Es una discusión acalorada, prácticamente un altercado dialéctico, privado o público, en el que se defiende con pasión la propia opinión y se impugna la del contrario (Lc 22,24). El Siervo de Yahvé (Is 42,2), Jesucristo, no disputará ni gritará, no armará contiendas en las plazas (Mt 12,19). A ejemplo suyo, el cristiano debe evitar las disputas (Flp 2,3), que son un grave impedimento para entrar en el reino de Dios (Gál 5,20).
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