Querido
Marcelino, admiro tu fervor cristiano. Sobrellevas perfectamente tu actual
situación, y, aunque mucho te haga sufrir, no descuidas en absoluto la ascesis.
Pregunté al portador de tu carta por el género de vida que llevas ahora que
estás enfermo; me ha informado que si bien dedicas tu tiempo a toda la
Escritura santa, tienes, sin embargo, con mayor frecuencia el libro de los
Salmos entre las manos, tratando de comprender el sentido que cada uno esconde.
Te felicito, pues tengo idéntica pasión por los Salmos, como la tengo por la
Escritura entera. Hallándome en una ocasión (invadido) por semejantes
sentimientos, tuve un encuentro con un anciano estudioso y quiero transcribirte
la conversación que sobre los Salmos, - ¡Salterio en mano! - sostuvo conmigo.
Lo que aquel viejo maestro me transmitió es agradable y, al mismo tiempo
instructivo. He aquí lo que me dijo:
Toda
nuestra Escritura hijo mío, tanto del Antiguo como del Nuevo (Testamento),
está, tal como está escrito, inspirada por Dios y es útil para enseñar (2
Tm.3,16). Pero el libro de los Salmos, si se reflexiona atentamente, posee algo
que merece una especial atención.
Cada
uno de los libros, en efecto, nos ofrece y nos entrega su propia enseñanza: El
Pentateuco, por ejemplo, relata el comienzo del mundo y la vida de los
Patriarcas, la salida de Israel de Egipto como también la entrega de la
legislación. El Triteuco relata la distribución de la tierra, las hazañas de
los jueces, como también la genealogía de David. Los libros de los Reyes y de
las Crónicas relatan los hechos de los reyes. Esdras describe la liberación
del cautiverio, el retorno del pueblo, la reconstrucción del templo y de la
ciudad. Los (libros de los) profetas predicen la venida del Salvador, recuerdan
los mandamientos, advierten y exhortan a los pecadores, como también profetizan
acerca de las naciones. El libro de los Salmos, es como un jardín en el que no
sólo crecen todas estas plantas, -¡y además melodiosamente cantadas!-, sino
que nos muestra lo que le es privativo, ya que al cantar (salmos) añade lo suyo
propio.
Canta
los acontecimientos del Génesis en el salmo 18: Los cielos pregonan la gloria
de Dios, y el firmamento proclama la obra de sus manos (Sal 18,1), y en el salmo
23: La tierra y todo lo que contiene es del Señor; el mundo y todo lo que lo
habita Él lo fundó sobre los mares (Sal 23,1-2). Los temas del Éxodo,
Números y Deuteronomio los canta hermosamente en los salmos 77 y 113: Cuando
Israel salió de Egipto, la casa de Jacob, de un pueblo bárbaro, Judá fue su
santuario e Israel su dominio (Sal 113,1-2). Similares temas canta en el salmo
104: Envió a Moisés su siervo, y a Aarón, su elegido. Les confió sus
palabras y sus maravillas en la tierra de Cam. Envió la oscuridad y oscureció;
pero se rebelaron contra sus palabras. Transformó sus aguas en sangre, y dio
muerte a sus peces. Su tierra produjo ranas, hasta en las habitaciones del rey.
Habló y se llenó de tábanos y de mosquitos todo su territorio (Sal
104,26-31). Es fácil descubrir que todo este salmo como también el 105 fueron
escritos en referencia a todos estos acontecimientos. Las cosas que se refieren
al sacerdocio y al tabernáculo las proclama en aquello del salmo 28: al salir
del tabernáculo, diciendo: Ofrezcan al Señor, hijos de Dios, ofrézcanle
gloria y honor (Sal 28,1).
Los
hechos concernientes a Josué y a los jueces los refiere brevemente el salmo 106
con las palabras: Fundaron ciudades para habitar en ellas, sembraron campos y
plantaron viñas (Sal 106, 36-37). Pues fue bajo Josué que se les entregó la
tierra prometida. Al repetir reiteradamente en el mismo salmo, Entonces gritaron
al Señor en su tribulación, y él los libró de todas sus angustias (Sal
106,6), se está indicando el libro de los Jueces. Ya que cuando ellos gritaban
les suscitaba jueces a su debido tiempo para librar a su pueblo de aquellos que
lo afligían. Lo referente a los reyes se canta en el salmo 19 al decir: Algunos
se glorían en carros, otros en caballos, pero nosotros en el nombre del Señor
nuestro Dios. Ellos fueron detenidos y cayeron; pero nosotros nos levantamos y
mantenemos en pie. ¡Señor, salva al Rey y escúchanos cuando te invocamos!
(Sal 19,8-10). Y lo que se refiere a Esdras lo canta en el salmo 125 (uno de los
salmos graduales): Cuando el Señor cambió la cautividad de Sión, quedamos
consolados (Sal 125,1); y nuevamente en el 121: Me alegré cuando me dijeron,
vayamos a la casa del Señor. Nuestros pies recorrieron tus palacios,
Jerusalén; Jerusalén está edificada cual ciudad completamente poblada. Pues
allí suben las tribus, las tribus del Señor, como testimonio para Israel (Sal
121, 1-4).
Prácticamente
cada salmo remite a los profetas. Sobre la venida del Salvador, y de que aquel
que debía venir, sería Dios, así se expresa el salmo 49: El Señor nuestro
Dios vendrá manifiestamente, y no se callará (Sal 49,2-3); y el salmo 117:
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Nosotros los hemos bendecido
desde la casa del Señor; el Señor (es) Dios y él se nos manifestó (Sal 117,
26-27). Él es el Verbo del Padre, como lo canta el 106: Él envió su Verbo y
los curó, los salvó de sus corrupciones (Sal 106,20). El Dios que viene es él
mismo el Verbo enviado. Sabiendo que este Verbo es el Hijo de Dios, hace decir
al Padre en el salmo 44: Mi corazón ha proferido un Verbo bueno (Sal 44,1), y
también en el salmo 109: De mí seno antes de la aurora yo te he engendrado
(Sal 109,3). ¿Quién puede decirse engendrado por el Padre, sino su Verbo y su
Sabiduría?. Sabiendo que es a él al que el Padre decía: Que sea la luz, y el
firmamento y todas las cosas, el libro de los Salmos también contiene palabras
similares: El Verbo del Señor afianzó los cielos y por el Espíritu de su boca
toda su potencia (Sal 32,6).
