he recolectado mucho más, ¿para qué los voy
a almacenar? He buscado ávidamente hacer subir el precio y he perdido
toda la ganancia que esperaba. ¿Cuántas vidas de los pobres pudo preservar el
trigo de los años anteriores? Ya no más guardaré estos bienes hasta que suban
los precios, pues se ha de estimar más la gracia que el dinero. Imitaré a José
en su pregón de humanidad; clamaré con gran voz: Venid, pobres, comed de mi pan,
ensanchad vuestros senos, recibid el trigo." La abundancia del rico, la
fecundidad de toda la tierra, debe ser un bien de todos. Pero tú no hablas así,
sino que dices: "Destruiré mis graneros." Con razón dices los destruyes, ya que
no revierten en el pobre agobiado. Tus graneros son
receptáculos de iniquidad, no instrumentos de la caridad. En verdad, destruye
quien no sabe edificar sabiamente. Destruye sus bienes todo rico que olvida lo
eterno. Destruye sus graneros porque no sabe repartir su trigo, sino encerrarlo.
34. "Y los haré —dice— mayores." Infeliz, mejor
sería que distribuyeras entre los pobres lo que te vas a gastar en la
edificación. Al mismo tiempo que rechazas el beneficio de la liberalidad sufres
de grado el coste de la edificación.
35. Y añade: "Reuniré en él todos los frutos que
he recolectado y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes." El avaro se siente
arruinado por la abundancia de las cosechas, cuando considera el bajo precio de
los alimentos. La fecundidad es un bien para todos, pero la mala cosecha sólo es
ventajosa al avaro. Se goza más de la enormidad de los precios que de la
abundancia de productos y prefiere tener algo solo que vender a todos.
Obsérvalo. Teme la superabundancia de trigo que, rebosando de los hórreos, vaya
a parar a manos de los pobres y sea ocasión para los necesitados de adquirir
algún bien. El rico reclama para sí sólo el producto de las tierras, no porque
quiera usarlo él, sino para negarlo a los demás.
36. "Tienes —dice— muchos bienes." No sabe
enumerar el avaro otros bienes que los que son lucrativos. Pero le concedo que
sean bienes las riquezas. ¿Por qué, pues, os servís de lo que es bueno para
hacer el mal, cuando debierais hacer el bien con lo que es malo? Escrito esta:
"Haceos amigos de las riquezas de iniquidad" (Luc 16, 9). Por tanto, para
aquellos que las saben usar son bienes, y para los que no, males ciertamente.
"Distribuyó, dio a los pobres, su justicia permanece eternamente"(Sal 111, 3).
Son bienes si las distribuyes entre los pobres, y de este modo
constituyes a Dios en deudor tuyo de un préstamo de piedad. Son bienes si abres
los graneros de tu justicia y te haces pan de los pobres, vida de los
necesitados, ojos de los ciegos, padre de los niños huérfanos.
37. Tienes posibilidad de hacerlo, ¿qué temes?
Estoy de acuerdo con tus palabras. Tienes muchos bienes guardados para muchos
años; luego podéis abundar en ellos no sólo tú, sino todos los demás. Tienes en
tus manos el bienestar de todos, ¿por qué entonces destruyes tus graneros? Yo te
muestro dónde puedes guardar mejor tu trigo, dónde puedes estar seguro que no te
lo arrebatarán los ladrones. Dalo a los pobres; en ellos no lo consume el
gorgojo ni lo corrompe el trascurso del tiempo. Tienes almacenes a tu
disposición: el seno de los necesitados, las casas de las viudas, las bocas de
los niños, donde se te pueda decir: "En las bocas de los niños y lactantes
hallaste perfecta alabanza" (Sal 8, 3). Estos son los graneros que duran
eternamente; éstos son los graneros a los cuales las cosechas futuras no pueden
hacer pequeños.
