lunes, 18 de abril de 2016

HISTORIA DE LA IGLESIA. ESTADOS UNIDOS DE AMERICA DEL NORTE.


1. Periodo colonial: 1565-1783. La vida de la Iglesia católica en EE. UU. comenzó con los conquistadores españoles que fundaron la parroquia de S. Agustín, Florida, en 1565. En 1598 los franciscanos españoles evangelizaban los pueblos de Nuevo México, pero en 1680 los indios hopi se alzaron en armas, mataron a los sacerdotes, e impidieron el restablecimiento de las misiones. Otros misioneros venidos de México evangelizaron Arizona en el s. xvii y Texas y California en el s. xviii. Dos de estos sacerdotes merecen ser citados en particular: el jesuita Eusebio Kino (v.) y el franciscano junípero Serra (v.; 1713-84). En 1687 Kino establece la primera misión en Arizona y en 1700 construye San Xavier del Bac, centro misional para el siglo siguiente. A base de sus propias exploraciones y con mapas hechos por él, proyecta formar dos cadenas de misiones: la primera desde la Baja California hasta Monterrey en la Alta California, la segunda que abarcase desde Arizona. Cuando los jesuitas estaban a punto de culminar el proyecto de Kino, fueron expulsados del territorio español (1767), entregándose sus misiones a los franciscanos. Fray junípero es quien, a partir de 1768, dirige las misiones franciscanas, año en que los españoles deciden establecerse en la Alta California. En 1769 establece su primera misión en San Diego y en 1770 su central misional en San Carlos Bor'romeo, en Monterrey.
     
      El Norte de EE. UU. y la Luisiana fueron evangelizados por misioneros franceses procedentes del Canadá (v. CANADÁ v). En 1613 los jesuitas tenían una misión en la isla de Monte Desierto frente a la costa de Maine, pero fue destruida por los ingleses. Los capuchinos (1632-54) tuvieron varias misiones de indios en Maine, que fueron asimismo destruidas por los ingleses. En la década de 1680 los jesuitas comenzaron, con éxito, su misión entre los indios abenaki, que se mantuvo hasta la independencia americana. En 1642 los jesuitas Isaac Jogues y René Goupil fueron capturados por los mojaucs en Canadá y llevados a Nueva York (en aquel entonces colonia holandesa) donde Goupil murió mártir. Jogues escapó, pero regresó en 1646 para abrir una misión, sufriendo también el martirio. En 1649, el también jesuita Carlos Garniel corrió la misma suerte. Los primeros misioneros de Nueva York junto con cinco mártires canadienses fueron canonizados en 1930 (v. CANADÁ, MÁRTIRES). En la década de los años 1660 misioneros franceses evangelizaron a los indios de Wisconsin e Illinois. En 1673, el jesuita Santiago Marquette (1637-75) acompañó a Luis Joliet a descubrir el nacimiento del Misisipí y a cartografiar el territorio de la nueva misión. En 1678, el franciscano Luis Hennepin (1640-1701), con Roberto Chevelier La Salle, exploró la región ¡,le los Grandes Lagos y el Misisipí. En 1700, había sacerdotes trabajando en el extremo sur de Luisiana, en una colonia que se trasladó a dos lugares antes de ser establecida en Nueva Orleáns en 1718.
     
      Pero aparte de las iglesias españolas en el Sudoeste y en Florida y la cultura francesa en Nueva Orleáns, España y Francia influyeron poco en la Iglesia de este país. Ninguna de estas dos naciones tuvieron colonias permanentes a escala de las inglesas. La dificultad de convertir a los indios y las disputas entre los jesuitas y otros misioneros obstaculizaron el éxito de las primeras misiones. Más aún, los ingleses y los norteamericanos que tomaron posesión de las primitivas colonias españolas y francesas, destruyeron gran parte de los vestigios de sus predecesores, haciendo poco por evangelizar a los indios. No obstante, los Estados de Arizona, California y Wisconsin honraron a sus primeros misioneros erigiendo estatuas a Kino, Fray Junípero y a Marquette en la «Sala de las Estatuas» del Capitolio.
     