(El
salmista) no ignoraba que el que debía venir fuese también el Ungido, ya que
propiamente de él habla (como sujeto principal) el salmo 44: Tu trono, oh Dios,
permanece por los siglos de los siglos; es cetro de rectitud el cetro de tu
Reino. Has amado la justicia y odiado la iniquidad: por eso Dios, tu Dios, te ha
ungido con el óleo de la alegría en preferencia a tus compañeros (Sal
44,7-8). Para que nadie se imagine que él viene sólo en apariencia, aclara que
es este mismo el que se hará hombre y que es por él por quien todo fue creado,
y por ello afirma en el salmo 86: La madre Sión dirá : un hombre, un hombre
fue engendrado en ella, el Altísimo en persona la ha fundado (Sal 86,5). Lo que
equivale a afirmar: El Verbo era Dios, todo fue hecho por él, y, El Verbo se
hizo carne. Conociendo, igualmente, el nacimiento virginal, el Salmista no se
calló, sino que lo expresó claramente en el salmo 44, al decir: Escucha, hija
mía, y mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, porque
el rey está prendado de tu belleza (Sal 44, 11-12). Nuevamente, esto equivale a
lo dicho por Gabriel, ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo! (Lc
1,28). Después de haber afirmado que él es el Ungido, muestra a renglón
seguido su nacimiento humano de la Virgen, al decir: Escucha, hija mía. Gabriel
la llama por su nombre, María, porque es un extraño, - en cuanto a parentesco
se refiere -; pero David, el salmista, ya que ella es de su familia, la llama
con toda razón su hija.
Habiendo
afirmado que se haría hombre, los salmos muestran lógicamente que él es
pasible según la carne. El salmo 2 prevé la conjura de los judíos: ¿Por qué
se rebelaron los paganos? ¿Por qué concibieron vanos proyectos? Los reyes de
la tierra se prepararon, los jefes se conjuraron contra el Señor y contra su
Ungido (Sal 2, 1-2). En el salmo 21 el Salvador mismo da a conocer su género de
muerte: ...me aprisionas en el polvo de la muerte, me rodea un tropel de
mastines; la asamblea de los perversos me circunda. Taladraron mis manos y mis
pies. Han contado todos mis huesos. Ellos me miraron vigilantes, se dividieron
mi ropa y echaron a suerte mí túnica (Sal 21,17-19). Taladrar sus manos y sus
pies, ¿qué otra cosa es, sino indicar su crucifixión? Después de enseñar
todo esto, añade que el Señor padeció por causa nuestra, y no, por la suya.
Y, con sus propios labios, afirma nuevamente en el salmo 87: Pesadamente reposa
sobre mí tu ira (Sal 87,17), y en el salmo 68: He devuelto lo que no había
arrebatado (Sal 68,5). Pues si bien no debía pagar las cuentas de crimen
alguno, él murió, - pero sufriendo por causa nuestra, tomando sobre si la
cólera que nos estaba destinada, por nuestros pecados, como lo dice en Isaías,
Él cargó nuestras flaquezas; lo que se hace evidente cuando afirmamos en el
salmo 137: El Señor los recompensará por mi causa, y el Espíritu dice en el
salmo 71, que él salvará a los hijos del pobre, y quebrantará a los que
acusan en falso... pues él rescatará al pobre del opresor, y redimirá al
indigente que no tiene protector (Sal 71, 4.12).
Por
eso predice también su ascensión a los cielos, diciendo en el salmo 23:
Príncipes, levanten sus portones y abran sus puertas eternas y entrará el rey
de la gloria (Sal 23,7.9). En el 46: Dios asciende entre aclamaciones, el Señor
al sonido de trompeta(s) (Sal 46,6). También su sentarse (a la derecha de Dios)
lo anuncia en el salmo 109: Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi derecha
hasta que ponga a tus enemigos como tarima para tus pies (Sal 109,1). Hasta la
destrucción del diablo se anuncia a voces en el salmo 9: Te sientas en tu trono
cual juez que juzga justamente. Reprendiste a los pueblos y pereció el impío
(Sal 9,5-6). Tampoco calló que recibiría plena potestad de juzgar, de parte
del Padre, y que vendría con autoridad sobre todo, al afirmar en el 71: ¡Oh
Dios, concede tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey, para que juzgue a
tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud (Sal 71,1-2). Y en el salmo
49 dice: Convocará al cielo en lo alto, y a la tierra, para juzgar a su
pueblo...Y los cielos proclamarán su justicia, pues Dios es juez (Sal 49,4.6).
Y en el 81 leemos: Dios está en pie en la asamblea de los dioses, y rodeado de
dioses, (los) juzga (Sal 81,1). Sobre la vocación de los paganos mucho se habla
en nuestro libro, pero sobre todo en el salmo 46: Pueblos todos, aplaudan,
aclamen a Dios con voces jubilosas (Sal 46,2). De manera similar en el 71:
Delante suyo se postran los etíopes, y sus enemigos lamerán el polvo; los
reyes de Tarsis, y las islas, ofrecen sus dones. Los reyes de Arabia y de Sabá
le ofrecerán regalos. Y lo adorarán todos los reyes de la tierra; todos los
pueblos le servirán (Sal 71,9-11). Todo esto lo cantan los Salmos y se anuncia
en cada uno de los otros Libros.
No
siendo un ignorante, (el anciano) agregaba: en cada libro de la Escritura se
significan realidades idénticas, sobre todo en relación con el Salvador, pues
todos están íntimamente relacionados y sinfónicamente concordes en el
Espíritu. Por eso, del mismo modo que es posible descubrir en el Salterio el
contenido de los otros Libros, también se encuentra con frecuencia el contenido
del primero en los restantes. Así, por ejemplo, Moisés compuso un himno e
Isaías canta y Habacuc suplica con un cántico. Más aún, en todos los libros
es posible hallar profecías, leyes y relatos. El mismo Espíritu lo abarca
todo, y de acuerdo al don asignado a cada cual, proclama la gracia peculiar,
repartiéndola en plenitud, sea como capacidad de profetizar, o de legislar, o
de relatar lo sucedido, o el don de los Salmos. Si bien el Espíritu es uno e
indivisible, de él provienen todos los dones particulares y en cada don está
totalmente presente, aunque cada uno lo percibe según las revelaciones y dones
recibidos y en la medida y forma de las necesidades, de modo que en la medida en
que cada uno se deja guiar por el Espíritu se hace servidor del Verbo. Es por
eso, como lo dije más arriba, que cuando Moisés está legislando, algunas
veces también profetiza y otras canta; y los Profetas al profetizar algunas
veces proclaman mandatos, como aquel: Lávense, purifíquense. Limpia tu
corazón de toda inmundicia, Oh Jerusalén (Is 1,16; Jr 4,14), y otras veces
relatan historias como lo hace Daniel con los acontecimientos concernientes a
Susana, o Isaías cuando relata lo de Rabsaces y Senaquerib. El rasgo
característico del libro de los Salmos, como ya dijimos, es el del canto, y por
ello modula melodiosamente lo que en otros libros se narra con detalle. Pero
algunas veces hasta legisla: Abandona la ira y deja la cólera (Sal 36,8), y
Apártate del mal, obra el bien; anhela la paz y corre tras ella (Sal 33,15). Y
otras veces relata el camino de Israel y profetiza acerca del Salvador, como lo
dijimos más arriba.