Porque, ¿qué harías nuevamente si otra vez
tuvieras una cosecha abundantísima el próximo año? De nuevo tendrías que
destruir los graneros que piensas edificar este año y hacerlos mayores. Dios
te concede la prosperidad para vencer o condenar tu avaricia, a fin de
que no puedas tener excusa. Pero lo que El hizo nacer por tu medio para muchos
te lo reservas para ti solo, y ciertamente para ti mismo lo pierdes, pues
más ganarías tú mismo si lo repartieras entre los demás. El fruto de estos dones
revierte en los mismos que los comunican, y la gracia de la liberalidad la
recibe el liberal. Puesto que está escrito: "Sembrad para la justicia" (Os
10, 12), sé agricultor espiritual, siembra lo que te sea provechoso. Si la
tierra te devuelve frutos superiores a la simiente que recibe, cuanto más el
premio de la misericordia te devolverá multiplicado lo que dieres.
Muerte, riquezas y comunicación
38. En fin, hombre cualquiera que seas, ¿no sabes
que el día de la muerte puede adelantarse a la cosecha, pero que la misericordia
excluye de la muerte al que la ha merecido? Ya están presentes quienes requieren
tu alma, y tú todavía difieres el fruto de tus buenas obras. ¿Crees que aún te
queda largo tiempo de vida para cambiar? "Necio, esta noche te pedirán tu alma"
(Luc 12, 20). Dice bien "esta noche", pues de noche será exigida el alma del
avaro: empieza en tinieblas y permanece en ellas. Para el avaro siempre es
noche, y día para el justo. De éste se dijo: "En verdad, en verdad te digo que
hoy estarás conmigo en el paraíso" (Luc 23, 34). "El necio cambia como la luna"
(Eccle 27, 12). "Pero los justos resplandecerán como el sol en el reino de su
Padre" (Mt 13, 43). Con razón es acusado de necedad quien coloca su esperanza en
comer y beber. Y por eso les urge el tiempo de la muerte, según la frase de los
que sirven a la gula: "Comamos y bebamos, mañana moriremos" (Is 22, 13). Se le
llama necio acertadamente, porque proporciona lo corporal a su alma e ignora
para quién guarda las cosas a las que sirve.
39. Por tanto, se le dice: "Los bienes que
allegaste, ¿para quién serán?" (Luc 12, 20). ¿Por qué todos los días mides,
cuentas y pones sello a tu dinero? ¿Por qué pesas diariamente el oro y la plata?
¡Cuánto más te valdría ser dispensador liberal que guarda solícito! ¡Cuánto más
te aprovecharía para la gracia que tuvieras selladas tus muchas balanzas en un
saco! Pues el dinero lo dejamos en este mundo, pero la gracia de las buenas
obras nos acompañará como mérito en el Juicio final.
40. Pero quizá repliques lo que vosotros los ricos
soléis decir generalmente: "Que no debemos socorrer al que Dios maldice y quiere
que sufra necesidad." Pero no han sido malditos los pobres, ya que de ellos está
escrito: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos" (Mt 5, 3). No del pobre, sino del rico dice la Escritura: "El que
recibe usura del trigo será maldito" (Prov 11, 26). Tú no debes, por otra parte,
considerar los méritos de cada uno. Pertenece a la misericordia no juzgar los
méritos, sino ayudar en las necesidades: socorrer al pobre. No examinar la
justicia. Pues está escrito: "Bienaventurado quien entiende en el necesitado y
el pobre" (Sal 40, 2). ¿Quién es el que entiende? Quien le compadece, quien
advierte que es participante de su misma naturaleza, quien sabe que Dios hizo al
rico y al pobre, quien cree que santifica sus frutos si destina alguna parte de
ellos para los pobres. Por consiguiente, cuando tengas de dónde hacer bien, no
te retrases diciendo: "Mañana daré", a fin de que no pierdas la prosperidad que
te permite dar. Es peligroso diferir el socorro a otro. Puede suceder que,
mientras dilatas tu ayuda, muera el necesitado. Apresúrate más que la muerte, no
sea que mañana te domine la avaricia y desistas de tus promesas.
