Plano de la ciudad de Damasco, siglo XVII. Madrid. Biblioteca Nacional.
La
unificación de los árabes en torno a una religión que tenía un mensaje
universalista y proselitista muy claro les indujo a concentrar sus
esfuerzos y a no pelear entre ellos, como había ocurrido en el pasado,
sino a expandirse y difundir la religión fuera de los límites desérticos
de Arabia.
Se
puso en marcha una fuerza bélica impresionante que llevó a que en 642,
solo diez años después de la muerte de Mahoma, el islam controlase los
territorios donde había nacido la civilización: Egipto y Mesopotamia. En
711 llegaron por el oeste a la península Ibérica, y por el este a la
India, una zona muy rica y extensa.
Los
musulmanes ofrecían una religión abierta a todos, que prometía una mayor
igualdad y prosperidad, reflejada en un comercio floreciente que
conectaba África, Europa y Asia. Junto a los guerreros, también los
comerciantes se mostraron como importantes introductores de las
influencias musulmanas y fueron fundamentales, por ejemplo, en la
islamización de Indonesia, en la penetración del islam en China o en
zonas del África subsahariana. Tras esta rápida expansión, el islam pasó
de ser una religión árabe a convertirse en una religión mundial.
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