La
gracia del Espíritu es común (a todos los libros), estando la misma acorde a
la tarea encomendada y según el Espíritu la concede. Los más y los menos no
provocan distinción alguna siempre que cada cual efectúe y lleve a cabo su
propia misión. Pero aun siendo así, el libro de los Salmos tiene, en este
mismo terreno, un don y gracia peculiares, una propiedad de particular relieve.
Pues junto a las cualidades, que le son comunes y similares con los restantes
Libros, tiene además una maravillosa peculiaridad: contiene exactamente
descritos y representados todos los movimientos del alma, sus cambios y
mudanzas. De modo que una persona sin experiencia, al irlos estudiando y
ponderando puede irse modelando a su imagen. Pues los otros libros sólo exponen
la ley y cómo ella estipula lo que se deba, o no, cumplir. Escuchando las
profecías sólo se sabe de la venida del Salvador. Prestando atención a las
descripciones históricas sólo se llega a averiguar los hechos de los reyes y
de los santos. El libro de los Salmos, además de dichas enseñanzas, permite
reconocer al lector las mociones de su propia alma y se las enseña, por el modo
como algo lo afecta o lo turba; de acuerdo a este libro puede uno tener una idea
aproximada de lo que debe decir. Por eso no se contenta con escuchar
simplemente, sino que sabe cómo hablar y cómo actuar para curar su mal. Es
cierto que también los otros libros tienen palabras que prohiben el mal, pero
este también describe cómo apartarse de él. Por ejemplo, hacer penitencia es
un precepto, hacer penitencia significa dejar de pecar; aquí se indica no sólo
cómo hacer penitencia y lo que es necesario decir para arrepentirse. Así mismo
Pablo dijo: La tribulación produce en el alma la constancia, la constancia la
virtud probada, la virtud probada la esperanza, y la esperanza no queda
defraudada (Rm.5,3-5). Los Salmos describen y muestran, además, cómo soportar
las tribulaciones, lo que debe hacer el afligido, lo que debe decir una vez
pasada la tribulación, cómo cada uno es puesto a prueba, cuales son los
pensamientos del que espera en el Señor. Lo de dar gracias en toda
circunstancia es también un precepto. Los Salmos indican lo que debe decir
aquel que da gracias. Sabiendo, por otra parte, que los que pretenden vivir
piadosamente serán perseguidos, aprendemos de los Salmos cómo clamar cuando
huimos en medio de la persecución, y qué palabras dirigir a Dios una vez
escapados de ella. Somos invitados a bendecir al Señor, encontramos las
expresiones adecuadas para manifestarle nuestra confesión. Los Salmos expresan
cómo debemos alabar al Señor, qué palabras le rinden homenaje de modo
adecuado. Para toda ocasión y sobre todo argumento encontraremos entonces
poemas divinos adecuados a nuestras emociones y sensibilidad.
1.
Todavía esto de asombroso y maravilloso tienen los Salmos: al leer los demás
libros, aquello que dicen los santos y el objeto de sus discursos, los lectores
lo relacionan con el argumento del libro, los oyentes se sienten extraños al
relato, de modo que las acciones recordadas suscitan mera admiración o el
simple deseo de emularlas. El que en cambio abre el libro de los Salmos recorre,
con la admiración y el asombro acostumbrados, las profecías sobre el Salvador
contenidas ya en los restantes libros, pero lee los salmos como si fueran
personales. El auditor, igual que el autor, entran en clima de compunción,
apropiándose las palabras de los cánticos como si fueran suyas. Para ser más
claro, no vacilaría, al igual que el bienaventurado Apóstol, en retomar lo
dicho. Los discursos pronunciados en nombre de los patriarcas, son numerosos;
Moisés hablaba y Dios respondía; Elías y Eliseo, establecidos sobre la
montaña del Carmelo, invocaban sin cesar al Señor, diciendo: ¡Vive el Señor,
en cuya presencia estoy hoy! (1 Re 17,1; 2 Re 3,4). Las palabras de los
restantes santos profetas tienen por objeto al Salvador, y un cierto número se
refieren a los paganos y a Israel. Sin embargo, ninguna persona pronunciaría
las palabras de los patriarcas como si fueran suyas, ni osaría imitar y
pronunciar las mismas palabras que Moisés, ni las de Abrahán acerca de su
esclava e Ismael o las referentes al gran Isaac; por necesario o útil que
fuera, nadie se animaría a decirlas como propias. Aunque uno se compadeciera de
los que sufren y deseara lo mejor, jamás diría con Moisés: ¡Muéstrate a
mí! (Ex 33,13), o tampoco: Si les perdonas su pecado, perdónaselo; si no se lo
perdonas, bórrame del libro que tú has escrito (Ex 33,12). Aun en el caso de
los profetas, nadie emplearía personalmente sus oráculos para alabar o
reprender a aquellos que se asemejan por sus acciones a los que ellos
reprendían o alababan; nadie diría: ¡Vive el Señor, en cuya presencia estoy
hoy! Quien toma en sus manos esos libros, ve claramente que dichas palabras
deben leerse no como personales, sino como pertenecientes a los santos y a los
objetos de los cuales hablan. Los Salmos, ¡cosa extraña!, salvo lo que
concierne al Salvador y las profecías sobre los paganos, son para el lector
palabras personales, cada uno las canta como escritas para él y no las toma ni
las recorre como escritas por otro ni tampoco referentes a otro. Sus
disposiciones (de ánimo) son las de alguien que habla de sí mismo. Lo que
dicen, el orante lo eleva hacia Dios como si fuera él quien hablara y actuara.
No experimenta temor alguno ante estas palabras, como ante las de los
patriarcas, de Moisés o de los otros profetas, sino que más bien,
considerándolas como personales y escritas referidas a él, encuentra el coraje
para proferirlas y cantarlas. Sea que uno cumpla o quebrante los mandamientos,
los Salmos se aplican a ambos. Es necesario, en cualquier caso, sea como
transgresor, sea como cumplidor, verse como obligado a pronunciar las palabras
escritas sobre cada cual.
2.
[Las palabras de los Salmos] me parece que son para quien las canta, como un
espejo en el que se reflejan las emociones de su alma para que así, bajo su
efecto, pueda recitarlos. Hasta quien sólo los escucha, percibe el canto como
referido a él: o bien, convencido por su conciencia y compungido se arrepiente;
o bien, oyendo hablar de la esperanza en Dios y del auxilio concedido a los
creyentes, se alegra de que le haya sido otorgado y prorrumpir en acciones de
gracias a Dios. Así, por ejemplo, ¿canta alguno el salmo tercero?