Jezabel es figura de la avaricia
41. Pero, ¿por qué decirte que no demores la
liberalidad? Ojalá no te apresures para la rapiña, ni arrebates lo que
ambicionas, ni exijas lo que no es tuyo, ni te apoderes de lo que te niegan;
ojalá soportes pacientemente la negativa y no escuches la voz de aquella Jezabel,
que es la avaricia, que te dice con cierto dejo de vanidad: "Yo te proporcionaré
la viña que deseas. Estás triste porque quieres observar, como medida de la
justicia, no apoderarte de lo ajeno. Yo tengo mis derechos y mis leyes; acusaré
falsamente al pobre para robarle y le quitaré la vida, si es preciso, para
arrebatarle su posesión."
42. ¿Qué otra cosa se quiere describir en esta
historia a no ser la avaricia del rico, que es un torrente que todo lo arrolla y
destroza? Jezabel representa esta avaricia, y no hay una sola, sino muchas, ni
es solamente de una época, sino de todos los tiempos. Ella dice a todos, como la
Jezabel de la historia dijo a su marido, Ajab: "Levántate, come y vuelve en ti;
yo te daré la viña de Nabot de Jezrael."
43. Y escribió ella unas cartas en nombre de Ajab
y las selló con el sello de éste y se las mandó a los ancianos y a los
magistrados que vivían con Nabot. He aquí lo que escribió en las cartas:
"Promulgad un ayuno y traed a Nabot delante del pueblo y preparad dos malvados
que depongan contra él diciendo: Tú has maldecido a Dios y al rey; y sacadle
luego y lapidadle hasta que muera."
Falso e inútil ayuno de los ricos. Su hipocresía
44. ¡Cuán vivamente expresa la Sagrada Escritura
el modo de obrar de los ricos! Se entristecen si no pueden robar lo ajeno: dejan
de comer, ayunan, no para reparar sus pecados, sino para preparar el crimen. Y
tal vez les ves venir a la iglesia oficiosos, humildes, asiduos, para obtener
que se lleve a efecto su delito. Pero les dice Dios: "El ayuno que me agrada no
es encorvar la cabeza Como junco y acostarse en saco y ceniza. No llaméis a este
ayuno aceptable. ¿Sabéis qué ayuno quiero yo? —dice el Señor—. Romper todas las
ataduras de la injusticia, deshacer los vínculos opresores, dejar ir libres a
los oprimidos y quebrantar todo yugo inicuo; que partas tu pan con el
hambriento, que acojas en tu casa al pobre sin techo, que si ves al desnudo le
vistas y no desprecies a tus hermanos. Entonces brillará tu luz como la aurora y
se dejará ver pronto tu salud y te precederá la justicia y la gloria de Dios te
rodeará; entonces llamarás al Señor y te oirá. Aún no hahreis acabado de hablar
y te dirá: Aquí estoy" (Is 58, 5-9).
45. ¿Oyes, rico, lo que dice el Señor? Y tú vienes
a la iglesia, no para distribuir algo al pobre, sino para quitárselo; ayunas, no
para que el gasto de tu comida vaya en beneficio de los pobres, sino para
apoderarte incluso de sus despojos. ¿Qué pretendes con el libro, las cartas, el
sello, las anotaciones y el vínculo de la ley? ¿No has oído? "Rompe todas las
ligaduras de la injusticia, deshaz los vínculos opresores, deja ir a los
oprimidos y quebranta todo yugo inicuo. Tú me ofreces las tablas en que está
escrita la ley, yo te opongo la ley de Dios; tú escribes con tinta, yo te repito
los oráculos de los profetas, escritos bajo inspiración de Dios; tú preparas
falsos testimonios, yo pido ci testimonio de la conciencia, de cuyo juicio no
puedes huir ni librarte, cuyo testimonio no podrás recusar en el día en que Dios
revelará las obras ocultas de los hombres. Tú dices: "Destruiré mis graneros" (Luc
12, 18); pero Dios dice: "Despréndete más bien de lo que encierra el granero,
dalo a los pobres, que aprovechen estos recursos los necesitados." Tú dices:
"Los haré mayores y reuniré en ellos mis cosechas por grandes que sean." Pero el
Señor te dice: "Parte tu pan con el hambriento." Tú dices: "Quitaré a los pobres
su casa."Pero el Señor te dice: "Recibe en tu casa a los necesitados que no
tienen techo." ¿Cómo quieres, rico, que Dios te oiga, cuando tú no piensas que
debes escuchar a Dios? Si no se acepta la arbitrariedad del rico, se inventa una
causa y se estima injuria a Dios la negativa a la petición del rico.
