Venimos de esta
forma hacia el oriente, tal como aparece reflejado en el budismo. En esta
perspectiva el mundo se desvela como abismo de dolor que nos tritura, un gran
molino que destroza año tras año, reencarnación tras reencarnación, nuestra
existencia. Sobre ese presupuesto se edifica la palabra y el mensaje original de
Buda, resumido en las cuatro «nobles verdades».
Primera verdad:
todo es dolor; dolor el nacimiento y la muerte, la unión y desunión; la vida
entera sobre el mundo es un destino de separación, impotencia y
sufrimiento. Segunda verdad: el origen del dolor es el deseo, la sed de
la existencia que nos tiene atadosa la rueda de una vida en la que estamos
cautivados. Tercera verdad: para librarse del dolor es necesario
extinguir los apetitos, desarraigando la raíz de los deseos. Cuarta verdad:
en este mundo de deseos destructores es posible hallar un camino salvador,
la famosa vía media que conduce a la superación de los dolores, a través de una
disciplina mental, una concentración intensa y una conducta ética adecuada.
Lógicamente, a
partir de ese transfondo, Buda ha prescindido de los dioses. ¿Qué ventaja puede
haber en Dios si Dios se encuentra también dentro de esta rueda sufriente del
destino? Sobre un mundo destructor como el nuestro no se puede hablar de lo
divino. Es preferible hacer silencio y sobre el hueco de todas las imágenes
sagradas buscar y recorrer aquel camino de ser y libertad que nos
permita llegar hasta la meta de una vida liberada, no mundana (lo nirvana).
Esto supone que los
hombres son capaces de librarse del destino, desatarse de esta vida de dolor que
en realidad es muerte. ¿Cómo? Por medio de un retorno al interior, por una vida
desligada de apetitos, transformada, sin deseos. Este es el punto de partida y
centro de toda la experiencia religiosa. A partir de aquí, el budismo ha
elaborado un programa de amor impresionante, concibiendo la vida como
solidaridad en el sufrimiento y compasión liberadora. Su primer rasgo se llama
maitri o benevolencia. Quien ha sido iluminado y sabe cómo puede
superarse la cadena del destino y de la muerte se comporta de un modo dulce y
discreto. Es cordial y es afectuoso. Nada puede perturbarle, nunca debe airarse.
En medio deuna tierra dura y mala, destrozada por el odio, las pasiones y
deseos, el auténtico budista sabe ser y comportarse de manera amable. Todo lo
comprende, pero nada llega a perturbarle.
En un segundo
momento es necesario el dana: regalo o donación. Su base es clara: todo
sufre, se retuerce y gime en una tierra calcinada. El budista iluminado ya
conoce su final de salvación, pero igualmente sabe que el dolor es destructor y
quiere, en lo posible, remediarlo o, por lo menos, no aumentarlo. Por eso actúa
bien e intenta ayudar al que está necesitado.
Todo eso lleva a
la karuna: compasión piadosa. En el fondo de ese gesto hallamos la intuición
de que el dolor, siendo muy fuerte, puede superarse. En un primer momento, cada
humano ha de asumir a solas su camino y alcanzar la libertad por medio de su
propia actitud de desapego. Sin embargo, el verdadero iluminado sabe que no
puede separarse de los otros, sufre su dolor, se compadece de ellos, y procura
abrirles el camino de la libertad definitiva. Ese fue el gesto de Buda: una vez
iluminado, descubierta su verdad e inmerso en una vida sin dolor y sin deseos,
dejó a un lado su propia plenitud transfigurada y ofreció su mensaje salvador a
los necesitados.
Esta experiencia
del budismo representa una de las máximas conquistas de la historia humana.
Quizá nunca se había llegado tan arriba. Sin embargo, debemos añadir que eso
resulta a nuestro juicio insuficiente. Aquí falta el gozo de la gratuidad como
amor positivo que lleva hacia los otros; falta la vivencia de la comunión, el
encuentro interhumano como signo primigenio del misterio;y
falta, sobre todo, un Dios activo y
personal que nos ofrece amor desde su hondura efusiva, trinitaria. Llegamos
en busca de eso al cristianismo.
Según el
cristianismo, más allá del sufrimiento y el dolor del hombre se halla la
fuerza creadora de Dios. El mundo es positivo; Dios mismo lo ha creado. Por
eso, superando los dolores se puede llegar a la confianza originaria: es la
actitud del que se pone en brazos de la vida descubriendo en ella los signos de
presencia de Dios.