      Más importante para el desarrollo de la Iglesia en este país fue la colonia inglesa de Maryland. En 1629 Jorge Calvert, católico y primer lord de Baltimore, pidió al rey Carlos 1 que le concediera una carta de propiedad para establecer una colonia en América con tolerancia religiosa para sus correligionarios. Aunque Calvert murió en 1632, su hijo Cecilio consiguió la carta ese mismo año. El 25 mar. 1634, de 200 a 300 colonos católicos y protestantes, incluyendo dos sacerdotes jesuitas y un hermano, llegaban a la isla de S. Clemente donde Andrés White dijo la primera misa en Maryland. Los sacerdotes no sólo se ocupaban de los católicos, sino que también convirtieron a muchos indios. Al no recibir ninguna ayuda del gobierno colonial, los sacerdotes (al igual que los demás colonos) se mantenían cultivando la tierra. Virginia, la vecina colonia protestante, fue una amenaza para el catolicismo de Maryland, sobre todo durante la guerra civil inglesa (1642-46), pero en 1649 la Asamblea colonial aprobó «Un acta referente a la Religión» redactada por C. Calvert, que declaraba que «ninguna persona o personas, cualesquiera que sean, dentro de esta Provincia... que profesen la fe de Jesucristo será a partir de ahora molestada en modo alguno ni se verá perjudicada a causa de o con respecto a su Religión, ni tampoco en el libre ejercicio de la misma dentro de esta provincia... no pudiendo en modo alguno ser obligada a creer o ejercer cualquier otra Religión contra su voluntad...» (J. T. Ellis, Documents..., o. c. en bibl. 112-113).
     
      En 1683 Tomás Dongan, gobernador católico de Nueva York, colonia inglesa desde 1664, hizo que se promulgase una ley similar. Aunque había pocos católicos en la colonia, la ley fue derogada en 1688 cuando Jacobo II, católico, perdió el trono. En 1691 la familia Calvert perdió la propiedad de Maryland que se convirtió en una colonia real. Se dictaron leyes anticatólicas y en 1704 se prohibió la celebración de la misa, excepto en casas particulares. Aun cuando se privó a los católicos de los derechos civiles, éstos podían ser propietarios de tierras y muchos llegaron a hacerse ricos. Cuando se prohibió a los católicos tener escuelas o enviar a sus hijos a Europa para recibir educación, los jesuitas abrieron una academia en Bohemia Manor, cerca de la frontera con Pensilvania, enviando los colonos más ricos a sus hijos al colegio de S. Omar en Flanders. Desde Maryland los jesuitas se ocupaban también de los católicos de Pensilvania, donde los cuáqueros concedieron la libertad religiosa, abriendo en 1733 una iglesia en Filadelfia.
     
      Cuando la revolución por la independencia (1776-83), ya estaba próxima, el anticatolicismo es muy ambiguo. En septiembre de 1774 el Congreso Continental protestó por el Acta de Québec del parlamento inglés concediendo un régimen de tolerancia a los católicos franco-canadienses, pero en octubre el Congreso pidió a los canadienses que se uniesen a su protesta. En febrero de 1776 el Congreso envió a dos católicos, Carlos Carroll (1737-1832) y al P. Juan Carroll (1735-1815), un antiguo jesuita, con la misión, que fracasó, de inducir a los canadienses a unirse a la revolución. El 4 jul. 1776, Carlos Carroll, elegido miembro del Congreso de Maryland, fue uno de los signatarios de la Declaración de Independencia de EE. UU.
     
      2. Periodo inicial del país independiente: 1783-1865. Civilmente, la independencia estadounidense afectó directamente a la Iglesia. Durante la guerra, varios Estados adoptaron leyes garantizando la libertad religiosa. La Constitución de EE. UU., declaraba que no se había de exigir ninguna prueba sobre la religión de quienquiera que ostentase un cargo público. Finalmente, la ratificación de la Primera Enmienda en 1791 prohibía al Congreso establecer ninguna religión o restringir la libertad religiosa.
     