46. "Nabot ha maldecido —dice— a Dios y al rey."
Equipara a las personas para que parezca igual la ofensa. "Maldijo —dice— a Dios
y al rey." Se buscaron dos testigos inicuos. También por dos testigos fue
apetecida Susana, y dos testigos encontró también la Sinagoga que depusieron
contra Jesús falsamente, y con dos testimonios es asesinado el pobre. "Luego
sacaron a Nabot fuera de la ciudad y le lapidaron." ¡Si al menos hubiese podido
morir entre los suyos! Pero el rico quiere quitar al pobre hasta la sepultura.
47. "Y sucedió que como oyese Ajab la muerte de
Nabot, rasgó sus vestiduras y se vistió de cilicio. Y después de esto se levantó
y descendió a la viña de Nabot de Jezrael para tomar posesión de ella." Los
ricos, si no obtienen lo que desean, para hacer daño se airan y calumnian.
Después fingen pesar; sin embargo, tristes y como afligidos, no de corazón, sino
de rostro, marchan al lugar de la rapiña a tomar posesión inicua del fruto de su
agresión.
48. Este hecho conmueve a la justicia divina, que
condena al avaro con merecida severidad. "Mataste —se le dice— y te adueñaste de
la heredad. Por eso en el lugar en el que los perros lamieron la sangre de Nabot
lamerán también la tuya propia y las meretrices se lavarán en ella." ¡Cuán justa
y cuán severa sentencia, que la muerte acerba que el rey causó la sufriera él
mismo con todo su horror! Dios ve al pobre insepulto y establece que quede
también sin sepultura el rico; Él quiere que pague, también muerto, sus
iniquidades, porque no tuvo piedad ni siquiera de un muerto. El cadáver del rey,
empapado en la sangre de sus heridas, muestra, con este género de muerte
violenta, la crueldad de su vida. Cuando sufrió esta muerte el pobre fue
inculpado el rico; cuando la recibió el rico fue vengada la muerte del pobre.
49. ¿Y qué significa que las meretrices se lavaran
en su sangre, sino la perfidia propia de las prostitutas en que cayó el rey con
su egoísmo salvaje, o la lujuria cruenta de él, que fue tan lujurioso hasta
desear las hortalizas y tan sanguinario que por ellas mató a Nabot? Digna pena
castiga al avaro y a la avaricia. En fin, también a Jezabel la devoraron los
perros y las aves del cielo para dar a entender qué fin espera al rico en su
sepultura. Huye, pues, rico, de las muertes de esta clase. Pero huirás de ellas
si huyes de estos crímenes. No quieras ser otro Ajab, de modo que ambiciones la
posesión del vecino. No cohabite contigo Jezabel, aquella avaricia feroz, pues
te persuadirá para que mates, no refrenará tu codicia, sino la excitará; te hará
más desgraciado aunque logres alcanzar lo que desea, te hará desnudo aunque seas
rico.
Riqueza y pobreza
50. El que abunda en todo se cree el más pobre,
porque estima que le falta todo lo que es poseído por otros. De todo el mundo
carece aquél a quien para saciar su codicia no le basta el mundo entero; pero el
fiel posee todas las riquezas de la tierra. Quien considerando su conciencia
teme ser capturado, huye de todos los hombres. Por eso, según la historia, Ajab
dijo a Elías, pero, según el sentido oculto, el rico al pobre: "Me hallaste,
enemigo mío." ¡Qué conciencia más mísera que se duele de ser descubierta!
