El
Cuerpo de Cristo (Los sacramentos, IV, 5-9, 14,
21-25)
Os
aproximáis al altar. Nada más comenzar a venir, los ángeles os han mirado.
Han visto que os acercáis al altar, y vuestra condición humana, que antes
estaba manchada por la oscura fealdad de los pecados, la han visto súbitamente
brillar. Y así se han preguntado: ¿quién es ésta que sube del desierto llena
de blancura? (Cant 8, 5). Los ángeles se admiran; ¿quieres saber cuál es la
causa de su admiración? Escucha al Apóstol Pedro decir que se nos ha dado
aquello que los mismos ángeles desean contemplar (cfr. 1 Re 1, 12). Escucha de
nuevo: lo que ojo no vio—dice—, ni oído oyó, eso es lo que Dios ha
preparado para los que le aman (1 Cor 2, 9).
Considera
atentamente lo que has recibido. El santo profeta David vio esta gracia en
figura, y la deseó. ¿Quieres saber cómo la ha deseado? Óyele decir de nuevo:
aspérgeme con hisopo y quedaré limpio, lávame y seré más blanco que la
nieve (Sal 50, 9). ¿Por qué? Porque la nieve, aunque sea blanca, muy a menudo
está manchada por algún tipo de suciedad, y se afea; pero la gracia que tú
has recibido, mientras la conserves tiene una duración sin fin.
Te
acercabas, pues, lleno de deseos por haber visto tal gracia; venías al altar,
lleno de deseos, para recibir el sacramento. Tu alma dice: me acercaré al altar
de mi Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud (Sal 42, 4). Te has
despojado de la vejez de los pecados y te has revestido de la juventud de la
gracia. Esto te lo otorgaron los celestes sacramentos. Escucha otra vez a David,
que dice: se renovará tu juventud como la del águila (Sal 102, 5). Te has
convertido en un águila ágil que se lanza hacia el cielo despreciando lo que
es de la tierra. Las buenas águilas rodean el altar: porque allí donde está
el cuerpo, allí se congregan las águilas (Mt 24, 28). El altar representa el
cuerpo, y el cuerpo de Cristo está sobre el altar. Vosotros sois águilas
rejuvenecidas por la limpieza de las faltas.
Te
has aproximado al altar, has fijado tu mirada sobre los sacramentos colocados
encima del altar, y te has sorprendido al ver que es cosa creada, y además,
cosa creada común y familiar.
Quizá
diga alguno: Dios hizo una gran merced a los judíos, dándoles el maná llovido
del cielo; ¿qué ha dado de más a sus fieles? ¿Qué ha dado de más a quienes
tantas cosas había prometido?
(...)
Quizá dices: este pan que me da a mí es un pan ordinario. Y no. Este pan es
pan antes de las palabras sacramentales; mas una vez que recibe la
consagración, de pan se cambia en la carne de Cristo. Vamos a probarlo. ¿Cómo
puede el que es pan ser cuerpo de Cristo? Y la consagración, ¿con qué
palabras se realiza y quién las dijo? Con las palabras que dijo el Señor
Jesús. En efecto, todo lo que se dice antes son palabras del sacerdote:
alabanzas a Dios, oraciones en las que se pide por el pueblo, por los reyes, por
los demás hombres; pero en cuanto llega el momento de confeccionar el
sacramento venerable, ya el sacerdote no habla con sus palabras sino que emplea
las de Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que realiza este sacramento.
(...)
¿Quieres saber con qué celestiales palabras se consagra? Atiende cuáles son.
Dice el sacerdote: concédenos que esta oblación sea aprobada espiritual,
agradable, porque es figura del cuerpo y de la sangre de Nuestro Señor
Jesucristo, El cual, la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas
manos, elevó sus ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y
eterno, dando gracias, lo bendijo, lo partió, y una vez partido, lo dio a sus
apóstoles y discípulos diciendo: «tomad y comed todos de él porque esto es
mi cuerpo, que será quebrantado en favor de muchos».
Presta
atención. De igual manera, tomó también el cáliz después de cenar, la
víspera de su Pasión, levantó los ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios
todopoderoso y eterno, lo bendijo dando gracias y lo dio a sus apóstoles y
discípulos diciendo: «tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi sangre».
Observa que todas estas palabras son del Evangelista hasta el tomad, ya el
cuerpo, ya la sangre; mas a partir de ahí, las palabras son de Cristo: tomad y
bebed todos de él, porque ésta es mi sangre.