Reflexionando sobre sus propias tribulaciones, se apropiará de las palabras del
salmo. Así mismo, leerá al 11SS y al 16SS de acuerdo a su confianza y
oración; el recitado del 50SS será expresión de su propia penitencia; el
53SS, 55SS, 100SS y el 41SS expresan sus sentimientos sobre la persecución de
la que él es objeto; son sus palabras las que le cantan al Señor. Así pues,
cada salmo sin entrar en mayores detalles, podemos decir que está compuesto y
es proferido por el Espíritu, de modo que en esas mismas palabras, como ya lo
dije antes, podamos captar los movimientos de nuestra alma y nos las hace decir
como provenientes de nosotros, como palabras nuestras, para que trayendo a la
memoria nuestras emociones pasadas, reformemos nuestra vida espiritual. Lo que
los salmos dicen puede servirnos de ejemplo y de patrón de medida.
3.
Esto también es don del Salvador: hecho hombre por nosotros, ofreció por
nosotros su cuerpo a la muerte, para librarnos a todos de la muerte. Queriendo
mostrarnos su manera celestial y perfecta de vivir la plasmó en sí mismo para
que no seamos ya fácilmente engañados por el enemigo, ya que tenemos una
prenda segura en la victoria que en favor nuestro obtuvo sobre el diablo. Es por
esta razón que no sólo enseñó, sino que practicó su enseñanza, de modo que
cada uno lo escuche cuando habla y mirándolo, como se observa un modelo, acepte
de él el ejemplo, como cuando dice: Aprendan de mí, que soy manso y humilde de
corazón (Mt 11,29). No podrá hallarse enseñanza más perfecta de la virtud
que la realizada por el Salvador en su propia persona: paciencia, amor a la
humanidad, bondad, fortaleza, misericordia, justicia, todo lo encontraremos en
él y nada tienes ya que esperar, en cuanto a virtudes, al mirar detenidamente
su vida. Pablo lo decía claramente: Sean imitadores míos, como yo lo soy de
Cristo (1 Co 11,1). Los legisladores, entre los griegos, tienen gracia
únicamente para legislar; el Señor, cual verdadero Señor del universo,
preocupado por su obra, no solamente legisla, sino que se da como modelo para
que aquellos que lo desean, sepan cómo actuar. Aun antes de su venida entre
nosotros, lo puso de manifiesto en los Salmos, de manera que al igual que nos
proveyó de la imagen acabada del hombre terrenal y del celestial en su propia
persona, también en los Salmos, aquel que lo desea, puede aprender y conocer
las disposiciones del alma, encontrando como curarlas y rectificarlas.
4.
Hablando con mayor precisión, puntualicemos entonces que si bien toda la
Escritura divina es maestra de virtud y de fe auténtica, el libro de los Salmos
ofrece, además un perfecto modelo de vida espiritual. Al igual que quien se
presenta ante un rey asume las correctas actitudes corporales y verbales, no sea
que apenas abra la boca, sea arrojado fuera por su falta de compostura, también
a aquel que corre hacia la meta de las virtudes y desea conocer la conducta del
Salvador durante su vida mortal, el sagrado Libro lo conduce primero, a través
de la lectura, a la consideración de los movimientos del alma, y a partir de
allí va representando sucesivamente el resto, enseñando a los lectores gracias
a dichas expresiones. En este libro llama la atención que algunos salmos
contengan narraciones históricas, otros admoniciones morales, otros profecías,
otros súplicas y otros, todavía, confesión.
En
forma de narración tenemos los siguientes: 18; 43; 48; 49; 72; 76; 88; 89; 106;
113; 126 y 136.
En
forma de oración tenemos el: 16; 67; 89; 101; 131 y 141.
Los
proferidos como súplica, y petición instante son el: 5; 6; 7; 11; 12; 15; 24;
27; 30; 34; 37; 42; 53; 54; 55; 56; 58; 59; 60; 63; 82; 85; 87; 137; 139 y 142.
En
forma de súplica junto con acción de gracias tenemos el 138.
Entre
los que sólo suplican tenemos: 3; 25; 68; 69; 70; 73; 78; 79; 1O8; 122; 129 y
130.
Los
salmos 9; 74; 91; 104; 105; 106; 107; 110; 117; 135 y 137 tienen forma de
confesión.
Aquellos
que entretejen narración con confesión son: 9; 74; 105; 106; 117; 135 y 137.
Un
salmo que combina confesión con narración y acción de gracias es el 110.
El
salmo 36 tiene forma de admonición.
Los
que contienen profecía son: 20; 21; 44; 46 y 75.
En
el 109 tenemos anuncio junto con profecía.
Los
salmos que exhortan y prescriben y como que ordenan son: el 28; 32; 80; 94; 95;
96; 97; 102; 103 y 113.
El
salmo 149 combina la exhortación con la alabanza.
Describen
la vida hornada por la virtud los: 104; 11; 118; 124 y 132. Aquellos que
expresan alabanza son: 90; 112; 116; 134; 144; 145; 146; 148 y 150.
Son
acción de gracias: 8; 9; 17; 33; 45; 62; 76; 84; 114; 115; 120; 121; 123; 125;
128 y 143.
Aquellos
que anuncian una promesa de bienaventuranza son: 1; 31; 40; 118 y 127.
Demostrativo
de alegre prontitud con (ribetes) de cántico el 107.
Otro
hay que exhorta a la fortaleza, el 80.
Tenemos
los que reprochan a impíos e inicuos, como el 2; 13; 35; 51 y 52.
El
salmo 4 es una invocación.
Están
aquellos salmos que hablan [del cumplimiento] de votos, como el 19 y el 63.
Tienen
palabras de glorificación al Señor: 22; 26; 38; 39; 41; 61; 75; 83; 96; 98 y
151.
Acusaciones
escritas para provocar vergüenza son: 57 y 81.
Se
encuentran acentos hímnicos en 47 y 64.
El
65 es un canto de júbilo y se refiere a la resurrección.
Otro,
el 99, es únicamente canto de júbilo.
5.
Estando, entonces, los salmos dispuestos y ordenados de esta manera, les es
posible a los lectores, - como ya lo dije antes -, descubrir en cada uno de
ellos los movimientos y la constitución de su alma, del mismo modo que
descubren el género y la enseñanza que cada uno les transmiten. Igualmente se
puede aprender de ellos las palabras a decir para agradar al Señor, o con
cuáles palabras expresar el deseo de corregirse y arrepentirse o de darle
gracias. Todo esto impide, al que recita literalmente estas expresiones, caer en
la impiedad. Ya que no sólo tendremos que dar razón de nuestras obras al Juez
(supremo), sino hasta de toda palabra inútil (Mt 12,36). Si quieres bendecir a
alguno, aprendes cómo hacerlo y en nombre de quién, en los salmos 1; 31; 40;
11; 118 y 127. Si deseas censurar las conjuras de los judíos contra el
Salvador, ahí tienes al segundo de nuestros poemas. Si los tuyos te persiguen,
y muchos se levantan contra ti, recita el tercero. Si estando afligido invocaste
al Señor, y porque te escuchó quieres darle gracias, entona el cuarto, o el
74, o el 114. Si atisbas que los malhechores te preparan trampas y quieres que
muy de mañana tu oración llegue a sus oídos, recita el quinto. Si la amenaza
de castigo del Señor te intranquiliza, puedes recitar el 6 o el 37. Si algunos
se reúnen para tramar algo contra ti, como lo hizo Ajitófel contra David, y
llega a tus oídos, canta el salmo 7 y confía en el Señor, él te defenderá.