51. Y le dijo Elías: "Te hallé porque hiciste mal
ante los ojos del Señor." Se trataba de un rey, Ajab, rey de Samaria, y de
Elías, pobre, que carecía de pan y hubiese muerto de hambre, a no haber sido
sustentado por los cuervos. Mas tan abyecta era la conciencia del rey pecador,
que ni siquiera el fasto del poder real le podía dar dignidad. Por eso como
persona vil e indigna dijo: "Me encontraste, enemigo mío." Descubriste en mí las
cosas que creía ocultas, nada se te esconde de mi espíritu: me hallaste, te son
patentes mis pecados, soy cautivo tuyo. El pecador es descubierto cuando su
iniquidad es proclamada; pero el justo dice: "Me probaste con el fuego y no
hallaste en mí iniquidad" (Sal XVI, 3). Adán fue descubierto cuando se escondía;
pero nadie ha encontrado la sepultura de Moisés. Fue hallado Ajab, pero no
Elías. Y la sabiduría de Dios dice: "Me buscarán los malos y no me encontrarán"
(Prov 1, 28). Por eso, según el Evangelio, también buscaban a Jesús y no le
encontraban (Joan VII, 21). Es la culpa, pues, la que descubre a su autor. Por
lo cual Elías dijo a Ajab: "Hallé que hiciste mal en la presencia de Dios",
porque el Señor entrega a los reos de culpa, pero a los inocentes no les
abandona al poder de sus enemigos. En fin, Saúl buscaba a David y no podía
encontrarle; pero David, que no le buscaba, encontró al rey Saúl, porque se lo
entregó Dios a su arbitrio. La riqueza, pues, nos hace esclavos; la pobreza,
libres.
Difusión de las riquezas, comunicación y justicia
52. Vosotros, ricos, sois esclavos, y vuestra
esclavitud es miserable porque servís al error, a la concupiscencia y a la
avaricia que nunca se sacia. La avaricia es como un abismo sin fondo que hunde
cada vez más lo que agarra, y como un pozo que, cuando rebosa, se llena de cieno
y cae la tierra alrededor, infectándose más y más. También os conviene sacar una
enseñanza de este ejemplo. En efecto, si de un pozo no se extrae nada,
fácilmente se corrompe el agua por la inactividad y la hondura; por lo
contrario, el sacarla frecuentemente hace al agua límpida y potable. Así sucede
con un conjunto de riquezas, montón de polvo si no se utiliza, se hace precioso
por el uso y permanece inútil si se mantiene guardado. Extrae, pues, algo de
este pozo. El agua apaga el fuego ardiente y la limosna borra los pecados; pero
el agua estancada pronto cría gusanos. No permanezca inmóvil tu tesoro, a fin de
que no te rodee continuamente el fuego. Y te rodeará si no empleas tu tesoro en
obras de misericordia. Considera, rico!, en qué incendio estas metido. Tu voz es
la de aquél que decía: "Padre Abrahán, di a Lázaro que moje el extremo de su
dedo en agua y humedezca mi lengua" (Le XVI, 24).
53. A ti mismo te aprovecha lo que dieres al
necesitado; para ti mismo aumenta lo que disminuye tu hacienda. Te alimenta a ti
el pan que dieres al pobre, porque quien se compadece del pobre se sustenta a sí
mismo de los frutos de su humanidad. La misericordia se siembra en la tierra y
germina en ci cielo. Se planta en el pobre y se multiplica delante de Dios. "No
digas —te ordena el Señor— mañana daré" (Prov III, 28). Quien no sufre que tú
digas "Mañana daré", ¿con-lo podrá soportar que contestes "No daré"? No le
das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común y
ha sido dado para el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no
sólo de los ricos; pero son muchos menos los que gozan de ella que los que
gozan. Pagas, pues, un débito, no das gratuitamente lo que no debes. "Presta
atención, sin enojarte, al pobre, y paga tu deuda, y respóndele con benignidad y
mansedumbre" (Eccle IV, 8).