Observa
cada detalle. Se dice: la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas
manos. Antes de la consagración es pan; mas apenas se añaden las palabras de
Cristo, es el cuerpo de Cristo. Por último, escucha lo que dice: tomad y comed
todos de él, porque esto es mi cuerpo. Y antes de las palabras de Cristo, el
cáliz está lleno de vino y agua; pero en cuanto las palabras de Cristo han
obrado, se hace allí presente la sangre de Cristo, que redimió al pueblo. Ved,
pues, de cuántas maneras la palabra de Cristo es capaz de transformarlo todo.
Pues si el Señor Jesús, en persona, nos da testimonio de que recibimos su
cuerpo y su sangre, ¿acaso debemos dudar de la autoridad de su testimonio?
Vuelve
ya conmigo al tema que tratábamos. Cosa grande es, ciertamente, y digna de
veneración, que sobre los judíos lloviese maná del cielo Pero reflexiona:
¿qué es más grande, el maná del cielo o el cuerpo de Cristo? Sin lugar a
dudas, el cuerpo de Cristo, que es el Autor del cielo. Además, el que comió el
maná murió; pero el que comiere este cuerpo recibirá el perdón de sus
pecados y no morirá eternamente.
Luego
no sin razón dices: amén, confesando ya en espíritu que recibes el cuerpo de
Cristo. Cuando te presentas a comulgar, el sacerdote te dice: el cuerpo de
Cristo. Y tú respondes: amén, es decir: así es en verdad. Lo que la lengua
confiesa, la convicción lo guarde.
*
* * * *
El
martirio-interior (Exposición sobre el
Salmo 118, XX 45-48, 51)
Muchos
me persiguen y me afligen: pero no me he apartado de tus mandamientos
(/Sal/118/119/157).
CR/MARTIR:
Los peores perseguidores no son los que se manifiestan como tales, sino aquellos
que no se ven. ¡Y de éstos hay muchos! Pues del mismo modo que un rey
perseguidor ordenaba muchos mandatos de acosamiento y los hostigadores se
desparramaban por todas las provincias y ciudades, el diablo lanza a muchos de
sus ministros, para que persigan a todas las almas, no sólo por fuera sino
también por dentro.
De
estas persecuciones se dijo: todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo,
sufrirán persecución (2 Tim 3, 12). El Apóstol escribió todos; no exceptuó
ninguno. Pues, ¿quién puede ser exceptuado cuando el mismo Señor toleró las
tentativas de persecución? Persigue la avaricia; persigue la ambición;
persigue la lujuria; persigue la soberbia y persiguen los placeres de la carne.
No olvides que el Apóstol dijo: huid de la fornicación (1 Cor 6, 18). ¿Y de
qué huyes, sino de aquello que te persigue?: el mal espíritu de la lujuria, el
mal espíritu de la avaricia, el mal espíritu de la soberbia.
Los
perseguidores temibles son aquellos que, sin el terror de la espada, destruyen
con frecuencia el espíritu del hombre; aquellos que, más con halagos que con
espanto, someten las almas de los fieles. Éstos son los enemigos de los que te
debes guardar, éstos son los tiranos más peligrosos, por los que Adán fue
vencido. Muchos, coronados en públicas persecuciones, cayeron en estas
persecuciones ocultas. Por fuera, dijo el Apóstol, luchas; por dentro, temores
(2 Cor 7, 5).
Adviertes
qué duro es el combate que hay en el interior del hombre, para que se bata
consigo mismo y luche contra sus pasiones. El mismo Apóstol vacila, duda, es
atenazado y manifiesta que está sujeto a la ley del pecado y reducido por su
cuerpo de muerte, y no podría evadirse, si no fuera liberado por la gracia de
Cristo Jesús (cfr. Rm 7, 23-25)
Y del
mismo modo que hay muchas persecuciones, así también hay muchos martirios.
Todos los días eres testigo de Cristo. Eres mártir de Cristo si sufriste la
tentación del espíritu de lujuria, pero, temeroso del futuro juicio de Cristo,
no pensaste en profanar la pureza del alma y del cuerpo.
Eres
mártir de Cristo si fuiste tentado por el espíritu de la avaricia para
apoderarte de los bienes de los inferiores o no respetar los derechos de las
viudas indefensas, pero juzgaste que era mejor alcanzar la riqueza por la
contemplación de los preceptos divinos, que cometer la injusticia. Cristo
quiere estar cerca de tales testigos, según está escrito: aprended a obrar el
bien, buscad lo justo, respetad al agraviado, haced justicia al huérfano, y
amparad a la viuda: venid y entendámonos (Is 1, 17-18)
Eres
mártir de Cristo si fuiste tentado por el espíritu de soberbIa, pero viendo al
débil y desvalido, te compadeciste con piadoso espíritu, y amaste la humildad
más que la arrogancia. Y aún más si diste testimonio no sólo de palabra,
sino también con obras. Pues ¿quién es testigo más fiel, que aquél que
confiesa que el Señor Jesús se ha encarnado, al tiempo que guarda los
preceptos del Evangelio? Porque quien escucha y no pone por obra, niega a
Cristo. Aunque lo confiese de palabra, lo niega por las obras. Pues a muchos que
dicen: Señor, Señor, ¿acaso en tu nombre no hemos profetizado, arrojado
demonIos y obrado muchas virtudes? (Mt 7, 22), les dirá en aquel día: apartaos
de mi todos los que hayáis obrado la iniquidad (Ibid., 23). Porque es testigo
aquél que, haciéndose fiador con sus hechos, confiesa a Cristo Jesús.