      Este ambiente de libertad religiosa influyó en el establecimiento de la jerarquía. La supresión de los jesuitas en 1773 hizo depender del vicario apostólico del distrito de Londres a los sacerdotes de Maryland, todos los cuales pertenecían a la Compañía de Jesús. Para acomodar la organización eclesiástica a la independencia estadounidense, en 1783 y a través del Nuncio en Francia, Propaganda Fide preguntó a Benjamín Franklin, representante de EE. UU. en Francia, acerca de la opinión de su Gobierno de nombrar un vicario apostólico. Franklin contestó que el Congreso, «de acuerdo con sus poderes y la Constitución no puede ni debe intervenir en ningún caso en los asuntos eclesiásticos de ninguna secta religiosa establecida en Norteamérica» (P. Guilday, Life and Times of John Carroll, Nueva York 1922, 185).
     
      El clero de EE. UU. se opuso a este nombramiento porque un vicario apostólico no tendría jurisdicción ordinaria; temían la hostilidad protestante a un obispo y deseaban preservar la propiedad de los jesuitas hasta que se restableciese de nuevo la orden. Por tanto, Propaganda Fide nombró a Juan Carroll superior de la misión en EE. UU. el 9 jun. 1784. En 1785 Carroll informó que de 4 millones de estadounidenses sólo había 25.000 católicos atendidos por 24 sacerdotes. A causa de la insuficiencia de sus facultades, que llevó a que se discutiese su autoridad, los sacerdotes pidieron a Roma (1788) un obispo con jurisdicción ordinaria, el cual había de ser elegido por ellos mismos. Al recibir el permiso de la Santa Sede, eligieron a Carroll como obispo y a Baltimore como su primera diócesis. Pío VI (v.) ratificó la elección y estableció formalmente la Jerarquía en su epístola Ex hac apostolicas (6 nov. 1789), el mismo año en que G. Washington fue proclamado primer presidente de EE. UU. Carroll fue consagrado obispo el 15 ag. 1790 en Inglaterra.
     
      La diócesis de Carroll abarcaba todos los Estados y territorios de EE. UU. En el primer Sínodo de Baltimore (1791) se pidió a la Santa Sede que dividiese la vasta diócesis, estableciéndose una nueva sede en Filadelfia. Sin embargo, en 1803 Carroll ampliaba su jurisdicción al territorio de Luisiana, comprado a Francia en 1803. Hasta 1804 la Santa Sede no dividió la diócesis, haciendo de Baltimore una archidiócesis con cuatro nuevas diócesis en Filadelfia, Boston, Nueva York y Kentucky. A pesar de la pesada carga, Carroll proporcionó las necesarias instituciones educativas, tan descuidadas durante el periodo colonial. En 1789, él y los otros ex jesuitas fundaron el Georgetown College, el primero católico en EE. UU. (v. x, 2). En 1971 abrió el seminario de Santa María en Baltimore bajo la dirección de los sulpicianos. En la labor educativa recibió la ayuda de Isabel Seton (17741821), una conversa que fundó las Hijas de la Caridad, la primera orden religiosa femenina nativa. En 1963 Carrol es beatificado, siendo así el primer beato de este país.
     
      Carroll concibió a la Iglesia estadounidense creciendo por medios naturales a base de la población nativa, pero la inmigración alteró su visión y dio a la Iglesia su heterogeneidad y su composición urbana. Entre 1790 y 1860 llegaron a EE. UU. unos 2.057.154 católicos. Este incremento causó una tensión nacionalista dentro de la Iglesia y una hostilidad por parte de la población nativa fuera de ella. En este periodo inicial la tensión nacionalista adoptó la forma de «fidelismo laical», resultante de imitar los laicos el ambiente democrático que les rodeaba, así como las prácticas protestantes, y solicitando el derecho a tener iglesias de su propiedad y a elegir sus pastores. Se produjeron cismas por esta causa en Nueva York y Filadelfia durante la administración de Carroll, pero el conflicto se hizo más intenso cuando el sulpiciano francés Ambrose Marechal (1768-1828), se convirtió en 1817 en el tercer arzobispo de Baltimore, habiendo por aquellas fechas obispos franceses en Boston, Bardstown, y en la diócesis de Luisiana y las dos Floridas (rebautizada con el nombre de diócesis de Nueva Orleáns a partir de 1826).
     
