Al
llamar a Dios «Padre», Jesús lo define como el que comunica sin límite
alguno su riqueza, que es su vida y su amor.
Jn
5,36-37a «Pero el
testimonio en que yo me apoyo vale más que el de Juan, pues las obras que
el Padre me ha encargado llevar a término, esas obras que estoy haciendo,
me acreditan como enviado del Padre; y así el Padre que me mandó va
dejando él mismo un testimonio en mi favor».
Mientras
Juan daba testimonio con palabras (10,41: Juan no realizó ninguna señal,
pero todo lo que dijo Juan de éste era verdad), Jesús no lo hace con
declaraciones, sino con obras, con su misma actividad liberadora. El
plural «obras» muestra de nuevo que la curación del inválido no había
sido un caso aislado, sino un ejemplo o paradigma de la actividad de Jesús
entre el pueblo marginado. La calidad de esas obras demuestra que Jesús
es un enviado del Padre.
Su
argumentación se basa en el concepto de Dios como Padre, ya explicado en
el prólogo (1,14d; 4,53). Al llamar a Dios «Padre», Jesús lo define
como el que comunica sin límite alguno su riqueza, que es su vida y su
amor. Es el Dios que demostró su amor a la humanidad dando a Jesús, su I-lijo
único (3,16). Ahora bien, todo el que reconozca que Dios es Padre, tiene
que reconocer que las obras de Jesús, que, como las del Padre, comunican
vida al hombre, son de Dios (5, 17.21).
Jesús
está apelando implícitamente a un rasgo claramente expresado en el AT,
que describe la solicitud de Dios por su pueblo, especialmente por los débiles;
se le llamaba «justo» porque hacía justicia al oprimido, rehabilitaba
al calumniado, rompía el yugo opresor. Esta era también su exigencia,
expresada con fuerza por los profetas:
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Se
ve claramente que Dios está en favor del indefenso...
Is
1,17: «Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho,
enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda».
Is
58,6-7: «El ayuno que yo quiero es éste -oráculo del Señor-: abrir
las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar
libres a los oprimidos, romper todo cepo; partir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a
tu propia carne».
Is
61,1: «Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren,
para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los
cautivos y a los prisioneros la libertad».
Jr
21,11-12: «Escuchad la palabra del Señor: Casa de David, así dice
el Señor: 'Id temprano a administrar justicia, librad al oprimido del
poder del opresor'».
Jr
22,15-16: «¿Piensas que eres rey porque compites en cedros? Si tu
padre comió y bebió y le fue bien, es porque practicó la justicia y el
derecho; hizo justicia a pobres e indigentes, y eso sí que es conocerme
--oráculo del Señor».
Ez
34,2-4: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí
mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores?
Vosotros os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis las más
gordas, y las ovejas no las apacentáis._ No fortalecéis a las débiles,
ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis las
descarriadas ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las
fuertes».
Sal
72,4.12-14 (Del rey mesiánico): «Que él defienda a los humildes del
pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador. ...
Porque él libra al pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene
protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida
de los pobres; él vengará sus vidas de la violencia, su sangre será
preciosa a sus ojos».
De
estos y otros muchos textos que podrían citarse, se ve claramente que
Dios está en favor del indefenso, del desgraciado, Quien hubiera
penetrado en esta característica de Dios, tan prominente en el AT, tenía
que concluir que la obra de Jesús en favor de los débiles era la de
Dios, que Jesús era su enviado y que hacía lo que le ha enseñado el
Padre (5,19-20). En 5,3 se retrataba el rebaño abandonado y maltrecho.
Dios mismo había prometido buscar a sus ovejas dispersas como hace un
pastor (Ez 34,11-12) y darles un pastor que cuidase de ellas (Ez 34,23: «Les
dar¿ un pastor único que las pastoree, mi siervo David; él las
apacentará, él será su pastor»).
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Jesús,
para acreditar su misión, propone únicamente el testimonio de sus obras...
Frente
a las teorías sobre el origen del Mesías (7,27), Jesús, para acreditar
su misión, propone únicamente el testimonio de sus obras, según las
promesas de liberación y salvación anunciadas en los textos proféticos
(7,31).
Este
testimonio de Jesús será también el de su comunidad. Como Jesús, deberá
realizar las obras del Padre que lo envió (9,4). No existe otra prueba de
la misión divina: quien, por amor al hombre, le comunica vida y libertad,
es agente del Padre; quien se opone a la vida, no ejerce la actividad de
Dios ni está con Dios. Su testimonio es algo inmediato, que cualquiera
puede constatar; es objetivo, visible, palpable. Sólo puede negarlo la
mala fe. Por eso, el testimonio de sus obras es testimonio directo de
Dios. El amor al hombre, traducido en obras, está siempre apoyado por el
Padre.
Moisés
apelaba a la confirmación de Dios para legitimar sus obras- «En esto
conoceréis que es el Señor quien me ha enviado a actuar así y que no
obro por cuenta propia». «Si éstos mueren de muerte natural ... es que
el Señor no me ha enviado; pero si el Señor hace un milagro, si la
tierra se abre y se los traga con los suyos ...entonces sabréis que estos
hombres han despreciado al Señor» (Nm 16, 28-30). Las obras de Moisés
no revelaban por sí mismas su origen divino, necesitaban una confirmación
milagrosa; en este caso, un efecto de muerte. Las de Jesús, por el
contrario, no necesitan legitimación alguna; ellas manifiestan sin equívoco
la presencia del Padre, al manifestar su amor por el hombre. No son señales
portentosas (4,48), espectaculares, ni mucho menos aterradoras;
manifiestan la maravilla del poder creador de Dios, desarrollando y
ampliando la capacidad del hombre.
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