Antes que la
compasión del hombre está la compasión de Dios. Hay en la Biblia una
palabra audaz, aventurada, milagrosamente fuerte: Dios tiene piedad de los
hombres, amándoles desde el fondo de su mismo sufrimiento. Sobre esa base, se
puede trazar luego una distinción. a) El Dios de Israel se compadece de
los hombres pero queda fuera: sufre su dolor, le duele su miseria..., pero
siempre se halla encima, está como guardado en su propia transcendencia. b)
El Dios de Cristo ha dado un paso en adelante: penetra en la miseria de la
historia, la padece en su interior y de ese modo la transforma.
Verdadero compasivo
en esta línea cristiana no es aquel que saca al otro de la muerte o quiere
hacerle desligarse de la vida. Compasivo es el que crea —el que hace ser—, el
que acompaña en el dolor, el que transforma así la vida de los otros. Para el
budismo, la compasión era elemento negativo: se debe acompañar a los
hermanos para que ellos mismos se puedan desligar del sufrimiento y riesgo de la
historia. El cristianismo, en cambio, sabe que sólo es verdadera aquella
compasión que nos convierte en creadores. Sólo es digno de crear quien introduce
su existencia en lo creado, quien se arriesga con sus obras, quien padece en
ellas y las lleva en el regazo de su propio sufrimiento. ¡Así ha creado Dios! Lo
hace arriesgándose, queriendo que seamos escandalosamente libres, para
solidarizarse después con nuestra libertad y realizar nuestro destino. Por eso,
la compasión es un gesto expansional de fuerza creadora: implica un
movimiento de creatividad intensa, libre. Sobre la cruz del dolor de su Hijo,
Dios ha decidido que este mundo permanezca y llegue a ser, creándolo de un modo
personal, comprometido.
Pues bien, esta
compasión creadora sólo es posible allí donde se aume el valor de las
personas. Conforme a la vivencia del budismo, lo sagrado (Dios, Nirvana)
ha de entenderse en forma negativa: es la libertad plena del pleno silencio,
allí donde no existe la multiplicidad ni las personas; por eso, el amor
compasivo de los budistas consiste, en el fondo, en acompañar a los demás en el
camino que lleva hacia la muerte o deshacimiento. Por el contrario, el
cristianismo ha resaltado el valor de las personas: lógicamente, la
verdadera compasión consistirá en amar a los demás como distintos, ayudándoles a
ser independientes, creadores de sí mismos.
Esta actitud
cristiana sólo puede interpretarse y valorarse en perspectiva trinitaria: amar
consiste en hacer que el otro sea. Por eso decimos que el Padre entrega
su propia realidad (sustancia) al Hijo, haciendo de esa forma que se vuelva
independiente (persona). Hijo y
Padre se regalan y
comparten la sustancia (divinidad) en gesto de amor compartido (en el Espíritu).
Los hombres de este mundo son imagen trinitaria: por eso han de ayudarse en
gesto de compasión creadora, ofreciendo y compartiendo la existencia.
En ese fondo debe
interpretarse ahora la maitri o benevolencia, lo mismo que la lona o
donación y la karuna o compasión piadosa. El verdadero amor
consiste en dar la vida al otro, haciendo así que el otro sea. Amor es
igualmente el gesto de acogida: recibir lo que ofrece el otro, agradecer a Dios
(y a los demás) el gran regalo de la vida. Amar es, finalmente, compartir. Por
eso decimos que el amor es trinitario.
Ésta es la
diferencia fundamental. El budismo no cree en la Trinidad: no ha
sabido penetrar más allá del silencio de Dios, descubriendo en el principio del
Nirvana el gran misterio de la personalidad divina (amor del Padre y el Hijo en
el Espíritu); por eso no ha podido aceptar la encarnación, no descubre la
presencia de Dios en el mundo ni valora a las personas. Ciertamente, es buena la
compasión budista; quizá es la forma suprema de amor que los hombres pueden
descubrir sobre la tierra. Pero más allá de esa compasión y su nirvana está el
amor trinitario de Dios,
encarnado en la vida y pascua de Jesús, el
Cristo.
La visión del amor
une en gran medida a cristianos y budistas, de manera que les hace compañeros de
camino en el esfuerzo por vencer la violencia de este mundo. Pero ese mismo amor
separa luego a cristianos y budistas. Más allá de la negatividad del amor, los
cristianos han descubierto el misterio activo de un Dios que siendo comunión
personal eterna nos lleva al encuentrointerhumano (de ayuda dirigida hacia los
otros) en camino sostenido por la Cruz y Pascua de Jesús, el Cristo'.
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