¡Cuántos,
todos los días, son mártires de Cristo en oculto, y confiesan al Señor Jesús
con sus obras! El Apóstol conocía este martirio y testimonio fiel de Cristo,
cuando afirmaba: ésta es nuestra gloria: el testimonio de nuestra conciencia (2
Cor 1, 12) (...).
Muchos
me persiguen, y me afligen. Quizá Cristo dice esto, y lo dice con la voz de
cada uno de nosotros: el adversario lo persigue dentro de nosotros. Si pretendes
que nadie te persiga, apartas a Cristo, que sufrió tentación para vencerla.
Donde el diablo lo ve, allí prepara insidias, allí maquina los ardides de la
tentación, allí urde sus engaños, para rechazarlo si pudiera. Pero donde el
diablo combate, allí está presente Cristo; donde el diablo asedia, allí
Cristo está encerrado y defiende los muros de la fortaleza espiritual. Así
pues, el que retrocede ante la llegada del perseguidor, expulsa también al
defensor. Por tanto, cuando oigas: muchos me persiguen y me afligen, no temas,
que también puedes decir: si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?
(Rm 8, 31). Esto afirma con verdad aquél que, por los testimonios del Señor,
se aparta sin rodeos de la senda de los vicios.
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* * * *
La
misericordia divina
(Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas, VIl,
207-212) /Lc/15/01-32
¿Quién
hay de vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no
deje las noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió,
hasta encontrarla? (Lc 15, 4). Un poco más arriba has aprendido cómo es
necesario desterrar la negligencia, evitar la arrogancia, y también a adquirir
la devoción y a no entregarte a los quehaceres de este mundo, ni anteponer los
bienes caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la fragilidad humana no
puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan corrompido, ese buen
médico te ha proporcionado los remedios, aun contra el error, y ese juez
misericordioso te ha ofrecido la esperanza del perdón. Y así, no sin razón,
San Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja perdida y luego
hallada, la de la dracma que se había extraviado y fue encontrada, y la del
hijo que había muerto y volvió a la vida; y todo esto para que, aleccionados
con este triple remedio, podamos curar nuestras heridas, pues una cuerda de tres
hilos no es fácil de romper (Qoh 4, 12).
¿Quién
es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a
Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y
te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como
Madre, sin cesar te busca, y entonces el Padre vuelve a vestirte. El primero,
por obra de su misericordia; la segunda, cuidándote; y el tercero,
reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de
esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre
reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque
la gracia varía según nuestros méritos. El pastor llama a la oveja cansada,
se encuentra la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos,
vuelve al padre y lo hace plenamente arrepentido del error que lo acusa sin
cesar. Y por eso, con toda justicia, se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los
hombres y a los animales (Sal 35, 7). ¿Y quiénes son estos animales? El
profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de hombre y la de Judá
una simiente de animales (cfr. Jer 31, 27). Por eso Israel es salvada como un
hombre y Judá recogida como una oveja. Por lo que a mí se refiere, prefiero
ser hijo antes que oveja, pues aunque ésta es solícitamente buscada por el
pastor, el hijo recibe el homenaje de su padre.
Regocijémonos,
pues, ya que aquella oveja que había perecido en Adán fue salvada por Cristo.
Los hombros de Cristo son los brazos de la Cruz. En ella deposité mis pecados,
y sobre la nobleza de este patíbulo he descansado. Esta oveja es una en cuanto
al género, pero no en cuanto a la especie: pues todos nosotros formamos un solo
cuerpo (1 Cor 10, 17), aunque somos muchos miembros, y por eso está escrito:
vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y miembros de sus miembros (1 Cor 12, 27).
Pues el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido (Lc 19, 10), es
decir, a todos, puesto que lo mismo que en Adán todos murieron, asÍ en Cristo
todos serán vivificados (I Cor 15, 22).