Igualdad del rico y el pobre. El oro prueba al
hombre
54. ¿Por qué, pues, rico!, eres soberbio? ¿Por qué
dices al pobre: "No me toques"? ¿Acaso no has sido concebido y has nacido como
él? ¿Por qué te jactas de la nobleza de tu progenie? Soléis examinar también el
origen de vuestros perros, como el de los ricos, e igualmente la nobleza de
vuestros caballos, como la de los cónsules. Aquél fue engendrado por tal padre y
nació de tal madre; aquél se gloria de tal abuelo; el otro se envanece de su
bisabuelo. Pero todo esto de nada sirve al caballo que corre: no se da la palma
de la victoria a la nobleza de origen, sino a la velocidad del caballo. ¡Más
sujeta está al deshonor una vida en la cual se pone a prueba también la nobleza
de origen! Ten cuidado, rico, no deshonres en ti los méritos de tus mayores,
para que no se les pueda decir: "¿Por qué elegisteis a tal heredero?" No
consiste el mérito del heredero en los artesonados dorados ni en las mesas de
pórfido. Este mérito no es de los hombres, sino de las minas, en las cuales los
hombres son castigados. Son los pobres
quienes excavan el oro, a quienes después se les niega. Pasan fatigas para
buscar y descubrir lo que después nunca podrán poseer.
55. Me admiro, ricos, de que creáis poder
envaneceros tanto en el oro, pues es más materia de tropiezo que don
recomendable. "Piedra de escándalo es el oro, ¡y ay de los que van tras él!
Bienaventurado es el rico que es hallado sin mancha y no corre tras el oro ni
espera en los tesoros" (Eccl XXI, 8). Pero como si no existiese sobre la tierra
un tal hombre, quiere representárselo: "Quién es éste —dice— y le alabaremos":
hizo algo digno de gran admiración, que debemos reconocer como desusado. Quien
en las riquezas ha sido probado es verdaderamente perfecto y digno de gloria.
"Porque pudo pecar y no pecó; hacer mal y no lo hizo" (ibíd., 18). El oro, en el
cual hay tanto peligro de pecado, no es, pues, para vosotros motivo de gracia,
sino de castigo.
Inmunidad de los ricos. Uso recto de la riqueza
56. ¿Os enorgullece acaso la amplitud de vuestros
palacios, la cual más bien os debiera afligir, porque aunque pudieran albergar a
todo el pueblo os aíslan de los clamores de los pobres? Si bien de nada os
serviría oírlos, ya que, una vez oídos, nada hacéis. Vuestros mismos palacios
deberían ser motivo de vergüenza para vosotros, porque, edificando, queréis
superar vuestras riquezas y, sin embargo, no las vencéis.
Vosotros revestís vuestras paredes y desnudáis a
los hombres. El pobre desnudo gime ante tu puerta, y ni le miras siquiera. Es un
hombre desnudo quien te implora y tú sólo te preocupas de los mármoles con que
recubrirás tus pavimentos. El pobre te pide dinero y no lo obtiene; es un hombre
que busca pan y tus caballos tascan el oro bajo sus dientes. Te gozas en los
adornos preciosos, mientras otros no tienen qué comer. ¡Qué juicio más severo te
estás preparando, oh rico! El pueblo tiene hambre y tú cierras los graneros; el
pueblo implora y tú exhibes tus joyas. ¡Desgraciado quien tiene facultades para
librar a tantas vidas de la muerte y no quiere! Las vidas de todo un pueblo
habrían podido salvar las piedras de tu anillo.
57 Escucha qué modo de hablar conviene al rico:
"Libré al pobre de la mano del poderoso y ayudé al huérfano que no tenía quien
mirara por él. Caía sobre mí la bendición del miserable y la boca de la viuda me
glorificaba. Vestíame de justicia; era ojo para los ciegos y pies para el cojo"
(Job XXIX, 13-6). Y continúa un poco después: "No se quedaba fuera de mi casa el
extranjero y abría mi puerta al viandante. Si pequé imprudente, no oculté mi
culpa ni temí a la multitud de la plebe, de modo que no la reconociera ante los
presentes. Si consentí que el enfermo saliera de las puertas de mi casa, vacío.