      Muchos laicos, irlandeses de nacimiento o descendientes de irlandeses, se mostraban resentidos por esta «dominación francesa», empleando el «fidelismo» para mantener alejados a los pastores nombrados por la Jerarquía, impidiendo el nombramiento de un obispo en Filadelfia desde 1814 a 1819 y creando cismas en aquella ciudad, Nueva York, Norfolk y Charleston. En 1821, Propaganda Fide nombró a dos sacerdotes irlandeses para ocupar las nuevas diócesis de Richmond y Charleston que, junto con los dos obispos irlandeses de Filadelfia y Nueva York, suponían una nivelación respecto a los cuatro franceses. El «fidelismo» decayó durante los últimos años de la década de 1820.
     
      En la década de 1830 la inmigración católica volvió a despertar el anticatolicismo en una forma conocida con el nombre de «nativismo». Los nativistas fundaron periódicos para realizar campañas contra la Iglesia y publicaron confesiones atribuidas a ex monjas que hablaban de inmoralidad en los conventos. Incitados por tales historias y por una campaña dura contra la Iglesia, el populacho quemó el convento de las ursulinas de Charleston, Massachusetts, en 1834. Luego se negó a las ursulinas el derecho a recurrir por los daños sufridos alegando que representaban un poder temporal extranjero, cargo que refutó el tercer Sínodo Provincial de Baltimore (1837). En la década de 1840, emigraron a EE. UU. 700.777 católicos incrementándose también proporcionalmente la hostilidad nativista. Para preservar la fe de los niños católicos, el obispo J. Hughes (1797-1864) de Nueva York y el obispo Francisco P. Kenrick (1796-1863) de Filadelfia lucharon sin éxito por conseguir ayuda estatal a las escuelas católicas, así como contra la lectura obligatoria de la Biblia protestante por los católicos en las escuelas públicas. Esta campaña fue interpretada como un intento católico para destruir el protestantismo, lo que llevó a la quema de varias iglesias en Filadelfia en 1844. Hughes impidió casos similares de violencia en Nueva York, protegiendo sus iglesias con hombres armados cuando las autoridades civiles rehusaron prestarles protección. En 1853 se produjeron las últimas manifestaciones masivas de nativistas cuando se esperaba la llegada del arzobispo Gaetano Bedini, nuncio en Brasil, a quien el Vaticano envió a visitar la Iglesia en un momento poco oportuno. El nativismo decayó en parte debido a que la mayoría de los protestantes no estaban de acuerdo con él y en parte también porque el país se hallaba, en 1850, dividido sobre la cuestión de la esclavitud.
     
      Antes de la guerra civil, los católicos (incluyendo a Juan Carroll, Carlos Carroll y los jesuitas) habían tenido esclavos. Los obispos England y Kenrick (que llegó a ser arzobispo de Baltimore en 1851 y fue el primer teólogo de la jerarquía) lamentaron la existencia de la esclavitud, pero los obispos permanecieron por encima de la polémica política, en parte porque estaban principalmente dedicados al cuidado de los inmigrantes, y en parte porque muchos abolicionistas eran también nativistas.
     
      A pesar del nativismo, la Iglesia fue progresando. En 1844 consiguió dos de sus más distinguidas conversiones: Orestes Brownson (1803-76), pastor unitario y filósofo (v. vi), e Isaac T. Hecker (1818-88), que entró en los redentoristas y fundó más tarde la Congregación de S. Pablo (paulistas) para transmitir la doctrina católica a la América protestante. Entre 1829 y 1852 la Iglesia celebró siete concilios nacionales, seis provinciales y uno plenario. En 1860 había 3.103.000 católicos de una población blanca de 26.922.537, con un total de siete archidiócesis y 40 diócesis. Durante la guerra civil de EE. UU. (186065), los católicos se fueron ganando la confianza en sus respectivos Estados luchando en ambos bandos. A petición del presidente Abraham Lincoln, Juan Hughes, que fue el primer arzobispo de Nueva York en 1850, consiguió la neutralidad de la Santa Sede en 1862. En 1864 Patricio N. Lynch, obispo de Charleston, intentó ganar el reconocimiento diplomático de los Estados secesionistas por parte de Roma. Sin embargo, a pesar de sus diferencias políticas, ambos prelados permanecieron siendo amigos.
     
