jueves, 22 de agosto de 2013

Archivos Secretos Vaticanos.



En 1881 el Archivo Secreto Vaticano ocupaba tres habitaciones del llamado «Piso Noble», adyacentes al Salón Sixtino de la Biblioteca Apostólica, así como seis habitaciones del segundo piso concedidas en 1660 por Alejandro VII
La documentación del Archivo en el momento de su apertura consistía únicamente en fondos de los Armaria (en uno de ellos se encontraba el relevante archivo del Concilio de Trento, que fue uno de los primeros que se estudió en el momento de la apertura), series del Archivum Arcis y miscelánea político-diplomática de la Secretaría de Estado (incluyendo algunas importantes nunciaturas), así como otros fondos modestos (pertenecientes también a familias) de los siglos XV- XVIII.
Sin lugar a dudas, se trataba de uno de los patrimonios documentarios más antiguos y valiosos de la Santa Sede, pero desde el punto de vista cuantitativo era poca cosa respecto a la mole de documentos que los distintos organismos de la Curia más recientes (al menos a partir de la reforma de Sixto V, así como también anteriores) habían producido en tres siglos de actividad y que se encontraban fuera del Archivo Vaticano. Los funcionarios del Archivo eran conscientes de ello y se mostraban sorprendidos y preocupados por la suerte de tantos papeles. Por lo tanto, parecía poco oportuna en 1879/1880 una apertura del Archivo Pontificio si el objetivo era primero recopilar y después poner a disposición de los investigadores, de manera vigilada, la red de archivos diseminados en el Palacio Apostólico y no sólo la parte documental más antigua (la única solicitada por muchos defensores de la apertura que quizá ignoraban la existencia de la parte restante).
La situación de numerosos fondos archivísticos vaticanos siguió siendo precaria durante mucho tiempo, incluso después de la apertura del Archivo Secreto, y en 1896 teníamos este marco logístico poco reconfortante delineado en un informe del sotto-foriere (viceconservador) Federico Mannucci:
«En el último piso, en el lado este del gran Patio del Belvedere, accesible desde la escalera de caracol conocida como Montevecchio», se encontraban:
•«El Archivo de la Secretaría del Buen Gobierno», que ocupaba 11 habitaciones con estantes y cuya custodia correspondía a los empleados del ministerio de Interior Vittori y Nisini»;
•«El Archivo de la Inmunidad Eclesiástica», que ocupaba «un ambiente separado en el mismo piso con estantes para los papeles y cuya custodia correspondía al archivero»; •«El Archivo de la Congregación de los Santos Ritos» que ocupaba «un pequeño ambiente con estantes y cuya custodia correspondía al archivero»
En la «planta baja que corresponde al llamado Patio del Triángulo» se encontraban:
•«El antiguo Archivo del Auditor de Cámara», que ocupaba «una amplia sala de la planta baja con estanterías para los papeles y cuya custodia correspondía a los ya mencionados Vittorio y Nisini»;
•«El Archivo de Cuentas del Buen Gobierno», que anteriormente «estaba en el Palacio de la Cancillería, en un ambiente que actualmente se está reformando para anexionarlo a las oficinas de la Penitenciaría y suplir así la pérdida de otra sala como consecuencia de la demolición de la parte expropiada. Estaba en estado de abandono total. Los papeles que contenía se transportaron al Vaticano: en la actualidad, Vittori y Nisini están analizándolos»;
•«El Archivo de Su Eminencia el Vicario» puesto «bajo la jurisdicción directa de los empleados de la Vicaría»;
•«El Archivo del Notario de la Vicaria, señor Monti»; •«El Archivo del Notario de la Vicaria, señor Capo»;
En el «Patio de S. Damaso» se encontraba:
•«El archivo de la Santa Congregación Consistorial», que ocupaba «dos ambientes en la planta baja, bajo el pórtico del patio, y dispone de todo lo necesario para guardar los papeles. Tiene acceso el archivero».
En la «sala conocida como del Sala del Mosaico» se encontraban:
•«El Archivo del Auditor de Su Santidad», que ocupaba un pequeño ambiente en el lugar donde pasa el nuevo ascensor».
En las «salas bajo la Capilla Sixtina» se encontraban:
•«El Archivo del Maestro de Ceremonias», que ocupaba «un pequeño ambiente bajo la Capilla al cuidado de los maestros de ceremonias.
En el «Patio de Sixto V conocido como Patio de la Cámara» se encontraba:
•«El Archivo de la Dataría Apostólica», que ocupaba «dos grandes ambientes en la planta baja situados bajo el apartamento pontificio; dispone de estanterías que contienen numerosos volúmenes; su custodia corresponde al archivero».
En el «Patio Octógono» se encontraba:
•«El Archivo de los Capellanes Cantores», que ocupaba «una sala bajo la Capilla Sixtina» con tanta humedad que fue necesario trasladar los «valiosos códigos» a una «sala espaciosa y bien aireada accesible desde la terraza del ya mencionado Patio Octógono».