6.
Si, observando la extensión universal de la gracia del Salvador y la salvación
del género humano, quieres conversar con Dios, canta el salmo 8. ¿Quieres
entonar el cántico de la vendimia, para dar gracias al Señor? Tienes
nuevamente a tu disposición el 8 y también el 83. En honor a la victoria sobre
los enemigos y la liberación de la criatura, sin gloriarte tú, sino
reconociendo que estos hechos magníficos son obra del Hijo de Dios, recita el
ya mencionado salmo 9. Si alguien quiere confundirte o asustarte, ten confianza
en el Señor y repite el salmo 10. Al observar la soberbia de tantos y como el
mal crece, al punto que ya no hay acciones santas entre los hombres, busca
refugio en el Señor y dí el salmo 11. ¿Prolongan los enemigos sus ataques? No
desesperes como si Dios te olvidara, sino invócalo cantando el salmo 12. No te
asocies en modo alguno con los que blasfeman impíamente contra la Providencia,
más bien suplica al Señor recitando los salmos 13 y 52. El que quiera aprender
quién es el ciudadano del reino de los cielos debe decir el salmo 14.
7.
Necesitas orar porque tus adversarios asedian tu alma, canta los salmos 16; 85;
87 y 140. Si quieres saber cómo rezaba Moisés, ahí tienes el salmo 89.
¿Fuiste liberado de tus enemigos y perseguidores? Canta el salmo 17. ¿Te
maravillan el orden de la creación y la providente gracia que en ella
resplandece, como también los preceptos santos de la Ley? Canta entonces el 18
y el 23. Viendo sufrir a los atribulados, consuélalos orando y recitándoles
las palabras del salmo 19. Ves que el Señor te conduce y pastorea, guiándote
por el camino recto, ¡alégrate de ello y salmodia el 22! ¿Te sumergen los
enemigos? Eleva tu alma hasta Dios salmodiando el 24 y verás que los inicuos
quedan malogrados . ¿Te asechan los enemigos, teniendo sus manos totalmente
manchadas de sangre, y no buscan más que perderte y confundirte? Entonces, no
confíes tu justicia a un hombre, - ¡toda justicia humana es sospechosa! -,
pídele al Señor que te haga justicia, ya que él es el único Juez, recitando
el 25; 34 o 42. Cuando te asaltan violentamente los enemigos y se congregan como
un ejército y te desprecian como si aún no estuvieras ungido, y por eso te
hacen la guerra, no tiembles, canta más bien el salmo 26. La naturaleza humana
es débil, y si [a pesar de ello] los perseguidores se hacen tan desvergonzados
e insisten, no les hagas caso, suplica en cambio al Señor con el salmo 27. Si
quieres aprender cómo ofrecer sacrificios al Señor con acción de gracias,
recita entonces con inteligencia espiritual el salmo 28. Si dedicas y consagras
tu casa, esto es, tu alma que hospeda al Señor, como también la casa corpórea
en la que moras físicamente, recita con acción de gracias el 29 y entre los
salmos graduales el 126.
8.
Si ves que eres despreciado y perseguido por amigos y conocidos a causa de la
verdad, no pierdas el ánimo por eso, ni temas a los que se te oponen, sino
apártate de ellos y contemplando el futuro, salmodia el trigésimo. Si al ver a
los bautizados y rescatados de su vida corruptible, ponderas y admiras la
misericordia de Dios, canta en favor suyo tus alabanzas con el salmo 31. Si
deseas salmodiar en compañía de muchos, reúne a los hombres justos y probos,
y recita el 32. Si caíste víctima de tus enemigos y sagazmente pudiste evitar
sus asechanzas, reúne a los hombres mansos y recita en su presencia el salmo
33. Si ves el celo para cometer el mal que impera entre los transgresores a la
Ley, no pienses que la maldad es algo natural en ellos, como lo afirman los
herejes, sino recita el 35 y te convencerás de que a ellos les corresponde la
responsabilidad por el pecado. Si ves a los malvados cometer muchas iniquidades,
y envalentonarse contra los humildes, y quieres exhortar a alguien que ni se
junte con los inicuos ni les tenga envidia, pues su porvenir quedará truncado,
entonces di para ti mismo y para los otros el 36.
9.
Si, por otra parte, queriendo prestar atención a tu propia persona, y viendo
que el enemigo se dispone a atacarte, - pues le agrada provocar a este tipo de
personas -, quisieras fortalecerte contra él, canta el salmo 38. Si teniendo
que soportar ataques de los perseguidores quieres aprender las ventajas de la
paciencia, recita entonces el 39. Cuando viendo multitud de pobres y mendigos,
quieres mostrarte misericordioso con ellos, serás capaz de serlo gracias a la
recitación del salmo 40, ya que con él alabarás a los que ya actuaron
compasivamente, y exhortarás a los demás a que obren de igual manera. Si
ansiando buscar a Dios, escuchas las burlas de los adversarios, no te turbes,
sino que considerando la recompensa eterna de tal nostalgia, consuela tu alma
con la esperanza en Dios, y, superados los pesares que te acongojan en esta
vida, entona el salmo 41. Si no quieres dejar de recordar los innumerables
beneficios que el Señor otorgó a tus padres, como el éxodo de Egipto y la
estancia en el desierto, y qué bueno es Dios y cuán ingratos los hombres,
tienes al 43; 77; 88; 104; 105; 106 y 113. Si habiéndote refugiado en Dios,
poderoso defensor en el peligro, quieres darle gracias y narrar sus
misericordias para contigo, tienes el 45.
10.
¡Pecaste, sientes vergüenza, buscas hacer penitencia y alcanzar misericordia!
Encontrarás palabras de arrepentimiento y confesión en el salmo 50. Aun si
debes soportar calumnias por parte de un rey inicuo, y ves cómo se envalentona
el calumniador, aléjate de allí y usa las expresiones que encuentras en el 51.