      3. «Liberalismo» y «Americanismo»: 1865-1900. A diferencia de muchas sectas protestantes que se dividieron antes y durante la guerra civil, permaneciendo separados en la actualidad, el catolicismo conservó su unidad. El 1 oct. 1866, siete arzobispos, 38 obispos y tres abades mitrados del Norte y del Sur expresaron su unidad y se reunieron para el segundo Concilio Plenario que codificó toda la legislación preexistente e intentó presentar soluciones a los problemas específicamente estadounidenses. El Concilio adujo la tradición colegial de la Iglesia de EE. UU. que se remontaba a la década de los años 1780. Los obispos eran conscientes de que los católicos eran minoría en EE. UU. y deseaban conservar el control sobre sus propios asuntos.
     
      Durante el periodo de posguerra la Iglesia consiguió un alto grado de aceptación por parte de la minoría culta estadounidense y la hostilidad pasó de los ataques contra todos los católicos, hacia los que intentaban obtener fondos públicos para las escuelas católicas, particularmente. No obstante, los vestigios de los viejos prejuicios permanecieron en la American Protective Association, fundada en 1887 para combatir a la Iglesia y para excluir a los católicos de empleos y cargos públicos.
     
      La inmigración siguió siendo también un problema. Entre 1870 y 1900 llegaron a EE. UU. 3.079.000 católicos europeos; en la década de los años de 1890 la mayoría de ellos venía de Italia, Austria-Hungría y Polonia. Sin embargo, en 1870 la composición de la Iglesia en EE. UU. había sido determinada por los irlandeses (1.683.791) y católicos alemanes (606.791) que habían inmigrado desde 1820. Los irlandeses, por cuanto llegaban en mayor número y hablaban inglés, fueron asimilados más rápidamente en la sociedad estadounidense y dominaron la Iglesia. El carácter inmigratorio y la «dominación irlandesa» de la Iglesia de EE. UU. se puede ver bien por el origen étnico de los 72 prelados que asistieron al tercer Concilio Plenario de Baltimore en 1884. Sólo 25 habían nacido en EE. UU., de los cuales 15 eran de origen irlandés. Veinte habían nacido en Irlanda, mientras que ocho procedían de Alemania, seis de Francia, cuatro de Bélgica, tres de Canadá, dos de España y uno de Austria, Holanda, Escocia y Suiza respectivamente. El Congreso aprobó la legislación con que se gobernó la Iglesia estadounidense hasta la promulgación del CIC en 1917.
     
      Pero la legislación era romana de origen y no afectaba a los problemas con que se enfrentaba la Iglesia en EE. UU. Entre 1885 y 1900 una serie de sucesos dividieron a la jerarquía en liberales y conservadores, cuando los alemanes hicieron frente a los de ascendencia irlandesa y cuando los conservadores se opusieron a los liberales, que buscaban aprovechar la aceptación general ganada por la Iglesia estadounidense, para adaptarla a los tiempos modernos y al estilo de vida de EE. UU. Entre los liberales se encontraba Jaime Gibbons (1834-1921), arzobispo de Baltimore, el único cardenal desde 1886 a 1911, Juan Ireland (1838-1918), arzobispo de San Pablo, Juan J. Keane (18391918), obispo de Richmond y más tarde rector de la Univ. Católica de América, y Denis J. O'Connell (18491927), rector del American College. Los conservadores más destacados eran Miguel Corrigan (1839-1902), arzobispo de Nueva York, Bernardo McQuaid (1823-1909), obispo de Rochester, los obispos alemanes y los jesuitas.
     
      El deseo de los liberales de americanizar la Iglesia los enfrentó con los americanos de origen germano. En 1887 Propaganda Fide contestó a una petición de los alemanes garantizándoles parroquias nacionales independientes de las inglesas, pero rehusando acceder a su petición de un vicario general alemán en las diócesis que tuviesen una gran población de origen alemán. La tensión germanoirlandesa se intensificó con el «cahenslysmo», tomado del nombre de Pedro P. Cahensly, secretario de la Sociedad de S. Rafael, organización (alemana en su origen) dedicada al cuidado de los emigrantes a EE. UU. Reunida en Lucerna en 1890, la Sociedad envió una petición a Propaganda Fide que acusaba a la Iglesia estadounidense por haber perdido 10 millones de inmigrantes por falta de atención, y solicitaba que cada grupo étnico tuviese obispos en proporción a su cuantía. Los liberales junto con los conservadores de habla inglesa replicaron con razón que la cifra de pérdidas era exagerada y la Santa Sede se negó a acceder a las sugerencias de la petición. El presidente Benjamín Harrison dio las gracias al card. Gibbons por ahuyentar esta amenaza de injerencia en la Iglesia estadounidense.
     