Si tuve algún depósito de deudor y no lo devolví sin retraso, aun sin
recuperación de la deuda" (Job XXXI, 32-4).
Mas, ¿por qué repetir que él confesó que lloraba
con los que lloraban y se dolía cuando veía a un hombre necesitado y a sí mismo
lleno de bienes? Entonces se sentía más desdichado, cuando veía que él poseía y
los demás estaban en la indigencia. Si esto dijo aquel que nunca hizo llorar a
las viudas, ni comió su pan solo, sin dar parte de él al huérfano, al cual desde
su juventud cuidó, aumentó y educó con el afecto de un padre; que nunca
menospreció al desnudo, que enterró al muerto, que calentó a los enfermos con
los vellones de sus ovejas, que no oprimió al huérfano, que nunca se deleitó en
las riquezas ni se congratuló en la caída de sus enemigos; si quien esto hizo se
vio necesitado teniendo tan grandes riquezas y nada sacó de tan gran patrimonio,
excepto el fruto de la misericordia, ¿qué puedes esperar tú, que no sabes usar
tu patrimonio, que en tantas riquezas llevas una vida miserable, porque a nadie
socorres ni ayudas?
58. Tú, que entierras el oro, eres, por tanto,
guardia de tu hacienda, no señor de ella; eres administrador de él, no árbitro.
Pero donde está tu tesoro allí está tu corazón. Por eso con el oro entierras tu
corazón. Vende más bien el oro y compra la salvación; vende la piedra preciosa y
compra el reino de los cielos; vende tu campo y asegúrate la vida eterna. Te
propongo la verdad, atestiguada por las palabras del Señor: "Si quieres ser
perfecto —dice—, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un
tesoro en el cielo (Mt XIX, 21). Procura no entristecerte al oír estas palabras
para que no se te diga como a aquel joven rico: "Cuán difícilmente entrarán en
el reino de los cielos los que tienen dinero" (Mc X, 32). Cuando leas estas
palabras considera más bien que la muerte te puede arrebatar todo lo que posees
y que puede quitártelo quien está sobre ti, porque aspiras a cosas pequeñas en
lugar de grandes, a caducas en vez de eternas, a tesoros de dinero en lugar de
tesoros de gracia. Aquéllos se corrompen, éstos son eternos.
59. Considera que no posees tú solo estos tesoros;
los posee también la carcoma y el orín que consume al dinero. Estos son los
compañeros que te proporciona la avaricia. Mira, por el contrario, a quienes te
ofrecen la generosidad como deudores: "Muchos serán los labios de los justos que
te bendigan como espléndido en pan, y los que darán testimonio de tu bondad" (Eccl
XXXI, 28). La generosidad hace deudor tuyo a Dios Padre, quien por toda dádiva
con que se socorre al pobre paga usura, como deudor de buen crédito. Hazte
deudor al Hijo de Dios, que dice: "Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y
me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me
cubristeis" (Mt XXVI, 35-6). Declara que se le entrega a Él mismo lo que se haga
a uno de sus pequeños sobre la tierra.
Verdadera riqueza y posesión. Dominio divino
60. Tú, hombre, no sabes atesorar riquezas. Si
quieres ser rico, sé pobre en este mundo para que seas rico en Dios. Es rico en
Dios quien es rico en la fe; es rico en Dios quien es rico en misericordia; es
rico en Dios quien es rico en simplicidad; es rico en Dios quien es rico en
sabiduría y en ciencia. Hay quienes son ricos en la pobreza, y quienes son
pobres en la riqueza. Son ricos los pobres cuya extrema pobreza abundó en la
riqueza de su simplicidad; pero los ricos padecieron necesidad y tuvieron
hambre. Pues no en vano está escrito: "Los pobres serán antepuestos a los ricos
y los siervos darán prestado a sus propios señores" (Prov XVII, 2), porque los
ricos y los señores siembran lo malo y superfluo, de lo cual no recogen frutos,
sino espinas. Por eso los ricos serán súbditos de los pobres y los siervos
prestarán a sus dueños en lo espiritual, como aquel rico que suplicaba al pobre
Lázaro le diera una gota de agua. Puedes hacer tú también, ¡oh rico!, que se
cumpla el sentido de esta sentencia: da con largueza al pobre y prestarás a
Dios, pues quien es liberal con el pobre da prestado a Dios.