Si te atacan, te acosan y quieren traicionarte, entregándote a la justicia,
como lo hicieron zifeos y filisteos con David, no pierdas el valor, ten ánimo,
confía en el Señor y alábalo con las palabras de los salmos 53 y 55. La
persecución te sobreviene, cae sobre ti y sin saberlo penetra inesperadamente
en la cueva en la que te escondías, ni entonces temas, pues aun en ese aprieto
encontrarás palabras de consuelo y de memorial indeleble en los salmos 56 y
141. Si quien te persigue da la orden de vigilar tu casa, y tú, a pesar de
todo, logras escapar, da gracias a Dios, e inscribe el agradecimiento en tu
corazón, como sobre una estela indeleble, en memorial de que no pereciste y
entona el salmo 58. Si los enemigos que te afligen profieren insultos, y los que
aparentaban ser amigos lanzan acusaciones en contra tuya, y esto perturba tu
oración por un breve tiempo, reconfórtate alabando a Dios y recitando las
palabras del 54. Contra los hipócritas y los que se glorían desfachatadamente,
recita, - para vergüenza suya -, el salmo 57. Contra los que arremeten
salvajemente contra ti y quieren arrebatarte el alma, contrapón tu confianza y
adhesión al Señor; cuanto más se envalentonen ellos, tanto más descansa en
él, recitando el 61. Si perseguido, huyes al desierto, nada temas por estar
allí solo, pues tienes a Dios junto a ti, a quien, muy de madrugada, puedes
cantarle el 62. Si te aterran los enemigos y no cesan en su conjura contra ti,
buscándote sin descanso, aunque sean muchos no te aflijas, ya que sus ataques
serán como heridas causadas por flechas arrojadas por niños, entona, entonces
(confiado), los salmos 63; 64; 69 y 70.
11.
Si deseas alabar a Dios recita el 64, y cuando quieras catequizar a alguno
acerca de la resurrección, entona el 65. ¡Imploras la misericordia del
Señor!, alábalo salmodiando el 66. Si ves que los malvados prosperan gozando
de paz y los justos, en cambio, viven en aflicción, para no tropezar ni
escandalizarte recita también tú el 72. Cuando la ira de Dios se inflama
contra el pueblo, tienes palabras sabias para su consuelo en el 73. Si andas
necesitado de confesión, salmodia el 9; 74; 91; 104; 105; 106; 107; 110; 117;
125 y 137. Quieres confundir y avergonzar a paganos y herejes, demostrando que
ni uno solo de ellos posee el conocimiento de Dios, sino únicamente la Iglesia
católica, puedes, si así lo piensas, cantar y recitar inteligentemente las
palabras del 75. Si tus enemigos te persiguen y te cortan toda posibilidad de
huída, aunque estés muy afligido y grandemente confundido, no desesperes, sino
clama, y si tu grito es escuchado, da gracias a Dios recitando el 76. Pero si
los enemigos persisten e invaden y profanan el templo de Dios, matando a los
santos y arrojando sus cadáveres a las aves del cielo, no te dejes intimidar ni
temas su crueldad, sino compadece con los que padecen y ora a Dios con el salmo
78.
12.
Si deseas alabar al Señor en día de fiesta, convoca los siervos de Dios y
recita los salmos 80 y 94. Y si nuevamente los enemigos todos, se reúnen,
asaltándote por todas partes, profiriendo amenazas hacia la casa de Dios y
aliándose contra la piedad, no te amilane su multitud o su poder, ya que tienes
un ancla de esperanza en las palabras del salmo 82. Si viendo la casa del Señor
y sus tabernáculos eternos, sientes nostalgia por ellos como la tenía el
Apóstol, recita el salmo 83. Cuando habiendo cesado la ira y terminada la
cautividad, quisieras dar gracias a Dios, tienes al 84 y al 125. Si quieres
saber la diferencia que media entre la Iglesia católica y los cismáticos, y
avergonzar a estos últimos, puedes pronunciar las palabras del 86. Si quieres
exhortarte a ti y a otros, a rendir culto verdadero a Dios, demostrando que la
esperanza en Dios no queda confundida, sino que, todo lo contrario, el alma
queda fortalecida, alaba a Dios recitando el 90. ¿Deseas salmodiar el Sábado?
Tienes el 91.
13.
¿Quieres dar gracias en el día del Señor? Tienes el 23; o, ¿deseas hacerlo
en el segundo día de la semana?: recita el 47. ¿Quieres glorificar a Dios en
el día de preparación?: tienes la alabanza del 92. Porque entonces, cuando
ocurrió la crucifixión, fue edificada la casa aunque los enemigos trataron de
rodearla, es conveniente cantar como cántico triunfal lo que se enuncia en el
92. Si te sobrevino la cautividad, y la casa fue derribada y vuelta a edificar,
canta lo que se contiene en el 95. La tierra se ha librado de los guerreros y ha
aparecido la paz: reina el Señor y tú quieres hacerlo objeto de tus alabanzas,
ahí tienes el 96. ¿Quieres salmodiar el cuarto día de la semana?. Hazlo con
el 93; pues en un día como ese fue el Señor entregado y comenzó a asumir y
ejecutar el juicio contrario a la muerte, triunfando confiadamente sobre ella.
Si lees el Evangelio, verás que en el cuarto día de la semana los judíos se
reunieron en Consejo contra el Señor, y también verás que con todo valor
comenzó a procurarnos justicia contra el diablo: salmodia, respecto a todo
esto, con las palabras del 93. Si, además, observas la providencia y el poder
universal del Señor, y quieres instruir a algunos en la obediencia y en la fe,
exhórtalos ante todo a confesar laudativamente: salmodia el 99. Si has
reconocido el poder de su juicio, es decir que Dios juzga atemperando la
justicia con su misericordia, y quieres acercártele, tienes para este
propósito las palabras del centésimo entre los salmos.
14.
Nuestra naturaleza es débil, si las angustias de la vida te han asimilado a un
mendigo, y sintiéndote exhausto buscas consuelo, entona el 101. Es conveniente
que siempre y en todo lugar demos gracias a Dios; si deseas bendecirlo, espuela
tu alma recitando el 102 y el 103. ¿Quieres alabar a Dios y saber, cómo, por
qué motivos, y con qué palabras hacerlo? Tienes el 104; 106; 134; 145; 146;
147; 148 y 150. ¿Prestas fe a lo que ha dicho el Señor y tienes fe en las
palabras que tú mismo dices cuando rezas? Profiere el 115. ¿Sientes que vas
progresando gradualmente en tus obras, de modo que puedes hacer tuyas las
palabras: olvidando lo que queda detrás mío, me lanzo hacia lo que est delante
(Flp 3,13)?: puedes entonces entonar para cada uno de los peldaños de tu
adelanto uno de los quince salmos graduales.
15.
¿Has sido conducido al cautiverio por pensamientos extraños y te hallas
nostálgicamente tironeado por ellos? ¿Te embarga el arrepentimiento, deseas no
caer en el futuro y, sin embargo, sigues cautivo de ellos? ¡Siéntate, llora,
y, como lo hizo antaño el pueblo, pronuncia las palabras del 136! ¿Eres
tentado y así sondeado y probado? Si superada la tentación quieres dar
gracias, utiliza el salmo 138. ¿Te hallas nuevamente acosado por los enemigos y
quieres ser liberado? Pronuncia las palabras del 139. ¿Deseas suplicar y orar?