En el «Patio de Bramante» se encontraba:
•«El Archivo de la Santa Congregación del Concilio», «accesible desde la escalera conocida como Escalera de Pompeo, situada en el Museo, al final de las Escaleras de los Animales».
los Mapas Geográficos» se encontraban los siguientes archivos: •«de la Signatura de Justicia»;
•«de las Cuentas de los SS. Palacios Apostólicos»;
•«de la Secretaría de los Memoriales»;
•«de la Secretaría de Breves ad Principes»;
•«del Camarlengo»;
•«de la Secretaría de Estado»;
•«del Santo Oficio».
En el «edificio situado a la entrada del Jardín Pontificio» se encontraban:
•«El Archivo de los Santos Ritos» (parte del mismo, evidentemente);
•«El Archivo de los Obispos y los Clérigos Normales»;
•«El Archivo de la Santa Congregación del Concilio»
•«El Archivo del Tribunal de la Santa Rota».
Fuera del Archivo Vaticano no se tenía una visión orgánica, en general, del problema de los archivos dispersos. Al contrario, parecía que ambas realidades – el Archivo Secreto por un lado y los Archivos de las Congregaciones (como se les llamaba) por el otro - estuvieran destinadas a seguir siendo autónomas y a estar separadas. En este sentido, cabe destacar que el sotto-foriere Mannucci terminaba su mencionado informe proponiendo reunir los Archivos de las Congregaciones en una única sede, que a su juicio hubiera podido ser el pequeño edificio situado en la entrada en los Jardines. Pero no se hizo nada al respecto.
La situación no sólo siguió siendo confusa sino que con el paso del tiempo empeoró. El cardenal Secretario de Estado de Pío X, Rafael Merry Del Val, encargó en 1914 a Leopoldo Silla, guardián de la diáspora archivística de las Congregaciones, que informara sobre la situación de dichos archivos y que propusiera una solución. Silli constató que «en varios puntos del Palacio Vaticano se encontraban, siendo casi desconocidos, numerosos archivos que se podían dividir en tres tipos:
1) archivos de Congregaciones cesadas o transformadas; 2) archivos pasados al Archivo Secreto; 3) archivos de Congregaciones «todavía existentes».
Inmediatamente después escribía que «el estado de conservación y orden es totalmente negativo en todos los casos. Algunos (de Congregaciones suprimidas) han permanecido cerrados desde el día de su cese y el tiempo y los insectos van realizando su labor destructiva. De algunos, por ejemplo, se sabe que se encuentran en el Vaticano, pero ni siquiera se sabe dónde».

También Silli proponía la solución de reunir todos los conocidos como Archivos de las Congregaciones en un único lugar, es decir, en el edificio que daba al Cortile delle Corazze: «Si después se quisiera dar, mediante un acto de gran magnificencia, a todos estos archivos una colocación ordenada y definitiva, como corresponde según la tradición de la Santa Sede y el espíritu conservador del importante material que forma la historia, se podrían reunir en un solo edificio todos los Archivos de las Congregaciones, Tribunales, etc. que ahora están diseminados por aquí y por allí en el Vaticano en lugares inadecuados, expuestos e insuficientes. Dicho edificio, con alguna que otra ampliación y adaptación, podría ser el que se encuentra en el Cortile delle Corazze que ya contiene seis archivos». Aunque la sugerencia de Silli fue considerada por el cardenal Merry Del Val, no se pudo aplicar a causa de la muerte de Pío X en agosto de ese mismo año 1914.
Esta situación, que se remedió de manera eficaz sólo a partir del pontificado de Pío XI, hacía que fuera como mínimo «restringida» la apertura que León XIII estaba planeando a partir (según parece) de 1879 y que se concretó en 1881.
Sin embargo, hoy podemos decir que aquella apertura que realizó el papa Pecci cuando todavía no estaban operativas ni preparadas las fuerzas de archivistas, ya que su número era muy escaso y requerían más tiempo, y que se decidió al azar desafiando un futuro que entonces no se podía tantear ni prever, creó en la Curia una oleada de iniciativas inevitables que llevaron a la salvaguardia y valorización de los valiosos archivos «periféricos» que, si hubiera perdurado la tranquilidad romana, quizá estarían todavía escondidos en los meandros de los palacios vaticanos. Ése fue el acto primigenio que despertó la atención de la Curia hacia los antiguos papeles, hacia los archivos sin vigilancia u olvidados, que, a lo largo de décadas, se reunieron en el Archivo Secreto Vaticano (al menos la mayoría).
Las estructuras de este último, posteriormente, fueron potenciadas y dotadas gradualmente de nuevo personal por el pontífice: de los dos archivistas que trabajaban bajo las órdenes de monseñor Marino Marini y Agostino Theiner (1815-1870) se pasó a cinco personas con la prefectura de Rosi Bernardini; en ese momento, bajo la prefectura del cardenal Joseph Hergenröther, se llegaba a catorce empleados. En 1880, monseñor Pietro Balan logró asignar al Archivo a Achille Mugnoz, que hasta ese momento había sido encuadernador de libros en Propaganda Fide, y de este modo comenzó el primer núcleo, bastante artesanal, de una encuadernadora.