      Los liberales se encontraron con la común oposición de todos los conservadores sobre la cuestión del control estatal de las escuelas parroquiales. El primer Concilio Provincial de Baltimore (1829) pidió con urgencia que se estableciesen tales escuelas para conservar la fe de los niños católicos en un ambiente protestante. El tercer Concilio Plenario dispuso que cada parroquia había de construir una escuela en un plazo de dos años. Esto suponía una pesada carga para los seglares que tenían que pagar impuestos para las escuelas públicas en tanto que no recibían ningún beneficio por ello. En 1890 Ireland propuso un sistema que ya funcionaba en otras partes del país, según el cual una parroquia construía una escuela, examinaba el nivel religioso de los maestros y luego era el public school board (junta Escolar) el que pagaba los sueldos y daba su visto bueno a la calificación académica, tanto de los maestros como de los estudiantes. La propuesta de Ireland y el establecimiento del plan en dos ciudades de su archidiócesis provocó una controversia tanto en EE. UU. como en Roma. Los alemanes deseaban retener sus escuelas independientes del control estatal con el fin de preservar su idioma. Los conservadores pensaban que el plan concedía demasiado poder al Estado. Aun cuando el plan de Ireland fue derogado por las autoridades civiles, la Santa Sede lo sancionó tanto por una carta a Ireland en abril de 1892, como por medio del arzobispo Francesco Satolli que se reunió con los arzobispos estadounidenses los días 16 a 19 nov. 1892.
     
      Una tercera fuente de conflictos fue la Univ. Católica de Norteamérica, establecida por el tercer Concilio Plenario, que quedaba únicamente bajo la administración de la Jerarquía, y no de una orden religiosa. El arzobispo Corrigan se opuso en principio porque quería una Universidad en Nueva York dirigida por los jesuitas. Cuando la Universidad se abrió en Washington (1889), apoyó la posición liberal en los asuntos decisivos. Después de varias protestas de los conservadores, León XIII pidió la renuncia del obispo Keane de su puesto de rector (1896).
     
      También surgieron en EE. UU. problemas sociales que dieron lugar asimismo a controversias. Como quiera que muchos inmigrantes católicos eran trabajadores, se integraron en los Knights of Labor (Caballeros del Trabajo), organización formada para proteger a los trabajadores de los abusos empresariales. Esta organización fue condenada en Québec como sociedad secreta prohibida, pero en 1887 el card. Gibbons, con el apoyo de la mayoría de los metropolitanos de EE. UU., consiguió la autorización de la Santa Sede. En cambio, al mismo tiempo, los conservadores intentaron que se incluyeran en el índice los escritos de Enrique George que abogaba por un único impuesto territorial para remediar la injusticia social y que contaba con el apoyo de Eduardo McClynn, un sacerdote neoyorquino que fue luego suspendido y excomulgado por el arzobispo Corrigan. Gibbons ayudado por los liberales intentó impedir la condena de George, aduciendo que sus teorías tenían escasa influencia en EE. UU. y que su condenación sólo haría de él un mártir ante los protestantes. Aunque la Santa Sede condenó a George, no publicó su condena. Cuando León XIII publicó la Rerum novarum (1892), McGlynn expresó su conformidad con la encíclica y fue readmitido en el seno de la Iglesia.
     
      Debido a estas disputas y frecuentes peticiones a Roma, el Vaticano decidió establecer una delegación apostólica en EE. UU. Esperando ganarse la aprobación del Papa al programa liberal, Ireland y O'Connell, secretamente, dieron su conformidad a la delegación, en la primavera de 1892. En octubre de ese año el Papa envió al arzobispo Satolli para representarle en la Exposición Colombina en Chicago conmemorando el 400 aniversario del descubrimiento de América. En noviembre, Satolli se reunió con los arzobispos estadounidenses para tratar del problema de las escuelas y propuso el establecimiento de una delegación apostólica. Aun cuando todos los metropolitanos, excepto Ireland, se opusieron a . la idea, Satolli fue designado primer delegado apostólico en EE. UU. el 23 en. 1893.
     