Se
trata, pues, de un rico pastor de cuyos dominios nosotros no formamos más que
una centésima parte. Él tiene innumerables rebaños de ángeles, arcángeles,
dominaciones, potestades, tronos (cfr. Col 1, 16) y otros más a los que ha
dejado en el monte, quienes—por ser racionales—no sin motivo se alegran de
la redención de los hombres. Además, el que cada uno considere que su
conversión proporcionará una gran alegría a los coros de los ángeles, que
unas veces tienen el deber de ejercer su patrocinio y otras el de apartar del
pecado, es ciertamente de gran provecho para adelantar en el bien. Esfuérzate,
pues, en ser una alegría para esos ángeles a los que llenas de gozo por medio
de tu conversión.
No
sin razón se alegra también aquella mujer que encontró la dracma (cfr. Lc 15,
8-10). Y esta dracma, que lleva impresa la figura del príncipe, no es algo que
tenga poco valor. Por eso, toda la riqueza de la Iglesia consiste en poseer la
imagen del Rey. Nosotros somos sus ovejas; oremos, pues, para que se digne
colocarnos sobre el agua que vivifica (cfr. Sal 22, 2). He dicho que somos
ovejas: pidamos, por tanto, el pasto; y, ya que somos hijos, corramos hacia el
Padre.
No
temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres
terrenales (cfr. Lc 15, 11-32). El Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que
antes poseía, el tesoro de la fe, que nunca disminuye; pues, aunque lo hubiese
dado todo, el que no perdió lo que había recibido, lo tiene todo. Y no temas
que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la perdición de los vivos
(Sab 1, 13). En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu
cuello—pues el Señor es quien levanta los corazones (Sal 145, 8)—, te dará
un beso, que es la señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el
vestido, el anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has
causado, pero El te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo, y
Él, sin embargo, te besa; tú temes, en fin, el reproche, pero Él te agasaja
con un banquete.
*
* * * *
Sobre
la amistad
(Los deberes
de los ministros, lll, 124-135) AMISTAD/LEALTAD AMISTAD/AMBROSIO-SAN
Sólo
es digna de alabanza la amistad que favorece las buenas costumbres. La amistad
debe preferirse a las riquezas, a los honores, al poder, pero no a la virtud;
más bien, debe ella regirse según las reglas de la rectitud moral. Así fue la
amistad de Jonatán con David: por el cariño que le tenía, no hizo caso ni de
la ira de su padre ni del peligro a que exponía su propia vida (cfr. 1 Sam 20,
29 ss). Así fue la de Abimelech: por cumplir los deberes de la hospitalidad,
prefirió afrontar la muerte antes que traicionar al amigo que huía (cfr. 1 Sam
21, 6).
También
la Escritura, tratando de la amistad, afirma que la virtud no debe ofenderse
nunca por amor del amigo: nada se ha de anteponer a la virtud (...). Si
descubres algún defecto en el amigo, corrígele en secreto; si no te escucha,
repréndele abiertamente. Las correcciones, en efecto, hacen bien y son de más
provecho que una amistad muda. Si el amigo se siente ofendido, corrígelo
igualmente; insiste sin temor, aunque el sabor amargo de la corrección le
disguste. Está escrito en el libro de los Proverbios: las heridas de un amigo
son más tolerables que los besos de los aduladores (Prv 27, 6). Corrige, pues,
al amigo que yerra, pero no abandones al amigo inocente. La amistad ha de ser
constante y perseverante en sus afectos: no cambiemos de amigos como hacen los
niños, que se dejan llevar por la ola fácil de los sentimientos.
Abre
tu corazón al amigo para que te sea fiel y te comunique la alegría de la vida.
Un amigo fiel, en efecto, es medicina de vida y de inmortalidad (Sir 6, 16).
Respétale como a otro yo, y no tengas miedo de ganártelo con tus favores,
porque la amistad no admite la soberbia. Por esto dice el Sabio: no te
avergüences de defender al amigo (Sir 22, 31). No le abandones en el momento de
la necesidad, no le olvides, no le niegues tu afecto, porque la amistad es el
soporte de la vida. Llevemos los unos las cargas de los otros, como enseñó el
Apóstol a aquellos que están unidos formando un solo cuerpo por la caridad
(cfr. Gal 6, 2). Si la prosperidad de uno aprovecha a todos sus amigos, ¿por
qué en la adversidad no va a encontrar la ayuda de todos sus amigos?
Ayudémosle con nuestros consejos, unamos nuestros esfuerzos a los suyos,
participemos de sus aflicciones.