El 1 de mayo de 1884 se aprobó el nuevo Reglamento del Archivo Secreto Vaticano y finalmente se establecieron en él las competencias del cardenal prefecto, del vicearchivista, de los dos vicearchivistas, de los dos guardianes, de los cuatro escritores y del personal de servicio; asimismo, se fijaba el procedimiento para la admisión de estudiosos al Archivo, la cual dejaba poca discrecionalidad al prefecto y reservaba la aprobación sólo a la Secretaría de Estado.
El ordenamiento institucional del Archivo Pontificio progresaba pero su organización logística no avanzaba al mismo ritmo y en junio de 1889 el primer guardián Peter Wenzel presentaba un informe mostrando su preocupación al cardenal archivista.
Las quejas de Wenzel al final surtieron efecto y en 1890 el Archivo obtenía una nueva sala de estudio y una nueva entrada; las plazas reservadas a los investigadores aumentaban así de aproximadamente quince en 1881 hasta sesenta; el aire sin duda era más saludable y la luz del sol entraba por cuatro ventanales que daban a la amplia calle de los Quattro Cancelli.
El número de investigadores aumentaba cada mes: desde los 27 de 1882 se pasaba a los aproximadamente 88 de 1885 llegando a ser más de 100 en 1886. En el periodo 1900—1901 el número prácticamente continuo de visitantes fue de 133 distribuidos entre las siguientes nacionalidades: 1 alsaciano, 5 austriacos, 3 bávaros, 4 belgas, 2 bohemios, 1 chileno, 2 daneses, 18 franceses, 2 ingleses, 51 italianos, 1 holandés, 3 polacos, 2 rusos, 1 sirio, 2 españoles, 1 suizo, 27 alemanes, 7 húngaros. «Ninguno de los estudiosos admitidos – escribía monseñor Wenzel – ha dado lugar al más mínimo inconveniente y todos ellos han mostrado su reconocimiento por la gracia que han obtenido al poder estudiar los Archivos de la Santa Sede, al mismo tiempo que han alabado con palabras de gran admiración el generoso acto del Santo Padre que les ha permitido consultar los tesoros de los Archivos».
Diez años después de la apertura del Archivo ya habían visto la luz importantes colecciones de documentos extraídas del Archivo Secreto que tendrían después una fortuna duradera: es suficiente pensar en la edición de las Nunciaturas de Alemania para el siglo XVI, realizada bajo la supervisión de Friedensburg; en los primeros volúmenes de la gran edición de la historia del Concilio de Trento, emprendida por Görres-Gesellschaft, bajo la dirección de Ehses y, también bajo la supervisión de Görres, la edición de los registros de cámara de los siglos XIII y XIV; en la edición de las cartas papales de los siglos XIII-XV sobre Inglaterra, deseada por el mismo gobierno inglés, así como numerosas otras iniciativas.
Los estudiosos tenían acceso al Archivo desde el 1 de octubre hasta el 30 de junio, todos los días menos los jueves, los domingos, las fiestas de guardar y las vacaciones de Navidad, carnaval y Pascua.
Estaba totalmente prohibido sacar copias caligráficas de los documentos así como llevarse el propio trabajo sin el visto bueno y la supervisión de los encargados de la Sala de Estudio. La primera persona que tuvo el extraordinario permiso para fotografiar un documento (algo que entonces era inaudito, era como una afrenta a la tradición del Archivo) fue Theodor von Sickel en 1881 (privilegio otoniano) y tras él, en 1882, Kaltenbrunner (acuerdo de Worms y una carta del emperador Rodolfo I de 1279); la praxis ordinaria seguía anclada en el copiado manual de los documentos y la fotografía, de manera consistente, entró en el Archivo sólo a partir de los años 40 del siglo XX.
Entre las medidas decididas por León XIII a favor del Archivo Pontificio cabe recordar el nombramiento de Peter Wenzel como vicearchivero en 1894, así como el nombramiento de Isidoro Carini como docente y, en la práctica, encargado de la dirección de la naciente Escuela Vaticana de Paleografía y Crítica Aplicada en 1884.
El archivo del papa comenzaba a abrirse, con algunos esfuerzos, también al mundo de la cultura internacional. A partir de 1900 en adelante muchas iniciativas editoriales y culturales, organizadas sobre todo por institutos históricos de Roma, no han podido prescindir de él y el Instituto Cultural Vaticano, oportunamente apoyado principalmente por Pío XI, Pío XII y por todos sus sucesores, hasta el pontífice actual, ha dado importantes pasos adelante hacia una apertura a los estudiosos cada vez más cualificada, la cual corresponde naturalmente a las fuerzas humanas dedicadas. El mejor testimonio está representado por las cadenas de fuentes nacionales e internacionales publicadas a partir de la documentación del Archivo Secreto Vaticano, a las que se unen innumerables monografías y ensayos históricos que todavía encuentran y seguirán encontrando durante mucho tiempo su linfa vital en los vastísimos fondos del Archivo Pontificio.

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