      Para la posición de los liberales fue fundamental la creencia de que la separación de la Iglesia y el Estado en EE. UU., con la consiguiente libertad religiosa, beneficiaba a la Iglesia en el ejercicio de su autoridad. Esta posición, que fue conocida con el nombre de «americanismo», fue expuesta por O'Connell en un discurso en Friburgo (Suiza), en 1897. Sin embargo, tuvo también una versión francesa, derivada de una defectuosa traducción del libro del P. Walter Elliott Vida del Padre Hecker, el fundador de los paulistas (v. ACTIVIDAD Y ACTIVISMO II). Los liberales franceses veían en Hecker un modelo de sacerdote moderno que respondía a la dirección interior del Espíritu Santo más que a la autoridad de la Iglesia y que modificaba la doctrina católica con el fin de convertir a los protestantes. Por primera vez en su historia fue discutida la ortodoxia de la Iglesia estadounidense y el 22 en. 1899 León XIII publicó la ene. Testem benevolentiae; el Papa elogió la lealtad católica a EE. UU., pero condenó la doctrina surgida del «libro titulado La vida de Isaac Tomás Hecker, principalmente por medio de la acción de aquellos que se encargaron de publicarlo e interpretarlo en un idioma extranjero, y que ha suscitado controversia no pequeña a causa de ciertas opiniones allí introducidas relativas a la forma de llevar una vida cristiana» (1. T. Ellis, Documents, II,538-539). Aun cuando los conservadores mantenían que los liberales habían abrazado realmente la herejía, éstos rechazaron con toda razón tal acusación.
     
      4. Siglo XX. La Iglesia estadounidense alcanza su madurez. La condena del «americanismo» ahogó temporalmente la autosuficiencia de la Iglesia en EE. UU. Pío X (v.) mencionó específicamente el «americanismo» como una de las especies de «modernismo» (v.) en su ene. Pascendi Dominici Gregis (8 sept. 1907). Sin embargo, había signos de recuperación. El 29 jun. 1908 Pío X en la const. apostólica Sapienti Concilio declaró que la Iglesia estadounidense ya no era un país de misión y lo retiraba de la jurisdicción de Propaganda Fide. Un hecho significativo de este periodo fue la formación de la National Catholic Welfare Conference (NCWC). En 1917 los obispos estadounidenses formaron el war council (concilio de la guerra) para coordinar sus programas durante la I Guerra mundial. En 1919 recibieron el permiso de Benedicto XV (v.) para conservar la organización como Welfare council (concilio del bienestar) y para celebrar reuniones anuales. Sin embargo, algunos obispos pensaron que la NCWC violaba su autoridad local y el Vaticano temió que surgiese una iglesia nacional. El 23 feb. 1922, Pío XI (v.) firmó un decreto disolviendo la NCWC, pero después de que fue debidamente explicada la Congr. Consistorial la aprobó, el 22 jun. 1922, siempre y cuando su militancia fuese voluntaria y que se cambiase la palabra «concilio» que figuraba antes en el título. El 14 nov. 1966, de acuerdo con el decr. Christus Dominus del Conc. Vaticano 11 (v.), los obispos abolieron el NCWC y formaron la National Conference of Catholic Bishops (NCCB), de la cual son miembros todos los obispos estadounidenses ordinarios y titulares. Se reúne semestralmente y mantiene también comités permanentes para sectores como misiones extranjeras y medios de comunicación. Para representar a los obispos a nivel nacional y para proporcionarles información, la U. S. Catholic Conference (USCC) mantiene departamentos de Educación, Prensa, Acción Social, Asesoría jurídica, organizaciones laicales, inmigración y juventud.
     
      De 1900 a 1920 la Iglesia estadounidense recibió 3.518.000 católicos emigrados, principalmente de Europa oriental y meridional, pero en 1924 el Congreso restringió la inmigración. Por primera vez en un siglo, la Iglesia de este país consiguió tener un número relativamente estable de fieles nativos, pudiendo ocuparse de otros asuntos que no fuesen la inmigración. Ya el 12 feb. 1919 los obispos habían publicado su «Programa de Reconstrucción Social». Redactado por monseñor Juan A. Ryan (18691945), profesor de Teología moral en la Univ. Católica, el programa sugería aplicaciones de la doctrina social católica a EE. UU., acomodando su economía a la paz. Aunque algunos lo tacharon de socialista, sus principales sugerencias, tales como salario garantizado, seguridad social, seguro de desempleo e impuesto sobre la renta, se vieron más tarde convertidas en leyes.
     
