La pasión de Jesús, como ya estaba anunciado (Zac 13,7), trajo como consecuencia la dispersión de los apóstoles (Mt 26,3; Mc 14,27; Jn 16,32), como la dispersión de las ovejas cuando el lobo hace estragos en ellas (Jn 10,12). Él vino a realizar, con su muerte, la reagrupación de todos, a reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11,52) y que deben unirse en amor y en humildad, pues Dios dispersa a los soberbios de corazón (Lc 1,51).
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