Cuando
sea necesario, soportemos incluso grandes sacrificios por lealtad hacia el
amigo. Quizá haya que afrontar enemistades para defender la causa del amigo
inocente, y muy a menudo recibirás insultos cuando trates de responder y
rebatir a aquellos que le atacan y le acusan. No te preocupes por eso, que la
voz del justo dice: aunque vengan sobre mi males a causa del amigo, los
soportaré (Sir 22, 31). En la adversidad se prueban los amigos verdaderos, pues
en la prosperidad todos parecen fieles. Y así como en las desventuras es
necesaria la paciencia y la compasión con el amigo, en su triunfo conviene ser
exigente, reprimir y corregir la arrogancia del que quizá se llena de soberbia.
¡Qué bien se expresó en sus allicciones el santo Job! Dijo: tened piedad de
mí, amigos míos, tened piedad de mí (Job 19, 21). No se trataba de una simple
súplica, sino de una reprensión. Mientras los amigos argumentaban injustamente
contra él, Job clama: tened piedad de mí, amigos. Como si dijese: ésta es la
hora de usar misericordia y, en cambio, afligís y contradecís a un hombre de
quien deberíais compadeceros.
Hijos
míos, sed fieles a la amistad verdadera con vuestros hermanos, porque nada hay
más hermoso en las relaciones humanas. Ciertamente consuela mucho en esta vida
tener un amigo a quien abrir el corazón, desvelar los propios secretos y
manifestar las penas del alma; alivia mucho poseer un hombre fiel que se alegre
contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en
los momentos difíciles. ¡Qué hermosa es la amistad de los tres muchachos
hebreos! Ni siquiera la llama del horno fue capaz de separar sus corazones. Bien
a propósito escribió el santo David: Saúl y Jonatán, hermosos y queridfsimos,
inseparables durante la vida, tampoco se separaron en la muerte (2 Sam 1, 23).
Este
es un fruto de la amistad: que por cariño al amigo no se destruye la fe. En
efecto, no puede ser amigo del hombre quien es infiel a Dios. La amistad es
guardiana de la piedad y maestra de igualdad; hace al superior igual al
inferior, y coloca a éste al mismo nivel del otro. No puede haber verdadera
amistad entre dos personas que tienen diferentes costumbres; por eso, el amor
mutuo las debe identificar. No falte al inferior la autoridad para corregir, ni
al superior la humildad para aceptar la corrección. Que el uno escuche al otro
como a su igual; que el otro reproche y amoneste como un amigo, no con soberbia,
sino con afecto sincero.
La
advertencia no ha de ser áspera, ni la corrección ofensiva. Si es cierto que
la amistad huye de la adulación, también es verdad que no tiene nada que ver
con la insolencia. ¿Qué es el amigo sino un amable compañero con quien te
unes íntimamente hasta fundir tu alma con la suya y constituir un solo
corazón? En él te abandonas confiadamente como a otro yo, de él nada temes, y
nada inconveniente le pides para ti mismo. Y es que la amistad no es mercenaria,
sino que resplandece de dignidad y de belleza. Es una virtud, no una compra,
porque no proviene del dinero sino del amor. No es ofrecida en subasta al mejor
postor, sino que surge del desafío de la mutua benevolencia. Por eso suelen ser
mejores las amistades entre los pobres que entre los ricos; y así, mientras que
los hombres con recursos frecuentemente se encuentran sin verdaderos amigos, los
pobres los tienen en abundancia. No hay verdadera amistad donde existen falsos
halagos. Sucede a menudo que se es complaciente con los ricos por adulación,
mientras que nadie simula cuando trata con un menesteroso. Así, la amistad que
se ofrece al pobre es más sincera, por ser más desinteresada.
¿Qué
hay de más precio que la amistad, que es común a los ángeles y a los hombres?
Por esto el Señor Jesús ordena: granjeaos amigos con las riquezas inicuas,
afin de que os reciban en las moradas eternas (Lc 16, 9). Él mismo nos ha
cambiado de siervos en amigos, como claramente lo dijo: vosotros sois mis
amigos, si hacéis lo que os he mandado (Jn 15, 14). Nos ha dejado el modelo que
debemos imitar. Por tanto, hemos de compartir la voluntad del amigo, revelarle
confidencialmente lo que tenemos en el corazón y no ignorar nada de cuanto él
lleva en el suyo. Abrámosle nuestra alma, y él nos abrirá la suya. En efecto,
el Señor declara: os he llamado amigos porque os he comunicado todo lo que he
oÍdo a mi Padre (Jn 15, 14). El verdadero amigo, pues, no oculta nada al amigo;
le descubre todo su ánimo, así como Jesús derramaba en el corazón de los
Apóstoles los misterios del Padre.
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1. AYUNO/LIMOSNA
Se conservan de San Ambrosio diecisiete sermones de Cuaresma en los que
repetidamente trata el santo Doctor del tema del ayuno y de las tentaciones de
Cristo. Con el tema del ayuno se enlaza el de la limosna, como puede verse
especialmente en el sermón 25 (De sancta Quadragesima IX: PL 17, 676-678).