      El segundo Concilio Plenario (1866) pidió que la Iglesia trabajase con los negros emancipados. Sin embargo, los católicos (tanto el clero secular como los religiosos y los seglares) ignoraron esta petición y dejaron el trabajo a organizaciones específicamente fundadas para el apostolado con los negros, y a unos cuantos individuos aislados. En la década de los años 40 se aumentó la atención hacia los negros. En 1947 el card. José E. Ritter (18921967) alzó su voz proclamando la preocupación de la Iglesia por suprimir la segregación racial en las escuelas católicas de la archidiócesis de S. Luis. El 14 nov. 1958, la Jerarquía eclesiástica condenó la segregación y la discriminación. En 1964, en EE. UU., sólo eran católicos 747.598 negros de un total de 20.300.000.
     
      En 1906 sólo había 14 estadounidenses en misiones, pero en 1911 fue fundada la primera congregación estadounidense para misiones, la Catholic Foreign Mission Society (Marykrloll). En 1968 había 9.302 misioneros estadounidenses, sacerdotes, religiosos y seglares. Igualmente importantes fueron los progresos en la Liturgia y la Teología. En 1926 el benedictino Virgilio Michel fundó el Orate Fratres (rebautizada en 1951 con el nombre de Worshin) y, en 1940, la Conferencia de Liturgia comenzó a celebrar todos los años sus semanas litúrgicas. En Teología, el jesuita Juan C. Murray (1904-67) contribuyó en el sector de las relaciones Iglesia-Estado ayudando a redactar el decreto del Conc. Vaticano II sobre libertad religiosa. El jesuita Gustavo Weigel (m. 1965) fue en los EE. UU. un pionero del movimiento ecuménico.
     
      Aunque los católicos constituyen casi el 25% de la población y aun cuando muchos tienen título universitario, no han contribuido en la proporción debida en las esferas social, académica e intelectual. Sin embargo, los laicos tomaron parte activa en la política durante el s. xix, tanto a nivel municipal como estatal, llegando a ocupar puestos por designación en el equipo presidencial y en el Tribunal Supremo de EE. UU. Pero el anticatolicismo parecía querer imponer que ningún católico fuese elegido Presidente; en 1928 influyó en la derrota de Alfredo E. Smith (1873-1944), el primer católico designado candidato para ese puesto. En 1948 volvió a surgir con la formación de «Protestantes y otros americanos unidos para la separación de Iglesia y Estado», concebido para contrarrestar los esfuerzos de los católicos en obtener ayuda oficial para sus instituciones y para paliar la actividad política de los católicos. No obstante en 1960, a pesar de alguna propaganda anticatólica, John F. Kennedy (191763) fue elegido presidente de EE. UU. A ello pudieron contribuir varios factores. En primer lugar, la mayoría de los estadounidenses no comparten los prejuicios del pasado; a lo que puede unirse un mayor y mejor conocimiento del catolicismo por los viajes pontificios, el Vaticano 11, etc. La elección simbolizó la final asimilación de la Iglesia en la sociedad estadounidense.
     
      En junio de 1968 los católicos en EE. UU. eran 47.468.333 de una población total de 198.130.276. Había seis cardenales, 26 arzobispos y 235 obispos administrando 27 archidiócesis y 125 diócesis, a lo que hay que sumar un arzobispo y siete obispos del rito oriental; 59.803 sacerdotes, incluyendo 22.350 religiosos; 12.261 hermanos y 176.341 hermanas; 18.064 parroquias; 561 seminarios diocesanos y de órdenes religiosas con 39.838 seminaristas; 305 Escuelas superiores y universidades católicas comprendiendo 433.960 estudiantes; 2.275 Institutos católicos de Enseñanza Media con 1.089.272 estudiantes, y 10.757 escuelas elementales con 4.164.504 estudiantes.
     
     
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GERALD FOGARTY.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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