Salmodia el 5 y el 142. Si se ha alzado el tiránico enemigo contra el pueblo y
contra ti, al modo de Goliat contra David, no tiembles, ten fe, y como David,
salmodia el 143,. Si maravillado por los beneficios que Dios otorgó a todos y
también a ti, quieres bendecirlo, repite las palabras que David dijo en el 144.
¿Quieres cantar y alabar al Señor? Lo que debas entonar est en los salmos 92 y
97. ¿Aun siendo pequeño, has sido preferido a tus hermanos y colocado sobre
ellos? No te gloríes ni te envalentones contra ellos, sino que atribuyendo la
gloria a Dios que te eligió, salmodia el 151, que es un poema genuinamente
davídico. Supongamos que deseas entonar los salmos en los que resuena la
alabanza a Dios, es decir que van encabezados por el Aleluya, puedes usar: el
104; 105; 106; 111; 112; 113; 114; 115; 116; 117; 118; 134; 135; 145; 146; 147;
148; 149 y el 150.
16.
Si al salmodiar quieres destacar lo que se refiere al Salvador, encontrarás
referencias prácticamente en cada salmo: así, por ejemplo, tienes el 44 y el
100, que proclaman tanto su generación eterna del Padre como su venida en la
carne; el 21 y el 68 que preanuncian la cruz divina, como también todos los
padecimientos y persecuciones que soportó por nosotros; el 2 y el 108 que
pregonan la maldad y las persecuciones de los judíos y la traición de Judas
Iscariote; el 20, 49 y 71 proclaman su reinado y su potestad de juzgar, como
también su manifestación a nosotros en la carne y la vocación de los paganos.
El 15 anuncia su resurrección de entre los muertos; el 23 y 46 anuncian su
ascensión a los cielos. Al leer el 92, 95, 97 o 98, caes en la cuenta y
contemplas los beneficios que el Salvador nos otorgó gracias a sus
padecimientos.
17.
Esta es la característica que posee el libro de los salmos, para utilidad de
los hombres: una parte de los salmos han sido escritos para purificación de los
movimientos del alma; otra parte para anunciarnos proféticamente la venida en
la carne de nuestro Señor Jesucristo, como arriba dijimos. Pero en modo alguno
debemos pasar por alto la razón por la que los salmos se modulan armoniosamente
y con canto. Algunos simplotes entre nosotros, si bien creen en la inspiración
divina de las palabras, sostienen que los salmos se cantan por lo agradable de
los sonidos y para placer del oído. Esto no es exacto. La Escritura para nada
buscó el encanto o la seducción, sino la utilidad del alma; esta forma fue
elegida sobre todo por dos razones. En primer lugar, convenía que la Escritura
no alabara a Dios únicamente en una secuencia de palabras rápida y continua,
sino también con voz lenta y pausada. En secuencia ininterrumpida se leen la
Ley, los Profetas, los libros históricos y el Nuevo Testamento; la voz pausada
es empleada para los Salmos, odas y cánticos. Así se obtiene que los hombres
expresen su amor a Dios con todas sus fuerzas y con todas sus posibilidades. La
segunda razón estriba en que, al igual que una buena flauta unifica y armoniza
perfectamente todos los sonidos, del mismo modo requiere la razón que los
diversos movimientos del alma, como pensamiento, deseo, cólera, sean el origen
de los distintas actividades del cuerpo, de modo que el obrar del hombre no sea
desarmonico, conflictuado consigo mismo, pensando muy bien y obrando muy mal.
Por ejemplo, Pilato que dijo: ningún delito encuentro yo en él para condenarlo
a muerte (Jn 18,38), pero obró según el querer de los judíos; o, que deseando
obrar mal, estén imposibilitados de realizarlo, como los ancianos con Susana; o
que aun absteniéndose de adulterar sea ladrón, o, sin ser ladrón sea
homicida, o, sin ser asesino sea blasfemo.
18.
Para impedir que surja esa desarmonía interior, la razón requiere que el alma,
que posee el pensamiento de Cristo (1 Co 2,16), como dice el Apóstol, haga que
éste le sirva de director, que domine en él sus pasiones, ordenando los
miembros del cuerpo para que obedezcan la razón. Como plectro para la armonía,
en ese salterio que es el hombre, el Espíritu debe ser fielmente obedecido, los
miembros y sus movimientos deben ser dóciles obedeciendo la voluntad de Dios.
Esta tranquilidad perfecta, esta calma interior, tienen su imagen y modelo en la
lectura modulada de los Salmos. Nosotros damos a conocer los movimientos del
alma a través de nuestras palabras; por eso el Señor, deseando que la melodía
de las palabras fuera el símbolo de la armonía espiritual en el alma, ha hecho
cantar los Salmos melodiosa, modulada y musicalmente. Precisamente este es el
anhelo del alma, vibrar en armonía, como está escrito: alguno de ustedes es
feliz, ¡que cante! (St 5,13). Así, salmodiando, se aplaca lo que en ella haya
de confuso, áspero o desordenado y el canto cura hasta la tristeza: ¿por qué
estás triste alma mía, por qué te me turbas? (Sal 41, 6.12 y 42,5); reconocer
su error confesando: casi resbalaron mis pisadas (Sal 72,2); y en el temor
fortalecer la esperanza: el Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacerme
el hombre? (Sal 117,6).
19.
Los que no leen de esta manera los cánticos divinos, no salmodian sabiamente,
sino que buscando su deleite, merecen reproche, ya que la alabanza no es hermosa
en boca del pecador (Si 15,9). Pero cuando se cantan de la manera que arriba
mencionamos, de modo que las palabras se vayan profiriendo al ritmo del alma y
en armonía con el Espíritu, entonces cantan al unísono la boca y la mente; al
cantar así son útiles a sí mismos y a los oyentes bien dispuestos. El
bienaventurado David, por ejemplo, cantando para Saúl, complacía a Dios y
alejaba de Saúl la turbación y la locura, devolviéndole tranquilidad a su
alma. De idéntica manera los sacerdotes al salmodiar, aportaban la calma al
alma de las multitudes, induciéndolas a cantar unánimes con los coros
celestiales. El hecho de que los Salmos se reciten melodiosamente, no es en
absoluto indicio de buscar sonidos placenteros, sino reflejo de la armoniosa
composición del alma. La lectura mesurada es símbolo de la índole ordenada y
tranquila del espíritu. Alabar a Dios con platillos sonoros, con la cítara y
el salterio de diez cuerdas, es, a su vez, símbolo e indicación de que los
miembros del cuerpo están armoniosamente unidos al modo que lo están las
cuerdas; de que los pensamientos del alma actúan cual címbalos, recibiendo
todo el conjunto movimiento y vida a impulsos del espíritu, ya que vivirán,
como está escrito, si con el Espíritu hacen morir las obras del cuerpo (Rm
8,13). Quien salmodia de esta manera armoniza su alma llevándola del desacuerdo
al acorde, de modo que hallándose en natural acuerdo nada la turbe, al
contrario con la imaginación pacificada desea ardientemente los bienes futuros.