Escogemos los más importantes pensamientos sobre el tema aludido.
A)
Ayuno y limosna "Ayunar es un remedio de males y una fuente de premios, mas
no ayunar en Cuaresma es un pecado. El que ayuna en otro tiempo, recibirá
indulgencia; pero el que no lo hace durante la Cuaresma, será castigado".
El que no pueda ayunar por enfermedad, coma sencillamente y sin ostentación
"Y ya que no puede ayunar, debe ser más caritativo para con los pobres, a
fin de redimir con sus limosnas los pecados que no puede curar ayunando.
Hermanos, es muy bueno ayunar pero mejor aún dar limosna; mas si se puede
practicar lo uno y lo otro, son dos grandes bienes. El que puede dar limosna y
no ayunar, entienda que la limosna le basta sin el ayuno. Mas no basta el ayuno
sin la limosna El ayuno sin la limosna no es obra buena, a no ser que el que
ayuna sea tan pobre, que no tenga nada que dar. Así, pues, en este caso,
bástele la buena voluntad". Mas ¿quién podrá excusarse de dar limosna,
cuando el Señor recompensa un vaso de agua fría? "Además, el Señor, por
medio del profeta Isaías, de tal manera exhorta y aconseja la práctica de la
limosna, que ningún pobre que se considere, puede excusarse. Pues se expresa de
este modo: ¿Sabéis que ayuno quiero yo?... Partir su pan con el hambriento,
albergar al pobre sin abrigo (Is. 58,ó-7)". Partir el pan, porque,
"aun cuando tu pobreza sea tan grande que no tengas más que uno solo sin
embargo, pártelo y da de él al pobre. También dice: Introduce en tu casa a
los pobres que no tengan alberque, lo cual equivale a afirmar: Si hay alguno tan
pobre que no tiene comida que dar al hambriento, prepárele un lecho en uno de
los rincones de su casa. ¿Qué respuesta daremos, hermanos, qué excusa
alegaremos nosotros, que, poseyendo anchas y espaciosas mansiones, apenas nos
dignamos alguna vez recibir en ellas a un peregrino? Y eso que no ignoramos,
sino que continuamente estamos confesando que en los peregrinos recibimos a
Cristo, como El mismo dijo: Peregriné y me acogisteis... Cuantas veces
hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt.
25,35.40). Nos resulta enojoso recibir en nuestra casa a Cristo en la persona de
los pobres y yo me temo que él haga lo mismo con nosotros en el cielo, y que no
nos reciba en su gloria. Lo despreciamos en el mundo y yo me temo que él a su
vez nos desprecie en el cielo, según aquella sentencia: Tuve hambre y no me
disteis de comer... (Mt. 25,42). Fijémonos, carísimos hermanos, en estas
palabras; no las oigamos de manera indiferente ni sólo con los oídos del
cuerpo, sino que escuchándolas con fidelidad, hagamos de palabra y con el
ejemplo que otros también las oigan y las cumplan También nos dice el Señor
por boca del profeta Isaías que hemos de vestir al desnudo (ibid.). Precepto
riguroso y muy digno de temerse. Yo, sin embargo, no juzgo a nadie. Acuda cada
uno y pregunte a su conciencia .
B) La
mano del pobre es el tesoro de Cristo "No obstante, duéleme en el alma, y
yo mismo me reprendo, porque quizá haya acontecido alguna vez que, por
negligencia mía, los vestidos que debiera recibir un pobre se los haya comido
la polilla, y temo que estos mismos vestidos sean testimonio contra mí en el
día del juicio, según aquella terrible sentencia con que conmina el apóstol
Santiago, cuando dice Y vosotros, los ricos, llorad a gritos sobre las miserias
que os amenazan Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos, consumidos por
la polilla; vuestro oro y vuestra plata, comidos del orín, y el orínn será
testigo contra vosotros y roerá vuestras carnes como fuego. Habéis atesorado
para los últimos días... (Iac. 5,1-4). Aún es tiempo para para que, tanto yo
como los perezosos como yo, podamos con el auxilio de Dios enmendarnos, si
queremos; aun podemos dar con largueza por nuestros pecados pasados las limosnas
que hasta aquí o no hicimos o sólo dimos mezquinamente; aún podemos impetrar
la misericordia divina con dolor y llanto con esperanza de reparación. El ayuno
sin limosnas es como una lámpara sin aceite. Pues así como la lámpara que se
enciende sin él humea y no puede alumbrar, asi también el ayuno sin la limosna
mortifica en verdad la carne, pero no ilustra interiormente el alma con la luz
de la caridad. Por lo demás, en el ayuno se exige que demos a los pobres
nuestras comidas, y que lo que habíamos de comer no lo pongamos en nuestras
despensas, sino que lo distribuyamos entre los necesitados; porque la mano del
pobre es el tesoro de Cristo. Por lo tanto, socorre al menesteroso para que lo
que reciba de ti no se quede en la tierra, sino que sea trasladado al cielo.