63. Declara expresamente el Profeta quiénes son
todos éstos al decir: "Todos los varones de riquezas" (Sal LXXV, 6); todos,
dice, no exceptúa a ninguno. Y acertadamente les da el nombre de varones de
riquezas, no riquezas de varones para dar a entender que no son poseedores de
sus riquezas, sino al revés, poseídos por ellas.
La posesión debe ser del poseedor, no el poseedor
de la posesión. Pues todo el que no usa de su patrimonio como poseedor, que no
sabe dar con largueza y repartir a los pobres, es siervo de su hacienda, no
señor de ella, porque guarda las riquezas ajenas como criado y no usa de ellas
como señor.
Por tanto, en este sentido decimos que el hombre
es de las riquezas, no las riquezas del hombre. El entendimiento es bueno para
los que usan de él; pero quien no entiende no puede reclamar la gracia del
entendimiento y por eso le adormece el sueño de la ebriedad. De este modo, los
varones duermen su sueño; es decir, el suyo, no el de Cristo. Y porque no
duermen el sueño de Cristo no poseen su paz, ni resucitarán con El, que dijo:
"Yo dormí, reposé y resucité porque el Señor me acogió" (Sal III, 6).
67. Dirigiéndose a vosotros, el Profeta os dice:
"Orad y convertíos al Señor, nuestro Dios" (Sal LXXV, 12); es decir, no queráis
desentenderos, el tiempo apremia, orad por vuestros pecados, devolved por los
beneficios recibidos los bienes que tenéis. De El recibisteis lo que ofrecéis:
de El mismo es lo que le pagáis. "Dones míos —dice— (1 Crón XXIX, 14) y dádivas
mías son todo esto que me ofrecéis; yo os lo di y doné." En fin, el Profeta
dice: "No necesitáis de mis bienes" (Sal XV, 2); por tanto, te ofrezco lo tuyo,
porque no tengo nada que no me hayas dado. La fe es la que ofrece los dones; la
humildad, la que los hace agradables. Abel ofreció a Dios con fe muchas hostias,
y las ofrendas de Abel agradaron a Dios más que los dones de Caín, porque su fe
era superior. ¿Por qué razón, en efecto, agrada a Dios la ofrenda del pobre más
que la del rico? Porque el pobre es más rico en fe y sobriedad, y aun cuando sea
pobre, de él es de quien se dice: "Te ofrecen presentes reales" (Sal LXVII, 30).
El Señor Jesús no se compadece en los que le hacen
ofrendas vestidos de púrpura, sino en los que dominan sus propios movimientos, a
la sensualidad del cuerpo con la fuerza del espíritu. Por tanto, orad, ricos. No
poseéis en vuestras obras lo que agrada a Dios. Orad por vuestros pecados y
crímenes y restituid los dones a Dios nuestro Señor. Restituidle en el pobre,
pagadle en el necesitado, prestadle en el indigente, pues no podéis aplacarle
por vuestros delitos de otra forma. A quien teméis como vengador, hacedle
deudor. "Yo no recibiré becerros de tu casa, ni machos cabríos de tus rebaños,
porque son mías todas las bestias de los bosques" (Sal XLIX, 9-10). Lo que me
ofrecieres, mío es, porque todo el universo es mío. No os exijo lo que es mío,
sino lo que me podéis ofrecer vuestro, el afecto de devoción y de fe. No me
deleito en el deseo de sacrificios: únicamente, ¡oh hombre!, "ofrece a Dios
sacrificios de alabanza y cumple tus votos al Altísimo" (ibíd., 14)12.
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