Bien dispuesta por la armonía de las palabras, olvida sus pasiones, para
centrada gozosa y armoniosamente en Cristo concebir los mejores pensamientos.
20.
Es por tanto necesario, hijo mío, que todo el que lee este libro lo haga con
pureza de corazón, aceptando que se debe a la divina inspiración, y,
beneficiándose por eso mismo de él, como de los frutos del jardín del
paraíso, empleándolos según las circunstancias y la utilidad de cada uno de
ellos. Estimo, en efecto, que en las palabras de este libro se contienen y
describen todas las disposiciones, todos los afectos y todos los pensamientos de
la vida humana y que fuera de estos no hay otros. ¿Hay necesidad de
arrepentimiento o confesión; les han sorprendido la aflicción o la tentación;
se es perseguido o se ha escapado a emboscadas; está uno triste, en
dificultades o tiene alguno de los sentimientos arriba mencionados; o vive
prósperamente, habiendo triunfado sobre tus enemigos, deseando alabar, dar
gracias o bendecir al Señor? Para cualquiera de estas circunstancias hallará
la enseñanza adecuada en los Salmos divinos. Que elija aquellos relacionados
con cada uno de esos argumentos, recitándolos como si él los profiriera, y
adecuando los propios sentimientos a los en ellos expresados.
21.
En modo alguno se busque adornarlos con palabras seductoras, modificar sus
expresiones o cambiarlas totalmente; lea y cántese lo que está escrito, sin
artificios, para que los santos varones que nos los legaron, reconozcan el
tesoro de su propiedad, recen con nosotros, o más bien, lo haga el Espíritu
Santo que habló a través de ellos, y al constatar que nuestros discursos son
eco perfecto del suyo, venga en nuestra ayuda. Pues en tanto en cuanto la vida
de los santos es mejor que la del resto, por tanto mejores y más poderosas se
tendrán, con toda verdad, sus palabras que las que agreguemos nosotros. Pues
con esas palabras agradaron a Dios y al proferirlas ellos lograron, como lo dice
el Apóstol, conquistar reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas,
cerraron la boca a los leones; apagaron la violencia del fuego, escaparon del
filo de la espada, curaron de sus enfermedades, fueron valientes en la guerra,
rechazaron ejércitos extranjeros, las mujeres recobraron resucitados a sus
muertos (Hb 11, 33-35).
22.
Todo el que ahora lee esas mismas palabras [de los Salmos], tenga confianza, que
por ellas Dios vendrá instantáneamente en nuestra ayuda. Si está afligido, su
lectura procurará un gran consuelo; si es tentado o perseguido, al cantarlas
saldrá fortalecido y como más protegido por el Señor, que ya había protegido
antes al autor, y hará que huyan el diablo y sus demonios. Si ha pecado
volverá en sí y dejará de hacerlo; si no ha pecado, se estimará dichoso al
saber que corre en procura de los verdaderos bienes; en la lucha, los Salmos
darán las fuerzas para no apartarse jamás de la verdad; al contrario,
convencerá a los impostores que trataban de inducirle al error. No es un mero
hombre la garantía de todo esto, sino la misma Escritura divina. Dios ordenó a
Moisés escribir el gran Cántico enseñándoselo al pueblo; al que él
constituyera como jefe le ordenó trancribir el Deuteronomio, guardándolo entre
sus manos y meditando continuamente sus palabras, pues sus discursos son
suficientes para traer a la memoria el recuerdo de la virtud y aportar ayuda a
los que los meditan sinceramente. Cuando Josué, hijo de Nuná penetró en la
tierra prometida, viendo los campamentos enemigos y a los reyes amorreos
reunidos todos en son de guerra, en lugar de armas o espadas, empuñó el libro
del Deuteronomio, lo leyó ante todo el pueblo, recordando las palabras de la
Ley, y habiendo armado al pueblo salió vencedor sobre los enemigos. El rey
Josías, después del descubrimiento del libro y su lectura pública, no
albergaba ya temor alguno de sus enemigos. Cuando el pueblo salía a la guerra,
el arca conteniendo las tablas de la Ley iba delante del ejército, siendo
protección más que suficiente, siempre que no hubiera entre los portadores o
en el seno del pueblo prevalencia de pecado o hipocresía. Pues se necesita que
la fe vaya acompañada por la sinceridad para que la Ley dé respuesta a la
oración.
23.
Al menos yo, dijo el anciano, escuché de boca de hombres sabios, que
antiguamente, en tiempos de Israel, bastaba con la lectura de la Escritura para
poner en fuga los demonios y destruir las trampas tendidas por ellos a los
hombres. Por eso, me decía [mi interlocutor], son del todo condenables aquellos
que abandonando estos libros componen otros con expresiones elegantes,
haciéndose llamar exorcistas, ¡como les ocurrió a los hijos del judío Esceva,
cuando intentaron exorcisara de esa manera!. Los demonios se divierten y burlan
cuando los escuchan; por el contrario tiemblan ante las palabras de los santos y
ni oírlas pueden. Pues en las palabras de la Escritura está el Señor y al no
poder soportarlo gritan: ¡Te ruego que no me atormentes antes de tiempo! (Lc
8,28). Con sola la presencia del Señor se consumían. Del mismo modo Pablo daba
órdenes a los espíritus impuros y los demonios se sometían a los discípulos.
Y la mano del Señor cayó sobre Eliseo el profeta, de modo que profetizó a los
tres reyes acerca del agua, cuando por orden suya el salmista cantaba al son del
salterio. Incluso ahora, si uno está preocupado por los que sufren, lea los
Salmos y les ayudará muchísimo, demostrando igualmente que su fe es firme y
veraz; al verla Dios conceder la completa salud a los necesitados. Sabiéndolo
el santo dijo en el salmo 118: meditaré sobre tus decretos, no olvidaré tus
palabras; y también: tus decretos eran mis cantos, en el lugar de mi
peregrinación. En ellas encontraron salvación al decir: si tu ley no fuese mi
meditación, ya habría perecido en mi humillación. También Pablo buscaba
confirmar a su discípulo, al decir: medita estas cosas; vive entregado a ellas
para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos (1 Tm 4,15). Practícalo
igualmente tú, lee con sabiduría los Salmos y podrás, bajo la guía del
Espíritu, comprender el significado de cada uno. Imitarás la vida que llevaron
los varones santos, quienes entusiasmados por el Espíritu de Dios esto dijeron
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.