Pues aunque se consuma la comida que recibe el pobre, sin embargo, el premio de
la buena obra se custodia en el cielo... Sé que muchos de vosotros, con el
auxilio de Dios dais con frecuencia limosnas a los peregrinos y a los pobres;
por lo tanto, sirva lo que os indico para que intensifiquéis lo que ya hacéis;
y el que no lo haya hecho, se acostumbre a practicar obra tan meritoria y
agradable a Dios
C)
Exhortación Inspirandomelo el mismo Dios, os he aconsejado siempre que al
llegar las fiestas... os acerquéis al altar del Señor vestidos con la luz de
la pureza, resplandecientes con las limosnas, adornados con las oraciones,
vigilias y ayunos, como con valiosas joyas celestiales y espirituales, en paz no
sólo con vuestros amigos, sino también con vuestros enemigos, en una palabra,
que os lleguéis al altar con la conciencia libre y tranquila, y podáis recibir
el cuerpo y la sangre de Cristo, no para vuestro juicio, sino para vuestro
remedio. Pero, cuando hablamos de la limosna, no se conturben los necesitados,
puesto que la pobreza cumple con todos los preceptos, y la buena voluntad es
juzgada y premiada como las obras". El que socorre al necesitado del propio
modo que desearía le socorriesen a él si se encontrase en la misma necesidad'
"ha cumplido con los preceptos del Antiguo y del Nuevo Testamento y ha
observado aquel precepto del Evangelio: Cuanto quisiereis que os hagan a
vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la ley y los
profetas (Mt. 7,12). Guíenos a esta ley de caridad perfecta el piadoso Señor
que oye y reina con el Padre y el Espiritu Santo por los siglos de los
siglos".
Comentarios sobre los salmos
En todo momento tu corazón y tu boca deben meditar la
sabiduría, y tu lengua proclamar la justicia, siempre debes llevar en el corazón
la ley de tu Dios. Por esto te dice la Escritura: Hablarás de ellas estando
en casa y yendo de camino, acostado y levantado. Hablemos, pues, del Señor
Jesús, porque él es la sabiduría, él es la palabra, y Palabra de Dios.
Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra de
Dios. Por él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior.
Hablemos siempre de él. Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si de
virtud, él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de paz, él es la
paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, él es todo esto.
Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú
ábrela, que él habla. En este sentido dijo el salmista:
Voy a escuchar lo
que dice el Señor, y el mismo
Hijo de Dios dice: Abre tu boca y yo la saciaré. Pero no todos pueden
percibir la sabiduría en toda su perfección, como Salomón o Daniel; a todos sin
embargo se les infunde, según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con tal de
que tengan fe. Si crees, posees el espíritu de sabiduría.
Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios,
estando en casa. Por la palabra casa podemos entender la iglesia o,
también, nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro interior con nosotros
mismos. Habla con prudencia, para evitar el pecado, no sea que caigas por tu
mucho hablar. Habla en tu interior contigo mismo como quien juzga. Habla cuando
vayas de camino, para que nunca dejes de hacerlo. Hablas por el camino si hablas
en Cristo, porque Cristo es el camino. Por el camino, háblate a ti mismo, habla
a Cristo. Atiende cómo tienes que hablarle: Quiero -dice- que los
hombres oren en todo lugar levantando al cielo las manos purificadas, limpias de ira y de
altercados.
Habla, oh
hombre, cuando te acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la muerte.
Atiende cómo debes hablar al acostarte: No daré sueño a
mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob. Cuando te levantes, habla también de él,
y cumplirás así lo que se te manda. Fíjate cómo te despierta Cristo. Tu alma
dice: Oigo a mi amado que me llama, y Cristo responde:
Ábreme, amada mía. Ahora
ve cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice:
¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro a que no vayáis a molestar, a que no
despertéis al amor! El amor
es Cristo.
(36, 65-66; Liturgia de las Horas)
Tratado sobre el evangelio de San Lucas
Publicado por M. GARRIDO BONAÑO, ed. bilingüe, BAC n. 257,
Madrid 1966.
Dijo María al ángel: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
Parecería que aquí María no
ha tenido fe a no ser que lo consideres atentamente; no es admisible que fuese
escogida una incrédula para engendrar al Hijo unigénito de Dios. ¿Y cómo podría
hacerse —aunque fuese salvada la prerrogativa de la madre, a la cual se debía
con razón mayor deferencia, pero como prerrogativa mayor, mayor fe debía
habérsele reservado—, cómo podría hacerse que Zafarías, que no había creído,
fuese condenado al silencio, y María, sin embargo, si no hubiera creído, fuese
honrada con la infusión del Espíritu Santo? Pero María no debía rehusar creer ni
precipitarse a la ligera: rehusar creer al ángel, precipitarse sobre las cosas
divinas. No era fácil conocer el misterio encerrado
desde los siglos en Dios, que
ni las mismas potestades superiores pudieron conocerlo. Y, sin embargo, no
rehusó su fe ni ha sustraído su misión sino que ha ordenado su querer y ha
prometido sus servicios. Pues cuando dice: ¿ Cómo se
hará esto? no pone en duda su
efecto, sino que pregunta cómo se hará este efecto.
¡Cuánta más mesura en esta respuesta que en las palabras del
sacerdote! Ésta ha dicho: ¿Cómo se hará esto?
Aquél ha respondido: ¿Cómo conoceré esto?
Ella trata ya de hacerlo, aquél
duda todavía del anuncio. Aquél declara no creer al manifestar que no sabe, y
parece que, para creer, busca todavía otra garantía; ella se declara dispuesta a
la realización y no duda de que tendrá lugar, pues pregunta cómo podrá
realizarse; así está escrito: ¿Cómo se hará esto, pues
no he conocido a varón? La
increíble e inaudita generación debía ser antes escuchada para ser creída. Que
una virgen dé a luz es un signo de un misterio divino, no humano. Toma para ti, dice, este
signo: he aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo. María había leído esto y, por lo mismo,
creyó en su realización; mas cómo se había de realizar, no lo había leído, pues
esto no había sido revelado ni siquiera a un profeta tan grande. El anuncio de
tal misterio debía de ser pronunciado no por los labios de un hombre, sino por
los de un ángel. Hoy se oye por vez primera: El
Espíritu Santo descenderá sobre ti, y es oído y es creído.
He aquí, dice, la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Admira la humildad, admira la
entrega. Se llama a sí misma la esclava del Señor, la que ha sido escogida para
ser su Madre; no la ensorbebece esta promesa inesperada. Más aún, al llamarse
esclava, no reivindicó para sí algún privilegio de una gracia tan grande;
realizaría lo que le fuese ordenado; pues antes de dar a luz al Dulce y al
Humilde convenía que ella diese prueba de humildad. He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Observa su obediencia, observa su deseo; he aquí la esclava del Señor: es la disposición para servir; hágase en mí según tu palabra: es el deseo concebido.
(2, 14-16; BAC 257, 92-94)
Los recién bautizados y la Eucaristía:
Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se
dirigen al altar de Cristo, diciendo: Me acercaré al
altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto, despojados ya de todo resto
de sus antiguos errores, renovada su juventud como un
águila, se apresuran a
participar del convite celestial. Llegan, pues, y al ver preparado el sagrado
altar, exclaman: Preparas una mesa ante mí.
A ellos se aplican aquellas palabras del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta: en
verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara
mis fuerzas. Y más adelante: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú
vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí enfrente
de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
Es ciertamente admirable el hecho de que Dios hiciera llover
el maná para los padres y los alimentase cada día con aquel manjar celestial,
del que dice el salmo: El hombre comió pan de ángeles.
Pero los que comieron aquel
pan murieron todos en el desierto; en cambio, el
alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado
del cielo, comunica el sostén
de la vida eterna, y todo el que coma de él no morirá
para siempre, porque es el
cuerpo de Cristo.
Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de
ángeles o la carne de Cristo, que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del
cielo, éste está por encima del cielo: aquél era del cielo, éste del Señor de
los cielos; aquél se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no
sólo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los
que lo comen con reverencia. A ellos les manó agua de la roca, a ti sangre del
mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente, a ti la sangre que mana
de Cristo te lava para siempre. Los judíos bebieron y volvieron a tener sed;
pero tú, si bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la
sombra, esto la realidad.
Si te admira aquello que no era más que una sombra, mucho más
debe admirarte la realidad. Escucha cómo no era más que una sombra lo que
acontecía con los padres: Bebían -dice el Apóstol-
de la roca que los seguía, y la roca era Cristo; pero Dios no se agradó de la
mayor parte de ellos, pues fueron postrados en el desierto. Todas estas cosas
acontecían en figura para nosotros. Los dones que tú posees son mucho más
excelentes, porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la figura,
el cuerpo del Creador más que el maná del cielo.
(43. 47-49; Liturgia de las Horas)
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